Hijo descubre que su padre tiene una segunda familia e irrumpe en su oficina - Historia del día
Daniel siempre creyó que sus padres eran la pareja perfecta. Llevaban treinta años felizmente casados y nunca hubo indicios de grandes problemas en su relación hasta que un descubrimiento accidental llevó al chico a destapar una red de mentiras.
“¡Feliz aniversario!”, dijo Marcos entregándole a Ana un pequeño regalo rectangular.
Ana abrió la caja y quedó boquiabierta al ver la delicada pulsera de oro rosa envuelta en satén. “¡Es preciosa! Ayúdame a ponérmela”.
“Treinta años de matrimonio merecen un regalo especial”, dijo Marcos sonriéndole a Ana. Él tomó la pulsera y se la colocó en la muñeca a su esposa.
“Estaba pensando que deberíamos irnos de vacaciones a Hawái”, dijo Ana. “Solos tú y yo”.
Marcos frunció el ceño. “Me encantaría, cariño, pero ya sabes que la empresa necesita que vaya a la oficina central con regularidad. No puedo tomarme más que un fin de semana largo libre”.
“Entonces aprovecharemos ese fin de semana largo. Por favor, Marcos”.
El hombre suspiró. “Supongo que puedo hablar con mi jefe, pero no te hagas ilusiones”.
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Durante las semanas siguientes, Ana intentó hablar de nuevo con Marcos sobre sus planes de viaje, pero él parecía tenso y distraído cada vez que no salía a atender llamadas de trabajo. Ana empezó a preocuparse por él.
Un día, mientras observaba a Marcos pasear por el porche mientras mantenía una animada llamada con su jefe, su hijo menor, Daniel, bajó las escaleras. Él había comenzado a trabajar como becario en la empresa donde trabajaba su padre y estaría así hasta que empezara la universidad.
Daniel se detuvo en la sala y observó que su madre miraba a su padre a través de las ventanas. “Parece que las cosas no van bien últimamente con el trabajo de papá”.
“Creo que es culpa mía. Lo presioné para que pidiera vacaciones y pudiéramos viajar. Desde entonces...”, dijo Ana soltando un profundo suspiro y apoyando la cabeza en las manos.
“¿Y si pierde el trabajo por esto? Seguro que me dejaría. Tal como están las cosas, él ha evitado hablar de nada conmigo".
Daniel se inclinó para poner una mano en el hombro de su madre. Sus palabras le preocupaban. Decidió hablar con su padre y averiguar qué estaba pasando.
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Daniel llamó a su papá más tarde ese mismo día, pero él le aseguró que los problemas laborales eran la causa de todo su comportamiento distante y su estrés.
“Tenemos un problema de fabricación en la planta”, dijo su padre. “Podría significar que debemos hacer una retirada de productos en todo el estado. De momento es todo secreto, así que no se lo digas a nadie”.
Aunque Daniel se sintió aliviado al saber que los problemas de su papá no tenían nada que ver con su mamá y, por lo tanto, no causarían desavenencias en su familia, ahora se daba cuenta de la increíble presión a la que se enfrentaba su padre.
“Nos has tomado a todos por tontos, pero ahora vas a tener lo que te mereces”.
Decidió llevarle el almuerzo para animarlo. Compró una hamburguesa en el sitio de comida rápida favorito su padre y fue a su oficina. Él no estaba, así que Daniel decidió escribir una nota. Mientras buscaba papel, golpeó accidentalmente una vitrina de documentos. Páginas de dibujos infantiles se desparramaron por el escritorio.
“Qué raro”. Daniel levantó uno y se rio al reconocer un dibujo de un coche que había hecho cuando era niño. ¿Su papá guardaba todos sus dibujos antiguos en su despacho? Daniel levantó otro dibujo y un escalofrío le recorrió la espalda.
“Para el abuelo Marcos”, rezaba la inscripción de un colorido pez dibujado con lápices de colores.
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Daniel no tenía hijos, ni tampoco su hermana mayor, María, así que ¿de dónde había salido esto? ¿Tenía su papá otra familia en alguna parte?
“Hijo, ¿qué haces aquí?”.
Daniel se giró y levantó el dibujo. Su papá abrió mucho los ojos. Se acercó a toda prisa, tomó el dibujo y lo devolvió al maletín.
“No deberías manipularlos”, dijo el hombre mayor. “Son del concurso de dibujo infantil que la empresa celebró en Navidad”.
“¿Y quién te dibujó ese pez, abuelo?”, preguntó Daniel. Sintió que se le calentaba la cara de la rabia.
“¿Para mí?”, su papá preguntó, frunciendo el ceño y sacudiendo la cabeza.
“No creerás que soy la única persona en esta empresa que se llama ‘Marcos’, ¿verdad?”.
Daniel miró fijamente a su padre. Tenía razón, pero algo le seguía pareciendo mal. Sabía que la empresa organizaba con frecuencia eventos familiares, por lo que un concurso de dibujo no era demasiado extraño, pero hacía más de un mes que habían pasado las Navidades.
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Daniel no volvió a pensar en el incidente hasta el día en que su papá se apresuró al trabajo y olvidó su computadora portátil en casa. Daniel tenía la mañana libre y estaba en la cocina cuando escuchó sonar la computadora portátil. Su papá estaba recibiendo una videollamada.
“Debe de ser uno de los colegas de papá que intenta ponerse en contacto con él”, pensó y abrió la portátil para tomar la llamada. En la pantalla apareció una mujer con un niño pequeño en el regazo.
“Saluda al abuelo”, dijo la mujer a su hijo. “Papá, enciende el vídeo para que Shelly pueda verte”.
Daniel se quedó mirando a la mujer y a su hijo. Abuelo... la palabra resonó en su cabeza. Recordó el dibujo en el despacho de su padre y la extraña sensación de que algo no estaba bien.
“¿Estás ahí, papá?”, dijo la mujer, sonriendo insegura mientras se inclinaba hacia la pantalla. “¿Por qué estás tan callado?”.
Esta era su oportunidad de llegar al fondo de este misterio. Daniel se sentó frente al portátil y encendió el vídeo.
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“Así que todos esos viajes de negocios...”, la mujer quedó pasmada, sacudiendo la cabeza.
“Lo sé”, agregó Daniel pasándose los dedos por el pelo. Acababa de pasarse una hora o más explicándole a aquella mujer, que resultaba ser su media hermana Emma, que su padre llevaba una doble vida.
“No podemos decírselo a nuestras madres”.
Emma miró fijamente a la cámara web. “Al menos no todavía. Esto las destrozaría”.
“Estoy de acuerdo, pero tenemos que hacer algo. Sólo que no sé qué”, dijo Daniel.
“Dame tu número”, dijo Emma tomando su teléfono. “Hablaremos y se nos ocurrirá algo”.
Después de que Emma y Daniel intercambiaran los números, ella terminó la llamada. Daniel se quedó sentado un momento, estupefacto. No podía creer lo mucho que había cambiado su vida en una mañana. Entonces se dio cuenta de algo más que lo hizo salir corriendo de casa a la oficina de su padre.
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Daniel sabía que la única manera de evitarle a su mamá el dolor de la traición de su padre era enfrentarse a él antes de que Emma hablara con él. Si podía convencerlo de que eligiera a su mamá antes que a su otra familia, entonces ella nunca tendría que enterarse de nada de esto.
Pero la oficina de su padre estaba vacía cuando Daniel irrumpió para verlo. El joven le preguntó al asistente de su padre dónde estaba, pero él no estaba seguro.
“Se enfadó bastante antes cuando no pude conseguirle un vuelo a Ohio con poca antelación. Puede que haya decidido ir en automóvil”, agregó el asistente, encogiéndose de hombros.
La rabia invadió a Daniel al pensar que su papá podría estar camino a ver a su segunda familia. Por fin comprendió la magnitud de las acciones de su padre. Gritó al entrar en su auto, pero la rabia seguía corriendo por sus venas cuando llegó a casa.
Justo enfrente de la puerta principal colgaba una foto familiar tomada cuando Daniel tenía diez años. La arrancó de la pared y la lanzó hacia el pasillo. Se estampó contra la pared.
“¿Qué pasa?”, preguntó su mamá desde la puerta de la cocina. “Daniel, ¿pasa algo?”.
“Papá traicionó a nuestra familia”, gritó.
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“Eso no puede estar bien”, dijo la mujer sonriendo y haciendo un gesto despectivo con la mano. Treinta minutos de explicaciones después, ella seguía sin creerle a Daniel. “No sé por qué esa mujer con la que hablaste bromearía sobre algo así, pero está claro que sólo se trata de eso”.
“Ojalá fuera así, mamá, pero no lo es”. Daniel sacó su teléfono y pulsó el botón para hacerle una videollamada a Emma.
“Habla con ella por ti misma; verás que lo que dije es verdad”.
A Daniel se le rompió el corazón al ver que su madre se derrumbaba bajo el peso de las pruebas que Emma presentaba. Había fotos familiares, vídeos y, lo más desgarrador de todo, el momento en que Daniel levantó una foto familiar y la hija de Emma la señaló y dijo: “¡Abuelito!”.
“¿Cómo pudo hacerme esto?”, sollozó la madre.
Daniel miró a Emma en la pantalla de su teléfono mientras abrazaba a su mamá. En ese momento, supo que se entendían.
“¿Qué hacemos al respecto?”, preguntó Daniel.
“Tengo una idea”, dijo Emma.
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Cuando el hombre mayor llegó a casa esa noche, les dijo a Daniel y a Ana que viajaría al día siguiente por negocios y que estaría fuera una semana. El joven y su madre lo llevaron al aeropuerto. Cuando se despidieron de él, fueron a esperar a otra zona.
Unas horas más tarde, Emma recibió una llamada telefónica.
“¿Dónde estás?”, preguntó Marcos. “Estoy en tu casa, pero no hay nadie”.
“Estamos en tu casa favorita, papi”, dijo Emma levantando el teléfono para que Marcos la viera a ella, a Daniel y a sus madres reunidos en la sala de la casa de Daniel. “Como puedes ver, toda la familia está aquí”.
El corazón de Marcos dio un salto de alegría: ¡por fin lo había perdonado!
Marcos palideció y se quedó boquiabierto. “¿Cómo?”.
“Tus mentiras se descubrieron”, dijo Ana, inclinándose hacia la cámara. “¡No te atrevas a volver a poner un pie en esta casa!”.
“Y tampoco creas que te aceptaremos en la nuestra”, dijo la madre de Emma. “Nos has tomado a todos por tontos, pero ahora vas a tener lo que te mereces”.
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Marcos intentó ponerse en contacto con sus esposas y familias durante semanas, pero nadie atendía sus llamadas. Todos se negaban a verlo. Ana solicitó el divorcio. En la sala del tribunal, la historia completa finalmente salió a la luz.
“Conocí a la madre de Emma, Lydia, en un viaje de negocios”, le dijo Marcos al juez. “Tuvimos una aventura, pero nunca pretendí que fuera más allá de eso. Cuando me enteré de que estaba embarazada, todo cambió”.
“No podía confesárselo a Ana porque sabía que me dejaría, así que terminé viviendo una doble vida”, agregó el hombre, bajando la cabeza.
“Sé que lo que hice estuvo mal, pero amo a mis dos familias. No quiero perder a ninguna de las dos”.
El tribunal concedió a Ana una indemnización. Animada por su éxito, Lydia también demandó el divorcio y la indemnización. También ganó su caso. Marcos se quedó sin nada.
Mientras tanto, los hijos de Lydia y Ana empezaron a conocerse mejor. Aunque fue un comienzo difícil para construir una relación, los hermanos pronto se dieron cuenta de que se llevaban bien. Lydia y Ana también forjaron una improbable amistad mientras se consolaban mutuamente.
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Seis meses después, Daniel y Ana ayudaron a Emma y Lydia a mudarse a una casa al final de la calle. Las dos familias se habían unido formando un vínculo inusual y decidieron vivir más cerca la una de la otra. Los fines de semana se reunían para hacer barbacoas familiares y Daniel siempre estaba dispuesto a cuidar a su sobrina pequeña.
Más tarde, cuando Daniel se casó y tuvo su propia hija, Emma le devolvió el favor. Para entonces, Ana se había vuelto a casar, y ella y su esposo disfrutaron de su jubilación viajando por el mundo. Llamaban a casa a diario para compartir sus aventuras con su extraña familia.
Las hijas de Daniel y Emma se hicieron buenas amigas a pesar de la diferencia de edad. Les encantaba jugar juntas y pasaban muchas tardes en el suelo del salón haciendo dibujos o montando rompecabezas.
Marcos se había convertido en un recuerdo lejano para la familia. No había fotos suyas a la vista y apenas se le nombraba en las conversaciones. Cuando nuevos amigos visitaban a la familia y preguntaban por su insólita situación, les contaban que era una larga historia.
Solo Ana seguía la pista de Marcos. No le había dicho a nadie que sabía dónde vivía ni que él a veces le enviaba mensajes de texto que ella nunca contestaba.
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Marcos nunca se acostumbró al solitario silencio de su pequeño apartamento. Nunca dejó de extrañar el amor de sus esposas e hijos, aunque con el tiempo terminó culpándolos de todos sus males.
“Si no se hubieran metido en mis asuntos, todo habría estado bien”, murmuraba mientras miraba a los niños en el parque infantil cercano a su apartamento.
“Si no hubieran montado tanto escándalo por un simple error, nunca habría perdido mi trabajo”, gruñía cada vez que veía un artículo en el periódico sobre la empresa para la que trabajaba.
Un día recibió una carta de Ana. El corazón de Marcos dio un salto de alegría: ¡por fin lo había perdonado! Rompió el sobre. Unos dibujos infantiles se deslizaron por la mesa, junto con una nota.
“Dibujos de la hija de Daniel”, había escrito Ana en la nota.
“Mira lo que perdiste”.
Un dolor recorrió el brazo de Marcos cuando levantó un dibujo de varias personas reunidas. El corazón le latía rápidamente en el pecho. Intentó levantarse, pero se cayó sobre la mesa. El dolor empeoró durante un rato, pero todo se desvaneció cuando Marcos abandonó este mundo.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Miente una vez y quedarás atrapado en el engaño para siempre: En lugar de vivir una vida honesta, Marcos tuvo una aventura, que lo llevó a una espiral de mentiras y engaños que arruinó su vida.
- La infidelidad le hace daño a todo el mundo: Engañar nunca es justificable, ni es una solución para una relación infeliz.
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