“Eres pobre por floja”: hombre rico culpa a su hermana hasta que cambian de lugar - Historia del día
Un hombre rico que siempre tuvo una vida fácil se burló de su media hermana distanciada tildándola de “floja” y culpándola de su pobreza. Las cosas dieron un giro que nunca habría imaginado cuando hicieron una apuesta y cambiaron de lugar durante dos semanas.
Abraham, hijo único de una madre soltera, nació en una familia privilegiada y creció con todas las comodidades y lujos a su alcance.
Desde la mejor educación secundaria hasta la ropa y el auto de marca más caros, nunca había tenido que mover un dedo para conseguir lo que quería.
Su madre, Rosalía, se aseguraba de que su hijo obtuviera todo lo que deseaba incluso antes de que él pudiera pedírselo. Así era la lujosa vida de Abraham, de 23 años.
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Desde que tenía cinco años y empezó a conocer el mundo que lo rodeaba, Abraham pensó que era el único hijo de su distanciado padre, Miguel, a quien su mamá nunca le permitió conocer después de divorciarse.
Pero todo cambió un día en que Abraham y su madre se dirigieron a un pueblo lejano, vestidos de negro y con caras tristes, para dar el último adiós a Miguel, que había fallecido de un paro cardíaco.
“Tú ocupas mi lugar y yo el tuyo durante dos semanas... ¡A ver quién lo hace mejor!”, retó Abraham a su hermana.
Ese día, Abraham descubrió que tenía una media hermana llamada Selena, de la que no sabía que existía hasta que la vio llorar. “Papá, por favor, regresa... ¿cómo vamos a vivir mamá y yo sin ti?”, lloró cuando Miguel fue enterrado.
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A pesar de regodearse en riquezas, Abraham siempre había sentido un extraño vacío en su vida. Rosalía nunca había hablado de su padre y nunca le había permitido preguntarle sobre él.
Lo había criado contándole cosas desagradables sobre su papá que ningún hijo querría oír de boca de su madre. Le había dicho que su matrimonio había sido un error imprudente de juventud y que lo único bueno que había resultado de eso había sido el nacimiento de su hijo.
Por eso, al crecer, Abraham dejó de preguntar por su padre y sabía muy poco de él. Además, estaba contento con la abundancia de lujos que recibía de su mamá. Eso lo distraía de querer saber más sobre su distanciado papá y de lo que había sido de él después del divorcio.
Pero aquella tarde, después de que su padre quedara reducido a nada más que un montón de tierra en el cementerio, el corazón de Abraham comenzó a atormentarse con muchas preguntas. No sabía que tenía una media hermana, y la sorprendente verdad puso su mundo de cabeza.
“¿Tengo una hermana y no me habías dicho nada sobre ella?”, le preguntó Abraham a su madre mientras volvían a casa después del funeral.
“No es tu hermana. Nunca lo ha sido y nunca lo será”, dijo Rosalía apretando los dientes.
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“Mamá, me dijiste que papá había continuado con su vida... que se había casado con otra después del divorcio. Pero yo debería haber sabido lo de Selena”, argumentó Abraham, incapaz de apartar sus pensamientos de su media hermana.
A medida que profundizaba en el pasado, él se dio cuenta de que su mamá lo había alejado intencionadamente de su padre. Había llegado a convencerlo de que los ricos y los pobres nunca podrían tener nada en común.
Incluso Abraham había seguido los pasos de su madre y se había convertido en alguien que valoraba el dinero por encima de todo lo demás. Pero la verdad sobre la hermana que no sabía que existía sacudió su mundo.
“Pero mamá, ¿cómo pudiste? Puede que no te gustara papá... A mí tampoco me gustaba, ¿OK? Pero aun así tenía derecho a saber de mi media hermana”, rompió el silencio mientras ella se arreglaba el maquillaje.
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“Mira, cariño... tu papá era un misógino... por eso nos separamos. Nunca estuvo destinado a hacernos felices. Me enteré por una amiga que Miguel tenía una hija de su segundo matrimonio”.
“No quería tener nada que ver con tu padre o su nueva familia. No son nadie para nosotros... Así que no creí necesario que supieras que tenías una media hermana”.
No importaba lo que Rosalía dijera, no parecía alejar los pensamientos de Abraham sobre su hermana.
Puede que no hubiera tenido la oportunidad de conocerla, pero sentía que no era demasiado tarde y que no podía dejarla sola así, teniendo en cuenta que su papá ya no existía.
La forma en que ella lloraba durante el funeral, pidiendo que su padre regresara, resonaba en la cabeza de Abraham.
Estaba inquieto, así que al día siguiente salió temprano de casa con un impecable traje azul, saltándose el desayuno, algo que a Rosalía le pareció extraño. Así que se levantó inmediatamente de la mesa y le cerró el paso.
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“Cariño, ¿qué ocurre? Hoy es domingo, y no trabajamos los fines de semana. ¿Se te olvidó?”.
Abraham era el director general de su empresa textil y había llegado a ese puesto sin siquiera haber terminado la universidad. No creía que fuera necesario un título para dirigir el negocio de su madre.
Él hacía muchas cosas en el trabajo y pensaba que él era la razón del éxito del negocio. En realidad, era su madre quien hacía todo el trabajo difícil.
“Abraham, ¿qué pasa, cariño? ¿Adónde vas? Habías prometido llevarme al salón hoy...”.
“¡Mamá, lo siento! Hoy no puedo llevarte. Tengo una cita con alguien”.
Las cejas de Rosalía se fruncieron de decepción cuando adivinó con quién iba a encontrarse Abraham. Y ella no iba a permitirlo.
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“¡No me digas que vas a encontrarte con Selena! Si ese es tu plan, no te dejaré ir”.
“Abraham, cariño, ella no es una de nosotros. Es pobre y no es el tipo de persona con la que querrías perder el tiempo... Selena nunca podrá estar a la altura de nuestras expectativas”.
“¡Tu padre la crio, así que ya puedes adivinar lo perdedora que puede llegar a ser!”.
Abraham no pronunció ni una palabra más. Pasó furioso junto a su madre, dirigiéndose a su automóvil mientras se ponía las gafas de sol. Sabía claramente que Rosalía se enfadaría con él. Pero ya había decidido que era hora de conectar con su hermana distanciada.
Y así, condujo hasta la dirección que había encontrado a través de un amigo en Facebook.
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Una hora más tarde, Abraham se encontraba frente a una casa pequeña y destartalada que no parecía más grande que la mitad del garaje donde había estacionado su todoterreno. Con el corazón lleno de esperanza y los ojos llenos de ilusión, se dirigió hacia la puerta principal con regalos y flores.
Abraham llamó a la puerta y esperó mientras su corazón empezaba a latir con más fuerza. Tenía la esperanza de que Selena no lo rechazara por no haberlos visitado a ella y a su papá en todos estos años.
Esperaba que lo reconociera y lo abrazara gritando: “¡Hermano!”.
El corazón de Abraham se agitó con ansiedad y esperanza cuando la puerta crujió al abrirse. Y allí estaba la media hermana de la que nunca había sabido. Sus ojos estaban rojos, inflamados y con unas ojeras enormes, como si no les quedaran lágrimas que llorar.
Pero él había tenido razón. Los ojos de Selena brillaron de alegría cuando lo vio: el hermano del que su padre siempre le había hablado estaba sonriéndole en la puerta de su casa.
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“¡Hermano!”, gritó y se quedó paralizada en el suelo. Selena estaba conmocionada y sin habla. No esperaba que su medio hermano Abraham fuera a buscarla, y era demasiado bueno para ser verdad.
“¡Entra! Por favor... ¡entra!”, dijo, haciéndose a un lado mientras una cálida sonrisa iluminaba su rostro.
Abraham fue recibido por el olor almizclado de los muebles de madera podrida y el caldo humeante de la cocina.
“Es sólo el primer día de la apuesta. Aún me quedan trece días más y estoy seguro de que le ganaré a mi hermana”.
“Lo siento... n… no había tenido la oportunidad de conocerte a ti... y a papá”, tartamudeó Abraham. No encontraba ninguna razón tangible para decirle a su hermana que en realidad no sabía que existía.
¿Cómo podía hacerlo? ¿No le dolería saber que el hermano que siempre había querido conocer ni siquiera sabía que ella existía?
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“¡No pasa nada! Papá me hablaba a menudo de ti... Incluso me enseñó tu foto cuando estuviste en el partido de béisbol el año pasado. Él solía asistir a todos tus partidos. Te miraba y te animaba a viva voz desde la grada... ¡como un público más!”.
“Te vi en el funeral, pero no pude hablar... ya sabes... el fallecimiento de papá fue como una pesadilla... todavía lo es...”.
“¿Qué te gustaría tomar, hermano? ¡Hago un té de jengibre delicioso!”, añadió Selena.
“¡No, gracias! ¡No te preocupes! Te traje esto. Espero que te guste”, contestó Abraham mientras le daba una caja con unos suéteres nuevos y unos bombones que había comprado para ella. No sabía qué más regalarle, pues no estaba seguro de sus gustos.
Abraham se quedó en casa de Selena hasta la tarde y se sintió atormentado cuando se enteró de lo mal que la había pasado tras el fallecimiento de su padre.
Resultó que ella acababa de conseguir una beca para ir a la universidad, pero se vio obligada a quedarse en casa y trabajar como redactora independiente para mantener las finanzas a flote y atender a su madre enferma.
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A Selena le costaba llegar a fin de mes y contaba con cada céntimo que ganaba. Su vida, en resumen, era lo contrario de la lujosa vida que Abraham había disfrutado desde su nacimiento.
Él se sintió culpable y decidió ayudarla en todo lo que pudiera. Así que, desde aquel día, Abraham visitaba a menudo a Selena en contra de los deseos de su madre.
Mientras seguía colmando de regalos y atenciones a su media hermana, Selena no podía evitar tener una sensación de inquietud. Había algo en las acciones de Abraham que le resultaba incómodo, y no podía evitar la sensación de que tenía algún motivo oculto tras su repentino interés por su vida. Pero, ¿qué podía ser?
La joven se vio envuelta en una maraña de respuestas sorprendentes cuando Abraham la visitó una tarde.
“¡Hola! Creía que hoy tenías alguna reunión”, dijo Selena sorprendida al ver a su hermano.
“¡Mamá se encarga de las reuniones! ¡No hay de qué preocuparse! Traje algunas cosas y... espera, ¿estás lavando los platos? ¡Puedo ayudarte!”.
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Las cejas de Selena se alzaron de la sorpresa. Estaba estupefacta al ver que su hermano, que se regodeaba en la riqueza y había nacido en cuna de oro, sabía hacer tareas domésticas.
Abraham se ofreció voluntario para fregar los platos, pero incluso una hora después, seguía delante del fregadero con una pila de platos sucios mirándolo fijamente. Selena se dio cuenta de que él estaba evidentemente asqueado, y a ella no le gustaba esa expresión de su cara.
“Sabes, Selena... ¡Creo que podrías haber evitado vivir así, si hubieras trabajado más duro!”, dijo Abraham burlándose de su media hermana. “¡Eres pobre por floja! Tienes que abrocharte el cinturón y aprender a hacer un trabajo inteligente”.
“¿Qué has logrado trabajando como lo haces? NADA. Mírame a mí. Sólo tengo veintitrés años, ¡pero mira las alturas que he alcanzado! Tienes mucho que aprender de mí”.
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Selena no podía creer lo que estaba escuchando. Su hermano la estaba llamando “floja” y afirmaba que ella era la culpable de todos sus problemas y miserias.
¿Para eso estaba aquí? ¿Para menospreciarla y demostrarle que él era mejor y más privilegiado que ella?
Selena intentó razonar con su hermano. Pero Abraham no quiso escucharla y pronto se encontraron enzarzados en una acalorada discusión.
“Mira, Abraham... Puedo hacer esto sola, ¿de acuerdo? No te pedí ayuda. La salud de mamá está en mal estado. Y después de la muerte de papá, las cosas empeoraron. No puedo desplazarme entre el trabajo, la casa y mis estudios. No tengo ruedas atadas a mis pies para mantenerme corriendo todo el tiempo, ¿de acuerdo? Pero lo intento. Así que te agradecería que no me llamaras floja, que no lo soy...”.
“¡Eso es una tontería! Eres pobre porque no estás dispuesta a trabajar y a probar cosas nuevas. Eres floja como tu padre. ¿Y sabes qué?”, dijo Abraham enfureciéndose aún más a cada segundo que pasaba, dado que nunca nadie había discutido con él como lo había hecho Selena.
“¡Mi madre tenía razón! La gente como tú no sirve para nada. Son unos perdedores natos y no tienen ninguna oportunidad de estar a la altura de las expectativas de los ricos como nosotros”.
“Yo en tu lugar lo haría mucho mejor y no refunfuñaría”.
Fue entonces cuando Abraham le hizo una propuesta escandalosa, una que daría un vuelco a su vida de una forma que nunca hubiera imaginado.
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“¿Sabes qué? Apostemos. Tú tomas mi lugar, y yo tomo el tuyo por dos semanas... ¡A ver quién lo hace mejor!”, dijo Abraham retando a su hermana.
Selena dudó. Sabía que Abraham siempre había vivido una vida elegante y despreocupada, con gente que hacía cosas por él. Pero también estaba cansada y decepcionada de que le dijeran que no hacía lo suficiente.
Ella no estaba dispuesta a dejar que su hermano se saliera con la suya diciéndole que no servía para nada y que era una floja. No quería que la viera fracasar. Así que aceptó la apuesta, forzando una sonrisa de confianza en su rostro.
“Buena suerte”, dijo Abraham mientras estrechaba la mano de Selena, seguro de haber ganado la apuesta.
Una semana después, los hermanos cambiaron de lugar. Rosalía, la madre de Abraham, no estaba contenta con su idea, pero acabó aceptando, con la esperanza de que convenciera a su hijo de que estaba equivocado y de que ella tenía razón sobre su hermana.
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“Esa chica apenas ha llegado a la universidad. ¿Qué conocimientos tiene de llevar un negocio? Mi hijo por fin se dará cuenta de que siempre tuve razón”, pensó Rosalía antes de presentar a Selena como nueva directora general suplente a todos los empleados.
Mientras tanto, Abraham hizo un curso de repaso durante dos semanas, ya que no se había graduado en la universidad, y consiguió un trabajo de escritor a tiempo parcial. A partir de entonces, se dedicó a estudiar, a trabajar como independiente y a cuidar a la madre de Selena.
El primer día, todo parecía un juego de niños para él, pero al final del día, la estaba pasando mal.
Desordenaba la cocina porque no sabía cocinar. Y cuando volvía a mirar la computadora portátil, su bandeja de entrada estaba inundada de correos del trabajo por no haber enviado los artículos a tiempo. Sin embargo, Abraham estaba empeñado en ganar la apuesta, así que no se dio por vencido.
“Es sólo el primer día de la apuesta. Aún me quedan trece días más y estoy seguro de que le ganaré a mi hermana”, pensó, y decidió pasar toda la noche arreglando los artículos que debía enviar a los clientes. Pero no se imaginaba lo que le esperaba al levantarse con los primeros rayos de sol.
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Al día siguiente, Abraham se despertó con la computadora portátil sobre el pecho. “¡Dios! ¡Vamos! Enciende... ¡Enciende!”, su corazón empezó a acelerarse.
La batería de la computadora portátil se había agotado hacía tiempo, y Abraham aún no había enviado los artículos porque se había quedado dormido durante el trabajo.
Cuando la encendió, se dio cuenta de que tenía muchos correos electrónicos de los clientes enfadados y, por haber enviado los artículos tarde su paga sufrió un recorte.
Abraham había pensado que trabajar desde casa sería pan comido, pero ahora empezó a replantearse todas aquellas burlas que le había lanzado a su hermana.
Al cabo de dos semanas, el joven sólo había ganado 10 dólares, a pesar de haber pasado interminables noches en vela trabajando. Además, estaba agotado con todas las tareas domésticas y tampoco pudo terminar el curso.
Abraham no podía creer que hubiera perdido la apuesta y no sabía cómo enfrentaría a su hermana cuando llegara a casa esa noche.
Fue como una pesadilla cuando se dio cuenta de que tendría que aceptar la derrota.
“¡No estoy acostumbrado a estas cosas! Mira, dirijo una empresa millonaria con mi madre, ¡¿de acuerdo?! No estoy hecho para fregar platos... y trabajar por mi cuenta... y correr al supermercado”, dijo Abraham, aceptando diplomáticamente su derrota mientras salía furioso de casa de Selena aquella tarde. Pero no se imaginaba que otra desagradable sorpresa estaba en camino.
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“¡Se me hace tarde! Te veo en la oficina, mamá”, dijo Abraham al día siguiente mientras pasaba apresurado junto a su madre, mirando fijamente su reloj de pulsera mientras se ajustaba la corbata.
Estaba avergonzado tras haber perdido la apuesta con su hermana y no encontraba un hueco para encarar a su mamá. Para su sorpresa, ella nunca le preguntó nada, así que Abraham se fue a trabajar, adivinando poco de lo que le esperaba en cuanto entrara en su elegante oficina.
“¿Selena? ¿Qué demonios haces aquí?”, dijo Abraham con los ojos abiertos de par en par, alarmado al ver a su hermana sentada en su silla.
“¡Te presento a la nueva directora general de la empresa, hijo!”, se escuchó la voz de Rosalía por detrás, sobresaltando al joven.
No podía creer lo que veían sus ojos. Era una pesadilla que sacudía el mundo de Abraham bajo sus pies.
“¿M…Mamá? ¿Significa eso que estoy...?”.
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“¡Estás despedido de este puesto, Abraham! Selena ocupará tu lugar a partir de hoy. ¡Y tú serás el nuevo gerente de la empresa!”, dijo Rosalía.
“¡P…Pero mamá! Ni siquiera tiene un título. ¿Cómo puedes dejar que ocupe mi lugar tan fácilmente?”.
“¡Ah, bueno! No hace falta tener un título para ser un activo para la empresa. Debo decir que Selena hizo un trabajo maravilloso con las propuestas y presentaciones que hizo la semana pasada. Los clientes quedaron impresionados. Creo en el trabajo inteligente y no en el trabajo duro, hijo. Estabas haciendo un trabajo increíble, ¡pero Selena te superó!”.
Así que, desde ese día, Selena sustituyó a su hermano como directora general de la empresa. Compaginaba su nueva carrera con los estudios a tiempo parcial.
En cuanto a Abraham, se dio cuenta de que sabía muy poco del negocio en el que había estado metido todos estos años. No tuvo más remedio que ascender en su carrera como gerente de la empresa, aprendiendo a hacer un trabajo inteligente, no sólo un trabajo duro.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Nunca menosprecies las habilidades de alguien: Puede que nunca conozcas su verdadero potencial. Abraham hizo una apuesta con su hermana para intercambiarse los puestos, confiado en demostrarle que era floja e inflexible. Para su sorpresa, las cosas resultaron diferentes a lo esperado cuando Selena fue nombrada directora general de la empresa de su madre.
- No juzgues a nadie viendo sus circunstancias: Puede que nunca sepas cuál es tu verdadera capacidad hasta que te pongas en su lugar. Abraham pensaba que hacer el trabajo de Selena sería fácil cuando intercambiaron sus puestos. Sin embargo, resultó todo lo contrario. Al final de la segunda semana de su apuesta, ¡sólo consiguió ganar 10 dólares!
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