Niña huérfana llora a su difunta madre en el cementerio: siente un toque en el hombro y oye una voz como la de mamá - Historia del día
La madre de Gloria había muerto y su nueva familia de acogida no podía sustituirla. Cuando rezó por el imposible regreso de su mamá, oyó esa voz familiar que la llamaba de nuevo. Lo que ocurrió a continuación fue nada menos que un milagro en la vida de la niña.
"¡Quiero ver a mamá!", gritaba desconsoladamente Gloria, de nueve años, mientras sus nuevos padres de acogida la sostenían con impotencia.
Gloria estaba sentada junto a la ventana de su nueva habitación, mirando a la puerta, imaginando que su madre entraría en cualquier momento.
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"¡Correría hacia ella y la abrazaría tan fuerte!", se dijo a sí misma, yendo hacia la puerta y abriendo sus brazos al vacío.
"Y ella me besaría aquí", recordó, tocando su frente. "Y diría: ‘¡Te quiero, cariño!’".
Gloria estaba sola en su oscura habitación, llorando y deseando que su madre volviera a aparecer mágicamente en sus brazos.
La chica no recordaba mucho a su padre, salvo que la había amado hasta la médula. Ella solo tenía dos años cuando él falleció a causa de una terrible enfermedad.
Sin papá, la madre de Gloria se había convertido en su mundo. Belinda era una mujer fuerte, endurecida por la pérdida del hombre que amaba. Pero toda su dureza se desmoronaba en torno a Gloria, a quien quería darle todo lo que estuviera en sus manos.
Un día, la niña esperaba que su madre la recogiera del colegio para decirle que había sido la primera de la clase, otra vez.
En lugar de eso, la recibió una señora que nunca había visto antes. Con una voz sombría, pero tranquila, le dio a la chica la peor noticia: su mamá había tenido un accidente de camino a la escuela y había muerto.
Los amigos de su madre trataron de consolar a Gloria. Todos sentían pena por ella y tenían cosas profundas que decirle.
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Nada de eso significó nada para la pequeña de nueve años. Lo único que deseaba era volver a ver a su madre. Su pequeño corazón no podía comprender que se había ido para siempre.
Antes de que pudiera terminar el último dibujo de su madre y dejarlo en su tumba, los Servicios de Protección de la Infancia le habían encontrado a Gloria una familia de acogida.
Era una pareja bondadosa, empática con el dolor de la niña. Tenían una casa preciosa y se habían esforzado mucho por darle un hogar amable y cálido.
Pero Gloria no estaba interesada en tener nuevos padres. Lo que más deseaba era estar con su madre, que había prometido no separarse nunca de ella.
"¡Quiero ver a mamá! Quiero ver a mamá!", los desgarradores gritos de Gloria en mitad de la noche alarmaron a sus padres de acogida, que acudieron corriendo a ver a la niña que sollozaba.
Al día siguiente, la pareja la llevó al cementerio donde Belinda estaba enterrada.
Gloria por fin estaba a solas con su madre, y finalmente podía estar enfadada, asustada y triste sin que nadie se interpusiera.
"¡Has roto tu promesa, mamá! Dijiste que siempre estarías conmigo. Dijiste que no me dejarías como hizo papá", Gloria estaba arrodillada frente a la lápida de su madre, soltando sus penas y quejas entre lágrimas.
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Los padres adoptivos observaban a la niña desde la distancia, preguntándose si alguna vez podrían calmar todo ese dolor. Pasó una hora, y Gloria seguía de rodillas, lamentándose, derrumbándose y hablando con su madre.
"Siento haberte gritado, mamá. Sé que no ha sido culpa tuya… Solamente… quería decirte que he vuelto a ser la mejor de mi clase. Toma, te he traído el boletín de notas. Y nuestro peluche favorito con el que nos encantaba jugar. Y he hecho este dibujo tan especial de ti".
Gloria miró el dibujo de su madre, y le pareció que la miraba a través de la hoja de papel.
Por un momento, se sintió como si estuviera allí. La chica abrazó el dibujo por última vez, casi arrugando el papel, sabiendo que era el momento de dejarlo junto a la tumba y volver con sus nuevos padres.
"¡Desearía girar y encontrarte a ti en su lugar, mami!", dijo Gloria cerrando los ojos y suplicando al cielo.
En ese momento, sintió una mano cálida que le tocaba el hombro y una voz dulce y familiar que le hizo abrir los ojos de par en par.
"¡Gloria, querida!".
La niña se dio vuelta con un brillo de esperanza en los ojos de que lo imposible había sucedido. "¿Has vuelto mamá?".
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Estaba mirando a los ojos de una mujer que era la viva imagen de su madre. Su pelo, sus ojos y su sonrisa. ¡Eran iguales!
Pero algo en ella también era diferente.
"Tú… no eres mamá", la mirada de sorpresa de Gloria se transformó en confusión.
"No, cariño. Soy la hermana mayor de tu madre, tu tía Bárbara", dijo la mujer, arrodillándose ante Gloria mientras sus ojos llorosos se encontraban.
"Mi madre no tenía una hermana", dijo Gloria, tratando de recordar si estaba equivocada.
"Estoy segura de que tu madre no te ha hablado de mí, y no la culpo. Tuvimos una pelea bastante grande, muchos, muchos años antes de que tú nacieras", Bárbara se puso de nuevo en pie y comenzó a pasear con la chica.
Resultó que Bárbara y Belinda fueron inseparables en su infancia y, a pesar de sus escasos recursos económicos, siempre hallaron motivos para ser felices.
Pero todo cambió cuando sus queridos padres murieron repentinamente en un accidente de auto. Belinda, que era una joven despreocupada de 19 años con grandes sueños, se vio atada por la responsabilidad de mantener a su hermana menor.
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No ayudó el hecho de que, por mucho que lo intentara, Bárbara nunca salió del caparazón que construyó a su alrededor, el día que murieron sus padres.
Después de casi un año de intentar hacer el duelo juntas y de fracasar, las hermanas decidieron separarse y seguir con sus vidas.
Para Belinda, eso significaba independizarse y con el tiempo honrar su legado con una familia propia.
Para Bárbara, en cambio, implicaba mudarse al otro extremo del planeta y cumplir sus sueños, apoyándose en la confianza que le habían inculcado sus padres.
A lo largo de los años, las hermanas consideraron la posibilidad de ponerse en contacto. No pasó ni una sola Navidad en la que no quisieran llamarse. Sin embargo, nunca lo hicieron.
Cuando Bárbara fue localizada por los Servicios de Protección de Menores y le comunicaron la muerte de su querida hermana, sintió que una parte de ella había muerto con Belinda.
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"Cariño, tú aún no lo sabes. Pero aunque tu madre haya muerto, te ha dejado hermosos pedacitos de ella… ¡hay tantos, y te van a durar toda la vida!".
"¿Dónde?" preguntó Gloria, con los ojos muy abiertos por la ansiedad.
"Justo aquí", dijo Bárbara, señalando el centro del pecho de Gloria, "y justo aquí", dijo, señalando hacia su propio corazón.
Aquella tarde, Bárbara se sentó con los padres de acogida y con el Servicio de Protección de Menores y mantuvieron una larga conversación. Al final, se decidió que lo mejor para Gloria era vivir con su tía.
Había que supervisar los trámites y firmar los papeles, pero Bárbara ya lo veía claro. Su segunda oportunidad de tener una familia tras adoptar a la hija de su hermana iba a ser preciosa, y la iba a proteger con toda su vida.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Que no hay que esperar demasiado para reparar los lazos rotos: Bárbara y Belinda perdieron la oportunidad de estar juntas como familia, porque nunca se decidieron retomar el contacto hasta que fue demasiado tarde.
- No dejes pasar las segundas oportunidades: Puede que fuera demasiado tarde para que Bárbara y Belinda se reencontraran, pero cuando Bárbara se enteró de la existencia de la hija de su hermana, aprovechó la oportunidad para adoptar a la niña.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.