Cuidé de mi marido discapacitado durante 9 años, un día llegué temprano a casa y lo vi de pie - Historia del día
Cuidé de mi esposo en silla de ruedas día y noche durante nueve años, hasta que un día volví más temprano del trabajo y le vi de pie. Pero esa no fue la única sorpresa que me esperaba.
Mi matrimonio fue como un sueño hecho realidad. Cuando Christian y yo intercambiamos los votos matrimoniales y los anillos, estábamos entusiasmados por empezar un hermoso capítulo juntos.
Vivimos los mejores días de nuestras vidas y, un año después, nació nuestra hija, Hope. No podría haber pedido una vida mejor que ésta. ¡Qué felices éramos juntos y cómo me envidiaban todos mis amigos!
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"¡Jill, tienes el mejor compañero de vida del mundo!", solían decirme mis amigas durante las fiestas de chicas. Todo era perfecto y maravilloso y yo lo estaba disfrutando.
Mi vida era cada día mejor y más hermosa. No me di cuenta de cómo pasaron doce años en los que Christian, Hope y yo nos reíamos de bromas tontas, hacíamos barbacoas en nuestro patio trasero y nos turnábamos para cocinar. ¡Vaya! Era tan feliz, y antes de que pudiera encontrar nuevas razones para sonreír, una llamada del hospital justo dos días después del cumpleaños 37 de Christian hizo que nuestras vidas pasaran del cielo al infierno...
"¿Qué? No, creo que te equivocas. Mi esposo debe de estar ya en el vuelo a Miami", me estremecí al pensar que lo estuvieran llevado al hospital desde el lugar del accidente, cerca del aeropuerto.
"Señora Leeds, hemos encontrado su número guardado como "Mi Esposa" en su historial de llamadas. Su esposo ha sufrido un accidente. Por favor, venga al hospital".
Me desplomé en el sofá, incapaz de creer que era verdad.
No, Christian, no dejaré que te pase nada, seguí llorando. Hope vino corriendo hacia mí y nos fuimos directamente al hospital. Mi esposo iba a Miami para hablar del nuevo negocio que quería montar. Recuerdo que estaba muy emocionado la mañana que partió hacia el aeropuerto.
Mi corazón empezó a latir más deprisa cuando entré en la sala, y el médico me dijo que Christian había perdido la capacidad de caminar debido a una lesión medular.
"¿Qué está pasando aquí y quién es ella?". Entré furiosa, con los ojos llenos de lágrimas.
"¿Lo sabe él?", pregunté al médico, con los ojos llenos de lágrimas.
"Señora Leeds, por favor, manténgase fuerte", fue todo lo que dijo, y se marchó, sin responder a mi pregunta.
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No podía creer que mi vida perfecta acabara de terminar. Mi marido, al que le encantaba correr y hacer cosas por mí y por nuestra hija, no podía volver a andar. No sentía las piernas. No podía moverse. Pasó a depender de nosotras para todo, y sé cuánto le habría pesado el corazón cada vez que me pedía que le ayudara incluso con las cosas más básicas, como ir al baño.
Oh, Christian, ¡no soporto verte luchar así! Mi corazón gritaba de dolor.
Unos días después, Christian recibió el alta del hospital y nos fuimos a casa. No quería conducir, pero lo hice y miré a mi marido por el retrovisor. Parecía perdido y dolorido, y yo sabía que odiaba su silla de ruedas. Era un sólido recordatorio de su discapacidad, pero quizá debiera usarla el resto de su vida. Eso me preocupaba.
Mi vida cambió desde el día en que volvió a casa. Tuve que volver a trabajar. Antes era administradora en una empresa privada y había dejado el empleo después de casarme. Pero ahora necesitaba una fuente de ingresos estable para nuestra familia. No quería que Christian sintiera que era una carga. No lo era. En absoluto. Era y siempre sería el hombre de nuestras vidas.
Estuve buscando un trabajo adecuado durante semanas. Sabía que Christian estaba muy infeliz. Entonces encontré trabajo en una empresa de exportación y empecé a ganar dinero para cuidar de mi hija y mi marido. Yo era el único sostén de la casa. Se acabaron las fiestas y las salidas divertidas con mis amigas. Se acabaron las compras y las noches de cine. Se acabaron las vacaciones y el fútbol. Incluso escondí el balón, pues no quería que nada le recordara su discapacidad. Sólo quería que se sintiera normal y se aceptara a sí mismo.
Poco a poco, me fui adaptándome con el trabajo y a la nueva dinámica en casa, y me tranquilizaba el hecho de poder seguir siendo el apoyo primordial de mi esposo.
Pasaron los años. Empecé a parecer mayor para mi edad. Tantas responsabilidades me estaban agotando. Un día, vi a Christian esperándome en la puerta en su silla de ruedas. Le vi saludar con la mano y, de repente, dejó de gesticular. Se metió en casa al ver que mi jefe me ayudaba a llevar pesados paquetes de comida del maletero de su coche a la casa.
Había vendido nuestro automóvil en algún momento para pagar el tratamiento de Christian. Todos los días tomaba un autobús para ir a la oficina, pero aquella noche, mi jefe, Víctor, un hombre de mediana edad casado y con tres hijos, se ofreció a llevarme a casa desde la tienda, ya que había anochecido.
A partir de ese día, noté un extraño cambio en Christian.
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Mi marido, que solía reírse hasta de mi broma más tonta, se negó a sonreír. Dejó de cenar conmigo. Nuestras románticas charlas junto al patio en las tardes lluviosas se redujeron a la nada.
Sabía que no estaba enfadado ni desconfiaba. Pero algo parecía molestarle y estaba evidentemente no lucía feliz. ¿Pero por qué? me preguntaba una y otra vez y no encontré ninguna pista hasta un buen día.
Deben tener en cuenta que dediqué mi corazón, mi alma y mi tiempo a mantener fuerte a mi familia. Christian y Hope eran como pajaritos en mis manos. Cuidaba de ellos siempre. Olvidé el paso del tiempo. No me di cuenta de que mi hija tenía ahora 21 años y estaba enamorada de un chico. Ella soñaba con una boda especial, y yo tuve que empezar a trabajar más para ahorrar dinero para ello. Su sueño era mi realidad.
Empecé a hacer horas extras, y entonces, un día, Christian me entregó su tarjeta.
"¿Qué pasa, cariño?", le pregunté, curiosa.
"Me han prestado dinero mis amigos. Tómalo y prepara las cosas para la boda de nuestra hija", me dijo.
"¿Qué? ¿Has pedido dinero de tus amigos?". Me quedé estupefacta.
Christian no dijo nada más y se alejó. Luego empezó a traer más dinero cada mes, diciendo que había pedido prestado a sus amigos que yo nunca había visto ni conocido. Eso se repitió por más de dos años y, a veces, me preguntaba cómo sus amigos podían darle tanto dinero cada mes.
¿Cómo se lo devolveremos? Me asaltaban varias dudas, pero estaba demasiado ocupada para concluir nada. En aquel momento, lo único que me importaba era la boda de mi hija. Era su sueño, y yo estaba dispuesta a llegar hasta donde fuera para hacerlo realidad.
Un día, volví a casa del trabajo antes de lo habitual y encontré a mi esposo en la cocina. Me froté los ojos y... ¡Dios mío!
¡ESTABA DE PIE!
Me quedé estupefacta y, al acercarme, vi allí a una hermosa joven.
"¿Qué está pasando aquí y quién es ella?". Entré furiosa, con los ojos llenos de lágrimas.
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Quería alegrarme de que Christian pudiera levantarse, moverse y caminar. Pero verle con una joven me molestaba. Varias sospechas bombardearon mi mente, mientras sentía como se rompía mi corazón.
"Christian, ¿me estás engañando?", le grité sin saber la verdad que me había estado ocultando.
"Cariño, bienvenida a casa. Mira... ¡Estoy de pie! ¿No es increíble? ¿No te alegra?". Christian se acercó cojeando hasta mí como si no hubiera pasado nada. Como si estuviera limpio. Me dolió, pero ¿era yo la clase de esposa que buscaba manchas de pintalabios y olfateaba si tenía un nuevo perfume? No, no era tan cruel ni paranoica.
"¿Pero por qué me engañaste?", le pregunté. Y así me enteré de que la mujer, Esther, era su enfermera de rehabilitación.
"¿Ella QUÉ?". Me quedé impactada.
"Cariño, cálmate. Sólo es mi enfermera, y tiene la edad de nuestra hija. Esther no es diferente de Hope".
Seguía necesitando una aclaración. No tenía ni idea de lo que estaba pasando. Fue entonces cuando Christian me confesó algo que había estado haciendo a mis espaldas los últimos dos años.
"Me quedé destrozado cuando vi que aceptabas ayuda de tu jefe", empezó.
"Empecé a enviar solicitudes a trabajos a distancia y conseguí un puesto estupendo para trabajar desde casa. No pedí dinero prestado a mis amigos. Trabajé para conseguirlo, pero no quería que lo supieras".
Ahora me daba cuenta de por qué Christian estaba siempre ocupado con su portátil a todas horas. Siempre que le preguntaba, decía que estaba jugando. Pero había trabajado mucho para demostrar que no era una carga sobre nuestros hombros... que era discapacitado, pero no incapacitado.
"Fue entonces cuando me hice una promesa", continuó. "Quería llevar a nuestra hija al altar de pie. Hice ejercicios en secreto con mi enfermera todas las tardes hasta la noche antes de que volvierais a casa del trabajo. Quería sorprenderlas en la boda de Hope".
Lágrimas interminables corrieron por mis ojos mientras me lanzaba a los brazos de Christian y le besaba por toda la cara. Esther se sonrojó y se marchó, respetando nuestro espacio privado.
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Christian y yo nos abrazamos largo rato, y me pidió que le prometiera que no revelaría nada a nuestra hija. Esperamos hasta su boda y por fin llegó el gran día. La pobre Hope no tenía ni idea de la dulce sorpresa que su padre había ideado para ella aquel día.
Por fin, en la boda de nuestra hija...
Los invitados acudieron en tropel a la iglesia cuando el cura empezó la misa nupcial. Peter, el prometido de mi hija, y el resto esperaban ansiosos a que ella apareciera con aquel vestido de novia de cuento de hadas soñado.
"Mamá, yo llevaré a papá desde aquí", dijo ella, ocultando las lágrimas, mientras caminaba detrás de la silla de ruedas de Christian y empezaba a empujarla.
Y de repente: "¡Cariño, para un momento!", intervino Christian. Sabía que aquello sería una explosión de emociones y lágrimas tanto para la hija como para el padre. Me arrinconé y tuve los pañuelos preparados.
Mientras Hope parecía desconcertada y los invitados se daban la vuelta, Christian se levantó de la silla de ruedas y metió el brazo de su hija bajo el suyo.
"¿Caminamos, cariño?", dijo, mientras Hope se quedaba boquiabierta. No podía asimilar la mayor sorpresa de su vida.
"¿PAPÁ? DIOS MÍO... PAPI, ¡ESTÁS DE PIE!".
Hope gritó tan fuerte que todo el mundo se emocionó hasta las lágrimas. ¿Cómo podía contener las lágrimas? Lloré en un rincón hasta que Christian me llamó y nos abrazó.
El sacerdote reanudó la misa y Christian llevó a nuestra hija al altar. Fue el momento más precioso de nuestras vidas. El padre que enseñó a su hija a dar sus primeros pasos dio con ella los pasos más grandes hacia su nueva vida. Lloré y empapé al menos una docena de pañuelos, pero las lágrimas no dejaban de fluir. Como bien se dice, nunca puedes contener las lágrimas de alegría, ¿verdad?
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Han pasado seis años desde su boda, y mi hija ha sido bendecida con tres hijos. Christian y yo somos abuelos. ¿Qué más podemos pedir?
La felicidad volvió a nuestras vidas en un momento en el que pensaba que todo había terminado. Los milagros existen, y yo puedo ser testigo del mío todos los días. Christian, ¡es el mayor milagro de mi vida!
¿Qué harías tú si estuvieras en el lugar de mi esposo? ¿Te sentirías defraudado después de que un percance te dejara discapacitado, o afrontarías la tormenta y lucharías? ¿Y hasta dónde llegarías para ser un rayo de sol para tu familia?
Todas mis novias me dejaron cuando se enteraron de que tenía una hija discapacitada: un día todas vinieron a mi casa - Historia del día. Haz clic aquí para leer la historia completa.
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