"¡Cuánto hace que no te veo!", dice millonario a hombre que hurga en un basurero, y le pide que se suba al coche - Historia del día
Un hombre sin hogar está buscando comida en la basura cuando un automóvil de lujo se detiene a su lado y un desconocido le pide que lo acompañe. El vagabundo está confundido, y duda sobre como proceder.
Oliver, de 65 años, suspiró amargamente, mientras miraba la luz roja del semáforo y apretaba el estómago para calmar los retortijones de hambre.
Su mirada estaba fija en el contenedor de basura en el callejón al otro lado de la calle, y no podía esperar para llegar allí. Cuando la luz finalmente se puso verde, Oliver cruzó en su silla de ruedas.
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Al llegar al contenedor de basura, comenzó a buscar cualquier resto de comida. Tenía tanta hambre que sentía que se desmayaría en cualquier momento, y las olas de calor que soplaban durante la tarde de verano solo empeoraban las cosas.
Algunos años atrás, la vida era muy diferente para Oliver. Era un feliz hombre de familia, con una esposa amorosa y un hijo. Pero el día en que ella murió, su mundo comenzó a colapsar en pedazos.
Su hijo lo echó de la casa y poco tiempo después perdió sus ahorros. Siguió trabajando con ahínco y alquiló una pequeña casa, pero sufrió un derrame cerebral y quedó confinado a una silla de ruedas.
La empresa para la que trabajaba consideró que no podía seguir haciendo un buen trabajo para ellos, y sin muchas contemplaciones fue despedido.
Oliver trató de encontrar trabajo de nuevo, pero nadie quería contratarlo. Pronto, sus ahorros se agotaron y cuando no pudo pagar el alquiler, se quedó sin hogar.
“¿Por favor, puedes darme más tiempo?”, le preguntó a su arrendador entre lágrimas.
El hombre se negó. “Te permití quedarte aquí durante tres meses sin pagar alquiler, Oliver. Lo siento, no puedo hacer nada más”.
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Lamentablemente, no encontró a nadie dispuesto a recibirlo en su hogar. Aceptó su destino y comenzó a vivir como un vagabundo; dormía en un automóvil que estaba abandonado en un estacionamiento.
Ese día, mientras exploraba el contenedor de basura en busca de comida, encontró un sándwich a medio comer y su felicidad no tuvo límites. Le dio un gran mordisco y lloró de alivio mientras lo comía.
Rebuscó en la papelera en busca de más comida, con la esperanza de encontrar algo para la cena. De repente, un automóvil de lujo se detuvo a su lado y el hombre de negocios que lucía como millonario bajó la ventanilla del asiento trasero.
“¡Dios Santo! ¡Pero si hace años que no te veo! ¿Eres tú, Oliver?", exclamó el millonario.
Oliver dejó lo que estaba haciendo y miró al hombre de traje bajar del coche. El rico se le acercó, lo abrazó y lo invitó a subir al automóvil.
Nunca había estado más confundido en su vida. No estaba acostumbrado a que lo trataran de esa manera; todos lo alejaban por su aspecto desaliñado o lo ignoraban.
“¿Quién eres? ¿Te conozco?”, preguntó entre lágrimas, conmovido por el trato amable del hombre, que lo miraba con una enorme sonrisa.
“¡Soy yo Oliver! ¡Saúl! ¿Me recuerdas? ¡Fuimos juntos a la universidad!”.
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“¿Saúl?”. Oliver se esforzó en reconocer los rasgos del rostro que tenía enfrente y los recuerdos volvieron a él.
“¡Claro que te recuerdo, amigo!”, gritó con emoción. “Esto no parece real. ¡Estoy tan feliz de verte después de tanto tiempo, Saúl! Me avergüenza que me veas en este estado”, agregó con tristeza.
“No tienes nada de que avergonzarte, Oliver. Cuéntame, ¿qué te pasó? ¿Por qué estás en silla de ruedas?”.
Oliver compartió su dolorosa historia y Saúl se sintió muy mal por él.
“¡Entra!”, dijo, haciéndole señas para que subiera a su auto. Oliver vaciló, pero estaba demasiado feliz de ver a Saúl y lo agradeció. Con la ayuda del conductor, logró subirse al automóvil. Guardaron la silla de ruedas en el maletero.
Saúl lo llevó a un restaurante local donde comieron a gusto. Mientras comían, recordaron los buenos viejos tiempos, y los dos amigos no podían dejar de charlar sobre lo hermosa que había sido su juventud.
Oliver siempre fue un estudiante brillante e inteligente que se destacó académicamente y en los deportes. Saúl, por otro lado, solía hacer un mínimo esfuerzo, mientras buscaba la manera de triunfar sin tanto sacrificio.
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Abandonó la universidad para comenzar su negocio, y aunque todos pensaban que Saúl nunca lograría nada en la vida, Oliver siempre lo animó.
Después de que Oliver se graduó de la universidad, se mudó a otra ciudad y así fue como perdieron el contacto. Pero el destino los había reunido una vez más.
“¡No te mereces este tipo de vida, Oliver! ¡Odio verte vivir así!”, le dijo Saúl. “Y lamento decir esto, ¡pero tu hijo fue muy egoísta! ¿Cómo puede alguien hacerle eso a sus padres? ¿Cómo pudo echarte?”.
Oliver suspiró. “Él ya no vive allí. Vendió la casa y se mudó. Fui allí hace como dos años”.
Saúl se sintió mal por Oliver y sabía que tenía que ayudarlo, por lo que le pidió que se quedara en su casa y le presentó a su familia, su esposa, Lydia, y sus hijas gemelas, Mary y Catherine, quienes lo llamaron tío Oliver con cariño.
Más tarde, Saúl lo ayudó a conseguir un trabajo en su empresa, y Oliver pronto pudo pagar el alquiler de una casa. Sin embargo, su buen amigo le insistió en que se quedara con él y su familia.
“No puedo dejar que el tío de mis hijas se vaya así. Debes quedarte, porque tú también eres parte de esta familia”, dijo, y Oliver aceptó feliz. Sabía que no había nada mejor que vivir rodeado del amor de una cariñosa familia.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Los verdaderos amigos te acompañan en los buenos y malos momentos. Saúl fue un verdadero amigo que no dudó en ayudar a su amigo en apuros. Tales amigos merecen todo el aprecio.
- Siempre que puedas, ayuda a tu prójimo. Oliver terminó en las calles luego de quedar confinado a una silla de ruedas, porque nadie quiso darle una oportunidad. Por suerte, su amigo lo reconoció y le tendió la mano, cambiando su vida.
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