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Un autobús | Foto: Shutterstock
Un autobús | Foto: Shutterstock

Dos adolescentes se burlan de anciana en el autobús hasta que la voz de un indigente los interrumpe - Historia del día

Dos adolescentes borrachos comienzan a acosar a una anciana en un autobús hasta que un indigente interviene y los detiene: eso transforma su vida.

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Marta Viloria subió los escalones del autobús con gran dificultad y agradeció cuando sintió una mano fuerte debajo de su codo, ayudándola a subir. Giró la cabeza para sonreír en señal de agradecimiento y se encogió.

La mano que sostenía su codo pertenecía a un hombre alto y delgado como un espantapájaros, claramente sin hogar y no demasiado limpio. La anciana apartó el brazo del hombre y dijo con rigidez: “Gracias”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

El hombre sonrió con tristeza. Estaba acostumbrado al asco en la cara de la gente, al rechazo. Pero Tomás Carrera seguía siendo él mismo, independientemente de lo que pasara. Observó cómo Marta se sentaba, su volumen llenaba dos asientos.

Había algo en ella que le recordaba a su madre. A su mamá también le habría disgustado verlo en este estado. Tomás caminó hacia la parte trasera del autobús donde podía sentarse solo.

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Inclinó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. No podía dejar de pensar en su pequeña Daisy y en cómo se había aferrado a él. Hacía dos años, a su esposa Valeria le habían diagnosticado cáncer en etapa 4 y su muerte había dejado sus vidas en ruinas.

Durante 18 meses, Tomás invirtió sus ahorros en tratamientos para su amada, incluso pidió dinero prestado poniendo su casa como garantía, pero todo fue en vano. Valeria murió y Tomás tuvo que vender su vivienda para pagar las deudas.

Su jefe perdió la paciencia con sus constantes ausencias debido a la enfermedad de su esposa y lo despidió. De la noche a la mañana, Tomás había perdido su casa, su trabajo, y con Valeria muerta, lo único que le quedaba era su hija Daisy.

Después de que se vendió la casa, el hombre se vio obligado a mudarse con su pequeña a un apartamento de una habitación en un edificio del centro de la ciudad, en ruinas, con graffiti en las paredes y hedor a desperdicio en los pasillos.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pixabay

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Cuando Servicios Infantiles llamó, sucedió lo inevitable: le quitaron a su hija y Tomás solo podía verla con cita previa en un hogar grupal. Pronto, el padre estaba en las calles y su único lujo era un boleto de autobús para poder ver a Daisy.

Tomás estaba sumido en sus pensamientos cuando el sonido de una fuerte voz lo hizo abrir los ojos y sentarse. “¡Mire aquí, conductor!”, dijo un adolescente. Cuando Tomás lo vio supo de inmediato que estaba ebrio. “¡Esta señora tiene que pagar DOS boletos!”.

El adolescente estaba de pie frente a Marta, tambaleándose y sonriendo. Su amigo, igualmente joven y borracho, se acercó pavoneándose.

“Así es”, se burló. “¡Tiene que pagar EXTRA por el asiento adicional!”. La anciana se encogió y se aferró a su bolso, y los otros pasajeros a su alrededor miraron cuidadosamente hacia otro lado.

Podía notar que ninguno de ellos movería un dedo para defenderla de estos adolescentes borrachos, ni siquiera si decidieran robarla. El primer adolescente se inclinó y la empujó en el pecho.

“¡Muévase, señora!”, dijo el adolescente. “Nosotros queremos esos asientos”.

Marta levantó la mirada. “Joven, hay un montón de asientos libres”.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

El segundo adolescente se adelantó. “Seguro. Pero queremos ESOS asientos, ¡y nos los dejarás!”. Marta podía oler el alcohol en su aliento.

Estaba a punto de sacarla por la fuerza cuando una voz poderosa intervino. “Quita tus manos de esa señora, o tendrás que vértelas conmigo”. Al escuchar eso, el adolescente dio un respingo y se dio la vuelta.

Marta se quedó atónita al ver al indigente que la había ayudado a subir al autobús caminando hacia los chicos. El hombre parecía mucho más grande y tenía la cabeza en alto.

“Pueden irse en silencio o puedo ayudarlos a bajar, pero igual se bajarán del autobús”, dijo con calma.

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Los adolescentes lo miraron y Marta vio una sombra de miedo en sus rostros. Una cosa era meterse con una anciana indefensa, y otra muy distinta enredarse con el hombre alto e intimidante que tenían delante.

La ropa de Tomás podría estar andrajosa y desgastada, pero se movía como un hombre que sabía cómo cuidarse. En ese momento, el autobús se detuvo y los dos adolescentes bajaron los escalones corriendo, mirando temerosos por encima del hombro a Tomás.

El hombre se acercó a Marta y le preguntó amablemente: “Señora, ¿esos muchachos la lastimaron? ¿Necesita ayuda?”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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La anciana miró a Tomás con lágrimas en los ojos. “Estoy bien”, dijo ella. “Gracias a ti. Por favor, ¿me acompañas? ¿Me ayudas a llegar a casa?”.

Tomás asintió. “Por supuesto, señora. Lo que necesite”.

Cuando llegaron a la parada de Marta, Tomás la ayudó a bajar y la acompañó a su edificio de apartamentos. La anciana le insistió al hombre que subiera para que comiera un trozo de tarta de manzana y bebiera una taza de café.

Mientras comían el pastel y el café, Marta se enteró de la historia de Tomás y frunció el ceño. “Me pregunto…”, dijo y sacó su teléfono celular.

Empezó a hablar con alguien, preguntándole si todavía había un trabajo disponible y luego se giró hacia Tomás con una sonrisa triunfante.

“Mi hijo tiene una granja en el norte del estado y su mano derecha acaba de renunciar. ¡Está buscando un hombre trabajador y creo que usted podría serlo!”.

¡Tom estaba atónito! “Pero... ¡No sé nada sobre agricultura!”.

“Le dije eso a mi hijo, pero también le dije que eras fuerte y decidido y que podías aprender cualquier cosa”, dijo Marta. “Y tienes un gran incentivo para hacerlo. ¿Me equivoco?”.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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Tomás negó con la cabeza con lágrimas en los ojos. “El trabajo viene con una casita bonita y un buen salario, seguro y todo”, agregó Marta. “¡Tengo la sensación de que en unos meses recuperarás a tu Daisy!”.

Y todo resultó tal como lo había predicho la anciana. Tomás y el hijo de Marta trabajaban bien juntos. Seis meses después de que comenzó a laborar, Servicios Infantiles le devolvió a Daisy y ella y su padre comenzaron una nueva vida.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Al ayudar a otros, nos ayudamos a nosotros mismos. Tomás ayudó a Marta y, a cambio, recuperó su vida y la de su hija.
  • No juzgues a las personas por su apariencia. A Marta no le impresionó la apariencia harapienta de Tomás, pero terminó siendo su salvador.
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