Mujer dona dinero a residencia de ancianos cada mes: recibe cuidado gratuito cuando se queda sin hogar a los 75 - Historia del día
Priscilla se casó con un hombre divorciado que tenía un hijo e hizo todo lo posible por ser una buena madrastra. Sin embargo, él la odiaba y decidió hacer algo horrible cuando ella quedó viuda. Fue entonces cuando un asilo de ancianos tuvo que intervenir.
"No puedes hacerme esto. He vivido en esta casa durante muchos años", le rogó Priscilla a su hijastro, Kenji, por teléfono.
"No me importa. Sal de mi casa porque la voy a vender. ¡No te quiero allí!", le dijo en forma hostil.
"Pero tengo 75 años. Vivo con un presupuesto limitado. ¿Adónde iré?", preguntó. Sus emociones empezaban a aflorar.
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"Escúchame, Priscilla. ¡NO ME IMPORTA!", gritó y colgó abruptamente.
Mientras bajaba el teléfono de su oreja, Priscilla no pudo evitar comenzar a llorar. Después de todos estos años, su hijastro todavía estaba resentido con ella por algo que nunca hizo.
Décadas atrás, Priscilla se casó con Oliver, quien estaba divorciado y criaba solo a su hijo de 11 años, Kenji. El chico inmediatamente dejó en claro que no estaba contento con la relación. Pero ellos se habían enamorado perdidamente y querían estar juntos.
Kenji nunca sintió cariño por Priscilla, principalmente porque pensaba que ella era la razón por la cual sus padres se habían separado. También la culpaba por el hecho de que su madre, Mariana, nunca lo visitaba. Eso no era cierto, pero el chico nunca quiso creer algo diferente.
A pesar de su odio por Priscilla, ella hizo todo lo posible por ser una buena madrastra para él. Kenji siempre rechazó su atención y cariño y se fue de casa a los 18 años. Llamaba a su padre de vez en cuando, pero jamás lo visitaba para no tener que verla.
Priscilla era una buena mujer, tenía muchos amigos en la comunidad y amaba a su esposo. A menudo, donaba a organizaciones benéficas locales, incluido el hogar de ancianos sin fines de lucro, que siempre necesitaba suministros y dinero.
Se ofrecía como voluntaria siempre que podía, porque su abuela había sido enviada a uno cuando Priscilla era pequeña. Sabía que algunos de los residentes no tenían el amor de sus familiares y ella intentaba compensar eso.
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Años más tarde, Oliver murió y todo lo que poseía lo heredó su hijo, incluida la casa. Priscilla estaba consciente de esto, pero nunca imaginó que Kenji la echaría siendo una mujer mayor.
Tenía algunos ahorros, pero no podía pagar un apartamento y no tenía adónde ir. Sin embargo, sabía que Kenji no cambiaría de opinión, así que tuvo que empezar a empacar.
Llamó a una amiga, la señora Suárez, quien le ofreció un sofá para pasar algunas noches. Por desgracia, esa no era una solución permanente.
Muy pronto, muchos descubrieron que Priscilla no tenía hogar y le ofrecieron algunas alternativas. No fue hasta que recibió la llamada de la directora del hogar de ancianos local, la señora Pamela, que pudo solucionar su situación.
"Vienes aquí y te quedas para siempre", insistió la señora Pamela, e incluso envió a algunos miembros del personal para ayudarla a mudarse.
Priscilla nunca pensó que terminaría en un asilo de ancianos. Pero esperaba que no fuera tan malo. Se mantenía con donaciones, así que le ofreció a Pamela su pensión de vejez para su estadía, pero ella se negó.
"Quédate con ese dinero. Después de todo lo que nos has brindado a lo largo de los años, y las horas que invertiste como voluntaria, este lugar te lo debe. No te preocupes", le aseguró.
Al final, decidió aceptar su amabilidad sin pagar mucho más que sus necesidades básicas. Sin embargo, esa no fue la única sorpresa que le tenía reservada la residencia de ancianos. Mariana, la madre biológica de Kenji, estaba allí.
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Priscilla solo la había visto una vez. Mariana estaba en la parte de atrás del teatro durante la graduación de Kenji, prácticamente escondida, y cuando intentó acercarse a ella, la mujer huyó. Su hijo nunca supo que había ido.
"¿Mariana?", preguntó, acercándose a ella.
La mujer mayor miró hacia arriba y frunció el ceño, pero el reconocimiento apareció en su rostro y apartó la mirada. "¿Qué haces aquí? ¿Me estabas buscando? ¿Oliver está aquí? ¿Viniste con Kenji?", preguntó con algo de temor.
"No, no. Estoy aquí sola. Oliver murió hace unos meses, y me tuve que mudar aquí. Kenji no ha venido. ¿Tú vives aquí?", quiso saber Priscilla, mientras se sentaba a su lado.
"Así es. Mis piernas no están nada bien y ahora necesito que me cuiden. Tú te ves saludable. ¿Por qué estás aquí?", preguntó Mariana, y Priscilla suspiró.
"Esa es una larga historia", respondió, casi avergonzada. ¿Cómo decirle que nunca se había ganado el amor de su hijastro, o incluso un poco de respeto?
"Tenemos tiempo", dijo Mariana, con un guiño de complicidad.
Priscila sonrió. "Bueno, en realidad es por tu hijo…".
Cuando terminó, Mariana estaba horrorizada. "No puedo creer que Kenji creyera eso todos estos años. Eso debe significar que Oliver nunca le dijo la verdad", murmuró, sorprendida.
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"Oliver le dijo muchas veces que ustedes se habían separado mucho antes de que nos conociéramos, pero él nunca quiso aceptarlo".
"No. Eso no", interrumpió Mariana. "La verdad es que me fui con un hombre. Odiaba mi vida simple y suburbana con un esposo y un hijo, así que me escapé con un aspirante a estrella de rock".
"Oh, Dios mío", exclamó. Ella no tenía idea. Oliver se había guardado ese secreto para sí mismo. Kenji tampoco lo supo nunca.
"Sí. Fui horrible. Por eso no podía regresar. No merecía tener a Kenji de vuelta en mi vida, y cuando te vi con ellos, pensé que era mucho mejor", agregó. "No sabía que te trataba así".
"Bueno, supongo que eso es lo que sucede cuando guardas secretos", comentó Priscilla.
"Tienes razón. Creo que es hora de asumir las consecuencias de mis actos y hacer lo correcto", continuó Mariana.
"Oh, disculpa. No quise eso".
"Lo sé. Pero soy vieja, ¿y quién sabe cuánto tiempo me queda? No es justo que él no sepa la verdad", dijo Mariana. "¿Crees que podrías hacer venir a Kenji?".
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"Tal vez", dijo Priscilla, inclinando la cabeza. "Podría decirle que necesito que firme unos documentos o algo así".
Sorprendentemente, ese plan funcionó. Llegó Kenji y le dijo a Priscilla que firmaría lo que fuera para no tener que volver a verla nunca más. Pero lo hizo esperar en la sala común de la residencia de ancianos y apareció Mariana.
Los dejó hablar durante mucho tiempo. Cuando regresó, Kenji estaba llorando. Ella nunca había visto eso en todos los años que lo había conocido. Nunca mostraba sus emociones, y mucho menos en público.
Kenji se limpió las lágrimas y miró hacia arriba, al notar su presencia. "Priscilla, yo… lo siento mucho", se atragantó, su cuerpo aún se sacudía con los sollozos.
Había odiado apasionadamente a su madrastra durante años y anhelado volver a ver a su madre biológica, solo para descubrir esta verdad desgarradora.
Priscilla lo perdonó rápidamente y prometió que todo estaría bien. Sus lágrimas finalmente se calmaron y aligeraron el ambiente hablando de la vida de Kenji.
Cuando se levantó para irse, le dijo: "Priscilla, puedes volver a casa. Es tuya, sin importar lo que diga el testamento de mi papá. No debí haberte echado".
Priscila lo pensó. "¿Sabes algo? Me gusta estar aquí y tengo 75 años. Tarde o temprano me habría tenido que mudar aquí de cualquier manera, así que creo que me quedaré. Lo que sí nos encantaría a las dos es que nos visitaras", dijo.
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Kenji asintió. A partir de ese momento, comenzó a ir una vez a la semana. Saludaba a Priscilla con una amabilidad que jamás había recibido de él, y luego pasaba la mayor parte del tiempo con su madre.
Eventualmente, Priscilla se enteró de que Kenji había alquilado la casa y donaba todo lo que cobraba al asilo de ancianos. "Al menos aprendió algo de mí", pensó con orgullo cuando se enteró.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Los secretos y la mala comunicación pueden arruinar vidas: La comunicación abierta y la honestidad son vitales. Las personas necesitan saber la verdad para decidir qué hacer al respecto.
- Siempre que puedas, ayuda a tu prójimo: Priscilla donó su dinero y tiempo a un asilo de ancianos durante muchos años y cuando estuvo a punto de quedar en la calle, ellos le abrieron las puertas del lugar.
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