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Un relicario | Foto: Shutterstock
Un relicario | Foto: Shutterstock

Mujer pobre mira de cerca el relicario que un mendigo le dio hace 27 años y se da cuenta de que puede pagar todas sus deudas - Historia del día

Georgimar Coronil
07 jun 2022
19:00

Una mujer ayudó a un pobre mendigo durante su juventud. Años después, su acto de bondad se vio recompensado cuando descubrió el verdadero valor del relicario que el indigente le regaló como agradecimiento.

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La vida de Ana Méndez era dura. Estuvo casada por 14 años, y en cierto modo todavía lo estaba, ya que su marido la había abandonado y nunca se había molestado en divorciarse.

Ana sospechaba que él temía que un juez le obligara a pagar la manutención de sus cuatro hijos. David había desaparecido poco después de que naciera su cuarto bebé. Desde entonces, el estilo de vida de Ana se había visto afectado.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

El dinero era escaso y cada día su situación era peor, hasta el punto en que se planteó llevar a una casa de empeños las pocas joyas que había heredado de su madre.

Ana se sentó en la cama y comenzó a sacar las prendas de su joyero. Extendió sus pertenencias sobre la misma. Había una pequeña pulsera de oro que su tía de Francia le había enviado cuando nació. También estaba la cruz de oro que sus padres le habían regalado para su confirmación.

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Tenía un delicado collar de oro con pequeñas flores de perlas y los pendientes a juego, que habían sido de su madre y antes, de su abuela. El anillo de compromiso y el de boda los vendería con gusto.

Entonces sus dedos tocaron algo en el fondo del joyero. Era un viejo relicario de plata. Lo sacó y exclamó. "¡Me había olvidado de esto!".

Su hija mayor se asomó a la puerta. "Oye, mamá, ¿estás bien?", preguntó.

"¡Sí, Miriam!", dijo Ana. "Solo estaba revisando algunas cosas que podrían ser valiosas. Si no pago los servicios este mes, nos quedaremos a oscuras y sin agua...".

"¡Oh, mamá!", susurró Miriam, y rodeó a su madre con los brazos. "Lo siento mucho. Ojalá tuviera la edad suficiente para conseguir un trabajo!".

"¡NO!", gritó Ana. "¡De ninguna manera vas a dejar la escuela! No vas a cometer los mismos errores que yo Miriam. No lo voy a permitir".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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"Pero mamá", protestó Miriam. "Ya tienes tres trabajos...".

"¡Y no es suficiente!", susurró Ana. "He vendido la televisión, el equipo de sonido... esos cuadros que dejó tu padre... Ahora, esto es todo lo que me queda".

Miriam admiraba las piezas extendidas sobre la cama y tomó el viejo colgante de plata. Era redondo y pesado, y no especialmente atractivo. "¿Qué es esto?", preguntó.

Ana sonrió. "Ese colgante tiene una historia", dijo. "Cuando tenía once años, había un anciano que solía dormir en el parque frente a nuestra escuela. Se veía tan delgado y solitario... Me daba mucha pena. Sobre todo cuando llegaba la Navidad, ¿sabes? Quiero decir, nunca hace mucho frío aquí, pero él estaba tan solo."

"Así que un día decidí preparar una cesta de Navidad para él. Hice unos sándwiches y unas galletas y metí un poco de tarta de frutas y jugo... Pero cometí el error de contarle mi plan a mi mejor amiga Karen, y cuando salí hacia el parque a la mañana siguiente, ella estaba afuera con otras dos chicas esperándome."

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"Me preguntaron a dónde iba y empezaron a burlarse de mí, llamándome 'Madre Teresa' y preguntándome si estaba haciendo campaña para convertirme en santa. Me siguieron todo el camino hasta el parque, burlándose de mí".

"Yo le habría dado un puñetazo en la nariz a esa chica Karen", exclamó Miriam.

"¡Miriam!", gritó Ana. "¡Nosotros no golpeamos a la gente! Pero en fin, para abreviar la historia, le llevé la cesta al anciano, le deseé una feliz Navidad y se puso a llorar. Entonces se llevó la mano al cuello y se quitó este colgante. Dijo que había sido de su madre y que era lo único que le quedaba. Me dijo que quería que lo tuviera. Yo no quería aceptar, pero él insistió. Cuando volví al día siguiente, ya no estaba. No lo volví a ver".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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"Oh", dijo Miriam. "¡Es una historia preciosa! ¿Y qué vas a hacer con el relicario?".

Ana suspiró. "Es de plata de ley, así que lo venderé junto con todo lo demás".

"¿Puedo ir contigo, mamá?", preguntó Miriam. "No creo que debas ir sola. Jenny puede cuidar de Abel y Lucy".

"Está bien, cariño", le dijo Ana a su hija. "Vamos a meter todo en una bolsa y nos vamos. Cuanto antes, mejor".

"¿Puedo llevar el colgante hasta que lleguemos a la casa de empeños?," preguntó Miriam. “Me ha gustado mucho esa historia", añadió.

Los dos entraron en la casa de empeños y esperaron pacientemente mientras el dueño hacía negocios con otras personas. Miriam no paraba de darle vueltas al colgante mientras fruncía el ceño.

"¿Mamá?", dijo Miriam. "¿Te has fijado en la palabra 'Cariño' grabada en la parte de atrás?".

"Miriam, es nuestro turno", dijo Ana. "Por favor, pon el colgante en la bolsa...".

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

En ese momento sonó el teléfono de Ana, que se apartó del mostrador para contestar. El hombre detrás del mostrador miró el colgante en las manos de Miriam.

"Es una pieza muy antigua", dijo. "Solían hacer esos relicarios con un compartimento secreto para esconder cartas de amor o mechones de pelo".

Miriam volvió a dar la vuelta al relicario y le dijo a Ana, que había colgado el teléfono: "Mamá, el relicario tiene un compartimiento secreto, y creo que este puntito sobre la 'i' es un agujero... ¡Debe ser la cerradura!".

Ana vio que Miriam estaba tan emocionada que le permitió quedarse con el relicario. El hombre compró las joyas de Ana y ella se marchó con el corazón encogido. Todo valía mucho menos de lo que ella esperaba.

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En casa, Miriam les enseñó el medallón a sus hermanos: "¡El hombre de la tienda dijo que tiene un compartimiento secreto! Necesito un alfiler para abrirlo", expresó.

Ana decidió complacer a su hija y clavó un alfiler en la diminuta abertura de la parte posterior del relicario. Al hacerlo, oyó un fuerte clic y las dos mitades del colgante se separaron.

Algo pesado cayó en el regazo de Ana. Ella lo recogió y lo sostuvo a la luz. "¡Es un DIAMANTE!", gritó Lucy. "¡Mira cómo brilla!"

"Cariño", se rio Ana. "Si fuera un diamante, seríamos ricos. Es muy grande. Es solo un bonito cristal".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pixabay

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"¡Quizá sea un diamante!", gritó Miriam, y los demás niños se sumaron a un coro de acuerdo. "¡Vamos a llevarlo a la joyería!"

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Así que Ana y los cuatro niños se subieron en su viejo auto y condujeron hasta el centro comercial y entraron en una lujosa joyería. Inmediatamente, el encargado miró a Ana por encima del hombro.

"¿En qué puedo ayudarle?", le preguntó, pero su tono decía "lárguese rápido, este no es su sitio". Pero eso fue antes de que Ana depositara la piedra encima de su mostrador.

"¿Puede decirme qué es esto?", preguntó ella.

"¡De verdad!", dijo el hombre. "¡Solo hacemos evaluaciones para clientes habituales! Puede llevarse su pedazo de vidrio trucado a otra parte!".

"Espera mamá", exclamó Miriam. "¡Los diamantes rayan el cristal!" Y antes de que el hombre pudiera reaccionar, ella cogió el cristal y lo arrastró por su impecable mostrador.

El cristal hizo un ruido terrible al rallar la encimera y dejó un profundo y feo arañazo. "¡Es un diamante!", exclamaron Miriam y el hombre al mismo tiempo.

El hombre parecía atónito. Sacó una lupa de joyero y examinó el cristal durante un buen rato. "Señora", le dijo a Ana respetuosamente. "Este es el diamante más claro que he visto. Casi no tiene oclusiones y es una antigua talla de mina, probablemente del siglo XIX. Una reliquia familiar, supongo".

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

"Sí", dijo Ana con calma. "Así es. Me preguntaba cómo haría para venderlo y qué podría obtener por él".

El joyero dijo: "Tengo un amigo que dirige una casa de subastas de gemas. Le daré su contacto. ¿Por cuánto podría venderlo en una subasta? Podría ser 100.000 dólares, o un millón..."

Ana vendió el diamante. No llegó al millón, pero fue más que suficiente para saldar sus deudas, comprar una casa y ahorrar un poco de dinero.

Mientras tanto, el colgante se convirtió en una reliquia familiar. Un día, Miriam le preguntó a Ana: "Mamá, ¿crees que ese viejo mendigo sabía lo que había dentro del colgante?".

"No lo sé, mi amor", dijo Ana. "Tal vez lo sabía...".

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Tarde o temprano, la recompensa por la bondad llegará a tu vida: La compasión de Ana por el anciano indigente se vio retribuida de una manera que nunca hubiera imaginado.
  • Nunca te rindas, porque la vida puede sorprenderte cuando menos lo esperas: Ana estaba desesperada por su difícil situación económica, pero el descubrimiento del diamante cambió su vida para mejor de la noche a la mañana.

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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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