Hombre escucha a hermano susurrarle a su hija “¡Yo soy tu verdadero padre!” - Historia del día
Un hombre adoraba a su hija e intentaba ser el mejor padre para ella cuando una visita inesperada puso sus vidas de cabeza. Su hermano, un ex convicto, apareció en la puerta de su casa afirmando ser el padre biológico de la chica, y las cosas no hicieron más que empeorar.
La vida de Daniel estaría incompleta sin su hija. Amanda no era la chica más brillante, más hermosa ni con más talento del mundo, pero a los ojos de Daniel era todo eso y mucho más, y él la quería más que a nada.
La mayoría de los vecinos de Daniel lo conocían como padre antes que como cualquier otra cosa, así que pueden imaginarse la devoción que sentía por su hija. Cuando Amanda era una bebé, se la ataba al pecho antes de ir a hacer la compra porque no quería dejarla sola.
Las mamás del supermercado se quedaban admiradas del guapo padre soltero, y lo mismo les ocurría a las mujeres del parque al que Daniel llevaba a Amanda a jugar por las tardes. Con el paso de los años, nada cambió mucho en la vida de Amanda y Daniel, salvo que la niña había crecido y se había hecho más hermosa.
Daniel le daba a su hija lo mejor de todo, más o menos como cualquier otro padre, y eran felices en su pequeño mundo hasta que un día, el hermano mayor del hombre, Vicente, llamó a su puerta...
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Era un domingo por la mañana y Amanda se levantaba tarde los fines de semana. Daniel le estaba preparando el desayuno cuando de repente escuchó que llamaban a la puerta. Se lavó rápidamente la masa de las tortitas de las manos y se apresuró hacia la puerta.
“¡Ya voy!”, exclamó cuando los golpes se hicieron más fuertes.
Cuando Daniel abrió no podía creer lo que veían sus ojos. Su hermano mayor estaba de pie en el umbral. “¿Vicente?”, preguntó Daniel, sorprendido. “¿Qué haces aquí? ¿Qué rayos quieres?”.
Vicente sonrió satisfecho y entró en la casa. “Tienes una casa muy bonita, hermano”, dijo en tono burlón mientras miraba a su alrededor. “Y... ¿dónde está Amanda? Me enteré de que vive contigo”.
“¿Por qué te importa?”, refunfuñó Daniel, impidiendo que Vicente siguiera entrando en su casa. “Déjanos en paz. No tienes nada que ver con ella”.
“¡Bueno, ella puede decidir por sí misma!”, respondió Vicente. “¡Llámala!”.
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“¿Qué?”.
“¡Llámala o lo haré yo!”, dijo Vicente.
“Pero...”. Vicente empezó a gritar el nombre de Amanda antes de que Daniel pudiera decir nada. “¡Cierra la boca! Vas a despertarla!”.
“Bueno, quiero conocerla”, dijo Vicente a la defensiva, “¡y no puedes impedírmelo!”.
A veces, hace falta un golpe para reflexionar sobre tus errores y rectificarlos.
“Tiene exámenes la semana que viene; ya está estresada. Ahora no, Vicente. Por favor. Te lo ruego”, suplicó Daniel.
Vicente se ablandó un poco y se sentó en la encimera de la cocina. “¡La comida de la cárcel era horrible!”, se quejó. “¿Te importaría prepararme también el desayuno? Por lo menos, puedo desayunar aquí, ¿no? Relájate”, agregó, cerrándose los labios con los dedos. “No voy a decirle nada, pero no me iré hasta que la vea. No le diré la verdad”.
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Daniel suspiró mientras cerraba la puerta. “De acuerdo”, dijo. “¡Pero desayunas y te vas! ¡Y no volverás a aparecer en nuestras vidas hasta que te diga que ella se siente cómoda sabiéndolo todo!”.
“Claro, claro”, dijo Vicente, asintiendo. “¿Puedo tomar ya unas tortitas, por favor?”.
Daniel lo dejó desayunar con él y Amanda, ignorante del desagradable plan que se estaba gestando en la mente de Vicente.
“¡Oh!”, gritó Amanda, uniéndose a ellos en la encimera de la cocina. “¿Tío Vicente? ¿Eres tú? Dios mío, ¡Eres tú! Papá me enseñó tus fotos. Por fin nos conocemos”.
“Hola, cariño”, dijo Vicente mientras la abrazaba y le acomodaba la silla de al lado para que se sentara. “¿Cómo has estado?”.
“Muy bien. ¡No me dijiste que iba a venir el tío Vicente, papá!”, le dijo ella a Daniel antes de girarse para mirar a Vicente. “La cárcel debió de ser un infierno, ¿verdad?”, susurró.
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“Peor que eso”, comentó Vicente. “¡Fue más desagradable que todas las palabras despectivas que se te ocurran!”.
Amanda se rio. “Me alivia que hayas vuelto”.
“Yo también”, contestó Vicente.
Daniel suspiró y puso los ojos en blanco. “¡Está bien, nada de cuchicheos! Amanda, termina rápido tu desayuno, y Vicente se irá cuando haya terminado con el suyo”.
“¡Papá!”, gritó ella. "¡Vamos! ¡Acaba de llegar a casa!”.
Daniel y Vicente intercambiaron una mirada. “Tiene trabajo que hacer”, dijo Daniel. “Y tiene que irse. ¿OK? Vuelvo enseguida”.
Daniel desapareció en su dormitorio y dejó que Vicente y Amanda hablaran. Cuando regresó, vio a su hermano tomando de la mano a Amanda y hablándole. No le pareció nada extraño hasta que escuchó lo que Vicente decía.
“¡Él te ha estado mintiendo todo el tiempo! ¿Sabes?”, susurró Vicente. “¡Yo soy tu verdadero padre! Eres mi hija, Amanda, ¡pero Daniel no quiere que forme parte de tu vida!”.
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“¡VICENTE!”, gritó Daniel enfadado. No podía creer que Vicente no hubiera mantenido su palabra y le hubiera contado todo a Amanda. Cargó contra su hermano, enfurecido, y lo agarró del cuello. “¡Te había dicho que mantuvieras la boca cerrada!”, gritó. “¿Qué rayos estás haciendo?”.
“¡Papá! ¡Tío Vicente! Por favor, ¡deténganse!”, gritó Amanda mientras intentaba separar a los hermanos, que estaban a punto de golpearse. Pero Daniel no pudo mantener la calma. Su pasado pasó ante sus ojos al recordar cómo había salvado a Amanda años atrás.
Por aquel entonces, Daniel y Vicente eran adolescentes. Los dos hermanos siempre habían sido polos opuestos, excepto cuando se trataba de deportes, películas y juegos. Cuando se hicieron mayores, su ecuación se volvió problemática en todos los sentidos de la palabra.
Vicente quería estar en compañía de los chicos “geniales” de la secundaria, chicos que hacían cosas terribles y eran suspendidos con frecuencia de la escuela. A esos supuestos chicos “geniales” no les gustaba Daniel, y estalló una gran pelea entre los hermanos.
“¡Van a arruinarte la vida, Vicente, igual que han arruinado la suya!”, le dijo Daniel a su hermano un día después de verlo burlándose de un recién llegado a su colegio con los chicos “geniales”.
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“¡Déjame en paz, Daniel! ¡Eres un perdedor! Igual que ese recién llegado”.
“¿De verdad no ves lo que están haciendo?”, le recriminó Daniel, furioso. “Van a hacer que las cosas sean un infierno para ti. Deja de salir con ellos”.
Pero Vicente no escuchó a Daniel. En lugar de eso, le gritó que él no era su padre y que no debía decirle lo que tenía que hacer. Daniel había hecho todo lo posible por ayudar a su hermano. Había intentado evitar que Vicente se convirtiera en un pendenciero y ayudarlo a encauzar su vida. Pero Vicente rechazó la ayuda.
Finalmente, Daniel se rindió y se distanció de él. Se centró en mejorar su vida tras graduarse de la secundaria y trabajó duro por sus sueños. Con el tiempo, los dos hermanos perdieron el contacto y Daniel se ocupó de su vida, trabajando como contador en una empresa privada.
Sin embargo, no había olvidado a su hermano mayor. Un día, Daniel se enteró a través de sus amigos en común de que Vicente se había metido en un gran problema. El hermano mayor había formado parte de una pandilla y había sido detenido por sus delitos y enviado a la cárcel.
La noticia entristeció a Daniel, más aún porque se enteró de que Vicente tenía una novia que estaba embarazada. Ella quería interrumpir el embarazo, terminar su relación con Vicente y abandonar la ciudad. Pero Daniel la convenció de que no abandonara la ciudad hasta que naciera su bebé. Al fin y al cabo, su hijo formaba parte de Vicente.
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“¡Pero no tengo medios para mantenerla!”, dijo Silvia llorando cuando Daniel la visitó y la convenció de que no interrumpiera el embarazo. “No puedo hacerlo”.
“Por favor”, le suplicó él. “Mira, lo único que te pido es que esperes hasta que nazca el bebé, ¿OK? Te prometo que estaré a tu lado hasta entonces”.
“¿Y después qué?”, espetó ella. “¡No puedo darle una buena vida a este bebé! ¡Y salir con tu hermano fue un error! Es el peor hombre que he conocido, y ahora está en la cárcel, justo cuando lo necesito”. ¡WOW! ¿No es increíble tu hermano?”, preguntó sarcástica.
“Mira, no hace falta que mantengas al niño, ¿OK? Cuando nazca, lo adoptaré”, propuso Daniel. “Legalmente. Acogeré al niño y le daré todo el amor de un padre”.
Pero Silvia no daba su brazo a torcer. Así que Daniel hizo un trato con ella: le pagaría una cierta cantidad si accedía a continuar con el embarazo. Aunque le costó mucho convencerla, la joven finalmente accedió.
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“Pero cuando nazca el bebé, me iré de aquí”, dijo ella, y Daniel asintió. “Claro, no tengo motivos para retenerte”, le dijo.
Meses después supieron que sería una niña y, cuando nació la pequeña Amanda, Daniel la llevó a casa y se convirtió en su padre. Él era quien se quedaba despierto hasta tarde intentando calmarla cuando empezaba a llorar, quien le cambiaba los pañales y le cantaba arrullos, y a quien Amanda tomaba de los dedos cuando estaba aprendiendo a caminar.
Daniel no era el padre biológico de Amanda, pero la había criado como si lo fuera. Dejó su propia vida en un segundo plano por ella. Nunca salió con nadie ni pensó en formar su propia familia.
Cuando Vicente fue a su casa un día, Daniel empezó a discutir con él, y la cosa se puso tan mal que Amanda no pudo soportarlo.
Cuando Amanda se hizo mayor y sintió curiosidad por saber por qué no tenía mamá, Daniel le contó la mentira piadosa de que su madre había muerto. Ni siquiera le había hablado de Vicente hasta que ella encontró uno de sus viejos álbumes de fotos en el armario.
Amanda no habría existido si Daniel no hubiera convencido a Silvia de que no interrumpiera su embarazo, y ahora Vicente había vuelto para destruir su pacífica existencia. Daniel no lo permitiría.
“¡Déjanos en paz! Yo la adopté legalmente y ahora es mi hija”, le gritó a su hermano.
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“¿Y qué, Daniel?”, replicó Vicente. “¡Yo soy su verdadero padre! ¡Su padre biológico! Un trozo de papel no puede negar que lleva MIS genes”.
Amanda no podía creer lo que estaba escuchando. Le chocaba saber que el hombre que la había criado no era su padre biológico y que el hombre del que sólo había oído hablar un par de veces era su verdadero padre, cuya sangre corría por sus venas.
Qué extraño giro del destino.
“¡PAPÁ! ¡TÍO VICENTE! ¡BASTA YA!”, gritó ella llevándose las manos a los oídos. “¡DETÉNGANSE! O LOS DEJO A LOS DOS”.
Finalmente, los dos hombres se calmaron y dejaron de discutir. “Amanda”, dijo Daniel mientras daba un paso hacia ella. “Por favor, escucha...”.
“LA VERDAD”, exigió ella, dando un paso atrás. “¡Quiero saber qué pasó, y sólo escucharé pacientemente si dejan de pelearse como perros rabiosos!”.
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Daniel no tuvo elección. Se sentó con Amanda y le contó todo. La adolescente estaba obviamente sorprendida, pero manejó la situación con más paciencia y madurez que los dos hombres mayores.
Los tres acordaron que Daniel y Amanda seguirían viviendo juntos como lo habían hecho durante años, y Vicente podría visitarlos de vez en cuando. Todo iba tranquilo después de aquello, con Vicente visitando la casa de su hermano menor los fines de semana para reunirse con Amanda, hasta que el miedo de Daniel a perderla lo dominó.
Se dio cuenta de que Amanda y Vicente se habían hecho íntimos con el tiempo, y cada vez temía más que su hermano mayor se la arrebatara. Así que, cuando Vicente fue a su casa un día, Daniel empezó a discutir con él, y la cosa se puso tan mal que Amanda no pudo soportarlo
Recogió su ropa y salió furiosa de la casa, jurando no volver jamás. “¡Pueden seguir discutiendo porque es lo único que les importa! Ustedes no me quieren, al igual que mi mamá”.
Vicente y Daniel la siguieron, rogándole que se detuviera. Pero ella no les hizo caso y, cuando estaba cruzando la calle corriendo, un automóvil que venía conduciendo velozmente la atropelló y desapareció calle abajo.
“¡NO! ¡DIOS, NO!”, gritaron los hermanos al unísono mientras corrían hacia Amanda. Pero ya era demasiado tarde. La oscuridad se apoderó de sus ojos, y ella se desplomó en sus brazos, con sangre goteando de su frente.
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Daniel se puso tan nervioso que quedó completamente en blanco. “Eh, escucha, Daniel, tranquilo, ¿OK?”, comenzó a decir Vicente, tratando de consolarlo. “¡Ella va a estar bien! Voy a llamar a una ambulancia”.
Amanda fue llevada rápidamente al hospital por los paramédicos y luego a la sala de operaciones para someterse a una cirugía. El médico dijo que necesitaría una transfusión de sangre urgente.
“¡Puedo donar la mía!”, se ofreció Daniel. En ese momento, Vicente intervino.
“¡Soy su padre biológico!”, dijo. “¡Pueden hacer las pruebas! Estoy preparado. Puedo donar sangre”.
Finalmente, Vicente le donó sangre a Amanda y le salvó la vida.
Sentados en su habitación del hospital después de la operación, los dos hermanos miraron a Amanda inconsciente y se hicieron una promesa...
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“¡No lo volvamos a hacer! No le hagamos daño”, dijo Vicente. “Si crees que puedes ser mejor padre, desapareceré de tu vida para siempre. Sólo quiero que ella sea feliz. Lo siento, Daniel, no debería haber vuelto. Quizá si no lo hubiera hecho, ella no habría...”.
“No”, lo interrumpió Daniel, aceptando su culpa. “No. Fue culpa mía. Estaba muy inseguro. Tenía miedo de perderla y...”. Daniel rompió a llorar antes de poder terminar la frase, y Vicente lo rodeó con los brazos para consolarlo. “Tranquilo, hermano. Estará bien, y la dejaremos elegir lo que quiera, ¿OK?”.
Cuando Amanda por fin recobró el conocimiento, los dos hermanos se disculparon con ella, y Daniel admitió que todo había sucedido debido a su inseguridad.
“¡Fui un tonto!”, le dijo a Amanda. “Lo siento, pequeña. Nunca lo volveré a hacer”.
“Papá...”, dijo la adolescente débilmente, tomándole las manos. “Los quiero a los dos. Nada ha cambiado entre nosotros. Es divertido estar con el tío Vicente. Pero eso no va a cambiar el hecho de que te quiero. Y también quiero al tío Vicente. Los dos son mis papás, en realidad”, se rio. “Es un poco gracioso, pero tengo suerte de tenerlos a los dos. Así que no más peleas, ¿OK?”.
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Ese día, los dos hermanos se reconciliaron por el bien de Amanda, y Vicente prometió mantenerse al margen y ser simplemente un amigo para ella.
Pero Daniel dijo: “No. Te vienes a quedar con nosotros. Como dijo nuestra hija, tiene dos padres, y no quiero que uno de ellos se aleje de ella”.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Uno se convierte en padre por amor y cariño, no necesariamente por biología: Daniel no era el padre biológico de Amanda, pero la quería más que nadie.
- A veces, hace falta un golpe para reflexionar sobre tus errores y rectificar: Tras el accidente de Amanda, Daniel y Vicente se dieron cuenta de que sus discusiones sólo causaban dolor a Amanda. Decidieron cambiar eso y criarla juntos con amor.
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