Chofer de bus ve a niña congelada del frío y la ayuda: 10 años después se encuentran en la calle - Historia del día
Un conductor de autobús ayuda a una niña y a su perro en un frío día de invierno. Años más tarde, su amabilidad trae una recompensa inesperada.
Benito Janeiro había conocido a una anciana y su nieta cuando se convirtieron en pasajeros habituales de su autobús a principios de otoño. La mujer tenía un rostro dulce y frágil, y la niña tenía grandes ojos azules.
Las dos eran amables y siempre saludaban con una sonrisa. Eventualmente, comenzaron a conversar y Benito supo que la anciana, Eva, había estado cuidando a su nieta, Elena, desde que su madre se había mudado a otro estado con su nuevo esposo.
Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash
Un día, Benito se percató de que no había visto a Eva y Elena en la parada del autobús por varios días. Y pasarían semanas antes de que volviera a ver a la pequeña.
Faltaban algunos días para Navidad y era uno de los días más fríos que Benito hubiera experimentado. La nieve caía en espesas cortinas y cubría los caminos y aceras.
Había muy poca gente alrededor y él estaba casi al final de su turno cuando vio una pequeña figura acurrucada en una parada de autobús. Se detuvo y abrió las puertas, pero la figura no se movió.
Preocupado, Benito bajó del vehículo y se acercó a la figura. Era una niña envuelta en un abrigo varias tallas más grande, y cuando levantó la cabeza reconoció a la pequeña Elena, la nieta de Eva.
“Niña, ¿qué haces aquí sola?”, preguntó con preocupación. “¿Dónde está tu abuela?”.
Elena lo vio con sus enormes ojos azules y susurró: “La abuela Eva se ha ido, señor conductor, se ha ido al cielo”.
Benito sintió una punzada de dolor por la encantadora anciana, y especialmente por la pequeña Elena. “¿Por qué estás aquí?”, preguntó.
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La niña abrió su abrigo y aparecieron un par de ojos marrones, una nariz negra y unas orejas largas y suaves.
“La abuela Eva me dio a Ricky la semana antes de morir, y ahora mi tía quiere que lo dé en adopción, ¡pero no puedo!”.
Elena comenzó a sollozar como si su corazón fuera a romperse y abrazó ferozmente al cachorro. “¡En los refugios los matan, señor conductor, lo vi en Internet y no quiero que Ricky muera!”.
Suavemente, Benito acarició las suaves orejas del cachorro y este le lamió la mano. “Bueno, no en todos los refugios hacen eso, Elena”, dijo, “pero ¿por qué no nos subimos al autobús donde hace calor y te llevo a casa?”.
Elena negó con la cabeza. “¡La tía dijo que no puedo volver con Ricky!”. Benito recogió a Elena y al cachorro envueltos en el enorme abrigo y los llevó al autobús. Empezó a conducir, pero cuanto más se acercaban a su destino, más sollozaba la niña.
Finalmente, Benito se detuvo, y mirándola con cariño le dijo: “¿Qué tal si me ocupo de Ricky por ti?”.
Elena se emocionó. “¿Lo harías? ¿Cuidarías de Ricky por mí? ¿En serio?”.
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“Claro que sí”, prometió Benito. “Cuidaré de Ricky hasta que puedas venir a buscarlo, ¿de acuerdo?”.
“Puede llevar mucho tiempo”, dijo Elena. "Tal vez cuando mi mamá me venga a buscar”.
Benito sacó una hoja de papel y escribió su número de teléfono y su dirección. “Aquí, puedes encontrarme y llamarme para preguntarme por Ricky”.
La niña no podía parar de sonreír, y cuando Benito la dejó, se despidió de Ricky y tomó el papel con la dirección y el número de teléfono del conductor.
Pasarían más de 10 años antes de que Benito volviera a verla, y para entonces su vida había sufrido algunos cambios radicales. Fue como si un tornado hubiera golpeado su vida. Primero, su esposa había muerto, luego perdió su trabajo y su casa.
Durante los últimos cinco años, Benito había estado viviendo en las calles, pero había cumplido su promesa. Cuidaba de Ricky, aunque en realidad, últimamente, era el leal perro quien lo cuidaba a él, dándole una razón para levantarse cada mañana.
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Esa mañana, Benito y Ricky estaban en el lugar habitual donde solían mendigar. De repente, el perro comenzó a ladrar con fuerza, agitando la cola y tirando de la correa. Luego, con un tirón, ¡se fue!
Benito corrió detrás del perro y lo vio saltando sobre una mujer alta, esbelta y bellamente vestida. “Ricky”, llamó el hombre. “¡Perro malo! ¡Vuelve aquí!”. Al oír su voz, la mujer se giró para mirarlo.
En el momento en que vio esos ojos azules, Benito reconoció a Elena, y pudo ver que ella lo había reconocido a él y a Ricky también, porque tenía la sonrisa más grande que jamás había visto.
“¡Señor Conductor!”, dijo ella con voz llena de emoción. “Intenté llamar al número que me diste y también fui a tu casa…”
Benito negó con la cabeza con tristeza. “¡Me temo que no me ha ido bien, Elena!”, dijo. “Perdí mi casa, y Ricky y yo hemos estado viviendo en las calles”.
“Ya no”, dijo Elena. “Ricky y tú vendrán a casa conmigo”. Y así lo hicieron. Al final resultó que, Elena y su esposo estaban muy bien económicamente y eran dueños de una casa enorme con jardines extensos.
El esposo de Elena contrató a Benito como su conductor y él y Ricky se mudaron a una pequeña cabaña que tenían cerca de su casa. Como a Elena no le quedaba familia, se encariñó mucho con Benito y le pidió que fuera el padrino de su primer bebé.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Las buenas acciones son siempre recompensadas. Benito prometió cuidar al cachorro de Elena y, años después, ella lo ayudó en el peor momento de su vida.
- Incluso cuando todo parece ir mal, siempre hay esperanza de que algo bueno esté a la vuelta de la esquina. Benito perdió todo, pero jamás abandonó al perro, y sería este quien le traería una nueva vida y una familia.
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