Niño le regala oso de peluche a niña en el hospital: al otro día solo halla el juguete y una nota en su cama - Historia del día
Un niño que está hospitalizado se hace amigo de una pequeña paciente que le teme a la oscuridad y le da su osito de peluche, pero un día descubre que ella no está.
Miguel tenía siete años cuando tuvo que ser hospitalizado. Se había sentido muy enfermo en la escuela, y cuando lo llevaron con la enfermera, ella se preocupó y llamó a la madre del niño.
Ella lo llevó al hospital y de inmediato entró a quirófano. El apéndice de Miguel se había reventado. Esa noche se despertó y encontró a su madre a su lado, sosteniendo su mano.
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Eso le gustó. Su madre era una ocupada abogada y, a menudo, no tenía mucho tiempo para estar con él. “Mamá”, susurró. “¿Podemos ir a casa ahora?”.
Su mamá negó con la cabeza y le dijo que tendría que quedarse unos días. “¡Pero mama!”, protestó. “¡NECESITO al señor Sonrisas!”.
El señor Sonrisas era el arma secreta de Miguel contra la oscuridad, y no podía imaginar dormir sin él. Su abuela se lo había regalado cuando tenía cuatro años.
En esa época, su papá los había abandonado y comenzó a tener miedo de las cosas que se escondían en las sombras. Su abuela se había quedado con ellos durante dos meses para ayudar a su mamá, y a Miguelito
“Este es el señor Sonrisas”, le dijo la abuela, sosteniendo un osito con una oreja torcida y un solo ojo. “Solía pertenecer a tu mamá, pero ahora creo que lo necesitas más. Es un oso especial, un oso pardo, y sabes lo feroces que son. Lucha contra las pesadillas y las cosas malas y las sombras debajo de las camas y se las come”.
Su abuela palmeó la barriga gorda del señor Sonrisas. “¿Ves lo gordo que está?”.
Así que esa noche, Miguel se había acostado con el señor Sonrisas en su almohada, y se había despertado muchas horas después. Sintió la mirada pirata del señor Sonrisas después de una noche, ¡sin sombras y sin pesadillas!
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A partir de ese día, Miguel y el señor Sonrisas se hicieron inseparables a la hora de dormir. Y esa noche volvió a sentir miedo al no tenerlo consigo.
Su mamá dijo: “No te preocupes, te compré tu pijama favorito de Spider-Man, y …”. Con una sonrisa, levantó al señor Sonrisas. “La abuela llamó para recordármelo”.
Miguel le dio al señor Sonrisas un rápido abrazo y lo metió debajo de las sábanas. ¡Se sentía mucho más seguro ahora!
“Mamá, ¿cuánto tiempo tengo que quedarme?”, preguntó.
“Cariño”, dijo su madre suavemente. “Los médicos dicen que es posible que tengas una infección, así que estarás aquí hasta que estén seguros de que estás bien”.
Los médicos tenían razón. Esa noche, Miguel tuvo una fiebre terrible y los siguientes días fueron confusos. El día y la noche eran lo mismo para él mientras luchaba contra la infección, y a veces escuchaba a alguien llorar.
Pensaba que era su mamá, pero al tercer día vio que los sollozos provenían de alguien que estaba en la cama junto a la suya. Trató de sentarse, pero estaba demasiado débil. “Hola”, susurró. “¿Estás bien?”.
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La persona dejó de llorar abruptamente y una voz suave preguntó con miedo: “¿Eres el hombre del saco?”.
“¡No!”, dijo Miguel con firmeza. “Soy Miguel. ¿Quién eres tú?”.
"Soy Diana, pero todos me dicen Didi”, dijo con voz llorosa
“¿Por qué estás llorando?”, preguntó Miguel.
“Tengo miedo”, susurró Diana. “Está oscuro”.
Miguel dijo: “¡No está tan oscuro! Nunca está realmente oscuro aquí en el hospital, ¿sabes?”.
“El hombre del saco se esconde en las sombras”, dijo la niña. “Me va a atrapar. Eso me dijo mi hermana. ¿Tú no tienes miedo?”.
Miguel imaginaba, por su voz, que era una niña muy pequeña. “Ya no le tengo miedo a la oscuridad”, dijo Miguel. “Tengo al señor Sonrisas. No es solo un oso, es un oso pardo, ¡y sabes lo feroces que son!”.
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Hizo un sonido de gruñido y fue recompensado con una risita de la cama de al lado. Continuó: “Lucha contra las pesadillas y las cosas malas y las sombras debajo de las camas y se las come a todas”.
“¡Eres tan afortunado!”, dijo Diana con envidia. “¡Mi Barbie tiene miedo y llora!”.
“Te diré algo”, dijo Miguel. “Te PRESTARÉ al señor Sonrisas mientras estés aquí, ¿de acuerdo?”.
“Pero…”, dudó la niña. “¿Y tú? ¿No tendrás miedo?”.
“No”, dijo Miguel. “¡Tengo siete años! ¡Además, el señor Sonrisas me mantendrá a salvo de todos modos!”.
Miguel se incorporó con cuidado y los puntos de su costado le picaron. Puso los pies en el suelo frío y se acercó con cuidado a la cama de Didi, con el señor Sonrisas en la mano. En la penumbra, vio los grandes ojos de la niña y una mata de rizos despeinados. ¡Era pequeñita! ¡Debía tener cuatro o cinco años!
“Aquí tienes”, dijo Miguel mientras le entregaba a su amado señor Sonrisas. Ella lo tomó con reverencia y de inmediato lo abrazó.
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“Gracias”, susurró. El señor Sonrisas había trabajado muy duro, porque Miguel no volvió a escuchar ningún sonido por el resto de la noche o las siguientes dos noches.
Durante su hospitalización, los niños pasaron muchas horas hablando de todo. Así fue como Miguel se enteró de que Didi era la menor de cinco hijos, todas niñas, y que su madre era ama de casa.
“Mi mamá trabaja TODO el tiempo”, le contó Miguel con un dejo de tristeza. “Y no tengo hermanas ni hermanos”. Diana le aseguró que no se estaba perdiendo nada por no tener hermanas.
Cuatro días después, un asistente vino a buscar a Miguel para hacerle algunas pruebas y, cuando regresó, la niña ya no estaba. Su cama estaba vacía y sentado allí en todo su esplendor estaba el señor Sonrisas.
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Había una nota clavada en su pelaje dirigida a Miguel y decía que Diana se iba a casa y le agradecía por haberle prestado el osito.
“Sé que a Didi le encantaría estar en contacto contigo, así que aquí está mi número para que tu mamá pueda organizar una cita para jugar. ¡Gracias, por tu amabilidad con mi hijita!”.
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La nota estaba firmada: “Mamá de Didi”. En la parte inferior del papel había un pequeño dibujo, hecho por la niña, que mostraba a los dos niños y al señor Sonrisas con un aspecto bastante aterrador, con dientes grandes y afilados.
Miguel le dio la nota a su mamá y ella prometió que visitarían a Diana tan pronto como estuviera lo suficientemente bien. Al final de la semana, Miguel estaba recuperado y pudo regresar a su casa.
Seguía preguntándole a su mamá cuándo iba a llamar a la mamá de Didi, ¡pero siempre estaba tan ocupada! Tan pronto como el niño regresó a casa, ella retomó su duro horario de trabajo.
“¡Por favor, mamá!”, le pidió Miguel. “Solo una llamada telefónica. ¡Quiero saber cómo está Didi!”.
Al final logró convencerla. Su mamá llamó a la madre de Diana y los invitaron a una parrillada en su casa ese domingo.
“¡Miguel!”, gritó Diana, tan pronto como lo vio. “¡Estás aquí!”. Se arrojó sobre el niño y lo abrazó con fuerza. Eso fue muy vergonzoso, especialmente porque había muchas chicas lindas mirando.
Fue un día maravilloso. La mamá de Diana y la mamá de Miguel se llevaron muy bien, ¡como mejores amigas! A partir de entonces, las dos familias comenzaron a pasar mucho tiempo juntas.
En privado, Miguel pensó que todo era obra del señor Sonrisas, y cuando su abuela vino a visitarlo, él se lo comentó. “¡Te dije que era un oso especial!”, dijo su abuela. “¡Casi tan especial como tú!”.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Un acto de bondad siempre es recompensado. La amabilidad y generosidad de Miguel con Diana fue recompensada con su amistad y cambió su vida para mejor.
- Los niños valoran más el tiempo de calidad que los sofisticados juguetes. Para Miguel, el pequeño oso de peluche usado que le regaló la abuela le dio el consuelo, el valor y la compañía que necesitaba cuando su padre lo abandonó.
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