Operador de atracciones compra boletos para niña pobre a diario: 16 años después, ella se vuelve rica y lo busca - Historia del día
Ese verano, Jacobo veía en el parque de atracciones donde trabajaba a una pequeña con su abuela. La niña se montaba solo una vez en el carrusel cada día y él decidió comprarle más boletos. Dieciséis años después, ella lo buscó con una gran sorpresa.
Natalia estaba concentrada buscando algo en las viejas cajas arrumbadas en el ático de su casa. La luz se colaba en el lugar a través de una pequeña ventana en el techo y dejaba ver el polvo en el aire que la hacía estornudar.
Sacó papeles, libros viejos y muchas otras cosas de esas cajas. Algunos de estos artículos se habían deteriorado con el tiempo y un olor a humedad inundaba todo. No era agradable.
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Natalia quería salir de allí, pero no lo haría hasta encontrar lo que buscaba. Finalmente, lo halló en el fondo de una de las últimas cajas. Era una vieja fotografía instantánea que esperaba que todavía estuviera en buenas condiciones.
Afortunadamente, la imagen seguía intacta a pesar de estar tan mal almacenada. Y Natalia sonrió mientras lo miraba. La parte de atrás decía: “Parque de diversiones, verano de 2006”.
Los recuerdos comenzaron a inundar su mente como una hermosa película que nunca podría olvidar, aunque no había pensado en eso en mucho tiempo.
Ella había conocido ese parque de diversiones de niña, a sus diez años. Recordaba el sonido metálico de las atracciones, el dulce aroma del algodón de azúcar en el aire y los gritos de los niños emocionados corriendo.
Todo sobre ese momento había sido perfecto, y ella había sido muy feliz. Su abuela había podido ahorrar un poco de dinero aquí y allá para llevarla allí todos los días de ese verano. Pero alguien supo su historia y cambió todo.
Por eso estaba buscando esa foto en el ático. Quería recordar a ese hombre y lo que había hecho por ella.
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Hace dieciséis años…
“¡Abuela! ¡Mira!”. Natalia, de diez años, le gritó a su abuela cuando llegaron al parque por primera vez. Los niños volaban, comían palomitas de maíz con caramelo y hacían burbujas, y los ojos de la niña se abrieron encantados. Quería hacer todas esas cosas, pero sabía que no tenían suficiente dinero.
Estaba tirando de la mano de su abuela, llevándola a su destino real: el carrusel. Por alguna razón, la niña estaba obsesionada por él. Le encantaban los caballos, y subir a ese paseo había sido su sueño durante un tiempo. Su abuela, Gina, le había prometido que irían ese verano y Natalia no podía creer que estuvieran allí.
Ellas vivían cerca del parque, por lo que Natalia a menudo escuchaba los gritos de la gente en la montaña rusa, veía a los niños con sus padres y, a veces, miraba con deseo las luces a través de su ventana por la noche.
Anhelaba todos esos paseos, pero una vez vio una revista con una foto del carrusel antiguo en el parque con hermosos caballos decorados con flores de plástico, y quedó cautivada.
Y ahora estaban allí, y Natalia quería llorar por la emoción que subía en su pecho. Era exactamente como ella lo imaginaba. Se volvió hacia la señora mayor, apretó su mano y dijo: “¿Puedes creerlo, abuela?”.
Su abuela sonrió con cariño y se inclinó. “Sí, claro que sí. Adelante, súbete. Le daré el boleto al operador”.
Natalia la soltó y corrió hacia la atracción, deteniéndose para elegir en qué caballo sentarse. Todos eran hermosos, pero venían en diferentes colores con diferentes expresiones en sus rostros de plástico, y para una niña de diez años, la decisión era trascendente.
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“¡Vamos, Naty! ¡Ya va a comenzar!”, gritó su abuela, riéndose de la indecisión de su nieta.
Finalmente, Natalia escogió el caballo con el pelo rosa y la silla de montar azul. Nunca olvidaría ese momento o la mirada en el rostro de su abuela mientras saludaba cada vez que pasaba por el frente.
Fue el mejor momento de su vida. El tipo de momento que detiene el tiempo y recuerdas para siempre. Por solo unos minutos, Natalia olvidó que su familia estaba pasando apuros. Ella era una niña más que podía jugar en este lugar caro, sin preocupaciones.
Lamentablemente, el viaje en carrusel terminó demasiado rápido y ella se bajó del caballo, con una emoción agridulce por toda la experiencia. Su abuela estaba esperando y la tomó de la mano.
“¿Cómo te fue, Naty?”, preguntó la mujer mayor.
“Fue genial, pero me gustaría poder montarme de nuevo”, respondió la niña, mirando esperanzada a su abuela, quien suspiró profundamente.
“Lo siento, cariño. Solo podemos pagar un boleto. Pero te prometo que podemos venir aquí todos los días desde ahora hasta el final del verano. De esa manera, puedes atesorar la experiencia por más tiempo. ¿Cómo te suena?”, le ofreció su abuela, y Natalia sonrió.
“¿En serio? ¡Sí!”, vitoreó, saltando mientras aún sostenía la mano de su abuela.
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Gina cumplió esa promesa. Fueron todos los días y la magia se repetía cada vez. Natalia solo se montaba en el carrusel y pronto supo que el operador se llamaba Jacobo Salas, y siempre usaba una gorra roja con su uniforme del parque. Debía tener unos 20 años, pero estaba vestido como si fuera de una generación anterior.
Un día, su abuela fue al baño y el señor Salas se le acercó. “¿Por qué no vuelves a cabalgar mientras esperas a tu abuela?”.
“Es que solo tenemos suficiente dinero para un boleto por día. Mi padre murió y mi abuela ya no trabaja, por lo que mi madre es la única persona que gana dinero y no es mucho. No puedo montarme varias veces”, le dijo la niña. Él asintió con la cabeza.
Pero ella vio un destello brillando en sus ojos cuando se inclinó para mirarla. “¿Sabes qué? Te compraré boletos para este paseo todo el tiempo que quieras. ¿Qué te parece?”, le sonrió a la chica, que abrió mucho los ojos por la sorpresa.
“¿De verdad?”.
“¡Te lo prometo!”, afirmó y la invitó a volver a subirse a un caballo.
Natalia estaba dando vueltas en el carrusel cuando Gina regresó y le preguntó a Jacobo sobre esto. “No se preocupe, señora. Ella puede montar todo el tiempo que quiera hoy y el resto del verano. Yo la invito”.
“¿Por qué harías eso? Es demasiado dinero”, preguntó la mujer mayor, llevándose los dedos a la barbilla con preocupación.
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Jacobo negó con la cabeza. “No lo es. No tengo tantos gastos, y además... nadie en este parque se está divirtiendo tanto como esa chica”.
El operador cumplió su promesa y Natalia pudo viajar en el carrusel tanto como pudo ese verano. Y con el dinero que ahorraba de los boletos, Gina a veces les compraba palomitas de maíz con caramelo o refrescos. Siempre los compartían con Jacobo para compensarlo por su amable gesto.
Un día, se tomaron una foto polaroid juntos, donde Natalia llevaba puesta la gorra roja de Jacobo, y sonreía feliz a la cámara.
Era el recuerdo más dulce que Natalia tenía de su infancia. Cuando terminó el verano, se despidió del carrusel y del parque. Le dio las gracias a Jacobo y fue la última vez que lo vio.
Presente…
Natalia tuvo un sueño con ese verano y comenzó a buscar la fotografía. Sabía que se la había llevado con ella cuando se fue a la universidad, pero luego le había perdido la pista.
Las cosas habían resultado muy bien para ella. Se había ganado una beca para una reconocida universidad, donde obtuvo su título profesional y consiguió el trabajo de sus sueños. También conoció a su futuro esposo, Antonio.
Con el tiempo, pudo ayudar económicamente a su madre y su abuela, y les había podido comprar una casa, para que no tuvieran que volver a pagar alquiler.
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Ellas eran personas maravillosas y generosas que habían trabajado muy duro y que siempre la habían cuidado y amado, y Natalia sentía que de alguna manera las quería compensar. Pero había una persona a la que aún le debía mucho: el señor Salas.
***
“Abuela, ¿recuerdas a Jacobo Salas?”, le preguntó a Gina, y le habló de la instantánea de los tres en el parque que había encontrado en el ático.
“¿Te refieres a ese joven que te dejó montar ese carrusel? No había pensado en él en mucho tiempo”, respondió la mujer mayor. “Puedo preguntar por ahí si quieres”.
“¡Por favor! Quiero saber si hay alguna manera de devolverle su generosidad para con nosotras en ese entonces”, continuó Natalia.
“Oh, cariño. Estoy tan orgullosa de la mujer en la que te has convertido. ¡Eres increíble!”, dijo la anciana con gran emoción en su voz.
“Es todo gracias a ti y a mamá. Espero que lo sepas, abuela”, respondió la mujer más joven, con una sonrisa en su rostro.
“Buscaré al señor Salas. ¿Puedes enviarme una copia de esa fotografía? Puedo usarla en mi búsqueda”, sugirió la mujer mayor.
“¡Es una gran idea!”, dijo Natalia y tomó una foto de la polaroid con su teléfono.
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Unos días después, Gina la llamó y le reveló que Jacobo aún vivía en el pueblo. Tenía su dirección y número de teléfono.
Natalia lo llamó lo antes posible y habló con él durante casi una hora, preguntándole sobre su vida y lo que estaba haciendo actualmente.
“Las cosas han cambiado mucho desde mis días en ese parque. Casi desearía poder regresar allí a veces”, le dijo Jacobo con nostalgia y luego explicó lo que había sucedido desde la última vez que se vieron.
Le contó que se había casado ese mismo año y tuvo cuatro hijos. Pero su esposa los había abandonado, y él tenía dos trabajos para mantenerlos a flote. Dos de sus hijos ya eran adolescentes y trabajaban después de la escuela.
“Cuando yo era una niña, me diste lo que más deseaba: montar ese carrusel, y puedo decirte cuánto sigo valorando lo que hiciste”, comenzó Natalia, con lágrimas en los ojos. “Si pudieras tener algo en este momento, ¿qué sería?”.
“Caramba… honestamente, quiero tantas cosas para mis hijos. Pero como amante de los parques de diversiones, me encantaría llevarlos a Magic Kingdom. Pero el viaje es muy costoso, al igual que las entradas”.
“Llevo mucho tiempo ahorrando para eso, así que sé que sucederá algún día, aunque tal vez ya sean adultos para ese momento”, dijo con humor. A pesar de sus problemas de dinero, tenía una perspectiva esperanzada de la vida.
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Es como la abuela. Siempre estaba alegre y trataba de minimizar lo mucho que estábamos luchando, pensó Natalia.
Hablaron durante unos minutos más y finalmente se despidieron. Natalia sabía lo que tenía que hacer y disfrutó la idea. Solicitó la ayuda de su abuela para coordinar con el hijo mayor del señor Salas toda la información personal necesaria para comprar boletos de avión. Y una semana después, lo llamó de nuevo.
“Revisa tu correo electrónico”, le dijo. La emoción le hacía sudar las palmas de las manos.
“¡No!”, exclamó Jacobo después de unos minutos. “Jovencita, ¡Es demasiado! No puedo con esto”.
“No es nada en comparación con lo que ese verano significó para mí. Me compraste muchos boletos y me diste el mejor verano de mi vida, y solo quiero compensarte tanta generosidad. ¡Disfrútalo!”
“Hazlo por tus hijos, porque los recuerdos de esos viajes sin preocupaciones duran toda la vida, y para mí, no hay nada como eso”, insistió Natalia, y escuchó al señor Salas llorar de fondo.
Luego escuchó vítores y supo que se lo había dicho a sus hijos, quienes gritaban: “¡Gracias, gracias!”.
Natalia les había comprado boletos de avión a Orlando, Florida, Estados Unidos, con reservaciones en un Disney Resort y acceso a Magic Kingdom, Epcot Center y Animal Kingdom. Cuando escuchó sus gritos, se emocionó. Había hecho feliz a toda una familia. Sus esfuerzos la habían llevado a este hermoso momento.
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“Asegúrate de tomar fotos y enviármelas”, pidió Natalia con cariño.
“Jovencita, eres... ¡No tengo palabras! Te enviaré muchas fotos. ¡Gracias!”, dijo Jacobo, muy agradecido.
Natalia dejó el teléfono en su mesa de café y dedicó un momento a reflexionar sobre lo que sentía. Estaba equivocada; montar en el carrusel no había sido el mejor momento de su vida. Era este.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Todo lo que hagas por y para los demás volverá a ti. El señor Salas compró boletos para que Natalia pudiera subirse a su atracción favorita ese verano, y ella le pagó con el viaje de su vida años después.
- Hacer el bien se siente mucho mejor que cualquier otra cosa. Natalia pensó que su momento favorito era montar en ese carrusel, pero luego aprendió que hacer buenas obras era aún mejor.
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