Hijo malcriado exige dinero a cambio de hacer las tareas del hogar - Historia del día
Un adolescente exige que sus padres le paguen por hacer las tareas del hogar y aprende una lección dolorosa.
Wilson apartó su plato. “Estoy harto del pastel de carne”, se quejó. “¿No puedes hacer nada más?”, le preguntó a su madre.
Ella lo miró indignada. “Ayer comimos pollo asado, hamburguesas el día anterior, pescado el viernes…”
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El adolescente suspiró burlonamente. “¡Si, si, como digas!” y se levantó de la mesa.
“Wilson”, dijo su madre. “Por favor, enjuaga tu plato y ponlo en el lavavajillas”.
“¿Por qué?”, preguntó con la típica arrogancia de muchos adolescentes. “¡No soy tu esclavo!”
“¿Mi esclavo?”, preguntó su madre sorprendida. “¿Cómo es que ayudar en la casa te convierte en mi esclavo?”
“No me pagas, ¿cierto?”, preguntó Wilson triunfalmente. “¡Trabajar sin paga es esclavitud!”
El padre de Wilson frunció el ceño. “Te mantenemos, hijo”, señaló. “Te damos un techo, te alimentamos, te vestimos y te educamos…”
“¡Ese es tu deber y mi derecho!”, dijo Wilson. “¡Y la ley dice que tú tienes que hacerlo, pero yo no tengo que hacer nada!”
El rostro de la madre cambió de color. “¡Ya veo! ¿Así que tenemos deberes y tú tienes derechos? ¿Es eso lo que crees? ¿Qué hay de tu deber de ayudar, de hacer tus quehaceres?”
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“No soy su esclavo”, repitió el joven con arrogancia. “¡Si quieren que haga cosas en la casa, será mejor que me paguen!”
La madre se levantó de un salto, pero el padre le puso una mano suavemente en el brazo. “¿Pagarte?”, preguntó con calma. “¿Y cuánto querrías por hacer tus quehaceres?”
Wilson sonrió triunfalmente. “He pensado en eso. Por sacar la basura, $ 1, por lavar los platos, $ 2, pasear al perro, $ 4, limpiar mi habitación, $ 5, y por limpiar el jardín y cortar el césped, $ 10. Y son afortunados; no exigiré pagos atrasados".
“¡Nunca!”, gritó la mujer francamente enojada, pero el padre sonrió con calma.
“Estoy de acuerdo, Wilson. Te pagaremos por tu trabajo de acuerdo a tus demandas. De ahora en adelante eres un hombre y te trataremos como tal”
Wilson infló el pecho. “¡Ya es hora de que me muestren algo de respeto!”, dijo triunfal, y su madre abrió la boca para pronunciar una réplica airada. Una vez más, el padre de Wilson sonrió dulcemente y la contuvo.
“Bueno, hijo, empezamos mañana, ¿de acuerdo? Pondré una tabla con tus quehaceres y tú escribes lo que has hecho a diario. Al final de cada semana, digamos los viernes por la tarde, te pagaremos. ¿Qué opinas?”
El adolescente sonrió feliz. “¡Eso es perfecto, papá!”, y salió sintiéndose en la cima del mundo, sin darse cuenta de que estaba a punto de tener una de las peores semanas de su vida.
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La mamá de Wilson miró al padre con ira. “Ricardo, ¿cómo pudiste? Es irrespetuoso, vago y codicioso. Necesita aprender…”.
Ricardo estaba sonriendo, pero no era una sonrisa agradable. “No te preocupes, Marta, tengo un plan, y nuestro querido hijo tendrá una experiencia muy desagradable. ¡Le vamos a dar una lección!”
Al día siguiente, Wilson entró a la casa después de la práctica de fútbol. Había sido un largo día en la escuela y estaba hambriento. “¡Hola mamá!, ¿Qué hay para cenar?”
“Pastel de pavo con batatas y guisantes”, dijo ella sonriendo dulcemente.
“¡Qué bien!”, exclamó el joven. “¡Estoy hambriento!”. Vio que su padre había puesto la lista en la pared e inmediatamente sacó a pasear al perro y limpió su habitación. Más tarde sacaría la basura.
“Eso sumarían unos $ 9”, pensó Wilson feliz, “¡Voy a ser rico!”. Una hora más tarde, el olor de la comida lo atrajo de nuevo a la cocina, donde encontró a su madre y su padre cenando.
“¡Mamá!”, gritó indignado. “¡No me llamaste y te dije que me estaba muriendo de hambre!”
Su madre sonrió y el padre respondió: “Pero Wilson, ahora que estás ganando tu propio dinero, tendrás que mantenerte a ti mismo. Si quieres que tu madre cocine para ti, tendrás que pagarle”.
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“¿PAGARLE?", preguntó sorprendido, “¡No voy a pagarle!”
“Bueno, me temo que tendrás que echar mano de tus ahorros y pedir comida para llevar”, le explicó su madre sin dejar de sonreír.
“Pero… ¡Eso no es justo!”, gritó, mientras subía las escaleras. Pidió una pizza y le costó $ 15 más los gastos de envío y la propina. Wilson pensó que tendría que trabajar tres días completos para pagar esa pizza. ¡Ser un hombre independiente era caro!
A la mañana siguiente, bajó a desayunar y encontró a su madre haciendo huevos con tocino y olía delicioso. “Hola mamá”, dijo con voz dulce, “¿puedo desayunar esos deliciosos huevos?”
“¡Claro, hijo!”, respondió con una sonrisa. “¡Serían $ 6 por el desayuno!”
“¿Me estás cobrando por el desayuno?”, dijo Wilson enojado. “¡No es justo!”
Sin embargo, le esperaba otra sorpresa. “Papá, nuestro entrenador dijo que tenemos que tener camisetas de equipo nuevas y que costará $ 69,99”.
“Ya veo”, respondió su papá sonriendo. “¿Por qué me cuentas eso?”
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“¡Bueno, para que me des el dinero!”, respondió el joven.
“Pero, Wilson”, dijo su padre, todavía sonriendo, “ahora que estás ganando dinero, pagas tus propios gastos, y eso incluye la ropa. Pensé que lo habías entendido”.
“¡No tengo esa cantidad de dinero!”, gritó Wilson. “¿Dónde se supone que voy a conseguir $ 70?”
“Ahorra de lo que ganas, por supuesto. ¡Es lo que nosotros hacemos!”, le explicó el hombre.
Wilson estaba atónito. No solo tendría que alimentarse solo, sino que también tendría que comprarse su propia ropa. Esto no era lo que había imaginado cuando exigió el pago de sus quehaceres.
“Bueno, está bien”, dijo resignado. “Escucha, papá, ¿podrías llevarme a la escuela? Llego un poco tarde…”
“¡Claro, hijo!”, contestó el padre. “Eso será $ 5.50”.
“¿Me vas a cobrar por llevarme a la escuela?”, quiso saber el joven.
“Claro, después de todo, pagarías un taxi, ¿no?”, señaló el padre en forma razonable.
“¡Pero tú eres mi PAPÁ!”, gritó Wilson. “¿Cómo me vas a cobrar por eso?”
“Oh, Wilson, querido”, dijo su madre con dulzura. “¡Eso me recuerda! Serán $ 12.50 por lavar y planchar su ropa”.
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Wilson caminó a la escuela y llegó tarde. A la hora del almuerzo, comió la comida de la cafetería con gran apetito. Se preguntó cuándo volvería a probar el pastel de carne de su madre, o sus macarrones con queso, o su increíble estofado irlandés…
Esa noche, Wilson bajó a la hora de la cena luciendo abatido. Sus padres estaban cenando y olía delicioso. El estómago de Wilson rugió. “¿Mamá, papá?” dijo en voz baja. “¿Podemos hablar?”
“Seguro hijo”, dijo su padre. “¿Qué tienes en mente?”
“Solo quería decirles que lamento lo del pago. Supongo que nunca pensé en todo lo que ustedes dos hacen por mí todos los días, y nunca piden nada a cambio”.
“Esperábamos que te dieras cuenta de eso, Wilson. Todo lo que hacemos por ti, lo hacemos por amor, no por obligación o deber”, dijo su madre.
“Lo sé, mamá, lo siento mucho”, susurró Wilson, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
El papá de Wilson se levantó y lo abrazó. “Hijo, en esta familia hacemos todo lo posible para ayudarnos unos a otros, para hacer nuestras vidas más fáciles y mejores. De eso se trata ser una familia, y esperábamos que lo entendieras”.
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La madre también le dio un abrazo y le dijo: “¿Qué tal una cena? Hice pastel de cabaña y judías verdes, ¡tu favorito!”.
Esa noche, Wilson tuvo una de las mejores noches con sus padres y aprendió una de las lecciones más importantes: apreciar todo lo que sus padres hacen por él y hacer su parte para ayudar a su familia.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- El amor no exige pago.
- Una familia trabaja como una unidad para mejorar su vida colectiva.
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