Anciana que no puede reconocer a su propio hijo llora cuando aparece hombre al que no ha visto en 63 años - Historia del día
Una enfermedad le había robado muchos recuerdos preciados a Charlotte, pero su hijo se negaba a renunciar a ella. No sabía que semanas después, su madre estaría cara a cara con el hombre más inolvidable de su pasado.
Frank estaba desconsolado por la enfermedad de su madre, pero aún no estaba listo para dejar ir a la mujer que lo había criado. Amigos y familiares le habían estado diciendo que “aceptara” que su mamá tenía Alzheimer y que dejara que la cuidaran en un hogar, pero él se negaba a hacerlo.
Se despertaba y pasaba la mayor parte del día cuidando a su madre, limpiándola y tratando de reconstruir su memoria.
Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Getty Images
Pero Charlotte no recordaba mucho ahora. Miraba fotos antiguas de su propia boda, su luna de miel y su maternidad temprana como si estuviera mirando a extraños.
La enfermedad le robó a Charlotte el recuerdo de algunas de las cosas más preciadas de su vida, incluido el rostro y el nombre de su propio hijo.
“Tú... tú eres...” Charlotte sacudía la cabeza y se derrumbaba en los brazos de su hijo, maldiciéndose a sí misma.
Un día, Frank estaba limpiando la habitación de su madre cuando encontró un viejo diario que nunca había visto antes. Las páginas apenas estaban unidas al lomo y la tinta comenzaba a desvanecerse.
Frank lo abrió en una página marcada y decía en letras grandes y en negrita: “Jacobo... ¡Te extraño!”.
Se dio cuenta de que la página estaba marcada con una pequeña foto antigua de su madre de pie, tomada del brazo con un hombre desconocido. Se inclinó para mirar más de cerca al hombre de la foto.
“Es imposible que ese sea papá...”, pensó Frank y guardó la foto en su bolsillo.
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Esa noche, leyó pacientemente página tras página del diario que contenía el mayor secreto de la vida de su madre.
Y cuando la luz de la mañana brilló a través de la ventana, sus ojos estaban muy despiertos por la conmoción y las lágrimas, mientras su corazón luchaba con un dilema existencial.
Más tarde ese día, le mostró a su madre la foto antigua. Era como si la vida hubiera regresado a sus ojos y su cuerpo. Charlotte sostuvo la foto contra su pecho, se puso de pie y comenzó a llamar al hombre de la foto.
“¡Jacobo! Oh, Jacobo…”, bailaba alrededor con delicadeza mientras las lágrimas corrían por su rostro.
Frank se sintió abrumado por la reacción de su madre porque había confirmado lo que había leído en el diario la noche anterior.
Jacobo había sido una vez el amor de la vida de su madre. Él y Charlotte crecieron juntos a ambos lados de la misma granja. Sus familias eran muy pobres, pero su infancia y juventud fueron felices.
El pueblo aislado fue testigo de su historia de amor, sus lugares secretos de encuentro, los lugares donde soñaron, los techos donde contemplaron el cielo estrellado…
Pero el padre de Charlotte volvió del trabajo un día y destrozó los planes de la pareja.
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“Los Vásquez son una familia rica, y Adán parece un buen chico con una gran herencia. Nuestra hija será muy feliz allí…”, dijo su padre, y su madre estaba exultante.
Pero Charlotte se puso firme, diciendo que solo se casaría con Jacobo y que no le importaba el dinero. Sus padres la conocían bien, por lo que idearon un plan bastante tortuoso para hacerla cambiar de opinión.
“¿Jacobo? ¡¿Ese picaflor?!”, un vecino le habló a Charlotte exactamente como le había pedido su padre. “Lo vi coqueteando con otra mujer en el granero ayer. También lo escuché decir que estaba aburrido y que había terminado con Charlotte”, mintió el hombre.
Eso le dolió a la entonces joven, pero ella no lo creía. “¡Mi Jacobo no me engañaría así!”, escribió ella en su diario.
Unos días después, Charlotte se sorprendió al ver a su amado aparecer en su puerta, mirándola con frialdad en los ojos.
“Es verdad. Ya no te amo. ¡Ve a vivir tu vida!”, había dicho el hombre con una voz temblorosa antes de irse.
Charlotte estaba devastada. Cansada de luchar contra la presión de sus padres, finalmente cedió y se casó con el hijo de un empresario rico.
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Sabía que tendría que olvidar a Jacobo. Sabía que no podía ser una esposa infiel. Quedó embarazada a los pocos meses y fingió ser feliz.
Pero lo que no le había dicho a nadie era que el bebé en su vientre no era de Adán. ¡Era de Jacobo!
El diario había sido el único portador de este secreto hasta que Frank lo descubrió años después. Él se esforzó para hacer frente a la verdad. Pasó por fases de ira hacia su madre y Jacobo, y recordó que Adán había vivido sin saberlo hasta su último suspiro.
Pero después de que pasó la avalancha de emociones, Frank miró a su ahora frágil madre bailando en la habitación con la misma sonrisa cordial que había desaparecido años atrás.
“Esto ya no se trata de mí... se trata de ella... ¡de ellos!”, dijo Frank, echando otro vistazo a la foto antigua y tomando una decisión.
El hombre dejó a su madre al cuidado de un pariente de confianza y se dirigió a la casa y el vecindario de la infancia de su madre, decidido a encontrar a Jacobo.
Había pasado una semana entera. Durante ese tiempo había visitado todas las casas y todos los restaurantes. Les había preguntado a todos los ancianos extraños en la calle si conocían a un hombre llamado Jacobo que alguna vez había amado a una mujer llamada Charlotte.
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Sólo dos personas le habían dado una dirección y no parecían muy seguras. Pero cuando Frank encontró esa casa y llamó a la puerta, el hombre que salió y miró la vieja foto se echó a llorar.
“Esa es mi Charlotte... ¿Dónde... dónde está?”, el anciano apenas podía hablar en medio del llanto.
“Tal vez quieras sentarte para esto”, dijo Frank antes de decirle que era su hijo.
Jacobo pensaba que todo era un sueño, el hecho de que tuviera un hijo, el hecho de que su hijo lo llevara a ver a Charlotte después de todos estos años, o que ella todavía lo recordara y bailara pensando en él.
“Hijo”, le dijo a Frank, “necesito que hagas algo cuando me reúna con ella”. Jacobo sonrió ante la idea que se gestaba en su cabeza.
Para Charlotte, parecía ser una tarde más, viendo la televisión sin mirarla, deambulando entre fragmentos de recuerdos que iban y venían.
Hasta que escuchó el timbre y vio entrar a su hijo. Parecía estar de un humor inusualmente bueno y animado. Tocó una vieja canción familiar en su teléfono y caminó hacia ella, la levantó de la silla de ruedas y bailó con ella suavemente.
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Charlotte sintió una extraña sensación surgir dentro de ella, un recuerdo que hizo que sus rodillas se debilitaran más de lo habitual.
Conocía esa canción, y conocía al hombre con el que solía bailarla. Todo estaba volviendo, y Charlotte cerró los ojos para revivir ese delicioso recuerdo.
Se tambaleó y se volvió, manteniendo el rostro de Jacobo en el centro de su mente. Se sentía tan cerca, tan real. Y cuando terminó la canción, abrió los ojos y allí estaba él. Su Jacobo. El padre de su hijo. El único hombre al que alguna vez logró amar con todo su corazón.
Las lágrimas rodaron por sus mejillas cuando sintió la chispa olvidada de su beso amoroso.
“¿Jacobo? ¿De verdad eres tú?”, dijo Charlotte casi sin aire.
“¡Me retracto, Charlotte! Sí te amo. ¡Siempre te he amado!”, el anciano abrazó a su amada y dejó escapar las lágrimas.
Frank observó este momento con una profunda sensación de satisfacción. “Puede que haya olvidado a su hijo”, pensó, “pero al menos recuerda a su padre”.
Durante sus últimos años, Jacobo y Charlotte vivieron al cuidado de Frank. Gracias a él, pudieron revivir su amor y al menos tratar de recuperar el tiempo perdido.
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Siete años después, su madre murió en paz en los brazos de Jacobo. Y fue como si su amado hubiera estado esperando reencontrarse con el amor de su vida una vez más.
Exactamente dos meses después de la muerte de Charlotte, Jacobo exhaló su último aliento, aferrando la misma vieja foto que había cambiado su destino.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- El verdadero amor resiste la prueba del tiempo: Charlotte y Jacobo se separaron décadas atrás, pero ella aún lo recordaba a pesar de su enfermedad, y él todavía la amaba igual.
- Sé amable con la experiencia de vida por la que han pasado tus mayores: Al principio, Frank estaba enojado con su madre por guardar un secreto tan grande, pero al final, eligió ser amable y darle alegría y amor en el tiempo que le quedaba.
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