Mamá pobre no puede comprar comida para sus hijos: "Se te cayó esto", escucha, y encuentra $500 en el suelo - Historia del día
Después de perder su trabajo en el centro comercial, la tarjeta de débito de Megan fue rechazada en la tienda de comestibles. Estaba a punto de irse avergonzada, cuando una generosa anciana le dio justo la ayuda que necesitaba.
“Lo siento, señora. Pero su tarjeta ha sido rechazada”, dijo en voz baja el cajero de la tienda de comestibles, sabiendo que la situación podría ser un poco delicada.
Los hombros de Megan se encorvaron de tristeza y conmoción. Estaba segura de que tenía suficiente para el próximo mes y a propósito había tomado menos cosas de lo habitual.
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“¿Está seguro?”, preguntó, sabiendo ya la respuesta.
El joven asintió e hizo una mueca. “¿Tiene otra tarjeta? ¿De crédito?”, preguntó.
“No, no tengo otra”, respondió apesadumbrada. “Tal vez, pueda dejar algunos artículos”, dijo, mirando sus bolsos y la escasa selección. ¿De qué podría prescindir? ¿El cereal genérico de sus hijos? ¿La hogaza barata de pan de sándwich?
Tenía que elegir algo, pero toda la situación era difícil. Ella había trabajado duro desde su adolescencia, y nada parecía ser suficiente. Tenía dos hijos que alimentar y ahora no tenía los recursos para hacerlo.
La habían despedido de su trabajo como conserje en el centro comercial. Ahora estaban contratando una agencia para sus necesidades de limpieza, y aunque Megan había solicitado trabajar para ellos, no la habían llamado.
Pensar en su situación hacía que su vida pareciera inútil. Las lágrimas se asomaron a sus ojos, y solo quería correr, huir y echarse a llorar de la desesperación. Pero una mano en su hombro la detuvo.
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“Oye, se te cayó esto”, resonó una voz amable en su oído. Megan se dio la vuelta y miró los ojos de una mujer mayor. Llevaba mucho maquillaje, un hermoso collar de perlas y una dulce sonrisa que prometía solucionar todos los problemas del mundo.
Le recordó a su propia abuela, que la había criado con casi nada. Megan le había prometido hacerlo mejor y construir una buena vida para ambas, pero la anciana murió sin que ella pudiera cumplir su promesa.
Ahora seguía esforzándose, porque tenía dos hijos que alimentar, y las cosas no le estaban yendo nada bien. Dejó sus tristes recuerdos de lado y volvió a concentrarse en lo que había dicho la mujer.
“¿Cómo dice?”, preguntó, mirando hacia abajo. Sus ojos se abrieron ante lo que vio en el suelo. Allí estaban tirados cinco billetes de $100. Megan volvió a levantar la vista y empezó a negar con la cabeza, pero la mujer alzó las cejas.
“Se te cayó el dinero, querida”, insistió la señora mayor, y Megan no pudo pensar en otra cosa que hacer, así que recogió los billetes. “Puedes pagar con eso”.
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“Está bien, pagaré en efectivo”, le susurró Megan al cajero, entregándole uno de los billetes, que era más que suficiente para pagar sus compras.
El chico de la caja le dio un recibo y algo de cambio, deseándole buena suerte. “Gracias”, dijo Megan y le susurró a la anciana: “La esperaré afuera”.
Cuando la dama salió, Megan le hizo un gesto para que tomara el resto del dinero. “Aquí tiene. Muchas gracias. Por favor, deme su nombre y número, para que pueda pagarle lo antes posible”.
La señora mayor negó con la cabeza y apartó la mano. “No, querida. Eso es para ti. No lo aceptaré de vuelta. Soy Elizabeth. Encantada de conocerte”, dijo con una leve sonrisa.
“No puedo aceptar tanto dinero”, respondió Megan, avergonzada.
“Por favor, hazlo. Sé lo que es estar en una situación difícil, y te vi comprando cereal, así que obviamente tienes niños que alimentar. Toma el dinero por ellos”, insistió Elizabeth. “Anota mi número y llámame cuando quieras”.
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“¿Está segura?”, preguntó Megan ansiosa, y la mujer asintió una vez más.
Se fue a casa ese día, y de alguna manera se sintió más tranquila. Llamó a la generosa mujer esa noche y habló con ella durante horas después de que sus hijos se acostaran.
La anciana la invitó a ella y a sus hijos a su casa para un buen almuerzo al día siguiente y Megan aceptó de inmediato. Por la mañana, compró ingredientes y le horneó un pastel como agradecimiento.
Cuando llegaron, se sorprendieron al ver que Elizabeth vivía sola en una casa hermosa, a la que le faltaba algo de limpieza. Después del almuerzo, la anciana se quedó dibujando con los niños, mientras que Megan se dedicó a quitar telarañas y a limpiar la cocina con esmero.
Elizabeth estaba encantada cuando vio su reluciente cocina y decidió contratar a Megan como ama de llaves; la joven aceptó gustosa. La paga era mejor, el horario más flexible y a la anciana le encantaba tener a los niños en casa todo el tiempo.
Con el tiempo, se convirtieron en una amorosa familia donde reinaba la armonía y todos se cuidaban unos a los otros.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- A veces, la ayuda está a la vuelta de la esquina: Elizabeth apareció en la vida de Megan cuando más lo necesitaba, y la mujer mayor cambió su vida.
- Siempre puedes devolver la ayuda que recibes de alguna manera: Megan no sabía cómo pagarle a la Elizabeth, pero al llegar a su casa supo qué hacer en agradecimiento. Al final, se consolidaron como una linda familia.
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