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Niños pidiéndo limosta. | Foto: Shutterstock
Niños pidiéndo limosta. | Foto: Shutterstock

"Queremos comer", le ruegan gemelos a una señora: ella se da cuenta de que tienen la marca de nacimiento de su difunto hijo - Historia del día

Una madre de luto había perdido las ganas de vivir, pues creía que su vida carecía de sentido sin su hijo. Pero diez años después de su pérdida, se encontró con un par de gemelos que le hicieron darse cuenta de que Dios la mantenía viva por una razón.

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Estella trazó la inscripción dentro del anillo con su dedo, como había hecho innumerables veces antes, y lloró. ¿Cómo no iba a llorar? El corazón de una madre nunca encuentra consuelo tras la pérdida de su hijo.

Neil, su brillante y talentoso hijo, era un joven científico. Había seguido los pasos de su difunto padre, y sus ojos brillaban cada vez que hablaba de átomos y moléculas, algo que estaba mucho más allá de la comprensión de Estella.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Todo lo que la madre soltera podía hacer entonces era sonreírle a su hijo y animarlo en su carrera. Neil acudía a conferencias y exposiciones e incluso representaba a su estado, donde se reunían las mejores mentes científicas del país.

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Estella estaba orgullosa de la carrera académica de su hijo, aunque temía que hubiera estado demasiado preocupado por el trabajo como para pensar en formar una familia. Pero un día recibió una llamada devastadora, y en ese momento supo que su hijo ya no volvería con ella...

Era una mañana luminosa y soleada, y nada hacía pensar a Estella que las cosas fueran a ir mal. De hecho, estaba tarareando una canción y preparando el desayuno en la cocina cuando sonó su teléfono.

“¿Hablo con la madre de Neil?”, preguntó la persona que llamaba.

“Sí, ¿en qué puedo ayudarle?”, respondió la madre mientras se secaba las manos con una toalla y sostenía el teléfono entre la oreja y el hombro derechos.

“Llamo de parte del equipo de su hijo, señora”, dijo la mujer del otro lado de la línea. “La muerte de un joven científico es una gran pérdida para este país, pero creemos que es una pérdida mucho mayor para su familia. Sentimos mucho lo ocurrido”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“Por favor, acepte nuestro más sentido pésame. Su hijo... ya no está con nosotros”.

“¿Pésame?”, preguntó Estella, desconcertada. “Oh, vaya. Se equivocó de número. Hablé con mi hijo esta mañana cuando salió de su hotel”.

“Lo siento, señora. Lamentamos informarle de que hubo un accidente, y su hijo... murió en el choque”.

“¿Murió?”, preguntó Estella furiosa. “¿Piensas que me voy a creer eso? Es necesario que te informes bien. ¡Ve al hotel de mi hijo! Te enviaré la dirección, ¿de acuerdo?”.

“Él dijo que se iba a una conferencia, ¡y tú dile que te envía su madre! Verás que está vivo y bien. ¿Cómo te atreves a decir cosas falsas sobre mi hijo?”.

“El miércoles por la mañana”, dijo la mujer al otro lado de la línea. “Haremos el funeral dentro de dos días, y le enviaremos la invitación antes. señora, sentimos su pérdida. Por favor, cuídese”.

La línea de llamada emitió un pitido, y Estella pensó que era una pesadilla de la que pronto despertaría. Pero, trágicamente, no era una pesadilla; era la realidad que la destrozaba completamente por dentro.

Cuando aquel miércoles se paró frente al ataúd de su hijo y vio su rostro pálido, sintió que no quería seguir viviendo. ¿Cómo podía Dios ser tan cruel y llevarse a su hijo? Debería haber muerto ella, no él.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Pasaron los días, y también las semanas y los meses, pero nada curaba el corazón de Estella. Cuando sus amigos y familiares le daban el pésame, ella les gritaba. “¡Están todos enfermos! ¿Lo entienden? Mi hijo no ha muerto. Él volverá”.

Un año después, ya no se enfurecía con los que decían que su hijo no volvería, y la verdad había empezado a calar poco a poco en ella. Así que se sentaba a solas con los álbumes de Neil todas las noches, hojeando las páginas una y otra vez, recordando lo dulce que era su hijo.

Quizá debería haberle dicho que formara una familia. Quizá si hubiera tenido esposa e hijos no se hubiera pasado su tiempo haciendo locos viajes de investigación y seguiría vivo.

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“¡Ay, mi dulce hijito!”, sollozó Estella al mirar ahora el anillo. Neil le había regalado aquel anillo por su cumpleaños poco antes de su muerte. Era una preciosa pieza de plata que llevaba sus iniciales “E. T.”.

Qué feliz había sido aquel día. Nunca se había quitado ese anillo del dedo, igual que nunca se había quitado su anillo de boda.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“¿Por qué te llevaste a mi hijo, dejándome aquí?”, le preguntó Estella a Dios, llorando. “Podrías haberme llevado a mi y dejar vivir a mi hijo. Tan puro y tan inocente había sido mi niño”.

Estella lloró hasta quedarse dormida esa noche y se despertó sobresaltada cuando oyó sonar el timbre de la puerta. El toque del timbre era inusual porque nadie la visitaba. Nunca.

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“¿Quién es?”, preguntó mientras se ponía un suéter y bajaba las escaleras a toda prisa.

Cuando Estella abrió la puerta, se encontró con una encantadora morena. Era muy guapa.

“¿Sí, cariño?”, preguntó la mujer mayor con dulzura.

No se había dirigido a nadie con tanta ternura desde la muerte de su hijo. ¿Qué le estaba pasando?

“Hola, soy Emily. ¿Es esta... la casa de Neil?”, preguntó la joven.

A Estella se le humedecieron los ojos. “Sí”, dijo en voz baja. “Sí, lo es”.

“¿Puedo verlo?”, preguntó la joven, y Estella no pudo contener las lágrimas.

“No puedes verlo”, dijo la madre afligida. “Jamás. Deberías irte”.

“¿A qué se refiere? Yo sólo...”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“Está muerto. Mi hijo está muerto y nada lo traerá de vuelta, ¿de acuerdo? Si eso es lo que querías oír, ¡has encontrado tu respuesta! ¿Puedes dejarme en paz ahora?”.

El afecto de Estella por la joven se desvaneció y su ira se apoderó de ella. Emily quedó estupefacta, como si hubiera visto un fantasma.

“¿Qué?”, dijo, claramente impactada. “No, no, no. ¡Esto no puede ser!”.

“Bueno”, dijo Estella con rigidez. “¡Fuera de mi propiedad ahora, o llamo a la policía! ¿Entendido? ¡FUERA!”.

La señora cerró la puerta en las narices de Emily sin siquiera escuchar lo que la chica tenía que decir. Escuchó que la joven se disculpó antes de alejarse de la puerta, pero a Estella no le importó.

Nunca le había importado nada después de la muerte de Neil. ¿Cómo podría importar algo cuando su hijo no estaba vivo?

El resto del día no fue diferente para Estella. No pensó en Emily ni una sola vez. Pero diez años después, el destino la volvería a cruzar con esa joven.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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Diez años después...

“¡Dios mío! ¡Tienes que tener cuidado, muchacho!”, dijo Estella frunciendo el ceño mientras miraba al niño que se había tropezado con ella en el mercado. Era el comienzo del invierno y ella acababa de comprarse una bufanda preciosa.

“¡Lo siento!”, dijo el chico antes de girarse para mirar detrás de él. “¡Tim! ¡Date prisa!”, gritó, y luego le preguntó a Estella: “¿Podría darnos algo de dinero, señora?”.

La mirada de la mujer mayor se clavó en el cuello del niño. “¿Dinero?”, preguntó. “¿Por qué pides dinero a extraños, chico? ¿Y dónde están tus padres?”.

El niño se sentó en la acera, y pronto se le unió otro niño que era idéntico a él. “Me llamo Jordan y este es mi hermano gemelo, Tim”, explicó el chico. “Queremos comer. ¿Podría ayudarnos?”.“¡Váyanse!”, dijo. “¡No les voy a dar dinero!”.

“¡Por favor! ¡Por favor!”, comenzaron a decir los dos chicos al unísono mientras la agarraban del brazo.

Estella trató de ahuyentarlos, pero los gemelos continuaron pidiéndole dinero. Al final ella cedió y les echó unos dólares en una taza que sostenía Tim.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“¡Ya está!”, dijo la mujer mayor. “¡Ahora déjenme pasar!”.

“¡Es muy amable!”, dijo Jordan sonriendo, y se abrazó a sus piernas. “¡Muchas gracias, señora!”.

Fue entonces cuando Estella miró bien el cuello de Jordan y se sorprendió. “Esa marca de nacimiento...”, dijo ella, llevándose su mano a los labios. “¿Por qué tienes eso, muchacho?", preguntó”.

Ella se arrodilló frente a Jordan y le dijo: “¿Puedo ver la marca que tienes en el cuello?”.

El niño asintió, y Estella deslizó suavemente el suéter del chico por su cuello, para quedarse estupefacta.

“¡Dios mío! Es la misma marca de nacimiento que tenía mi hijo”.

Tim miró el cuello de Jordan. “¡Yo también la tengo!”, dijo él con una sonrisa tonta. “¡Mamá dijo que es una marca de nacimiento especial!”.

Estella no podía creer que aquellos dos niños con los que se había cruzado en el mercado tuvieran la misma marca de nacimiento que su difunto hijo. ¿Cómo era posible?

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Ahora que ella estaba mirando más de cerca las caras de los chicos, se daba cuenta de que se parecían ligeramente a Neil. Tenía que llegar al fondo del asunto. Si estos gemelos estaban emparentados con su hijo, Estella averiguaría cómo. Así que se le ocurrió una idea.

“Chicos”, les dijo. “¿Quieren chocolate caliente y pan dulce? Hay una cafetería enfrente. ¿Qué les parece?”.

“¡Sí! ¡Nos encantaría!”, dijeron los dos, contentos.

Mientras los niños comían sus panes dulces y bebían chocolate caliente, Estella no les quitaba la mirada de encima.

“¿Dónde están sus padres?”, les preguntó a los chicos, y Tim respondió. “¡Vivimos con mamá en la calle!”, contestó con la boca llena. “A ella le encanta... ¡Ah, mire! ¡Mamá! Mamá”.

“¿Tim?”. Estella se dio la vuelta al oír una voz agradable y vio a una mujer vestida con harapos que se acercaba a su mesa. La mujer mayor pensó que la pobre mujer parecía atractiva a pesar de sus arrugas y su rostro demacrado. Pero la sonrisa de la mujer se desvaneció al ver a Estella.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Empezó a llevarse a los niños, diciéndole a Estella que no necesitaba darles de comer. Pero la mujer mayor la detuvo.

“¿Te importa que hable contigo?”, le preguntó. “Necesito preguntarte algo, querida”.

“¡Lo siento, señora!”, se apresuró a decir la mujer, cogiendo a sus hijos en brazos. “Necesito...”.

“¿Cómo sabes mi nombre?”, preguntó Estella, poniéndose lentamente de pie. “¿Me conoces? Parece que sí”.

Los hombros de la mujer flaquearon y se le llenaron los ojos de lágrimas. “¿De verdad no me reconoce? ¡Ya nos conocíamos! Soy Emily, señora. ¿Le suena de algo?”.

Los ojos de Estella se abrieron de par en par, sorprendida, al mirar a la mujer que tenía delante. ¡Emily había sido muy guapa años atrás!

“¿Emily? Oh querida, ¡tú me visitaste!”.

“Así es”, suspiró mientras se sentaba en una de las sillas. “Por favor, tome asiento. Creo que ya no puedo huir de usted”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Cuando Emily empezó a hablar, Estella no podía creer lo que oía. La madre de los niños reveló que salía con Neil cuando era estudiante, años atrás. Se conocieron durante una conferencia científica en su universidad, y así fue como comenzó su romance.

Seis meses después de haber comenzado a salir con Neil, Emily descubrió que estaba embarazada. Estaba entusiasmada con su embarazo y quería compartir la noticia con él. Pero el destino tenía otros planes.

Neil dejó de comunicarse con ella abruptamente y a ella se le rompió el corazón. Sin embargo, Emily creía que él tenía sus razones, así que decidió ponerse en contacto con sus amigos en común para que le dieran la dirección de su casa y visitarlo.

Cuando lo hizo, descubrió que Neil ya no estaba vivo. En aquel entonces, Emily no podía decidir si continuar con su embarazo o no. Pero no pudo renunciar a las dos vidas que estaban creciendo en su interior.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Así que abandonó la universidad y empezó a hacer diferentes trabajos para mantener a sus hijos. Sin embargo, la vida resultó más difícil de lo que había previsto, y la llevó a ella y a sus bebés a la calle.

“Me sentí muy triste cuando supe que tendría gemelos. Sabía que no podría mantenerlos”, le confesó Emily a Estella.

“Luego pensé: ‘Es algo que forma parte de Neil y de mí. Es un símbolo de nuestro amor’, y no me atrevía a desprenderme de él. Señora, no quería molestarla”.

“Sabía que estaba pasándola muy mal con la muerte de Neil, y mis padres no estaban encantados con mi embarazo. No me apoyaron. De hecho, me echaron de casa”.

“No, no...”, susurró Estella, con la mano apoyada en la de Emily. “Deberías haberte acercado a mí, abrazarme y decirme que eras la madre de los hijos de Neil”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“Te habría recibido con los brazos abiertos, cariño, y yo... ¿sabes qué? Nunca es demasiado tarde. Te tengo a ti, y tengo a mis nietos. Y no podría haberle pedido más a Dios. Por favor”.

Estella se quitó el anillo que Neil le había regalado por su cumpleaños antes de morir y se lo dio a Emily. “Él te habría pedido matrimonio y te habría dado un anillo. Serías su esposa y parte de nuestra familia. Pero no era el momento adecuado para nosotros”.

“Hagámoslo bien ahora. Mira, habrías tenido las mismas iniciales que yo si te hubieras casado con mi Neil, así que quédate con esto. Es legítimamente tuyo”.

“Y tú y tus hijos vendrán a casa conmigo. Aunque no tengo mucho que ofrecer, puedo darles a ti y a mis nietos un hogar lleno de amor. Y ahora sé que esta es la razón por la que Dios me había mantenido con vida”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • El dolor desaparece con el tiempo; el amor y los cuidados, no: Con el tiempo, el dolor que Estella sentía por la muerte de su hijo Neil sanó. Luego recibió a la mujer que amaba y a sus hijos.
  • Dios tiene un plan para todos: Aunque Estella perdió a su hijo, ganó una nueva familia con Emily y sus hijos gemelos.

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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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