Mujer pobre paga los víveres de padre de dos hijos y recibe mansión de $2,1 millones a cambio días después - Historia del día
Una mujer pobre se ofrece a pagar la compra de un hombre y recibe una recompensa inesperada unos días después.
Como era fin de semana y hacía mucho tiempo que su trabajo no le daba un respiro, Silvio López decidió dedicarse a las tareas del hogar. Salió con sus hijos Carolina y Maximiliano a hacer las compras de los víveres y demás productos que necesitaban en casa.
Habiendo agregado todo al carrito, estaba a punto de dirigirse a pagar, cuando Maximiliano llegó corriendo hacia él. "¡Papá! ¡Papá!", gritó. "¿Podemos comprar chocolates también? ¿Por favor, papi?".
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"¡Claro, Max!", dijo Silvio con una sonrisa. "Pero tendrás que compartirlos con tu hermana. Recuerda, compartir es bueno, ¿de acuerdo?".
El chico sonrió y respondió: "¡Está bien, papá!".
"Pero, ¿dónde está Carolina? Ustedes dos estaban juntos, ¿verdad?".
"¡Estoy aquí, papi!", dijo la niña mientras salía de una de las filas del pasillo, agarrando una caja grande de su cereal favorito. "¡Papá! ¡Compraste el cereal equivocado! Me gusta este", respondió mientras le entregaba el producto.
"Oh, lo siento, cariño", dijo Silvio y con mucho gusto reemplazó la caja de cereal por una que Carolina había traído. Luego tomó los chocolates que Maximiliano había pedido y se dirigió a la caja registradora.
Sin embargo, justo cuando el cajero estaba a punto de entregarle la factura, Silvio se dio cuenta de que se había dejado la cartera en casa.
"¡Dios mío!", pensó para sí mismo mientras buscaba en su bolsillo trasero y lo encontró vacío.
De inmediato le dijo al cajero: "Si no te importa, ¿puedes dejar estos artículos a un lado? Desafortunadamente, olvidé mi billetera en casa, así que tendré que llamar a alguien y pedirle que me la traiga".
El cajero frunció el ceño y miró a Silvio como si le hubiera pedido sus órganos. "¡Qué le pasa a la gente en estos días!", murmuró la empleada, pero lo dijo suficientemente alto para que Silvio la escuchara. "¡Ni siquiera pudo verificar si trajo su billetera antes de comprar cosas de aquí!".
"Toma", se quejó, señalando una tarjeta que colocó sobre la mesa. "Escribe tu nombre y colócalo en tu bolsa. Y sí, quiero el pago ahora, o de lo contrario no podrá llevarse sus productos. Ahora hazte a un lado; otros clientes están esperando su turno. Mantendré tus cosas en espera hasta entonces".
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"¡Por supuesto, gracias!", respondió Silvio con una sonrisa forzada. Salió de la cola, sosteniendo las manos de Maximiliano y Carolina. "¡Chicos!" él dijo. "Papá va a buscar su teléfono del auto y llamará a alguien para que pague nuestra cuenta. Quédense aquí y no vayan a ningún lado, ¿de acuerdo?".
Los niños asintieron al unísono y Silvio salió de la tienda. Sin embargo, la suerte no estaba de su lado, y se dio cuenta de que había olvidado su teléfono en la mesa de la sala. "¿En serio, Sam?", se amonestó a sí mismo, habiendo revisado todo el auto. "¡Este tiene que ser el peor día de mi vida! ¿Cómo diablos me olvidé de todo en casa?".
Regresó a la tienda e informó a Maximiliano y Carolina que no podría pagar los artículos, pero no estaban contentos. Se negaron a salir de la tienda sin sus chocolates y cereales. "¡No, papi! ¡Quiero los chocolates! ¡LOS QUIERO!", exclamó Max.
"¡Yo también quiero mi cereal, papi! ¡Nos prometiste que nos comprarías lo que quisiéramos! ¡Por favor, papi!", agregó Carolina.
"¡Mira, campeón!", le dijo Silvio a Max. "Te prometo que papá te comprará tus dulces. Tendremos que ir a casa y buscar la billetera de papá. Carolina, cariño, ¿no eres la hermana mayor? Debes entender que papá no puede comprar los comestibles en este momento. Volveremos luego, ¿de acuerdo?".
"¡No, papi! ¡POR FAVOR!", los niños comenzaron a llorar y todos en la tienda se giraron para mirarlos. Silvio se sintió realmente avergonzado y trató de consolar a sus hijos, pero nada de lo que hizo funcionó.
Finalmente decidió que iría solo a casa, tomaría la billetera y volvería para pagar la compra. Los niños se quedarían en la tienda y le pediría a la cajera que los vigilara. Pero en ese momento, una voz lo interrumpió.
"Disculpe, si no le importa, puedo pagar por usted. Tome", dijo, tendiéndole algunos billetes arrugados. Silvio podía decir por la apariencia de la mujer y por su rostro arrugado y triste que la dama no tenía mucho dinero.
"Oh no, está bien", dijo. "Realmente no puedo aceptarlo". Pero ella insistió.
"Por favor", murmuró con una sonrisa en los labios. Silvio finalmente aceptó el dinero de ella y pagó su factura.
Cuando salieron de la tienda, él le dio las gracias nuevamente y le pidió su dirección. "¡Gracias por ayudarnos! Significa mucho. Soy Silvio López”.
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"Oh, no hay problema", dijo la mujer, entregándole un papel con su dirección garabateada. "Mi nombre es Ana Sarmiento. Fue un placer conocerlos, niños", agregó, sonriendo a los chiquillos. "¿Cuáles son sus nombres, por cierto?".
"Soy Carolina y este es mi hermano Maximiliano. ¡Gracias por ayudar a papá!", contestó la niña, devolviendo una sonrisa.
Ana sacó algunos dulces de colores baratos de su bolso y se los ofreció a los niños. "Estos dulces son mágicos, ¿saben? Es por eso que tienen estos colores especiales. Solo se les da a los niños buenos".
Los niños sonrieron mientras tomaban los dulces y Max le agradeció.
Silvio se sorprendió de cómo Ana había logrado impresionar a sus hijos tan rápido. Hasta donde él sabía, sus hijos nunca se habían llevado tan bien con extraños. Pero con la dulce disposición de la mujer, el padre estaba tan encantado con ella como sus hijos.
"Hay algo especial en ella", pensó mientras conducía a casa ese día. "Ella... ella me recuerda a Linda".
Unos días después, Sam decidió pagarle a Ana y llegó a su dirección. Sin embargo, se detuvo en seco cuando notó que ella estaba acostada en un catre medio roto en un estacionamiento.
La dirección lo condujo hacia un urbanismo deprimido y bastante empobrecido. Había casas viejas, sucias y en mal estado ¡Por un breve momento, Silvio no podía creer lo que veía!
"¿Ana? ¿Cómo… cómo estás?", luchó por hablar, mirando su condición. Había esperado que ella viviera en una casa pequeña, pero no esperaba encontrarla en tal condición.
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"¡Oh Silvio!", dijo mientras se ponía de pie, un poco avergonzada por su situación. "No pensé que tú…"
"Iba de camino al trabajo y pensé en pasar a pagarte lo que gastaste en nuestras compras. Gracias por todo lo que hiciste por nosotros ese día".
Él le entregó un sobre lleno de dinero en efectivo, sin embargo, sus ojos se llenaron de lágrimas al ver su angustia. Tenía una pequeña estufa junto a su catre y algunas bolsas de plástico con comestibles, que eran una clara indicación de que no tenía hogar.
"Como dije, no fue un problema", dijo Ana con modestia, recogiendo el sobre y sonriéndole.
A Silvio no le importaba nada más en este momento excepto ayudarla de inmediato. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para sacarla de su situación actual. ¿Por qué estaba tan preocupado por ella? Estaba perplejo, pero sabía que tenía que ayudarla.
"Ana, dime una cosa", preguntó, ansioso. "¿Qué pasó? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo es que te estás quedando en un estacionamiento?".
La sonrisa de Ana se desvaneció y las lágrimas rodaron por sus mejillas. Silvio quería abrazarla, calmarla y hacer cualquier cosa para que se sintiera mejor.
"Bueno, todo lo que puedo decir es que el destino fue muy cruel conmigo", comentó, luchando por contener las lágrimas. "Después de que mi esposo murió hace un tiempo, mis hijos fueron colocados en hogares de guarda”.
“Yo no podía cuidarlos, y esas personas de los servicios sociales se los llevaron... Perdí todo en mi vida... mi familia, mis ahorros, todo... En un momento quise rendirme, pero luego recordé las caras de mis hijos, y eso me dio fuerzas para seguir adelante..."
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Silvio sintió un dolor agudo en el corazón. Quiso decirle en ese mismo momento que no tenía que preocuparse por nada, que él la ayudaría.
Pero una repentina llamada le impidió brindarle su apoyo. Se enteró de que Carolina se había caído por las escaleras y se había lastimado, por lo que se fue rápidamente de casa de la noble mujer.
Se disculpó con Ana y corrió al hospital, donde Carolina fue llevada por su ama de llaves. Maximiliano y el ama de llaves estaban fuera de la sala mientras la niña estaba inconsciente dentro.
Silvio envió a Max y al ama de llaves a casa y pasó el día junto a la cama de Carolina hasta que recuperó el conocimiento. Afortunadamente, la lesión no fue grave y sería dada de alta al día siguiente.
Silvio dejó escapar un suspiro de alivio, pero ahora su mente vagaba hacia Ana y lo impotente que se había sentido. “Ella es madre, y mantenerse alejada de sus hijos no debe haber sido nada fácil”, razonó el padre. Y así, tenía un plan listo para ayudarla.
Dos días después, Ana se despertó sobresaltada por el claxon de un automóvil. Se quejó por el ruido y comenzó a frotarse los ojos. El conductor del lujoso auto salió y se acercó a ella.
"¿Sra. Ana Sarmiento? Soy Jonathan, y soy su ayudante hoy", dijo con una sonrisa. "Por favor sígame."
"¿Un ayudante para mí? Mira, asumo que te equivocas", dijo, saliendo inmediatamente de su sueño.
"No me equivoco, señora", respondió él, sonriendo, mientras le mostraba la dirección en su teléfono. "Recibí tu dirección de mi jefe y me encantaría estar a tu servicio hoy. Por favor, permíteme ayudarte", dijo, extendiendo su mano hacia ella.
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Ana no podía entender lo que estaba pasando, pero lo siguió. La llevó a un spa y luego a una tienda de ropa para damas. Cuando se miró en el espejo, ataviada con un bonito vestido negro con todo ese maquillaje y arreglo personal, no podía creer que se estaba mirando a sí misma.
"¿Quién es tu jefe? ¿Y por qué está haciendo todo esto por mí?", preguntó por enésima vez, perpleja. Jonathan le sonrió y respondió como lo hizo las muchas veces que ella le preguntó: "Lo descubrirás pronto".
Cuando el día llegó a su fin, la llevó a un exquisito restaurante. Una mesa para dos estaba reservada a su nombre. Mientras se acercaba a su asiento, admiró lo hermosamente puesta que estaba la mesa. El camarero acercó una silla para ella. "Gracias", dijo con una sonrisa.
De repente, escuchó una voz detrás de ella. "Entonces, Sra. Ana Sarmiento ¿qué le pareció mi sorpresa?". Cuando se dio la vuelta, no pudo contener la alegría de ver a Silvio.
"¡Ah, Silvio! ¿Hiciste todo esto por mí? Estoy tan..."
"Te ves preciosa, Ana", dijo, tomando sus manos. "Por favor toma asiento”.
"Gracias”, contestó sonrojada.
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Los dos pasaron la noche juntos, hablando de sus vidas. Silvio reveló que era un hombre de negocios millonario y padre soltero de sus hijos después de que su esposa Linda falleciera hace unos años. Ana lo escuchó pacientemente y ni una sola vez apartó los ojos de él.
Cuando la velada llegó a su fin, Silvio le entregó una caja de regalo. "Por favor acepta esto como muestra de mi gratitud. Espero que te guste".
Ana no quería tomarlo después de todo lo que él había hecho por ella, pero él insistió y ella tuvo que ceder. Cuando abrió la caja, encontró una nota dentro. "Por favor diríjase al mostrador de recepción. Algo lo está esperando".
Ella sonrió. "¿Qué es esto, Silvio?".
"Bueno, lo descubrirás", respondió dándole un guiño con el ojo.
Fue al mostrador de recepción y se echó a llorar cuando recibió otro sobre. Había documentos adentro transfiriendo una mansión de $2.1 millones de Silvio a ella. También había documentos para la custodia de sus hijos adentro, indicando que pronto los recuperaría.
"¡Oh, Silvio! Gracias, gracias", luchó por hablar mientras se daba la vuelta, solo para encontrar a Silvio de rodillas, sosteniendo un anillo en la mano. "¿Te gustaría manejar a este idiota por el resto de tu vida, Ana? Me enamoré de ti y me gustaría tener tu compañía todos los días y hasta que muera".
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Ella se sonrojó ante su propuesta demasiado romántica y asintió con la cabeza. Estaba llorando. Silvio y Ana se casaron un mes después y ahora tienen una hermosa familia de 5 hijos, incluidos los de ella: Harry, Tomás y Henry.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- La bondad es como un boomerang: Siempre regresa de alguna forma: Ana ayudó a Sam cuando no pudo pagar sus compras y, a cambio, ganó una familia maravillosa.
- Cuando Dios nos cierra una puerta, ciertamente abre otra: Ana perdió a sus hijos después de la muerte de su esposo, pero los recuperó. Además, ganó una familia amorosa.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.