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Ahorramos dinero para la universidad de nuestro nieto por 15 años y en el último momento desapareció - Historia del día

Guadalupe Campos
01 jul 2022
18:00

Criamos a nuestro nieto y ahorramos todo nuestro dinero para que pudiera ir a la universidad, pero quince años después, descubrimos que el dinero se había ido.

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Todavía recuerdo la noche en que sonó el teléfono con la terrible noticia de que nuestra hija, a la que no habíamos visto en siete años, había fallecido. Denise había sido nuestra única hija y estábamos devastados.

Tres días después, su esposo, Pablo, llamó a nuestro timbre. Mi marido Gerardo estaba aturdido. No nos gustaba Pablo, nos daba mala espina, y él era la razón principal por la que nos habíamos alejado de nuestra única hija.

Silueta de una mujer a contraluz. | Foto: Shutterstock

Silueta de una mujer a contraluz. | Foto: Shutterstock

Denise había amado a Pablo a pesar de sus fallas, que vaya si tenía muchas. Ella y Gerardo tuvieron una discusión colosal una vez que mi esposo acusó a Pablo de haberle robado dinero de su billetera.

Esa noche, nuestra hija se fue con Pablo, y prometió no volver nunca. No era una amenaza vacía. Pero Pablo reapareció como la mala hierba. No tuvo ni la dignidad de ir al velorio, pero ahí estaba días después.

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Mi marido abrió la puerta. "¿Qué quieres?" le preguntó, de mala gana.

"Ah, nos saltamos las formalidades", se burló Pablo. "Quiero que se encarguen del mocoso. Yo no me pienso hacer cargo, ya bastante tengo conmigo".

Yo me metí a intervenir. "¿Mocoso? ¿Cómo dices? ¿Denise tuvo un bebé?".

"Sí", dijo Pablo, señalando con el pulgar su coche estacionado en nuestra entrada bajo el sol caliente del verano. "Está en el coche. ¿Y? ¿Se lo quedan o lo dejo en los servicios infantiles?"

Antes de que terminara esa frase cruel, me adelanté al coche. Sentado atado a la silla de coche de un niño había un niño pequeño de unos tres años, con enormes ojos negros y un matorral de rulos, como los míos en la juventud.

"Hola, cariño", le dije. El niño me miró y sacó el pulgar de su boca.

Niño de ojos negros y rulos. | Foto: Shutterstock

Niño de ojos negros y rulos. | Foto: Shutterstock

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Escuché su clara vocecita por primera vez. "¿Eres mi abuela Teresa?", preguntó.

"Sí", le respondí. "Soy yo".

Asintió, me miró y respondió: "Papá dijo que viviré contigo ahora que mamá se ha ido al cielo, si me quieres".

"Oh, te quiero, claro que sí", respondí, sintiendo las lágrimas en mis ojos. "¿Cómo te llamas?".

"Soy Lautaro", dijo, extendiendo su sucia pequeña mano para que yo la estrechara. "Tengo tres años".

Pablo quería irse, pero hicimos que nos acompañara a ver a nuestro abogado para que firmara un acuerdo en el que nos cedía sus derechos parentales. Entonces se fue y nunca lo volvimos a ver.

Lautaro se convirtió en el centro de nuestras vidas. Era tan bonito, tan como nuestra Denise, y tan listo. Con tres años, ya podía leer, y a menudo lo encontramos sentado con uno de nuestros libros.

A los siete había leído todo lo que teníamos y acudía a la biblioteca pública por más. Era un niño robusto y activo que también disfrutaba de correr y estar con sus amigos, pero su pasión era la lectura, en su mayoría misterios y novelas de ciencia ficción.

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"Es inteligente", dijo Gerardo un día, poco después de que Lautaro viniera a vivir con nosotros. "Es muy inteligente... deberíamos empezar un fondo universitario".

Niño que lee. | Foto: Shutterstock

Niño que lee. | Foto: Shutterstock

Me reí. "¡Vamos Gerardo, solo tiene tres años!".

"Escucha, Teresa, él tiene que ir a la universidad, y no somos ricos. Somos un par de viejos jubilados, y tenemos que empezar a ahorrar para que el dinero esté allí cuando llegue el momento".

Ahorramos lo que pudimos, pero no fue mucho, así que Gerardo aceptó un trabajo a tiempo parcial como guardia de seguridad, y empecé a hacer muñecas de trapo de restos de tela y venderlas en el mercado de pulgas local.

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El dinero comenzó a acumularse, y para cuando Lautaro tenía diecisiete años, teníamos casi 36.000 dólares. Pero el sábado antes de su 18 cumpleaños, abrí el cajón del escritorio cerrado con llave donde guardábamos el dinero para poner $20 cuando me llevé el susto de mi vida.

"¡Gerardo!" grité, "¡ven ya mismo!". El cajón estaba vacío. "Estaba con llave", le aseguré a Gerardo.

"¡Nos han robado!" gritó mi marido, y levantó el teléfono. Una hora más tarde estábamos contando nuestra historia a dos policías.

Un oficial nos miró como amonestándonos. "Deberían haberlo guardado en el banco", dijo.

"Mi abuelo guardaba SU dinero en el banco y en una crisis lo perdió todo", respondió indignado. "¡No confío en los bancos!".

Fajos de billetes. | Foto: Unsplash

Fajos de billetes. | Foto: Unsplash

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En ese momento, escuchamos el fuerte sonido de una bocina, y miré por la ventana. Ahí estaba Lautaro, al volante de un coche 4x4 nuevecito, como la que Gerardo siempre decía que quería.

"¡Abuelos, vengan!", gritó alegremente.

"¿De dónde has sacado esto?", pregunté. Me quedé sin aliento, mirando el reluciente coche.

"Oh", respondió Lautaro con indiferencia, "usé mi dinero de la universidad, lo compré en efectivo y obtuve un buen trato".

"¿Tu fondo universitario?", gritó Gerardo indignado. "¡Eso era para LA UNIVERSIDAD!".

"Bueno", dijo Lautaro, "ya que no voy a ir, pensé que ustedes dos se merecían un coche nuevo. ¡Han trabajado tan duro para criarme, me lo han dado todo, quería devolverles algo!".

Los dos oficiales de policía habían estado observando todo esto, y uno de ellos dijo: "Bueno, misterio resuelto. A menos que quieran presentar cargos, nos iremos".

Gerardo miró a Lautaro. "No, claro que no presentaremos cargos. ¡El coche va a volver a la concesionaria, y mi nieto va a ir a la universidad!".

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Coche nuevo. | Foto: Shutterstock

Coche nuevo. | Foto: Shutterstock

"No, no iré", dijo Lautaro con calma. "Tengo un trabajo".

El temperamento de Gerardo se apoderó de él. Se puso como un tomate y su respiración se hizo más intensa. "¡No vas a vivir con un trabajo de porquería como yo, ganando $12 por hora!".

"Claro que no", dijo el adolescente con una sonrisa, y sacó un fajo de papeles. "GameOver acaba de comprar el concepto para uno de mis juegos por $ 300.000 y voy a estar trabajando con ellos preparándolo para su lanzamiento".

Nos quedamos de una pieza. Lautaro siempre pasaba rato en su computadora y sabíamos que había aprendido algo de programación y hacía juegos inspirándose en las novelas que leía, pero siempre lo tomamos como un mero pasatiempo. ¡Ahora estaba a punto de convertirse en un desarrollador estrella!

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"Escucha", dijo Lautaro, "sé que no queda bien esto de comprarte un regalo con tu propio dinero. Pero te prometo que dentro de dos años tendrás otra... y esa la pagaré de mi bolsillo".

Lautaro cumplió su palabra, y dos Navidades más tarde nos dio un coche nuevo, una casa nueva y un maravilloso crucero por el mundo para que finalmente pudiéramos disfrutar de nuestro retiro. Ahora ha decidido que quiere ir a la universidad, para alivio de Gerardo, y el dinero ya no es un problema.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

La vida nos trae regalos inesperados cuando menos los esperamos. Gerardo y Teresa perdieron a su hija, pero ganaron a su nieto, que los amaba y apreciaba.

La dedicación y el amor traen su propia recompensa. Cuando Lautaro vendió su juego, lo primero que quería hacer era recompensar a sus abuelos por su amabilidad.

Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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