48 horas después de que su madre no volviera del trabajo, su hijo sospecha y visita la oficina de su jefe - Historia del día
Un chico se preocupó cuando su madre no volvió del trabajo en 48 horas, así que fue a su oficina para preguntar por su paradero. Al preguntarle a su jefe, el adolescente se enteró de que su madre había salido de la oficina dos días atrás, y nadie la había visto desde entonces.
“Mamá, ¿podrías cerrar las cortinas? Me arden los ojos”, Max, de 14 años, daba vueltas en la cama mientras los cálidos rayos del sol de mediodía entraban por la ventana de su habitación.
La noche anterior se había quedado hasta tarde jugando videojuegos y quería dormir un poco más. Por eso estaba tan irritado, pensando que su madre, Cintia, había abierto las persianas como hacía siempre para despertarlo cada mañana.
“¿Mamá? Te dije que cerraras las...”, dijo Max levantándose enfadado de la cama, frotándose los ojos, pero se dio cuenta de que no había nadie...
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Habían pasado dos días desde que el chico había salido de su habitación mientras jugaba videojuegos en la consola que le habían regalado por su cumpleaños el mes pasado. Max había estado despierto día y noche, cenando paquetes de patatas fritas y refrescos de cola, perdido en el mundo virtual.
Había estado tan ocupado venciendo a sus oponentes en línea que ni siquiera se había molestado en salir de su habitación o en ver cómo estaba su madre. Ya era mediodía y Max tenía hambre, así que finalmente salió de su cuarto y bajó a la cocina por algo para comer.
“Mamá... ¿adónde te fuiste dejándome solo? Regresa, por favor”.
Al entrar allí, se sintió raro cuando vio el fregadero rebosante de platos sucios tal y como lo había visto dos días atrás. Era extraño, porque su madre era muy estricta con la limpieza y nunca dejaba platos sucios en el fregadero.
Un sentimiento de terror se apoderó del chico mientras se preguntaba dónde podría estar su madre y por qué la cocina estaba tan desordenada.
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“¿Mamá? ¿Dónde estás? Muero de hambre... ¿Puedes hacerme un sándwich?”, le dijo Max a Cintia. Él miró en la despensa para ver si estaba allí, pero no estaba. Cintia siempre regresaba para almorzar al mediodía, pero la casa estaba inusualmente tranquila esa tarde.
“¿Mamá?”, llamo Max mientras encendía la lámpara del pasillo. “¿Puedes venir, por favor?”, volvió a gritar. Pero nadie respondió.
El adolescente miró a su alrededor y vio que no estaban el bolso y la computadora portátil de Cintia, y que la percha no tenía ningún abrigo, lo que indicaba que no estaba en casa.
“¿Por qué no está en casa todavía? Bueno... debe estar en el trabajo”, suspiró Max mientras se dirigía a la nevera, suponiendo que su madre le habría dejado algo de cereales fríos o ensalada de frutas, como hacía siempre.
Pero el chico retrocedió sobresaltado cuando abrió la nevera y vio que su madre no le había dejado nada de comer. Un escalofrío recorrió la espalda de Max al darse cuenta de que algo no estaba bien.
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La desaparición de su madre, los platos y la cocina sucios, y ahora la falta del desayuno... todo empezaba a cuadrar. La mente de Max estaba plagada de extrañas preguntas, pero ninguna de ellas parecía tener sentido para él.
Volvió a registrar la casa, pasando de una habitación a otra, comprobando cada rincón, pero nada parecía fuera de lugar. El inquietante silencio de la casa no hacía más que ponerlo más nervioso.
“¿Adónde habrá ido mamá sin decírmelo? ¿Estará enojada conmigo por lo que le dije?”, pensó él, preocupado.
El adolescente sintió una extraña sensación de inquietud al recordar la acalorada discusión que había tenido con su madre dos días atrás durante la tarde.
Al volver a mirar el desorden de la cocina, Max se dio cuenta de que su mamá no había vuelto a casa desde aquel día. Rápidamente tomó su teléfono celular y la llamó. “¡Contesta! ¡Contesta!”, dijo mientras caminaba en círculos.
Pero para su sorpresa, el teléfono de Cintia estaba apagado. Esto no hizo más que aumentar sus temores y las extrañas posibilidades que rondaban su mente.
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“¿Adónde fuiste, mamá? ¿Por qué no contestas mis llamadas? ¿Qué te pasó?”, pensó Max con temor, zapateando sobre el suelo de madera mientras se apretaba el puño derecho con la mano izquierda. Entonces decidió no esperar a su madre hasta la noche.
Sabía que tenía que actuar con rapidez y encontrarla, así que salió corriendo hacia la parada de taxis más cercana y paró un taxi para ir a la oficina de su madre. El miedo se apoderó de la mente de Max mientras estaba sentado el asiento trasero del vehículo, con la mirada perdida en la ventanilla, esperando que su mamá estuviera en algún lugar por el camino.
Mientras el taxi avanzaba a toda velocidad por las concurridas calles, Max intentó llamar a su madre de nuevo, pero su teléfono seguía apagado. Una sensación de pánico se apoderó de sus entrañas mientras se preocupaba por lo que podría haber pasado.
“¿Será que alguien la secuestró? Rayos... ¿en qué estoy pensando? Debe de estar en su trabajo... ¿Pero por qué tiene el teléfono apagado? Mamá nunca apaga el teléfono...”, pensó el chico, angustiado.
Al llegar al exterior del bufete de abogados donde trabajaba Cintia, Max se apresuró hacia la puerta y escuchó voces apagadas procedentes del interior.
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Empujó la puerta con la esperanza de encontrar a su madre sana y salva. Pero mientras avanzaba por el pasillo poco iluminado, buscándola, un colega de su madre lo reconoció y lo detuvo.
“¿Max?”, le preguntó el hombre al chico.
“Estoy buscando a mi madre... No ha regresado a casa en dos días. Pensé que podría estar aquí”, lo interrumpió el chico.
“¿Cintia no está contigo? Pero pensamos...”, dijo el hombre, haciendo una pausa conmocionado, mientras Max corría escaleras arriba e irrumpía en la oficina del jefe de su madre.
“¿Qué haces aquí, jovencito? ¿Qué quieres?”, preguntó sobresaltado el jefe de Cintia, el Sr. Castillo, después de que Max irrumpiera en su oficina sin haber tocado la puerta.
“Soy Max... Mi mamá trabaja aquí... Es su secretaria”, dijo el chico, tratando de recuperar su aliento.
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“¿Tu madre? ¿Eres el hijo de Cintia?”, preguntó ansioso el Sr. Castillo.
“¡Sí! Mamá no ha regresado a casa en los últimos dos días”, explicó Max. “Estoy preocupado... quiero verla. ¿Dónde está? Nunca me dijo que tenía horas extras”.
Las cejas del Sr. Castillo se arquearon de la sorpresa, y su respuesta no fue para lo que Max había venido preparado.
“¿Cintia no está en casa? La última vez que vino a trabajar fue dos días atrás. La llamé, pero no contestó. Incluso llamé a un número alternativo que me había dado, pero el número no estaba localizable”.
Max sintió una punzada de miedo en la espalda.
“¿No está aquí? Entonces, ¿a dónde fue?”, preguntó asustado, sintiendo que algo estaba muy mal.
“Yo creía que ella estaba aquí... hace dos días que no viene a casa. ¿Puede comprobarlo, por favor? A veces hace horas extras”.
“No hemos tenido ningún turno extra en toda esta semana, jovencito”, dijo el Sr. Castillo. “La vimos por última vez hace dos días... Cintia no ha venido a trabajar desde entonces”.
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“Pensaba que tu madre estaba enferma y que por eso se había tomado estos días. Pero Cintia nunca se toma días libres sin informarme. Pensé que algo estaba mal e incluso quise llamar a la policía cuando no respondió mi llamada. Pero decidí esperar, pensando que volvería... Mira, creo que es mejor informar a la policía ahora”.
Antes de que el Sr. Castillo pudiera terminar de hablar, Max salió corriendo de la oficina a la calle, sin saber adónde ir a buscar a su madre. No paraba de llamarla, pero su teléfono seguía apagado.
La mente de Max se agitaba asustada mientras corría por las calles, buscando cualquier señal de su madre desaparecida.
“Mamá, ¿dónde estás? Por favor, vuelve”, dijo el chico rompiendo a llorar mientras corría hacia un parque. Sus pensamientos se dispersaban en diferentes dimensiones, temiendo lo que pudiera haberle ocurrido a su madre.
El adolescente se sentía perdido e indefenso, e incluso llamó a todos sus amigos para saber si la habían visto. Pero resultó que había pasado tiempo desde la última vez que habían visto a Cintia.
“Mamá... ¿adónde te fuiste dejándome solo? Regresa, por favor... Lo siento. No volveré a lastimarte”, gritó Max, con los ojos rebosantes de lágrimas mientras se hundía en un banco de madera. Su corazón se estremeció de arrepentimiento cuando recordó la última vez que vio a su madre: la tarde de hacía dos días en la que le había gritado que no se metiera en su vida.
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Aquel día, Cintia había llegado a casa para comer de muy mal humor tras una frustrante reunión con un cliente. Cuando entró en la cocina, se encontró con un fregadero rebosante de platos sucios, lo que la enfureció aún más.
Su hijo le había prometido fregar los platos y ordenar la cocina todas las mañanas durante sus vacaciones de agosto a cambio de una consola de videojuegos para su cumpleaños. Pero Max no cumplía su palabra una vez conseguía lo que quería y siempre estaba ocupado jugando con la videoconsola en lugar de ayudar a su madre.
Aunque Cintia intentó contener su frustración, perdió la calma al ver la cocina desordenada y se dirigió furiosa al dormitorio de Max. Pero en lugar de disculparse con su madre y enmendar su error, la ira del adolescente se desbordó y arremetió contra ella.
“¿Estás loca, mamá? Siempre estás fastidiándome, regañándome como un disco rayado. Es extremadamente molesto... ¿Y ahora me dices que no puedo jugar videojuegos por culpa de unos estúpidos platos?”, le gritó Max a Cintia.
El adolescente se sentía asfixiado por su madre, que siempre estaba pendiente de él, y sus constantes críticas lo hacían sentirse muy deprimido. Y ese día, él también estaba de muy mal humor, ya que Cintia lo había interrumpido en medio de un importante partido en línea, haciéndole perder la partida.
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“Deja de actuar como si fueras mi jefa, ¿OK? Estoy en vacaciones de verano y se supone que tengo que divertirme. Ni siquiera puedes permitirte unas vacaciones o dejarme hacer lo que quiero. Deja de tratarme como a un niño. Tengo catorce años”, argumentó Max, con la voz hirviente de ira.
“Mira, puedes contratar a alguien que limpie para que haga todo esto, ¿OK? O puedes lavar tú misma esos estúpidos platos. No estoy aquí para lavar platos sucios. Tengo mis propias cosas que hacer, así que deja de molestarme y déjame en paz”.
“¿No te atrevas a levantarme la voz así, jovencito? Soy tu madre y merezco un poco de respeto. No me hables así”, dijo Cintia sorprendida ante el comportamiento irrespetuoso de su hijo.
Y en el calor del momento, ella respondió desenchufando la consola del chico, amenazándolo con que se la confiscaría si no se disculpaba.
Max estaba tan enfadado que se negó a dar marcha atrás.
“NO lo siento, ¿OK? ¿Me escuchaste, mamá? No puedes controlarme ni quitarme mis cosas”, gritó, arrebatando la consola de las manos de Cintia.
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“Ya quiero cumplir 18 años para largarme de esta estúpida casa y librarme de tus estúpidas normas”, le gritó Max a su madre mientras se hundía en su cama.
“¡Eres la peor madre del mundo! Todos mis amigos tienen los mejores padres, que les dan todo lo que piden. Pero tú no. Ni siquiera puedes permitirte llevarme de vacaciones. Y siempre estás encima de mí dándome órdenes”.
“Eres increíblemente insoportable... desearía no volver a verte nunca más. ¿Y sabes qué? Ahora sé por qué papá nos dejó. Porque eres muy irritante. Eres insoportable... ¿te das cuenta por lo que paso cada vez que me molestas?”.
El corazón de Cintia se rompió en mil pedazos mientras rompía a llorar. Era lo menos que quería escuchar de su hijo. No podía creer que Max dijera algo tan hiriente como eso.
“¡Largo de mi habitación... y de mi vida! Y no vuelvas... ¿me escuchaste? Déjame en paz y no vuelvas”.
La voz enfadada de Max seguía resonando en la cabeza de Cintia mientras bajaba las escaleras, furiosa, con lágrimas cayendo por su cara.
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Esa fue la última vez que Max vio a su madre, su silueta desapareció escaleras abajo mientras cerraba la puerta de un portazo.
“No debería haberte dicho eso, mamá... Lo siento”, gritó Max, con el peso de sus palabras aplastándole el alma mientras volvía a la realidad.
Estaba oscureciendo y él seguía sentado en el parque, mirando las caras de desconocidos con la esperanza de ver a su madre desaparecida. Max rezaba para que ella saliera de repente de entre la multitud y lo llevara a casa. Nunca se había sentido tan miserable y su corazón temblaba de miedo y confusión.
“¿Qué le pasó? ¿Dónde está?", las preguntas sin respuesta se clavaban como puñales en su mente.
El arrepentimiento alimentaba los pensamientos de Max mientras estaba sentado solo en el banco, recordando las veces que había herido a su madre con su comportamiento egoísta y sus palabras groseras.
No era la primera vez que Max hería a su madre. Lo hacía a menudo, a veces incluso por tonterías como no ganar una carrera de bicicletas con sus amigos o no comprarle los juguetes más chulos.
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A veces, Max trataba a su madre como un saco de boxeo emocional para descargar toda su rabia y sus frustraciones, y nunca le había dado importancia a cómo debía haberla lastimado.
Pero ahora que ella había desaparecido misteriosamente sin dejar rastro, el adolescente empezó a sentirse culpable y perdido. No podía perdonarse a sí mismo. Se dio cuenta de que siempre había sido un hijo horrible y rezaba por tener una sola oportunidad de arreglar las cosas con su madre.
“Siento mucho lo que pasó aquel día, mamá. Por favor, vuelve. Eres la mejor madre del mundo. No volveré a hacerte daño. Por favor, vuelve conmigo”, gritó Max mientras caía de rodillas y miraba la foto de su madre en el teléfono.
Cuanto más profundizaba en su pasado, una oleada de emociones se apoderaba de él, haciéndole darse cuenta de lo mucho que había dado por sentada a su madre.
La vida de Cintia siempre había girado en torno a Max desde el día en que nació. Él había sido abandonado por su padre. Su madre se había enfrentado con valentía a todos los obstáculos que se le presentaban, esforzándose al máximo para que su hijo tuviera una vida mejor.
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Las incontables horas que Cintia había pasado trabajando duro para ofrecerle lo mejor a Max, las noches en vela que había pasado a su lado cuando estaba enfermo y el apoyo inquebrantable que siempre le había ofrecido... todo estaba llegando a la mente del adolescente.
Cintia trabajaba duro para darle a su hijo lo mejor. Y cada céntimo que ganaba era un paso más para asegurar la vida de Max. Pero el chico nunca estaba satisfecho y refunfuñaba por cualquier cosa.
A medida que crecía, sus exigencias no tenían fin. Max quería los últimos artilugios, ropa de marca y los juguetes más caros. Nunca estaba satisfecho con lo que tenía, y el duro trabajo de su madre nunca era suficiente.
Hacía horas extras, a veces incluso turnos de noche, para satisfacer sus exigencias. Casi la mitad de sus ingresos se destinaban a la educación de Max. La costosa consola de videojuegos que le había regalado en su cumpleaños procedía de sus ahorros, ganados con esfuerzo gracias a las horas extra que hacía. Pero Max no estaba agradecido. Nunca lo estuvo.
Pero ahora, el chico sentía una punzada de culpabilidad y temía que la discusión que había tenido con su madre hacía dos días fuera su última conversación.
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“¿Qué hice? Mamá, lo siento mucho... ¿Adónde has ido? Tengo miedo... Por favor, regresa”, dijo Max rompiendo a llorar. Finalmente decidió ir a la policía cuando, de repente, su teléfono vibró en su bolsillo.
El corazón del chico se aceleró de miedo cuando sacó el celular y vio un número desconocido parpadeando en la pantalla. Una extraña sensación de inquietud se apoderó de él y dudó en contestar.
“¿De quién es este número y por qué me llaman ahora?”, se preguntó.
El teléfono seguía vibrando, distrayendo a Max de sus pensamientos. Respiró hondo y deslizó el dedo para contestar.
“¿Hola? ¿Quién es?”, dijo, con la voz temblorosa por el miedo.
Hubo una breve pausa al otro lado de la línea y Max pudo oír ruidos de fondo de gente y ambulancias.
“Hola, llamamos del Hospital Municipal. Tu madre nos dio este número”, dijo finalmente la persona que llamaba.
Una oleada de miedo golpeó a Max.
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“¿El hospital municipal? ¿Mi madre? ¿Dónde está? ¿Qué le pasó?”.
“Hemos estado intentando comunicarnos con este número desde la mañana, pero no había sido posible. Tu madre Cintia está ingresada aquí... ¿Podrías venir a la dirección que te voy a indicar? Por favor anótala...”.
Max anotó la dirección y la persona que llamaba colgó antes de que pudiera pedirle más detalles. El chico se llevó la mano a la cara, ocultando su expresión de terror.
Sintió que se le hacía un nudo de miedo en el estómago, y su mente no paraba de asustarlo con pensamientos horribles sobre lo que podría haberle pasado a su mamá. El reloj avanzaba y cada segundo contaba.
Max salió corriendo a la carretera y paró un taxi, rogándole al conductor que fuera más rápido. Cuando llegó al hospital, tembló de miedo al bajar del vehículo y dirigirse a la recepción.
“¡Perdone! Me llamaron de aquí... Me llamo Max. Dijeron que mi madre Cintia estaba ingresada aquí... por favor, ¿puede decirme en qué planta se encuentra?”.
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Max estaba muy ansioso. Se negaba incluso a imaginar lo que podría haberle pasado a su madre. No podía perdonarse haberla lastimado y le preocupaba que le hubiera pasado algo horrible.
“Hola, fui yo quien te llamó", respondió la recepcionista. “Está en la séptima sala de la primera planta, a la derecha”.
Max subió corriendo a la sala, con el corazón acelerado por el miedo, rezando para que su madre estuviera bien. Cuando entró en la sala, sus pies se congelaron en el suelo.
“Mamá...”, fue todo lo que dijo, temblando al ver a Cintia tumbada en la cama del hospital, con parches intravenosos en la mano.
“Mamá... ¿qué te pasó... mamá? Despierta...mamá...”, dijo el adolescente mientras se acercaba rápidamente a su madre. Luego la abrazó, rogándole que se levantara.
“Mamá, lo siento... no... por favor, no me hagas esto... mamá... despierta”, dijo el chico, rompiendo a llorar. Su corazón se estremeció al ver a su madre tendida en la cama del hospital.
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Una brizna de alivio brotó de los ojos de Max cuando vio que su madre abría lentamente los ojos al ver sus cálidas lágrimas derramarse por su rostro.
“¡Max... cariño, me alegro mucho de verte!”, dijo ella. “Te extrañé mucho, cariño”.
“Mamá, te estuve buscando por todas partes”, balbuceó Max, con las lágrimas cayendo por sus mejillas. “Incluso fui a tu oficina. Creía que estabas en el trabajo. Lo siento mucho. Por favor, perdóname por lo que dije aquel día. No era mi intención... Dios mío... ¿Qué te pasó? ¿Cómo te lastimaste la cabeza?”.
Cintia levantó débilmente la mano y frotó la mejilla de Max, revelándole lo que había sucedido aquella tarde después de pelearse.
“Iba de camino a la oficina. Se me ocurrió tomar un atajo y me dirigí al paso subterráneo... Una banda de enmascarados me detuvo en el camino... me dieron una paliza, me robaron la cartera y el teléfono, y huyeron. No sé qué pasó después”.
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“Cuando me desperté hoy por la mañana, me dijeron que alguien me había traído aquí. Le di tu número a la enfermera porque no me dejaban irme a casa sin que viniera alguien a buscarme”.
“¡Mamá, gracias a Dios que estás bien! Estaba muy asustado... ¡Estoy muy contento de haberte encontrado!”.
Max abrazó a su madre con fuerza, prometiéndole que nunca volvería a lastimarla. Y cuando le dieron el alta y volvió a casa al día siguiente, ella se encontró con una sorpresa que la hizo llorar.
Cintia estaba desbordada de alegría cuando entró en su casa. Ella no pudo contener las lágrimas cuando Max la recibió con su pastel de ciruelas favorito. Incluso había fregado los platos sucios y ordenado la cocina. La madre perdonó a su hijo y lo colmó de besos y abrazos. Desde aquel día el chico nunca dio por sentado el amor de su madre y la honró.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Aprecia y agradece a tus seres queridos mientras estén contigo: Nunca sabes cuándo pueden desaparecer de tu vida. Max nunca le estuvo agradecido a su madre a pesar de ser la única que había cuidado de él toda su vida. Sin embargo, se dio cuenta de su error y se sintió culpable por haberla lastimado cuando ella desapareció de repente durante dos días.
- Dios no irrumpe desde los cielos. En su lugar, envió a las madres: Así que ama y respeta a tu madre, y no olvides que hoy estás aquí gracias a ella. Cuando el padre de Max lo abandonó, su madre se hizo cargo de todo lo relacionado con su hijo. Se esforzaba para criarlo, pero él nunca la respetó hasta que el destino le hizo darse cuenta de que ella lo era todo para él, sin la cual nunca podría sobrevivir.
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