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Bates de béisbol | Foto: Shutterstock
Bates de béisbol | Foto: Shutterstock

Anciano solitario fabrica bates de béisbol para niños pobres que conoce, un día un exjugador los ve entrenar - Historia del día

Susana Nunez
06 jun 2023
03:40

Un anciano empieza a fabricar bates de béisbol para un grupo de niños pobres que encuentra jugando en el parque, y su acto bondadoso acaba cambiando la vida de todos.

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Todas las tardes, Gerald pasaba por delante del parque del barrio, donde una docena de niños lanzaban una pelota e intentaban golpearla con bates hechos con ramas de árbol deshojadas.

Gerald podía ver que los niños eran pobres. Sus ropas estaban limpias, pero obviamente eran de segunda mano, y algunos llevaban zapatillas de deporte sujetas con cinta aislante. Pero a pesar de todo, daban al partido todo lo que tenían.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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A Gerald le recordaron algunos de los mejores días de su vida, cuando aún creía que el mundo era suyo y que todo era posible, el verano en que descubrió que tenía un talento increíble.

Gerald sonrió para sus adentros. Tal vez alguno de estos chicos tuviera el mismo fuego dentro de él, ese toque mágico capaz de sacar la bola fuera del campo, o sorprender a todos en el terreno de juego. Sí... Tal vez uno de esos niños de ahí tenía una semilla de grandeza que podría convertirle en una estrella...

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Nunca es tarde para enmendar los errores del pasado.

Aquella tarde, cuando Gerald llegó a casa, entró en su taller y sacudió el polvo de sus herramientas para trabajar la madera. Tal vez pudiera aportar algo.

Dos semanas más tarde, Gerald se dirigió al parque con una bolsa al hombro. Los niños estaban allí y habían marcado un diamante con piedras lisas. "Hola, niños", dijo Gerald. "¡Tengo algo para ustedes!".

El mayor de los niños miró a Gerald con desdén. "¡Mejor váyase, viejo!", resopló. "¡No somos idiotas, no hablamos con extraños!".

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

Gerald sonrió. "Me alegro por ti", respondió. "¡Soy un extraño, pero te prometo que no tengo malas intenciones!". Metió la mano en la bolsa, sacó una flamante pelota de béisbol y se la lanzó al chico mayor con un suave movimiento por encima del hombro.

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"Toma", dijo. "Prueba esto, y esto...". Sacó dos viejos guantes de béisbol, desgastados pero bien engrasados, y se los lanzó a otros dos niños. Luego sacó tres bates de béisbol que él mismo había fabricado.

Los niños se quedaron boquiabiertos. "¿Es en serio?", preguntó el mayor. "¿Son para nosotros?". Gerald asintió y sonrió. Disfrutaba de la alegría de los niños con los bates, la pelota y los guantes.

Uno de los más pequeños agarró el bate e intentó golpear la pelota con él torpemente. "Espera un momento, niño", le dijo Gerald. Le enseñó a agarrar bien el bate. "Mantén los pies quietos y batea desde el centro", le aconsejó.

Al poco rato, todos los niños estaban probando los bates, lanzando la pelota y atrapándola. Gerald se sentó en la hierba y observó, sonriendo. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan bien consigo mismo.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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Al día siguiente, Gerald pasó por el parque y el niño mayor lo vio. "¡Eh, señor!", gritó el chico. "¡Espere!". Gerald se detuvo y esperó a que el chico lo alcanzara.

"Escuche", dijo el niño. "Nos gustan mucho los bates, la pelota y los guantes, pero no es suficiente".

Gerald frunció el ceño. "¿No es suficiente?", preguntó curioso. "Bueno, lo siento, pero estoy jubilado y no tengo dinero para equipamiento lujoso...".

"¡No!", exclamó el chico. "No me refería a eso, quiero decir que queremos que nos ayude. No solo queremos golpear la bola. Queremos ser un equipo de verdad, jugar bien de verdad. ¿Puede ayudarnos?".

Gerald miró al chico y dudó. Todos los demás niños se habían reunido a su alrededor, esperando su respuesta. "Mira, no tengo tiempo...", empezó, pero el más pequeño le interrumpió.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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"¡Dijo que estaba jubilado!", espetó. "Todos lo escuchamos. Mi abuelo está jubilado y dice que no tiene nada que hacer en todo el bendito día".

Gerald suspiró. "Mira, es verdad, pero...", negó con la cabeza. "No se me dan bien los niños, ¿vale?".

"¿No tienes ninguno propio?", preguntó otro de los niños.

"Tuve, una vez...", dijo Gerald, y los recuerdos de las lágrimas de su mujer, la carita de su hijo viéndole entrar tambaleándose en casa, le nublaron los ojos.

"¿Qué les pasó?", preguntó el más pequeño.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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"Los perdí, pero no quiero hablarles de eso", respondió Gerald con nostalgia. Mirando las caras esperanzadas a su alrededor, decidió ayudarlos. "De acuerdo", dijo. "Lo intentaremos. Pero si alguno de ustedes falta al entrenamiento, ¡se acabó!".

Gerald tuvo que admitir que los chicos eran aplicados. Iban a entrenar todos los días y jugaban con el corazón. Estaba tan impresionado por su compromiso que incluso se puso en contacto con la organización de las Pequeñas Ligas para averiguar cómo inscribir a su equipo.

La respuesta fue desalentadora. Gerald necesitaba un local, un presupuesto, árbitros y uniformes... "¡Pero estos son un grupo de niños que solo quieren jugar!", explicó Gerald.

"Mire, lo mejor que podemos hacer es enviar a alguien para que hable con usted, ¿de acuerdo?", dijo la mujer. Gerald aceptó, pero no creía que fueran a enviar a nadie. Empezó a preguntarse cómo iba a darles la noticia a los niños.

Un día, había un hombre en el parque observando a los niños cuando llegó el viejo Gerald. Se acercó al hombre. "¿Es usted el representante de la Liga?", le preguntó.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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El hombre asintió. "Sí, soy yo. ¿Y tú eres Gerald, el hombre que hizo bates para los niños pobres y empezó a entrenarlos? Adelante, entrene como siempre", dijo. "Estoy aquí para observar".

¡Había algo en aquel hombre que le resultaba tan familiar! El corazón de Gerald empezó a palpitar con fuerza, pero le silbó a los chicos y empezaron a jugar. A cada segundo era consciente de que el hombre los observaba, lo observaba a ÉL.

Cuando terminó el entrenamiento, los chicos recogieron el equipo, se despidieron del anciano y salieron del parque. Gerald respiró hondo y se acercó al hombre de la liga. Ahora sí que lo reconocía.

"Ha pasado mucho tiempo, Sam", dijo en voz baja. "Más de veinte años, pero tienes los ojos de tu madre. He seguido tu carrera, ¿sabes? Incluso te vi jugar unas cuantas veces...".

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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Sam miró a su padre a los ojos y le dijo: "Sabes, cuando era niño, lo único que quería era que me enseñaras a batear como le enseñaste a aquel niño, pero nunca lo hiciste".

Gerald tenía lágrimas en los ojos. "Reconozco mis errores más de lo que imaginas, Sam", dijo. "Sé que les fallé a ti y a tu madre. Cuando me convertí en una estrella, empecé a vivir la vida y a beber demasiado".

"Primero arruiné a mi familia y tu madre se fue y te llevó con ella, luego arruiné lo que podría haber sido una gran carrera. Lo perdí todo, incluso mi amor por el juego. Con estos chicos, he podido recuperar un poco de eso".

"Es como si tuviera una segunda oportunidad. Cada vez que enseño un movimiento a uno de ellos, es como si te enseñara a ti. Quería darles lo que yo tuve: una oportunidad de jugar y salir de la pobreza en la que viven. Para compensar lo que les hice...".

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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Las lágrimas corrían por la cara de Sam, que dio un paso adelante y abrazó a su padre. "Está bien, papá", le dijo. "Un amigo mío de la Liga me llamó y me contó lo que intentabas hacer. Lo entiendo; yo te perdono. Y voy a ayudarte a hacer las cosas bien".

Con la ayuda de Sam, Gerald inscribió al equipo en la Pequeña Liga, y en su segundo año, obtuvieron el segundo lugar en el Campeonato Estatal. Sam y Gerald acabaron fundando una escuela de béisbol y, con los años, muchos de sus jugadores se hicieron profesionales.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Nunca es demasiado tarde para enmendar los errores del pasado. Gerald empezó a entrenar a los niños pobres para compensar la forma en que había descuidado a su propio hijo y acabó creando una familia.
  • Perdona a los que te han hecho daño mientras puedas, antes de que sea demasiado tarde. Sam perdonó a su padre, y los dos fueron bendecidos con muchos años juntos.

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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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