Anciana encuentra dinero en el suelo todos los días: Ve a su gato traerlo y lo sigue - Historia del día
Wendy, una jubilada solitaria, había pasado la mayor parte de su vida proporcionando un hogar para siempre a los gatos de refugio. Cuando su nueva mascota, Lucky, empezó a llevar a casa billetes de un dólar, Wendy no tardó en darse cuenta de que algo sospechoso estaba ocurriendo en su vecindario.
“Tranquilo”, dijo Wendy metiendo la mano en el porta mascotas y acariciando al gato de pelo corto que acababa de traer del refugio. “Este es tu nuevo hogar, Lucky, donde siempre estarás a salvo”.
Lucky se asomó y vio a los otros cuatro gatos de Wendy, que olfateaban curiosos en dirección al porta mascotas.
“Esa es tu nueva familia”, dijo la anciana rascando detrás de las orejas del gato. “A ver si te animas a conocerlos durante la cena”.
Wendy fue a la cocina. Cuatro de los gatos corrieron cuando abrió la lata de comida. Dejó sus cuencos y estaba a punto de llevarle la comida a Lucky para que se la comiera en el porta mascotas cuando éste apareció por la puerta.
“Miau”, le maulló Lucky.
“Qué gatito tan valiente”, dijo la mujer mayor, acariciando al recién llegado. Luego le dio su comida. “Sabía que encajarías bien”.
Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels
Wendy se preparó un queso a la plancha para cenar. Mientras comía, observó con cariño cómo se conocían los gatos. Aunque no podía permitirse otra mascota, ella no se atrevió a decir que no cuando su amiga del refugio la llamó ese mismo día.
“Nadie quiere a este gato”, dijo Ana. “No pueden notar más allá de sus cicatrices y su edad la dulce personalidad que esconde. Si no te lo llevas, no sé qué será de él”.
“Alimentar a cinco gatos no es muy diferente de alimentar a cuatro”, razonó Wendy.
“Lo más importante es que Lucky tenga un buen hogar donde pasar el resto de su vida”.
Sin embargo, Wendy pronto empezó a notar la diferencia que suponía para su presupuesto. La comida y la arena del gato se agotaban un poco más rápido, y su pensión ya era un poco escasa.
Un día, Wendy se sentó a pensar cómo seguir adelante sin tener que recurrir a sus escasos ahorros. Mientras hacía números, un maullido doloroso llamó su atención. Se apresuró a entrar en la sala de estar y enseguida se dio cuenta de que algo le pasaba a Lucky.
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“¿Se pondrá bien, Dr. Pedro?”, preguntó la mujer mayor, apretando la mano contra la caja transparente donde tenían a Lucky. Él yacía allí acurrucado en una bola con un gotero conectado a su pata. Tenía los ojos apagados por el dolor.
“Estamos haciendo todo lo posible por él, señora, pero depende de lo que ocurra después. Lo único que podemos hacer es rezar para que responda a la medicación”.
Wendy miró fijamente a Lucky. Ni siquiera estaba segura de poder pagar sus tratamientos, pero tampoco podía dejarlo sufrir. Deseó poder acercarse y acariciarlo para que supiera que no estaba solo.
“¿Qué quieres de mi gato y de mí? Si intentas envenenarnos, no lo conseguirás. Ya llamé a la policía”.
“Ya veo que es otro de sus rescatados, Wendy, así que sólo le voy a facturar la medicación que tengamos que darle”.
Wendy negó con la cabeza. “Como le he dicho antes, Dr. Pedro, agradezco su amabilidad, pero Lucky es mi mascota y mi responsabilidad”.
El joven veterinario frunció el ceño mirando a Wendy. “Aun así, voy a seguir ofreciéndoselo, Wendy. Usted ha hecho un gran favor a estos gatos acogiéndolos, y me gustaría que me dejara ayudarla a aliviar la carga en lo que pueda”.
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Lucky regresó a casa en buen estado de salud unos días más tarde, pero algo extraño comenzó a suceder. El sábado después de llevar a Lucky a casa, Wendy descubrió unos cuantos billetes de dólar en su felpudo.
Supuso que se le habían caído del bolso al volver a casa, pero al día siguiente encontró más dinero. Esta vez, estaba tirado en el suelo de su habitación.
“¿Qué está pasando?”, murmuró Wendy mientras contaba el dinero. Comprobó el bolso, pero no faltaba nada.
El lunes, la anciana descubrió una nueva pista. Estaba tejiendo un gorro para su amiga, Ana, cuando Lucky entró por la puerta para gatos con algo en la boca.
“¡Será mejor que no traigas ratones a mi casa, Lucky!”.
Wendy se levantó para ver qué había traído el gato. Respiró profundo cuando él dejó caer un billete de veinte dólares.
“¿De dónde estás sacando esto?”, preguntó Wendy. La única respuesta de Lucky fue frotarse contra sus piernas.
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Wendy llamó a Ana para preguntarle si sabía si Lucky había hecho algo así antes. Su amiga estaba igual de sorprendida por el comportamiento del gato.
“A lo mejor decidió pagar el alquiler”, bromeó Ana. “Yo que tú no me preocuparía demasiado, Wendy. Ya sabes lo que dicen: a caballo regalado no se le busca colmillo”.
Sin embargo, Wendy no podía soportar la idea de que Lucky robara a uno de sus vecinos, ya que era la única forma en que podía imaginar que estaba consiguiendo el dinero. Decidió vigilar al gato y ver qué hacía.
La mujer mayor empezó a vigilar Lucky de cerca al día siguiente. Él jugó un rato con otro de sus gatos y luego se fue a dormir bajo un arbusto de su jardín. Dormía mucho en muchos sitios distintos.
Luego observó a Lucky golpeando perezosamente una hoja caída cerca de él. Ella estaba comenzando a pensar que este empeño era una tontería cuando un extraño automóvil se detuvo cerca de la puerta principal. Una persona salió del vehículo y se agachó junto al cerco.
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Inmediatamente, Wendy dejó a un lado su labor de punto y buscó sus gafas, ¡pero no estaban allí! Para no perderse el encuentro entre Lucky y su compañero de fechorías, Wendy se inclinó hacia la ventana y entrecerró los ojos.
Lucky corrió hacia la persona, que levantó al gato y lo acunó en su regazo. La anciana no lograba ver si esta persona era joven o vieja, hombre o mujer. Estaba demasiado lejos y una capucha ocultaba su rostro.
Después de jugar con Lucky durante unos minutos, la persona misteriosa dejó al gato en el suelo y le dio algo. Luego regresó corriendo a su automóvil. Lucky entró en el patio y corrió hacia la casa mientras el desconocido se alejaba a toda velocidad.
Wendy agarró al felino en cuanto se metió por la puerta para gatos. Llevaba un billete de veinte dólares.
“No debes jugar con extraños”.
La mujer mayor sacó el billete a la luz para examinarlo. “¡Tu amigo bien podría estar tramando algo malo!”.
Lucky se frotó contra sus piernas y miró a Wendy. “Miau”.
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Cuanto más pensaba Wendy en la situación, menos sentido tenía. Empezó a preocuparse de que la persona misteriosa tuviera malas intenciones. ¡Incluso podrían estar planeando envenenar a Lucky!
Wendy estaba esperando cuando el auto se detuvo afuera de su casa al día siguiente. En cuanto parecieron distraerse con Lucky, ella irrumpió por la puerta principal blandiendo su bastón.
“¿Qué quieres de mi gato y de mí? Si intentas envenenarnos, no lo conseguirás. Ya llamé a la policía”.
“No sea tan dura con mi cómplice. Estoy seguro de que él también querrá recompensarla por la amabilidad que le ha demostrado”.
La persona misteriosa se puso de pie, pero Lucky, sobresaltado por el repentino arrebato, enganchó sus garras en esta y subió por su hombro. Cuando el gato saltó a la hierba, apartó de un golpe la capucha de la persona.
Wendy quedó impactada cuando vio la cara bajo la capucha. Señaló a la persona con su bastón.
“¿Por qué rayos le está dando dinero a Lucky?”.
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“Lo siento, señora”, dijo el Dr. Pedro levantando las manos y comenzando a retroceder hacia su auto.
“Deténgase ahí mismo. No irá a ninguna parte hasta que me dé una explicación, Dr. Pedro”.
“Sólo quería ayudar. Usted siempre se niega a que le condone una parte de las facturas del veterinario, así que tuve que intentarlo de otra manera. Lucky me dio la idea, en realidad. Cuando lo estábamos tratando, intenté que jugara metiendo un trozo de papel por un orificio de ventilación de su jaula”.
El Dr. Pedro sonrió y sacudió la cabeza. “Él agarró el papel con los dientes y lo llevó al otro lado de la jaula. Nunca había visto a un gato hacer eso, y me di cuenta de que podía utilizarlo para hacerle donaciones”.
“¿Donaciones?”, dijo Wendy, enderezándose. “¡No soy un caso de caridad!”
“No, usted es una buena persona demasiado orgullosa para aceptar una ayuda, Wendy. Pero tenía que encontrar la manera de ayudarla porque usted es una de las pocas personas que he conocido que se preocupa por los animales tanto como yo”.
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“Verá, yo era como usted cuando era niño”, continuó el Dr. Pedro. “Usaba toda mi mesada para comprar comida para los perros y gatos callejeros de mi vecindario, y con el tiempo se convirtieron en mis mascotas. También rescataba a los pájaros heridos que encontraba, pero todo eso se acabó cuando mi madre se volvió a casar”.
“Mi padrastro se llevó a todos mis amigos animales y los tiró al bosque”, dijo el Dr. Pedro agachando la cabeza. “Intenté encontrarlos, pero nunca lo logré. Tampoco los perdoné nunca a él ni a mi madre. Cuando me fui de casa para hacerme veterinario, corté todos los lazos con ellos”.
“Eso es terrible”, dijo la anciana, secándose una lágrima que le caía por la mejilla. “Entiendo por qué quiere ayudarme, Dr. Pedro, y de verdad que necesito la ayuda, pero he vivido sola toda mi vida. No sé cómo aceptar su amabilidad. Lo siento”.
“Siento haberla asustado, Wendy”, dijo el veterinario, tomando la mano de Wendy. “Por favor, ¿podemos sentarnos y discutir una forma en que pueda ayudarla a cuidar de sus gatos que no la disguste?”.
Wendy asintió. “Venga dentro. Tengo gaseosa y café”.
El Dr. Pedro siguió a Wendy al interior. Lucky estaba esperando en la puerta y los saludó con su habitual “miau” y un masaje en la pantorrilla.
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Después de conversarlo, Wendy accedió a que el Dr. Pedro le diera comida para los gatos todos los meses. También les haría un chequeo a cada uno de sus amigos peludos cuando los visitara. De ese modo, Wendy podría seguir disfrutando de la compañía de sus gatos sin gastar toda su pensión en su cuidado.
El Dr. Pedro también creó una recaudación de fondos para ayudar con gastos inesperados, como la repentina enfermedad de Lucky. Wendy lloró de gratitud cuando el veterinario le contó el éxito de la recaudación de fondos.
“¿Escuchaste eso, Lucky?”, dijo la mujer mayor mientras levantaba al gato en brazos y le rascaba la barbilla.
“Ya tienes toda tu vida resuelta. No hay necesidad de más escapadas dudosas por tu parte”.
El Dr. Pedro rio entre dientes. “No sea tan dura con mi cómplice. Estoy seguro de que él también querrá recompensarla por la amabilidad que le ha demostrado”.
“Ojalá pudiera hacer más por los gatos de esta ciudad”, dijo la anciana sonriendo, mientras escuchaba el ronroneo de Lucky. “Pero sólo soy una anciana, y hay un número limitado de gatos a los que puedo cuidar”.
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Dos años después, el Dr. Pedro aún recordaba las palabras de Wendy aquel día. Estaba delante de un edificio que había recién comprado y lo había convertido en un refugio. Lucky estaba encaramado a su hombro y parecía imperturbable ante la pequeña multitud reunida en las inmediaciones.
“Gracias a todos por venir”, dijo el Dr. Pedro. “Aunque me alegra ver tantas caras conocidas, también me entristece que una mujer a la que llegué a conocer como amiga íntima no pueda acompañarnos hoy”.
“Wendy pasó la mayor parte de su vida adulta proporcionando un hogar seguro a gatos de refugios de toda esta ciudad. Para honrar su memoria, declaro abierto el refugio para gatos Wendy”, dijo el Dr. Pedro, haciendo una señal a un hombre que estaba cerca.
El hombre levantó una tela para mostrar un retrato de Wendy con sus cinco gatos. Lucky estaba sentado en su regazo, con la boca abierta, mientras suplicaba una golosina. El Dr. Pedro había tomado la foto él mismo, y le hizo sonreír al recordar aquel día.
“Wendy siempre deseó poder hacer más para ayudar a los gatos de nuestra ciudad. Cuento con todos ustedes para que me ayuden a cumplir su sueño apoyando a este refugio”.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- No seas demasiado orgulloso para aceptar ayuda: El Dr. Pedro se ofreció a ayudar a Wendy con la bondad de su corazón. En lugar de estar tan orgullosa de su independencia, Wendy debería haber aceptado su amable oferta.
- Muchos perros y gatos preciosos esperan en los refugios un hogar cariñoso: La próxima vez que pienses en tener una mascota, visita tu refugio local. Puede que tu próximo amigo peludo te esté esperando allí.
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