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Un niño caminando solo y dos niñas más adelante | Foto: Shutterstock
Un niño caminando solo y dos niñas más adelante | Foto: Shutterstock

Hijo humillado por su familia adoptiva encuentra cartas que le escondieron – Historia del día

Mayra Pérez
29 mar 2022
19:20

Pedro solía ser blanco de desprecios y maltratos de sus padres adoptivos. Pensó que tendría que soportar esto por siempre hasta que una de sus hermanas le mostró una carta muy especial.

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Cuando solo tenía un año, Pedro fue abandonado por sus padres en un orfanato debido a sus malas condiciones de vida. Estaban endeudados y no podían criarlo en un ambiente seguro.

Mientras tanto, Tadeo y Amanda eran una joven pareja con muchas ganas de formar una familia. Cuando ella tenía 28 años, varios médicos le habían dicho que le sería difícil tener hijos debido a ciertas complicaciones reproductivas.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Ese mismo año, decidieron adoptar a un niño del orfanato de su ciudad. Cuando vieron a Pedro, les pareció que era adorable. Para ese momento tenía cuatro años, y era un lindo niño rubio con hermosos ojos color avellana.

“Creo que encontramos a nuestro hijo”, le dijo Amanda a Tadeo mientras observaban a Pedro jugando con los otros niños en el patio de recreo del orfanato ese día.

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Desde ese momento, hicieron lo necesario para que Pedro fuera parte de su familia. Arreglaron todos sus documentos y lo llevaron a su casa.

Al principio, el niño se sentía amado. Él era el centro de atención de sus nuevos padres, y a menudo lo llevaban al parque o al centro comercial para comer deliciosas comidas en familia.

Sin embargo, todo esto cambió un par de años después cuando Amanda y Tadeo lograron concebir. Cuando Pedro tenía seis años, llegó a casa de la escuela corriendo para abrazar a su madre, pero su padre lo apartó bruscamente.

“¡Sé cuidadoso con tu mamá! Ella está embarazada de nuestras preciosas hijas. Si algo les sucede, tú serás el culpable”, le dijo Tadeo.

“¿Voy a tener hermanas?”, preguntó Pedro, sorprendido. No se percató del tono amenazante de su padre; se sentía desbordado por la emoción de saber que tendría hermanitas. Pensaba que crecerían juntos en estrecha colaboración.

“Sí, así que debes ser un buen chico y no darnos ningún problema. ¿Entiendes?”, respondió su padre con una mirada severa en su rostro.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Pedro sonrió y asintió emocionado. Siempre había querido tener hermanos, y se aseguró de ser un buen chico. Hacía su tarea solo, terminaba la comida que le daban y procuraba pasar desapercibido.

Varios meses después, su madre dio a luz a las gemelas. Dejaron a Pedro con una vecina mientras las atendían en el hospital durante dos semanas, ya que habían nacido prematuramente.

“¿Cuándo vendrán a recogerme?”, preguntó Pedro un día mientras miraba por la ventana a la espera de que apareciera un taxi frente a su casa.

“Pronto estarán en casa, cariño. Acaban de recibir el alta del hospital, por lo que el viaje de regreso llevará un tiempo”, respondió su vecina, a quien él llamaba tía Julia.

“No puedo esperar para darles abrazos y besos a mis hermanas”, le dijo Pedro, a lo que ella sonrió y asintió.

“Serás un gran hermano mayor, Pedro”.

Unos minutos después, apareció un taxi amarillo y Tadeo fue el primero en salir. Emocionado, Pedro salió corriendo al garaje para saludarlo.

“¡Papá!”, gritó mientras corría hacia ellos.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

“¡Pedro, aléjate! ¡Vas a despertar a las bebés!”, dijo, manteniéndolo a distancia.

“Hola, mamá”, saludó desde donde su padre lo estaba reteniendo. Amanda apenas lo miró y entró a su casa con las niñas en brazos.

Tener sus propias hijas cambió por completo la forma en que trataban a Pedro. También acabó la mayor parte de los ahorros; criar a esas dos niñas al mismo tiempo terminó siendo muy costoso para ellos.

Como resultado, tuvieron que reducir muchas cosas. A Pedro se le pidió que desayunara y almorzara en la escuela, y no le enviaban ningún refrigerio. Tuvo que depender de la comida gratuita por años.

Además, se le prohibió ver la televisión en la sala de su casa y se le pidió que se quedara en su habitación a menos que lo llamaran. Sus padres ya no lo esperaban afuera de la casa cada vez que el autobús escolar lo recogía y lo dejaba, sino que caminaba directamente hasta su habitación.

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Esto continuó durante años, y Pedro lentamente comenzó a darse cuenta de que se había convertido en poco menos que un paria en su propio hogar. En la escuela, le confió a su mejor amigo Adam que sentía que ya no lo querían en la familia.

“Ya no me aman porque soy adoptado. No soy su verdadero hijo. Ahora que tengo hermanas gemelas, ya no me necesitan”, dijo. Tenía 12 años en ese momento, y sus hermanas tenían seis.

“Vamos, amigo. Tal vez solo están ocupados. Estoy seguro de que todavía te aman”, dijo Adam, tratando de tranquilizarlo.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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El niño sacudió la cabeza. “¿Quieres decir que han estado ocupados durante seis años? No he tenido una comida decente en casa durante ese tiempo. Ni siquiera he tenido un juego de ropa nueva en seis años”.

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“Todo lo que tengo, me lo ha regalado la tía Julia, que es la vecina de al lado. Todas las cosas que ya no le quedan a su hijo, ella me las da”.

Ese día, Adam quiso ver la situación de Pedro por sí mismo. Sin embargo, cuando llegaron a la puerta principal de su casa, fueron recibidos por la molesta mirada de Amanda.

“No hay suficiente comida para todos esta noche. Tal vez la próxima vez, Adam”, dijo antes de empujar a Pedro dentro de la casa.

Adam asintió y le dio una palmadita en el hombro a su amigo antes de caminar a casa, que estaba a una cuadra de donde vivía Pedro. Tan pronto como se perdió de vista, Amanda le dio al niño una dura llamada de atención.

“¿Quién te crees para invitar gente a mi casa?”, preguntó. “Ya es bastante con el espacio que ocupas y dinero que nos haces gastar, y se te ocurre traer gente para alimentar? No vuelvas a hacerlo”, dijo antes de señalar las escaleras.

“Ve a tu habitación y quédate allí a menos que te llame”, ordenó. Habiendo tenido suficiente de la reprimenda y la humillación de sus padres, Pedro caminó silenciosamente por la habitación con lágrimas en los ojos.

“¿Qué hice para merecer esto?”, pensó. “Nadie me ama. Mis padres biológicos me abandonaron y ahora mis padres adoptivos también lo han hecho”. Esa noche, lloró hasta quedarse dormido, deseando que algo en su vida cambiara para mejor.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Al día siguiente, llegó de la escuela y vio a sus dos hermanas comiendo macarrones con queso en la mesa, mientras clasificaban el correo. “¿Dónde están mamá y papá?”, les preguntó.

“Están en casa del vecino”, dijo Anna, sin siquiera mirarlo. “Por cierto, aquí hay una carta para ti”, dijo, arrojándole un sobre.

“¿Para mí?”, preguntó incrédulo, mientras recogía el sobre del suelo. Tan pronto como lo abrió, leyó las palabras: “Pedro, cariño, hemos estado esperando que respondas”.

En ese instante, Amanda irrumpió por la puerta y se sorprendió al verlo sosteniendo el papel. “¡Cómo te atreves a tocar nuestras cosas sin permiso!”, gritó, arrancándole el papel de las manos.

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“No lo leí. Simplemente, quería entregártelo cuando entraras”, dijo mintiendo.

Pronto, Pedro comenzó a notar salían todos los sábados por la mañana, por lo que decidió aprovechar y revisar todos los cajones de su casa para buscar otras cartas que sus padres pudieran haber escondido.

Después de buscar durante un par de minutos, finalmente las encontró en una caja debajo de una cama. Las tomó todas y corrió hacia la casa de su amigo Adam para leerlas.

Resulta que las cartas habían sido escritas por sus padres biológicos. Lo habían estado buscando durante años y habían asumido que Pedro no quería tener nada que ver con ellos, ya que no había respondido. La primera carta databa de hacía cuatro años y decía:

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“Querido Pedro,

Lamentamos profundamente lo que te hicimos a una edad tan temprana. No merecías que te dejáramos en un orfanato, pero tu padre y yo no tuvimos elección. Éramos pobres y no podíamos darte los cuidados necesarios.

Pensamos que tenerte en el orfanato te daría la oportunidad de tener una infancia mejor mientras buscábamos trabajo. Eventualmente, lo logramos. Papá y yo encontramos trabajo en un restaurante local poco después. Aprendimos tanto trabajando allí que logramos montar nuestro propio restaurante.

Ahora, siete años después, tenemos más de seis sucursales. Fuimos al orfanato con la esperanza de encontrarte y traerte a casa, pero nos dijeron que habías sido adoptado por una encantadora pareja joven.

¿Cómo estás, cariño? ¿Tienes una gran vida? Tenemos muchas ganas de verte. Papá contrató a un investigador privado para averiguar dónde vivías y por eso te estamos escribiendo ahora. Si recibes esto, por favor contesta. Anhelamos saber de ti.

Con amor,

Mamá y papá”

Pedro no podía creer lo que leía. Revisó las cartas una por una y se dio cuenta de que hasta esta semana sus padres le habían estado escribiendo. “Adam. ¡Mis padres biológicos me han estado buscando!”, le dijo a su mejor amigo.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“¿Hay algún número que hayan dejado? ¡Llámalos ahora mismo!”, dijo, entregándole su teléfono.

Pedro marcó nerviosamente el número de la carta más reciente y contestó una mujer. “¿Hola?”.

“Hola. ¿Es esta la señora Andrade?”, preguntó.

"Sí, soy yo. ¿Puedo saber quién llama?”, quiso saber la mujer.

“Soy yo, Pedro”, dijo con calma.

Hubo un silencio en la otra línea durante un par de segundos. “¿Pedro? ¿Pedro, hijo mío? ¿Eres tú? Por favor, dime que esto no es una broma. ¿Eres tú, cariño?”, dijo ella, llorando.

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“Soy yo, Pedro. Recién encontré tus cartas hoy. Mis padres adoptivos me las ocultaron durante años”, explicó.

"Oh, Dios mío, Pedro. ¿No te están tratando bien? ¿Dónde estás? Papá y yo iremos a verte ahora mismo”, dijo.

“Estoy en la casa de mi mejor amigo Adam”, respondió Pedro antes de dar la dirección. Unas cuatro horas después, a las tres de la tarde, sonó el timbre.

Los padres de Adam sabían de todo el calvario que vivía el niño, por lo que con gusto aceptaron invitar a los padres de Pedro a comer en casa. Ambos tenían los ojos rojos e hinchados por el llanto cuando llegaron allí. Saludaron a los padres de Adam y de inmediato vieron a los niños aguardando en la escalera.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“Pedro”, dijo su mamá, sollozando y abriendo sus brazos. El niño caminó hacia ella y se fundieron en un amoroso abrazo. Hacía años que no sentía el calor de una madre, y el consuelo que le hizo sentir lo hizo llorar.

Adam y su familia les dieron a Pedro y a sus padres algo de privacidad. Hablaron en la sala de estar, donde la pareja se disculpó con él y le explicaron por qué habían tenido que entregarlo años atrás.

A su vez, Pedro reveló cómo sus padres adoptivos lo han estado maltratando durante años desde la llegada de sus hermanas. Escuchar su historia les rompió el corazón, y todos lloraron mientras decidían qué hacer a continuación.

“¿Estarías dispuesto a mudarte con nosotros, cariño? Sé que probablemente todavía no confíes en papá y en mí, pero te amamos mucho y nos encantaría comenzar de nuevo contigo. Vivimos a pocas horas de aquí”, explicó su madre, Sara.

Pedro asintió. “No he abrazado a alguien en años, y cuando me abrazaste me sentí como en casa. Tenían razones por las que tuvieron que dejarme en el orfanato, y lo entiendo. Ahora, solo quiero estar en un hogar amoroso y seguro”, admitió.

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Al saber eso, los padres de Pedro se pusieron a trabajar. Contrataron a una abogada ese mismo día y llamaron a la puerta de la casa de Amanda y Tadeo esa noche con Pedro de la mano.

“Pedro, ¿dónde diablos has estado?”, preguntó Amanda enojada antes de notar a los tres adultos detrás de él.

“¿Quiénes son? ¿Qué dije sobre invitar gente a mi casa?”, le preguntó a Pedro mientras hacía todo lo posible por ocultar su molestia.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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La abogada intervino, se presentó y dijo que tenían suficiente evidencia para presentar un caso de abuso infantil contra ella y Tadeo por la forma en que habían tratado a Pedro. Sara habló después, presentándose como la madre biológica de Pedro.

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“¿Por qué nunca le mostraste nuestras cartas?”, le preguntó.

Amanda explotó. “¿Y por qué se las daría? ¿Aparecen ahora, se lo llevan y viven una vida feliz mientras nosotros quedamos en la pobreza? Me parece bastante injusto. Lo alimentamos y lo mantuvimos con nosotros durante años y no recibimos nada a cambio”.

“¡Ha comido gratis durante años en su escuela y los han privado de amor y de una familia! Ha pasado años encerrado en su habitación, sin recibir ni un abrazo. Ustedes lo eligieron, pero lo trataron como un paria, tan pronto tuvieron hijos biológicos”, dijo la abogada.

“Por eso, tengo una orden judicial para quitarles la custodia, ya que sus padres biológicos apelan para que se revoque su adopción. No tienen derecho a pedir nada a cambio: prometieron cuidarlo cuando firmaron esos papeles de adopción”.

De repente, temerosa de ser llevada a juicio, Amanda renunció a intentar obtener una compensación monetaria de los ricos padres biológicos de Pedro. Solo quería que se fueran.

“Bien. Llévenselo. Es un problema menos con el que tengo que lidiar”, dijo Amanda antes de cerrarles la puerta.

Una vez que arreglaron sus papeles, Pedro se mudó con sus padres. Allí, pudo comenzar una nueva vida y vivió en un hogar feliz y amoroso al lado de sus padres y poco a poco pudo dejar atrás la dura infancia que le tocó vivir.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Aquellos que realmente nos aman encontrarán un camino de regreso a nuestras vidas sin importar cuán difícil sea. Año tras año, los padres biológicos de Pedro trataron de ponerse en contacto con él, a pesar de no recibir respuesta de su parte.
  • Una verdadera familia va más allá de los lazos de sangre. Los hijos adoptivos y los hijos biológicos deben ser iguales ante los ojos de sus padres, pase lo que pase.

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