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Niño triste | Foto: Shutterstock
Niño triste | Foto: Shutterstock

"¡Límpiame las botas!": el dueño de una tienda oye a su hijo burlarse de un niño cuya abuela es conserje - Historia del día

Mayra Pérez
09 nov 2022
18:30

El señor Garrido decidió darle a su hijo adolescente una lección bastante dura cuando lo vio humillar a un niño pobre cuya abuela era conserje. Confiaba en que no fuera demasiado tarde.

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El señor Garrido era dueño de una de las zapaterías más antiguas de la cuadra y sabía muy bien cómo atender a un cliente. El negocio le había permitido comprar una casa, invertir en el mercado y mantener a su familia.

En 30 años, la tienda nunca había abierto tarde, el lugar siempre estaba limpio e impecable, y a cada persona que entraba se le recibía con mucha amabilidad y la mejor de las sonrisas.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

Tal vez por eso el señor Garrido no se sintió amenazado por la competencia que abrió sus puertas a unos metros de la tienda. Pero su hijo, Pedro, lo vio como una llamada de atención.

“¡Papá, mira esa tienda! Tienen la mejor iluminación, ofrecen solo las mejores marcas de zapatos, y su personal es joven y tiene un uniforme elegante…”. Pedro intentaba alertar a su padre por millonésima vez.

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“Y mira... los clientes allí no son personas que solo miran. ¡En realidad tienen el dinero para gastar!”. Pero Pedro se frustró cuando vio que su padre negaba con la cabeza.

“Mira a ese chico en la entrada. Parece un vagabundo y no ha tenido vergüenza de entrar en nuestra tienda. Sabe que no tiene posibilidad de entrar en la otra tienda”, pensó Pedro, acercándose lentamente al chico.

Un negocio es tan fuerte como las personas que lo dirigen

“¡Oye, tú! ¿Quién te dijo que podías tocar los zapatos?”, gritó, asustando al pobre chico.

“Lo siento. Yo no…”, balbuceó el chico.

“¿Estás tratando de robar? Creo que debería llamar a la policía…”. Pedro fingió marcar en su teléfono. Estaba empezando a disfrutar de la mirada asustada en el rostro del niño.

“No vine aquí a robar. Vine aquí a comprar zapatos. Los míos están muy gastados. Y mira, mi abuela trabaja como conserje y me dio suficiente dinero para comprar unos”.

El niño intentó sonreír mientras abría la palma de la mano para revelar algunos billetes de dólar arrugados. Pero Pedro no tenía interés en mirarlos.

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Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

“¿Conserje? Tu abuela trabaja como conserje, ¿y crees que puedes pagar los zapatos que vendemos aquí?”, preguntó Pedro con desdén.

“Eso creo señor, mire cuánto me dio”. La voz del niño se estaba quebrando por la emoción mientras trataba de explicar.

“¿Quién quiere tu dinero? Pero ya que estás aquí”, dijo Pedro, notando que tenía la atención del personal. “Usa lo que aprendiste de tu abuela y limpia mis zapatos”. Luego sonrió satisfecho de su ingenioso comentario.

El niño se dio cuenta de que los clientes de la tienda lo miraban fijamente y se echó a llorar.

“¿No me escuchaste? ¡¡Límpiame las botas!!”, gritó Pedro.

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“¡ES SUFICIENTE!”, rugió una voz, asustando a todos los presentes.

Pedro había olvidado por completo que su padre estaba en la tienda.

“¡Siento mucha vergüenza al escucharte! ¡No le hablarás así a los clientes ni a ninguna otra persona!”, dijo con voz firme y autoritaria el señor Garrido.

“No hice nada malo, así que si esperas que me disculpe con este pobretón, te digo desde ahora que no lo haré”, le dijo Pedro con altanería. Pero el adolescente había olvidado que su padre tenía reglas muy estrictas y cuando se molestaba no cedía.

“No, no te pediré que te disculpes. Esta lección la vas a aprender de la manera más difícil”, dijo el hombre y se volvió hacia el personal de la tienda.

“Caballeros, mañana tendremos a un joven muy especial reemplazando a nuestro conserje habitual. Mi hijo, Pedro”, declaró, palmeando a su hijo con fuerza en la espalda. “Él asumirá la responsabilidad de limpiar la tienda y la mercancía tres veces durante el día”.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

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Y agregó, mirando al niño directamente a los ojos. “Hay 12.342 cajas de zapatos en esta tienda vieja y obsoleta. ¡Será mejor que no vea una sola mota de polvo en ninguna de ellas cuando revise mañana!”.

Pedro estaba impactado. Sabía que no había posibilidad de discusión. Los ojos de su padre destilaban indignación y determinación.

El señor Garrido se dio la vuelta y salió, buscando al niño que había salido silenciosamente de la tienda.

Al día siguiente, Pedro tuvo que levantarse antes del amanecer para llegar a la tienda y empezar a limpiar. Usó su ira para fregar los inodoros y limpiar el piso, pero toda esa energía se esfumó en menos de una hora.

El señor Garrido se aseguró de que su hijo no holgazaneara ni un momento. Para cuando Pedro terminó de quitar el polvo de cada caja de zapatos en cada estante, era hora de limpiar los baños nuevamente.

Por primera vez, entendió lo que había detrás de mantener impecable una zapatería exitosa. También vio que así como él trabajaba incansablemente, el personal y los asistentes también lo hacían.

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Los escuchó hablar de su padre con gran respeto y admiración. Los escuchó hacer que los clientes se sintieran cómodos y atendidos con su pequeña charla y su arte de vender.

Después de que se cerraron las persianas al final del día, la mente de Pedro se abrió. Se acercó a su padre, exhausto y llorando.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

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“Papá, lo siento. Me doy cuenta de que fui inmaduro y muy grosero. Tenemos algo que nuestros competidores nunca tendrán: el personal más atento. Y estoy terriblemente avergonzado de las cosas que le dije a ese pobre chico ayer…”.

El señor Garrido se dio cuenta de que su hijo estaba hablando con el corazón. Pero no le respondió porque había alguien más a quien necesitaba disculparse primero.

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“¡Entra, pequeño!”, dijo el señor Garrido en voz alta. Pedro observó cómo el niño al que había humillado el día anterior entraba con una anciana. El miedo se reflejaba en su mirada.

“¡Hola!”, saludó Pedro. Luego fue hasta el niño y le ofreció la mano. “Lamento mucho las cosas que dije ayer. ¡No estuvo nada bien! Y señora, usted debe ser su abuela”, dijo Pedro, secándose las lágrimas y volviéndose hacia la mujer mayor.

“Acabo de pasar un día entero tratando de hacer lo que hace para ganarse la vida. Y ahora sé todo el esfuerzo y la voluntad que hay detrás. ¡Lamento haberla menospreciado a usted y a su trabajo!”

La anciana se mantuvo distante mientras él tomaba sus manos y se disculpaba. Pero en el rostro del niño se dibujó una linda sonrisa.

“Ahora, niño, siéntate. Tengo algo para ti”, dijo el adolescente. Le susurró algo a su padre, y cuando el señor Garrido asintió, fue corriendo a la parte trasera de la tienda y sacó una caja cuidadosamente envuelta.

“¡Ábrela!”, le pidió Pedro al chico, con una expresión de picardía en sus ojos.

El niño miró a su abuela y abrió la caja con cuidado. Lo que sintió al ver el contenido fue felicidad pura. ¡Era exactamente el par de zapatos de sus sueños!

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Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

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¿Qué podemos aprender de la historia?

  • Todo trabajo honrado es digno de respeto: Pedro tuvo que pasar un día entero trabajando como conserje para aprender una necesaria lección: todo trabajo era digno de admiración.

  • Un negocio es tan fuerte como las personas que lo dirigen: El adolescente temía que la tienda de su padre sucumbiera ante la competencia. Luego descubrió que ellos ofrecían algo que no tiene precio: el mejor servicio al cliente.

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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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