Chica sin hogar sacrifica su almuerzo por una mujer ciega y se queda con hambre, luego hereda su mansión - Historia del día
Cuando Lena encontró una amiga en una anciana ciega que también era indigente como ella, se desvivió por mantener a la mujer feliz y bien alimentada. Pero cuando Lena perdió a esa maravillosa y vieja amiga, finalmente descubrió su impactante secreto.
"¿Quién dijo que los sueños de los que duermen sobre el asfalto no pueden ser de oro?" pensó Lena poéticamente mientras yacía en el frío pavimento, mirando hacia la apagada luz de la calle.
La chica sonrió ante su propio y tímido intento de poesía, pero la sonrisa se desvaneció rápidamente. Deseaba tener a alguien con quien compartir su amor por la poesía.
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La vida la había puesto bajo el cuidado de varias familias de acogida, pero ninguna de ellas la veía como algo más que una chica problemática imposible de criar.
No es de extrañar que huyera de todos esos hogares.
Lena sabía que la calle tampoco era lugar para la poesía: el mundo era demasiado serio como para echar una mirada a la joven sin hogar de 20 años que se consumía en las calles, y mucho menos para escuchar sus pensamientos sobre la vida.
Pero Lena prefería las calles. Claro que eran frías y daban miedo, pero también lo hacían las personas que vivían en los hogares más ricos.
Mientras sus ojos se volvían pesados bajo la luz de la calle, Lena se abrazó a su estómago vacío y se quedó dormida.
Lena tenía un sitio junto a la parada del autobús, justo enfrente de la biblioteca pública. Le gustaba saber que todo lo que quería aprender, todo lo que quería llegar a ser, estaba a su alcance.
La biblioteca era el único arco iris en la vida gris y llena de traumas que le había tocado transitar.
La chica visitaba el edificio todos los domingos desde que era una niña. A estas alturas, ya era una cara amiga de la bibliotecaria. La señora era lo suficientemente amable como para permitirle sentarse y leer cualquier cosa que eligiera. Inclusive le permitía usar el baño.
El hombre que poseía la vieja y olvidada cafetería junto a la biblioteca era igual de amable. Aunque estaba claro que su generosa oferta diaria de un sándwich de sobras tenía más que ver con su enamoramiento con la indefensa chica bonita.
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Lena se las arreglaba para salir adelante, pero la soledad la estaba afectando y atormentaba su joven corazón cada día. Hasta que vio una nueva cara en las calles. La anciana perdida que arrastraba un bastón por el barrio casi se desmaya de hambre, pero las fuertes manos de Lena consiguieron frenar su caída justo a tiempo.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que la mujer era ciega.
"¡Agua… agua!", pidió la anciana, sin fuerzas.
Lena abrió su mochila y ayudó a la mujer a beber de una botella de agua. Tras varios sorbos, la anciana respiró profundamente y sonrió en dirección a la chica.
"¡Muchas gracias, cariño! Creía que me iba a morir", dijo estirando sus cansados pies.
"Hoy no, señora", sonrió Lena, estudiando a la señora para asegurarse de que estaba bien.
"Por favor, llámeme Bren, diminutivo de Brenda. Y tú eres…"
"Soy Lena. Encantada de conocerte, Bren".
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Hubo unos segundos de silencio entre las dos mujeres. No sabían que la vida las había juntado en ese camino por una razón. Pero una pregunta rompería el hielo y formarían el vínculo más estrecho de sus vidas durante los siguientes meses.
"¿Quieres comer un sándwich?", le dijo Lena, aprovechando la oportunidad de tener algo de compañía.
Brenda quedó en shock por un segundo. Se le llenaron los ojos de lágrimas cuando asintió y se dio cuenta de que nadie se lo había pedido antes. Palpó el rostro de su salvadora con sus dedos arrugados y pudo comprobar que era joven y hermosa.
A partir de ese día, Lena y Bren encontraron un resquicio de esperanza en la compañía de la otra.
Lena leía su poesía a Brenda, que empezó a ver el mundo a través de los ojos de la chica. A menudo, la mujer se deshacía en lágrimas y abrazaba a la joven, abrumada por la emoción de sus palabras.
"Tienes una vida brillante por delante. Lo sé". decía la anciana.
Lena estaba más que feliz de cuidar a Brenda, aunque la mujer nunca fue muy abierta sobre su vida personal. A Lena no le interesaba. Lo único que importaba era que volvía a tener una figura materna en su vida.
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El gran reto con el que Lena seguía luchando era el de hallar comida. No sería correcto de su parte aprovecharse de los sentimientos del dueño del café hacia ella para conseguir más alimentos. Y casi todos los esfuerzos por apelar a la amabilidad de los transeúntes fueron en vano.
"Por supuesto, puedo dejar que Bren se quede con mi comida", pensó Lena. "Parece terriblemente frágil, y siempre puedo arreglármelas para encontrar sobras por el barrio".
Y así, cada tarde, Lena le pedía a Brenda que esperara junto a la parada del autobús mientras ella iba a recoger el almuerzo. Regresaba y le entregaba el sándwich directamente a la anciana. "¿Y tu almuerzo?", preguntó la mujer las primeras veces.
"Oh, tengo mi propio sándwich aquí. Tiene mucho mejor aspecto que el tuyo, pero no me pidas que lo comparta".
Lena mintió y se rio de su hambre. Más tarde, por la noche, cuando Brenda estaba bien dormida, la chica se aventuró a buscar entre las sobras para calmar su rugiente panza.
La entrañable amistad entre las dos mujeres tenía casi un año de vida. En una tarde de domingo especialmente luminosa, Lena volvía de la biblioteca cuando vio que Brenda mantenía una conversación seria con un hombre trajeado.
Él escuchaba más que nada, y luego lo vio alejarse enérgicamente.
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"¡Claro que es un interesado, ese!" bromeó Lena sobre el hombre a la anciana. Brenda le dio una palmada juguetona en el hombro a la chica y rompió a reír hasta quedarse sin aliento.
La mujer se recompuso rápidamente y aún sonreía cuando abrazó a Lena y le dijo: "¡Eres la hija que nunca tuve! Y tienes una vida brillante por delante; ¡no lo olvides!".
El corazón de Lena se derritió con ese último abrazo de Brenda. Cuando volvió con el bocadillo, ya no tenía a nadie con quien compartirlo. La anciana había exhalado su último aliento en las calles que se habían convertido en su hogar.
Había pasado una semana sin la sonrisa de Bren y Lena se halló de nuevo en la febril soledad. Estaba a punto de llorar una vez más cuando vio que una figura familiar se acercaba a ella.
Era el hombre del traje que había visto con Brenda el día de su muerte. "Tú… ¿quién eres? ¿Y por qué has venido aquí?", preguntó Lena, buscando a alguien con quien desatar su ira.
"Yo era el abogado de la señora Brenda. El día que vine a visitarla, firmó su testamento que reescribió hace unos meses".
Lena escuchó atentamente, aunque no podía entender cómo una mujer pobre como Bren podía permitirse un abogado de aspecto tan lujoso.
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"La señora Brenda le dejó todo, su mansión y toda su riqueza, exclusivamente a usted. Tome, esta carta que me dictó le dirá todo lo que necesitas saber".
Sorprendida, Lena abrió la carta y comenzó a leer.
"Lena, mi dulce poetisa,
Perdóname, te he mentido. Estuve sin hogar, estuve sola, pero nunca fui pobre.
Tengo una familia, aunque no la llamaría así. Mis hijos echaron a su vieja madre ciega de sus vidas hace años, justo después de que falleciera mi marido Jorge.
Jorge me dejó un mundo de riqueza, pero pronto supe que mis hijos no se merecían ni un céntimo".
El corazón de Lena se turbó mientras seguía leyendo la carta, escuchando las palabras en la voz de Bren.
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"Ahora que me he ido, sus corazones se romperán, no por haber perdido a su madre, sino por haber perdido una fortuna. Estoy segura de que pronto vendrán a buscarte.
No soy una mujer cruel, Lena. Tengo un corazón, pero solo tú te preocupaste de cuidarlo.
Estaba ciega y, sin embargo, sabía que sacrificabas tu almuerzo por mí y que tú misma pasabas hambre. Solo me engañaste el primer día.
Gracias por no abandonarme como hicieron mis hijos. Sé cómo te debe doler el corazón, lo sola que te debes sentir. Pero que sepas que yo tampoco te he abandonado.
¡Ve corriendo hacia ese futuro brillante que te espera, hija mía!
Con amor,
Tu Bren."
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Lena no podía creer este giro poético del destino. Todavía se preguntaba qué hacer con el boleto para una nueva vida que le había dejado su única amiga.
Y efectivamente, un día, los hijos de Brenda se presentaron en autos de lujo, con falso arrepentimiento y pidiendo la bondad de Lena.
Pero cuando Lena los despidió amablemente y se mudó a la mansión que le habían heredado, supo que lo hacía por ella y por la mujer que le había cambiado la vida.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Sé un arco iris enntre las nubes de otra persona: A Lena no le iba bien cuando se encontró con Brenda, que no tenía nada, a pesar de ser rica. Los limitados medios de Lena no le impidieron ser amable con la desvalida mujer invidente, ofreciéndole comida y compañía.
- La amabilidad que brindas siempre volverá a bendecirlo de alguna manera: Lena decidió desviarse de su camino para ayudar a Brenda, que no tenía hogar y era ciega. Esa amabilidad volvió a cambiar su vida cuando menos lo esperaba.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.