Mendigo paga la comida de anciana con los $12 que le quedan y al otro día recibe mensaje: "Tu recompensa llega hoy" - Historia del día
Daniel había perdido las esperanzas y la luz en su vida. Él se quedó sin hogar poco después de la muerte de su amada esposa. Cuando vio otra alma perdida, actuó con bondad, sin saber que un día después le esperaría una sorpresa que le cambiaría la vida.
Daniel no siempre había sido el indigente cansado que mendigaba en la calle al otro lado de un concurrido café. Su vida siempre había sido dura, pero hasta unos meses atrás, todavía había algo por lo que valía la pena vivir.
Clara, el amor y la luz de su vida, seguía viva… Él y su amada llevaban un año de casados y hacían su paraíso en el interior de una vieja casa rodante detrás del parque del barrio.
A menudo observaban hacia afuera, mirando a la gente que pasaba. Daniel y Clara habían fantaseado juntos con mil vidas, llenas de lujo, amor y risas, mientras imaginaban las fascinantes historias ficticias de esos extraños en sus mentes.
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Todo eso cambió cuando a ella le diagnosticaron cáncer. Había una pequeña posibilidad de enfrentar la enfermedad con tratamiento, solo una pizca de esperanza. Y eso era todo lo que Daniel necesitaba.
Él vendió todo lo que valía la pena vender en su casa, pidió prestado a todos sus amigos y consiguió todos los trabajos ocasionales que pudo, todo en un esfuerzo por recaudar suficiente dinero para el tratamiento de su amada esposa.
Cuando se estaba quedando sin fondos, Daniel vendió lo último que pudo: el tráiler que él y Clara habían llamado hogar.
“Después podemos construir otro hogar juntos”, se decía el hombre mientras dormía en salas de espera y cafeterías mientras su esposa se sometía a tratamiento en el hospital.
Él había hecho su parte, pero el destino no. Incluso después del costoso tratamiento, la condición de Clara siguió empeorando; su risa se volvía cada vez más rara, y sus ojos se abrían cada vez menos. Hasta que un día, no se abrieron más…
Daniel estuvo con ella en esos últimos momentos. Su cabeza descansaba sobre su pecho, y podía sentir el tirón de su último aliento que se desvanecía.
Todo lo cálido y hermoso había muerto junto con Clara. No quedaba amor en el mundo, ni bondad, ni hogar.
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Sin un techo sobre su cabeza, Daniel comenzó a vivir en la calle. Todavía estaba tratando de encontrar trabajo a tiempo completo, pero se enfrentaba a un mundo frío, y tenía suerte si conseguíauno o dos trabajos eventuales a la semana.
Las últimas semanas habían sido desafortunadas en ese sentido. Al hombre solo le quedaban $12 y tendría que sobrevivir con eso durante el resto del mes.
Eran pasadas las doce del mediodía y Daniel se estaba preparando para levantarse del lugar donde pasaba la mayor parte del tiempo después de quedar sin hogar. Quería comprar un sándwich en la cafetería.
“Un sándwich de pollo a la parrilla con queso extra”, pensaba Daniel mientras cruzaba la calle para llegar al café. Era el tipo de sándwich favorito de Clara, y pensar en ella hacía que su corazón volviera a romperse.
“Soy el hombre más patético, solo e indefenso de la ciudad”, pensó él. Luego vio algo que lo hizo cambiar de opinión.
Una anciana estaba de pie fuera del café, suspirando por el desorden de monedas y pertenencias que se habían caído de su vieja cartera. Ella se inclinó para recoger sus cosas, perdió el equilibrio y se cayó, llorando de dolor.
Mientras la señora se esforzaba por ponerse de pie, la gente la pasaba por un lado, sin reducir la velocidad y sin mirarla, como si fuera invisible.
“¿En qué se ha convertido este mundo?”, pensó Daniel mientras corría hacia la mujer mayor. Cuando llegó donde estaba ella estiró sus brazos y le ofreció sus manos para ayudarla a incorporarse.
“¡Ay, gracias, hijo!”, dijo ella mientras agarraba las manos del amable hombre. Se mantuvo agarrada a sus manos hasta que logró levantarse y sentarse en una de las sillas que estaban afuera del café.
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“No fue nada, señora. Cualquiera podría haberla ayudado. Cualquiera con un corazón, claro está”.
Daniel le sonrió a la anciana y se giró para ver penetrantemente a un grupo de jóvenes espectadores que miraban la escena con indiferencia.
“Entonces, ¿está bien, señora? Déjeme llamar a un mesero para que le tome su pedido”.
“¡Espera! No creo tener suficiente dinero para comprar nada. Tengo que ir a un lugar importante, y estaba tan apurada esta mañana que olvidé comer o incluso llevar mi billetera conmigo. Lo que tengo son unos centavos y un día muy largo por delante! ¡Soy muy torpe y olvidadiza! Mi Roberto se habría acordado de llevar mi monedero por mí”, dijo la anciana con voz temblorosa.
El dolor en la voz de la mujer era demasiado intenso como para que Daniel no lo notara. Conocía ese dolor. Era lo que se sentía al haber perdido al amor de tu vida.
“Está bien”, le dijo él. “Tenga esto”. Desató su pañuelo y le entregó unos billetes a la mujer mayor.
“Esto es para el desayuno. Solo hay $12”, dijo Daniel. Luego se dio la vuelta para irse, sin esperar ninguna señal de gratitud por parte de la pobre anciana.
“¡Ay, gracias, hijo!”, dijo la mujer mayor, sintiéndose avergonzada y agradecida al mismo tiempo. “Si no es mucho pedir, ¿podrías comer conmigo? ¿Hacerme compañía por unos minutos?”.
Daniel accedió a regañadientes a la petición de la anciana y tomó asiento.
Mientras ella, que se llamaba Frida, comía su desayuno humilde, se conectó instantáneamente con Daniel. Ambos sentían un gran dolor en sus corazones y almas, y hablaron sobre las personas que habían amado y perdido.
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El hombre sintió tristeza al escuchar que Frida y su esposo Roberto habían estado casados durante 59 años antes de que una enfermedad se lo llevara, dejándola sola y perdida.
Por su parte, la anciana quedó desconsolada tras conocer la historia de Clara y lo que había ocurrido con Daniel después de la muerte de su amada. “¡Ojalá pudiera cambiar la vida de este amable hombre en este instante!”, pensó ella.
Pero lo máximo que pudo hacer ese día fue intercambiar números de teléfono con él. “Llámame cuando necesites a alguien con quien hablar, hijo. ¡Y no te preocupes, tu amor y bondad se multiplicarán!”, dijo ella antes de que cada quien se fuera por su lado.
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Daniel sonrió ante las palabras de la mujer de 82 años y volvió al lugar donde dormía y pasaba la mayor parte de su tiempo. Había visto demasiado sufrimiento como para esperar experimentar nuevamente el amor o la bondad en su vida.
Al día siguiente, Daniel recibió un mensaje de texto de la mujer mayor que había conocido el día anterior. Él se sorprendió al ver la notificación y pensó que era un error.
“Nos vemos en el parque esta noche. Tu recompensa llega hoy”, decía.
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Aunque el hombre asumió que era un mensaje destinado a otra persona, una parte de él quería ir al parque. Esa vocecita en su cabeza era difícil de ignorar, por lo que se fue hasta el parque más tarde ese día, sin saber qué esperar.
Mientras caminaba por el lugar, decidió visitar el sitio donde solía estar la casa rodante en la que vivieron él y su difunta esposa. Ese lugar había estado vacío desde su muerte, y ese vacío siempre rompía el corazón de Daniel.
“Pero, ¿qué es eso? ¿Otro tráiler?”, dijo el hombre, sorprendido.
Siguiendo su impulso, se acercó a la casa rodante y, al detallarla, parecía nueva. La pintura olía fresca, las puertas estaban impecablemente limpias y un vistazo desde la ventana reveló que el interior era bastante espacioso.
Todo estaba bien hasta que Daniel vio el nombre al otro lado del remolque. Ese nombre significaba todo para él. Pintadas a mano en letras azules brillantes estaban las palabras “Paraíso de Clara”.
Daniel cayó de rodillas en estado de shock. No podía distinguir si lo que estaba viendo era real o producto de su imaginación. Fue entonces cuando vio una nota debajo de una rueda del remolque.
“Estimado Daniel,
Ella hubiera querido que fueras feliz. Ella hubiera querido que tuvieras un hogar...
Espero que esta sea una buena casa para ti. Gracias por tu amabilidad, hijo.
Con amor,
Frida”.
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Por primera vez en años, el muro que Daniel había construido alrededor de su corazón se vino abajo y no pudo evitar llorar. Resultó que Frida pudo ayudarlo porque tenía buena posición económica.
Tanto él como ella eran unas almas solitarias, y gracias a que se entendían muy bien, no tardaron en desarrollar una amistad que duraría toda la vida.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- El duelo conecta a las personas de la manera más profunda: Daniel y Frida estaban solos, pero reconocieron el dolor del otro y terminaron siendo amigos de por vida.
- No es necesario tener mucho para ser amable: Daniel era un mendigo al que solo le quedaban unos pocos dólares, pero optó por ser amable con la anciana que no tenía dinero y pagar su desayuno.
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