Hombre en aeropuerto evita que mujer sufra accidente aéreo: 23 años después se encuentran en el mismo lugar - Historia del día
Una mujer se enoja después de perder su vuelo y culpa a un extraño; luego se da cuenta de que fue para bien. Más de dos décadas después, el destino vuelve a reunirlos, y esta vez será para siempre.
Débora estaba ansiosa por regresar a casa con su esposo después de unas vacaciones en la casa de sus suegros, pero su vuelo se retrasó una hora debido al mal tiempo.
“¿En serio? ¡UNA HORA!”. Se hundió en un asiento en la sala del aeropuerto, frunciendo el ceño ante el anuncio.
La estancia de Débora en casa de sus suegros no había sido agradable. Su suegra la ridiculizaba continuamente por no haber podido tener hijos, y ella quería regresar después de solo una semana.
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Le había pedido a Gilberto, su esposo, que acortaran el viaje, pero él se mostró indiferente: “Cálmate, cariño. No te lo tomes como algo personal. ¡Sabes que mamá no tiene la intención de lastimarte!”. Y la había dejado sola con ellos porque tenía que irse antes para una reunión de negocios crucial.
Ahora que Débora estaba sola en el aeropuerto, cada minuto le parecía una eternidad. Estaba hojeando las páginas de su novela favorita cuando una voz masculina la interrumpió. “¿Te importa si me siento aquí?”.
“No, adelante”, respondió ella, imperturbable, con la mirada fija en su libro.
Desafortunadamente, mientras el hombre se deslizaba en su asiento, accidentalmente derramó café en la falda de Débora, lo que provocó su ira. “¿Qué te pasa? ¿Estás loco?”, gritó, haciendo que todas las cabezas se giraran.
“¡Oh! Lo siento mucho”, se disculpó el hombre rápidamente, ofreciéndole un pañuelo.
“¡Tu estúpido pañuelo no va a cambiar el hecho de que arruinaste mi falda favorita!”.
“Mira, yo... yo…”, intentó decir, pero Débora se fue al baño y lo dejó hablando solo.
El hombre miró a su alrededor, avergonzado, y luego tomó asiento. Cuando Débora regresó, se disculpó una vez más. “Mira, honestamente no fue mi intención hacerlo. Fue un accidente”.
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“Yo también lo siento”, respondió Débora, tras haberse calmado un poco. “Estaba perdida en mis problemas y me descargué contigo. No debería haber hecho eso. Hola, soy Débora Bracho”.
“Humberto Salazar. Lo siento de nuevo, Débora. Realmente no fue mi intención. ¿Vas a ver a tu esposo?”.
“Así es, ¿Cómo supiste?”.
“Llevas un anillo de bodas, pero estás sola en el aeropuerto. Usas tu falda favorita. Tienes un maquillaje impecable y tu cabello parece arreglado en un salón. O vas a ver a tu pareja o vas a conocer a alguien especial”.
“¡Caramba!, me sorprende tu capacidad de observación. ¿Eres detective?”.
Humberto se rio. “¡Ojalá! Soy un abogado en apuros”.
“Entonces, ¿tiene a alguien especial, Sr. abogado?”.
“No hasta ahora”.
“Me cuesta creerlo”.
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“¡Debo decirte que tu esposo es un hombre afortunado! Tiene una esposa hermosa. No todos tenemos esa suerte, especialmente los que terminamos derramando café sobre una bella mujer”.
Débora se sonrojó. “¡Estoy realmente sorprendida de que no estés viendo a alguien!”.
“Bueno, he tenido algunas novias, pero ninguna ha sido especial. ¿Qué tal si tomamos un café mientras esperamos el vuelo? Déjame compensarte. Después de todo, arruiné tu vestido. Si no te importa…”
“¡Claro!”, dijo, riéndose.
Caminaron juntos hasta una cafetería en el aeropuerto y, mientras tomaban un capuchino caliente, Débora se distrajo conversando, por lo que no escuchó el anuncio de embarque de su vuelo.
Al mirar su reloj, ¡se dio cuenta de que era muy tarde! Corrió a la puerta de embarque, pero fue inútil. ¡El avión ya había despegado y tendría que esperar otras 3 horas para volver a casa!
“¡Qué suerte la mía! Este es el peor día de mi vida”, se quejó Débora mientras procedía a preguntar sobre el próximo vuelo.
“¡Cálmate, Débora! Vas a estar bien. Puedes conseguir fácilmente otro vuelo”, le dijo Humberto en un intento por tranquilizarla, pero sus palabras la enfurecieron aún más.
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“Tú no lo entiendes, ¡No tuviste que pasar por un infierno el mes pasado! ¡Mi esposo me está esperando! ¡Es por tu culpa que haya perdido mi vuelo!”.
“Bueno, no estoy triste por eso”, se rio Humberto ingenuamente. “Quiero decir, ¡disfruté pasar tiempo con una mujer tan especial como tú! Escucha, terminemos el café y luego…”
“¿Estás loco? Perdí mi vuelo, ¿y todo lo que puedes pensar es en un estúpido café?”.
“Lo siento, ¡Solo estaba bromeando!”.
“¿De verdad crees que es divertido? ¡Déjame en paz! ¡Eres un idiota!”, murmuró mientras se alejaba. Pero Humberto la siguió.
“¡Está bien! ¡Me disculpo de nuevo! Mira, también perdí mi vuelo y ahora tengo que esperar 6 horas para el próximo”.
Continuó hablándole pacientemente hasta que logró que se calmara. Y la acompañó durante las siguientes tres horas, hasta que abordó su vuelo. Mientras se alejaba, ella sintió un dejo de nostalgia; el tonto de Humberto se había abierto camino en su corazón.
Cuando llegó a casa esa noche, se derrumbó en el sofá de la sala, exhausta. Gilberto le informó que llegaría tarde y le pidió que no lo esperara. Después de un rato, deshizo su equipaje y encendió la televisión mientras preparaba algo para comer.
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De repente, los titulares de un canal de noticias llamaron su atención. “¡Oh, Dios mío! ¡Humberto!”, susurró mientras escuchaba la noticia de que el vuelo que había perdido se había estrellado.
Quería agradecer a Humberto por salvarle la vida, pero no sabía cómo hacerlo. Ni siquiera había intercambiado números con él. “¡Ojalá pudiera hablarle!”, pensó.
23 años después…
Débora estaba en el aeropuerto, esperando para abordar un vuelo de regreso a casa después de visitar a sus suegros. Era algo que había estado haciendo los últimos diez años, desde que un infarto se había llevado a su esposo. Su suegra no se había vuelto más amable, pero ya no era tan rígida con ella.
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Cansada de esperar su vuelo, decidió tomar una taza de café y se dirigió a su cafetería favorita. “Un americano, por favor”, le dijo a la dependienta con una sonrisa mientras buscaba su tarjeta de crédito en su bolso.
De repente, su bolso se cayó, y un hombre amable se inclinó para ayudarla. “Oh, muchas gracias…”, comenzó a decir, cuando el hombre la interrumpió.
“¿Débora? ¡Oh, Dios mío!”, dijo, con su mirada fija en ella. “¿Eres tú realmente?”.
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Ella no lo reconoció al principio. “Lo siento, ¿nos hemos visto antes?”.
“¿Recuerdas al tipo que derramó café sobre ti?”.
“¿Humberto? ¿Humberto Salazar? ¡Oh, Dios mío!”, exclamó ella sonrojándose. “Lo siento, ¡no te reconocí en absoluto! ¡Te ves tan diferente!”.
“Señora, aquí tiene su café”, dijo la empleada de la tienda.
“¡Oh, y aquí está la tarjeta!”, se disculpó Humberto y entregó la tarjeta de crédito. Y mirando a Débora a los ojos, le dijo: “No esperaba verte aquí de nuevo”.
Después de una breve pausa, Débora respondió: “Quería agradecerte por lo ocurrido aquella vez, Humberto. Ese día perdí mi vuelo y estaba enojada, y luego descubrí que me salvaste la vida”.
“Sí, supe del accidente... Estaba tan contento de que hubieras perdido el vuelo ese día. ¿Pero recuerdas lo enojada que estabas conmigo?”. Se echó a reír.
“Lo siento. En realidad, déjame compensarte esta vez. ¿Estás libre esta noche?”.
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“¿Pero qué hay de tu vuelo?”.
“Está bien. Solo dime si estás libre”.
“En realidad sí... lo estoy”, respondió. Débora sugirió que podían cenar juntos y él asintió.
Mientras salían del aeropuerto hacia un restaurante cercano, Humberto no podía quitarle los ojos de encima. Ella sonrió tímidamente cuando lo atrapó mirándola.
Sus hermosos ojos color avellana y su brillante sonrisa no se habían alterado en absoluto, y su rostro, aunque con algunas líneas marcadas por el paso del tiempo, todavía se veía deslumbrante, pensaba Humberto.
Cuando llegaron al restaurante, sacó una silla para ella. “Gracias”, dijo ella, sonriendo. El camarero les sirvió vino y pasaron la velada hablando de sus vidas.
Débora le contó sobre la muerte de Gilberto y Humberto le explicó cómo su esposa lo había dejado con sus hijos por un hombre rico. Su dolor de alguna manera los ayudó a conectarse, y mientras la música de jazz sonaba de fondo, se tomaron de las manos y el amor comenzó a crecer entre ambos.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Algunas veces, las cosas malas que nos suceden eventualmente son para bien. Débora se molestó cuando perdió su vuelo, pero eso le salvó la vida.
- El amor siempre encuentra la manera de entrar en la vida de las personas. Débora conoció a Humberto por casualidad en el aeropuerto, y años después, sintieron surgir el amor entre ambos.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.