Tras la muerte de su único hijo, mujer pasa Acción de Gracias sola hasta que recibe mensaje de voz: "Hola, mamá" - Historia del día
Olivia había perdido a su único hijo y desde entonces nada tenía sentido para ella. Eso fue hasta que escuchó su voz al teléfono, dos años después de su partida.
Olivia tenía muchas cosas por las cuales estar agradecida. Tenía una pequeña casa y buenos amigos que sonreían cuando se encontraban en la calle. Su mundo era fascinante, vibrante y emocionante fuera de su casa.
Pero una gran pérdida había destrozado su realidad de la noche a la mañana y ya nada se sentía bien. Su hijo, el centro de su universo, la razón de su vida, había muerto hacía dos años.
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“El tiempo es tan extraño”, pensó Olivia, sentada junto a la ventana.
“Estos dos años han durado una eternidad. Pero otras veces, se siente como si Daniel me hubiera dado un beso de despedida ayer, prometiendo visitarme el Día de Acción de Gracias”, reflexionó.
Se imaginó la sonrisa de Daniel, esa alegría en su rostro juvenil, y lloró sin consuelo.
“Hoy es Acción de Gracias, hijo”, susurró Olivia imaginando a su difunto hijo. “No hay pavo en la mesa, pero tu lugar aún no ha sido tocado. Vuelve rápido por una última comida... un abrazo... o un adiós como es debido!”.
Olivia sabía que iba a ser una noche llena de lágrimas, como lo habían sido todas las noches durante los últimos años. Tomó su teléfono y comenzó a ver fotos felices con su único hijo.
Sus recuerdos fueron interrumpidos por un breve zumbido del teléfono. Era un mensaje de un número desconocido. “¿Quién es esta persona?”.
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La foto del perfil se le hacía familiar. Olivia se puso las gafas y se acercó la pantalla para ver mejor. Su corazón se detuvo por un segundo. Era su hijo Daniel; lucía muy guapo con sus oscuros anteojos de sol y su hermosa sonrisa...
“Debo estar soñando”, pensó Olivia. Si era un sueño, no lo iba a arruinar cuestionándolo y racionalizándolo.
Fue directamente al mensaje. Era un clip de audio, por lo que Olivia tocó el botón de reproducción sin saber qué esperar.
“¡Hola mamá!”. La voz que escuchó hizo que se le erizara la piel. Era demasiado para su corazón, así que rápidamente presionó el botón de pausa. Era la voz de Daniel.
Olivia agarró el teléfono con fuerza, tratando de evitar que le temblaran las manos. No sabía qué hacer. Escuchar su voz por última vez parecía una bendición del universo, pero al mismo tiempo, sabía que solo haría salir a flote su dolor.
“Tengo que hacerlo. ¡Es Daniel! ¡De alguna manera, es Daniel!”, se dijo a sí misma y reprodujo el audio de nuevo.
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“¡Oye, mamá! Tuve un sueño de los más extraño. Estaba flotando en este... lugar paradisíaco, rodeado por una brillante luz blanca que venía de todas partes.
Solo éramos la luz y yo, mamá. Y recuerdo tratar de encontrar la fuente de la misma. Miré hacia arriba hasta donde alcanzaba la vista, pero no había principio ni final.
Esto me incomodó de alguna manera hasta que escuché un débil canto, como si alguien estuviera cantando desde afuera. Y cuando reconocí esa melodía, ¡fue la sensación más increíble que he tenido!
Era la canción de cuna que me cantabas, mamá. La que te cantaba la abuela cuando eras pequeña. Y sentí tu presencia en ese sueño. Sentí tu abrazo, tu voz, tu calor. Te extrañé tanto que me desperté buscándote.
Fue entonces cuando me di cuenta: ¡eso es lo que debo haber sentido cuando era un ser diminuto en tu vientre!
¿Me cantaste esa canción de cuna cuando estaba en tu barriga, mamá?”.
Olivia asintió, secándose las lágrimas. Estaba escuchando a su hijo hablar con ella. Era como si estuviera teniendo una conversación con ella desde otro mundo.
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“Realmente nunca tuve la oportunidad de darte las gracias y es una pena, porque tengo mucho que agradecerte. Así que este es un mensaje de agradecimiento para ti, a las 2 a. m., mamá”. Se escuchó la risa de Daniel.
“Gracias por estar ahí para mí, en las buenas y en las malas. Sé que no he sido exactamente un hijo ideal. Tomé muchas decisiones equivocadas en mi vida: dejé los estudios, me casé demasiado joven, me divorcié, perdí mi trabajo...
Pero gracias a tu apoyo me recuperé, volví a la universidad, obtuve mi título en negocios, encontré el amor nuevamente, comencé mi propio negocio, obtuve reconocimiento por mi trabajo… Nada de esto hubiera sucedido sin ti.
Gracias por preocuparte por mi salud, mi felicidad y mi bienestar todos estos años, tanto como te preocupaste por mí cuando estaba en tu barriga.
Te amo. Y ahora que me va bien en la vida, me toca mimarte y cuidarte. Soy parte de ti y lo seré por siempre, mamá. ¡Cómo lo fui una vez!
Te quiero, mamá. No importa lo lejos que esté. ¡No puedo esperar a verte en Acción de Gracias!”.
El audio terminó y hubo un silencio absoluto en la habitación de nuevo. Olivia estaba tan inmersa en la voz de Daniel que había olvidado que él no estaba en la misma habitación. Dejó que sus lágrimas fluyeran.
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Fue entonces cuando sonó el timbre. Miró por el ojo de la puerta. Era el rostro de un joven y le era vagamente familiar. Sostenía un ramo de flores.
“¿Puedo ayudarte?”. La voz de Olivia temblaba de tanto llorar.
“Hola, soy Esteban”. El joven sonrió levemente.
“¿Esteban…?”. El nombre también le era familiar.
“Yo era amigo de Daniel. Lo conocí apenas un año antes de que falleciera, pero parecía que éramos amigos de toda la vida”, dijo aclarándose la garganta para evitar emocionarse.
Olivia lo invitó a pasar. “Ven, siéntate. Te serviré un café”, dijo, apresurándose a preparar una taza nueva.
“Encontré su teléfono en mi garaje la semana pasada”, reveló Esteban. “Había estado ahí durante dos años, y jamás lo vi”,
Esteban continuó explicando que Daniel había pasado su última noche en su casa. Habían disfrutado de una abundante comida, una conversación interminable y algunas rondas de tragos.
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“No podía dejar de hablar de ti esa noche. Creo que eso fue lo que lo impulsó a grabar un mensaje esa noche. Debe haberse olvidado de enviarlo…”, explicó Esteban.
A la mañana siguiente, de camino al trabajo, Daniel tuvo un fatal accidente, a kilómetros de distancia de su madre.
“Pensé que era un milagro haberlo encontrado justo en Acción de Gracias, y decidí enviártelo porque sabía que aliviaría tu dolor en este día difícil”, dijo Esteban con ternura en su voz.
“Gracias por eso. Nunca pude despedirme de mi hijo, y escuchar esto... ¡Fue maravilloso!”, dijo Olivia, sollozando.
Esa conversación fue solo el comienzo de la amistad de Olivia y Esteban. En los años venideros, ella nunca pasaría Acción de Gracias o Navidad sola.
El lugar de Daniel siempre permaneció vacío en la mesa, pero ahora había un tercer lugar a su lado. Era el lugar de Esteban.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- El amor de una madre no tiene límites. Olivia, como la mayoría de las madres, dedicó su vida a criar, cuidar y amar incondicionalmente a su hijo y fue consolador para ella escuchar su mensaje, agradeciéndole por eso.
- Siempre que puedas, expresa tus sentimientos a tus seres queridos. Daniel tomó el teléfono y le dejó un hermoso mensaje expresándole su gratitud a su madre. Ella tardó dos años en recibirlo, pero le ayudó a seguir adelante tras su muerte.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.