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Niño pequeño con una carretilla | Foto: Shutterstock
Niño pequeño con una carretilla | Foto: Shutterstock

Recogí 101 rosas del jardín de nuestra vecina para mi madre enferma: la policía vino después - Historia del día

Mayra Pérez
10 oct 2022
17:20

Un niño pequeño, ansioso por hacer feliz a su madre enferma, corta las preciadas rosas de su vieja vecina gruñona. Pero tiene que lidiar con las consecuencias cuando llega la policía.

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Cuando yo tenía ocho años, mi mamá estaba muy enferma y triste, y no había nada que mi papá o mi abuela pudieran hacer para animarla. Le hice una tarjeta de “mejórate pronto”, pero tampoco funcionó.

Ella la miró y sonrió débilmente. Luego se le cayó de las manos y volvió a mirar por la ventana. “Te amo, mamá”, le dije y besé su suave mejilla, pero todo lo que dijo fue: “No hay rosas…”.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

Sabía de lo que estaba hablando. No hace mucho vivíamos en una casa mucho más grande, con un gran jardín lleno de rosas; se veían por todas partes. Crecían en los arbustos y llenaban de colores la entrada de la casa.

Había rosas grandes y rosas miniatura, algunas que tenían un perfume fuerte y otras no, pero mamá las amaba todas. Recorría el jardín y, bajo sus manos, todas florecían.

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Vivimos en esa casa muchos años, pero cuando tenía seis años, las cosas salieron muy mal. El negocio de papá quebró y, aunque logró salvar la empresa, tuvo que despedir a dos tercios de su personal y vender nuestra casa.

Nos mudamos a una casa más pequeña, y desde el primer momento en que la vio, mamá la odió. La fachada era gris, y frente a ella había un polvoriento cuadrado de tierra dura y seca en el que no crecía ni una brizna de hierba.

“Será genial, May”, dijo papá alegremente. “¡Ya verás! ¡Yo pintaré la casa los fines de semana y tú plantarás tus rosas!”.

“Sí”, dijo mamá, forzando una sonrisa. “¡Será maravilloso, John!”. Pero pudimos notar que ella no sentía la más pequeña emoción.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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“¡Oh, mira, mamá!”. Señalé el jardín de al lado, donde miles de flores asomaban sobre los setos. “¡La vecina tiene ROSAS! ¡Eso significa que tú también podrás cultivarlas!”.

Pero mamá no se sentía bien y no tenía la energía para comenzar un nuevo jardín desde cero. Aunque no lo sabía, estaba embarazada; todo salió muy mal y perdió al bebé. Cuando regresó del hospital estaba pálida y triste.

La abuela vino a quedarse con nosotros por un tiempo para ayudar. Yo detestaba que estuviera con nosotros. Dormía en mi habitación y roncaba tan fuerte que las ventanas temblaban. Intenté que papá la enviara de vuelta a casa, pero se negó.

“Tu abuela está ayudando a tu mamá”, dijo con severidad. “La necesitamos. Tengo que trabajar el doble para que el negocio vuelva a funcionar, y ella está haciéndose cargo de la casa. Debes tratar bien a tu abuela Grecia".

Me quejé y dije cosas desagradables en voz baja, pero obedecí a pesar de que no creía que la abuela Grecia estuviera ayudando a mamá en absoluto. Ella solo necesitaba sus rosas.

Me senté en el porche y miré el jardín de la vecina. Estaba entre las rosas, con un enorme sombrero que la hacía parecer un hongo y gruesos guantes de jardinería.

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Ella notó que estaba mirando y gruñó: “¿Por qué estás mirando mis rosas, mocoso entrometido?”. Su rostro no era nada agradable, su nariz era larga y delgada, y siempre estaba roja. Además, parecía tener un pequeño bigote blanco.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

Traté de ser educado. “Solo estaba mirando”, respondí. “¡Son muy bonitas! Mi mamá solía tener rosas…”.

Ella hizo un gesto de hastío. “¡Estas no son solo rosas, muchacho! ¡Son campeonas premiadas! Tu madre nunca tuvo ninguna de estas”.

Tuve que admitir que tenía razón, pero mi respuesta no la tranquilizó. “¡Mejor deja de verlas!”, dijo. Luego se inclinó, levantó una manguera de jardín y me mojó antes de que pudiera escapar. No estaba feliz, en absoluto.

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“¡No te mereces esas rosas!”, le grité. “¡Eres una bruja vieja y fea, y tienes BIGOTE! ¿Por qué no vas a afeitarte y me dejas en paz?”.

Ella se enojó MUCHO y me persiguió, pero yo me escondí. Sentado detrás del cobertizo, con el corazón acelerado, fue cuando se me ocurrió la idea. Iba a conseguirle rosas a mi mamá. ¡Iba a cortar las de la vecina!

Hice mis preparativos y esperé hasta que mi abuela estuviera profundamente dormida y roncando. Luego, salí sigilosamente de la casa hacia el jardín iluminado por la luz de la luna.

No creo que haya trabajado tan duro en mi corta vida, y cuando salió el sol, todo estaba listo y en su lugar. Me senté en el suelo en un rincón de la habitación de mis padres y esperé a que se despertaran.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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El sol iluminó la habitación y mamá abrió los ojos. “¡John!”, gritó. “¡John, despierta!”. Le dio un codazo a papá en las costillas y él se sentó lentamente.

Tenía los ojos muy abiertos, al igual que su boca, y las mejillas se le ruborizaron mientras miraba alrededor de la habitación las docenas de rosas que había tomado del jardín de la vecina.

Quería cortar 100 rosas, pero las conté mal, así que en realidad había 101. Las metí en cubos, jarras, botellas y cualquier cosa que pudiera contener flores y agua. Tres de ellas las arranqué con sus raíces.

Fue un desastre, pero fue un desastre glorioso. Mi mamá comenzó a llorar, estirando la mano para tocar los pétalos aterciopelados, enterrando su rostro en las rosas. Entonces me vio sentado en mi rincón, observándola.

“Daniel”, dijo ella. “¿Tú hiciste esto? ¿Trajiste todas estas flores aquí?”

Asentí. “Ven aquí”, dijo ella. Abrió sus brazos para mí como solía hacerlo, y había lágrimas corriendo por sus mejillas. “¡Ven aquí, mi bebé!”.

Corrí hacia ella, y me abrazó fuerte y me meció. “Gracias”, susurró. “Gracias, Daniel”.

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Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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Para entonces, mi papá se había despertado completamente y miraba a su alrededor con la boca abierta.

“¡Esto es un desastre!”, dijo, mirando las huellas de barro y el agua derramada en la alfombra.

“Calla, John”, dijo mamá. “¡Esta es la cosa más hermosa y mágica que alguien haya hecho por mí!”.

Por supuesto, no dijo eso cuando la vecina llegó más tarde ese día con la policía.

“Ese delincuente”, gruñó la vecina y me apuntó con una larga garra. “¡ÉL SE ROBÓ MIS ROSAS!”.

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“Lo siento mucho”, dijo mi mamá. “Daniel solo tiene ocho años, y estoy segura de que no se dio cuenta…”.

“¡Es un CRIMINAL!”, gritó la vecina. “¡Y veré que reciba un castigo!”.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

“¿Por qué destruiste el jardín de la señora Escobar, jovencito?”, me preguntó uno de los policías.

Enmudecí. No me pareció bien contarles lo de la manguera del jardín, así que abrí mucho los ojos e intenté verme totalmente inocente.

“Mi mamá estaba muy triste porque extrañaba sus rosas. Así que pensé... La señora tiene tantas rosas y seguramente no notará si corto algunas…”, dije casi en un susurro.

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“¿Algunas?”, gritó la señora Escobar. “Rompiste mis Ojos de Ángel y mi Hermoso Amanecer…”.

“Jovencito”, dijo el policía con severidad, pero pude ver un brillo en sus ojos. “Creo que debes disculparte con la señora Escobar y, durante los próximos seis meses, debes trabajar en su jardín para resarcir todo el daño que hiciste”.

Pude ver en la mirada de la vecina que odiaba esa idea tanto como yo. “Sí, señor”, le dije humildemente. “Así lo haré”.

Y lo hice. Durante los siguientes seis meses, la vecina y yo trabajamos codo con codo en su jardín. Es gracioso, pero llegamos a ser buenos amigos, especialmente cuando ella comenzó a ayudar a mi mamá y le dio algunos esquejes para su nuevo jardín de rosas.

Mi mamá mejoró mucho, y trabajar en el jardín terminó de sanarla. Hasta el día de hoy, amo las rosas, pero las más hermosas que he visto en mi vida fueron las 101 rosas que le regalé aquel día mi madre.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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¿Qué puedes aprender de esta historia?

Un verdadero regalo es aquel que te estremece el corazón. Nada que Daniel pudiera haberle dado a su madre significaba más para ella que verse rodeada de rosas.

A veces hacemos amigos de las formas más inesperadas. Daniel odiaba a su vecina, pero terminaron convirtiéndose en los mejores amigos después de trabajar juntos en el jardín de rosas.

Comparte esta historia con tus amigos. Podría alegrarles el día e inspirarlos.

Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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