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Los zapatos de Laura junto al río cuando era niña | Foto: Shutterstock
Los zapatos de Laura junto al río cuando era niña | Foto: Shutterstock

Mi esposo y mi hija me echaron como si fuera un perro - Historia del día

Linda conoció a un hombre con el que pensó que podría pasar el resto de su vida... pero, de algún modo, su hija se vio enredada en todo el asunto, y acabó siendo expulsada de su propia casa.

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Linda oyó el ruido de las llaves en el salón: debía de ser su hija Laura. Probablemente acababa de trabajar en el McDonald's cercano. Siempre que volvía a casa olía a cadena de comida rápida, además de ese tufo a cigarrillo que le quedaba desde que era adolescente.

¿O era Carl's Jr.? Linda no estaba del todo segura; de todos modos, nunca hablaban demasiado. Pero al menos tenía trabajo. Al menos está haciendo algo, pensó Linda.

Sin decir una sola palabra, Laura se dirigió directamente a su dormitorio, y la incómoda quietud sólo se vio interrumpida por el fuerte golpe que dio al cerrar la puerta.

Pero Linda ya se había acostumbrado.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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Todo era culpa suya, pensó Linda. No educó bien a Laura, no pudo. Es lo que hay. A veces no puedes controlar ciertas cosas de la vida.

Desde que el padre de Laura abandonó a la familia, tuvo que criarla ella sola, trabajando en tres o cuatro empleos a la vez sólo para salir adelante. San Francisco no es lugar para gente pobre como ella. El lugar te chupa la esencia misma hasta que no tienes nada más que dar.

Señor, este lugar miserable.

No estaba allí cuando Laura creció. No estaba allí cuando protagonizó su primer musical. No estaba allí cuando la expulsaron del colegio. Ni siquiera estaba cuando la detuvieron por primera vez. Su hermana tuvo que pagar su fianza.

Es lo que hay, pensó Linda. A veces hay que aceptarlo.

Pero entonces Linda recordó sus planes para aquella noche: una cita y un hombre guapo.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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Hacía tiempo que Linda salía con un tipo llamado José. Al igual que la propia Linda, José era un divorciado de unos cuarenta años, pero se podría haber adivinado que aún tenía treinta y pocos a juzgar por su aspecto. Y, como Linda, José también tenía un hijo, pero éste se había alistado en el ejército a los 17 años y llevaba unos años destinado en Alemania.

Era como si el destino los hubiera unido: dos almas tristes y solitarias que habían pasado por un infierno en la vida, pero que consiguieron descubrirse mutuamente, alguien que por fin comprendería su propio dolor y lucha.

¿No estaría bien que Laura conociera también a José?, pensó Linda. Quizá una figura paterna sea todo lo que necesita para volver a encarrilar su vida.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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Una semana después, por fin invitó a José a cenar el fin de semana. Incluso se tomó un día libre en su segundo trabajo para poder pasar el día con él.

Durante la cena, ambos hablaron de sus trabajos, de lo mucho que los odiaban y de cómo podrían mudarse juntos a algún sitio, lejos de aquella locura y desdicha. También hablaron de su hijo Alfredo, de cómo José estaba orgulloso de él a pesar de no haberlo visto en los últimos dos años.

"Sí, Alemania... Sí, un Especialista... ¿Berlín? No lo sé, mencionó un lugar llamado Baviera, uno de esos lugares con nombres alemanes raros...".

Fue entonces cuando Laura volvió de algún sitio, probablemente no del trabajo, ya que esta vez no olía a nuggets de pollo. Laura sonrió brevemente a José, se dio la vuelta y se dirigió directamente a su dormitorio.

"¿Así que ésa es tu hija?", preguntó José.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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En las semanas siguientes, José fue a su casa con más frecuencia, a veces incluso se ofrecía voluntario para ayudarla a limpiar la casa y arreglar las tuberías. Sí, las tuberías. No recordaba cuántas cintas aislantes había gastado en aquellas tuberías sólo para contener los daños.

Al cabo de un tiempo, incluso venía cuando ella no estaba en casa. Por fin, pensó... alguien que sabía cuidar de ella, alguien que podía ayudarla. Alguien que podía ser una figura paterna para Laura.

También consiguió romper el hielo y hablar con Laura; a veces, cuando ella volvía a casa después del trabajo, los veía sentados en el sofá, hablando y riéndose de cosas triviales.

Finalmente, José le propuso matrimonio a Linda.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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Al principio fue una sorpresa para Linda: hacía sólo unos meses que habían empezado a salir. Pero bueno, se llevaban bien y ya era hora de que ella sentara la cabeza con alguien.

Además, se llevaba bien con Laura, cosa que no podía decirse de muchos otros hombres con los que había salido antes de José. Quizá volverían a ser una familia. Quizá las cosas mejorarían por fin para ella y Laura. Se casaron en primavera.

Pero una noche vio algo que la heló hasta los huesos.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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Era un viernes por la noche y, por alguna milagrosa razón, pudo salir antes del trabajo: al parecer, el jefe odiaba el trabajo tanto como ella, si no más, y decidió cerrar la tienda antes como acto de desafío.

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Linda caminaba por la calle y, al acercarse a la esquina adyacente a su casa, vio a Laura besándose con un hombre, con la espalda apoyada en el camión que había fuera.

¿No es ésa... la camioneta de José? Y el tipo... no puede ser... Era José, besándose fervientemente con su propia hija.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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Linda se quedó mirando el grotesco espectáculo sin pensar, sus pensamientos vagaban entre lugares, entre reinos... cualquier cosa que pudiera sacarla de aquel desdichado sueño, cualquier cosa que pudiera convencerla de que aquello no era más que un sueño, por difícil que fuera.

Pero estaba ocurriendo. Estaba despierta. Sentía el viento agitado por los automóviles que pasaban. Podía oler el tubo de escape del destartalado Honda Civic que pasaba. Aún podía ver la horrible imagen de las dos personas que estaban cerca de ella, abrazadas la una a la otra.

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Como una muñeca desprovista de alma, se acercó a ellos.

Sólo cuando estaban a unos metros de distancia se fijaron en ella. Pero ella no les prestó atención, simplemente entró en la casa sin decir una palabra, como un fantasma que pasara a su lado sin agitar el aire a su alrededor.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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"Eh, Linda...", oyó que José la seguía, con palabras incoherentes... no entendía lo que decía, aunque en aquel momento no le importaba.

Pero entonces oyó también la voz de Laura.

"De verdad que tienes que estropearlo todo, ¿no?", dijo Laura.

Linda se volvió hacia Laura, y pudo ver que la miraba fijamente: iba dirigida a ella. Pero Linda simplemente se dirigió al salón, sacó una gran maleta y empezó a empaquetar los objetos útiles que encontraba a su alrededor.

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"Eso es todo lo que haces, huir de tus problemas", pudo oír Linda que le decía una voz. ¿Era Laura? ¿O era su subconsciente? No tenía ni idea.

Entonces oyó fuertes ruidos procedentes de la acera, mientras Laura empezaba a tirar sus pertenencias por la ventana. Se quedó un rato mirando los cristales rotos; entre ellos había una foto familiar suya, de cuando Laura tenía sólo cinco años y vio un caballo por primera vez.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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A partir de ese momento, todo quedó en blanco para Linda, hasta que se encontró sentada en Ocean Beach, con la maleta a su lado, llena hasta los topes de trastos inútiles.

¿Por qué se había llevado el reloj? ¿Y la almohada? ¿Por qué había metido una almohada en la maleta? Y nada de mantas... debería haberse traído una manta al menos.

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Pero bueno, al menos aquí se está tranquilo.

Se quedó mirando el océano por el horizonte; podía ver la luz que se alzaba sobre el horizonte, una delgada línea de color rosa bajo las escasas estrellas que había encima. El océano estaba en calma y las olas eran tiernas. Podía oír cómo las olas entraban y salían de la bahía.

En algún lugar del horizonte está Japón, solía decirle su padre cuando se sentaban en la playa. Su padre se pasaba todo el día con historias de allí, de lo bonito que era cuando estaba destinado en Japón. La gente, la comida, la cultura...

Quizá había llegado el momento de ver de qué hablaba su padre.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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Linda salió del aeropuerto Internacional de San Francisco. Hacía unos años que no había vuelto. Señor, mira a toda la gente con el teléfono en la mano... seguro que han cambiado muchas cosas. Pero el miserable calor... eso no cambiaba lo más mínimo.

Un Starbucks no sería mala idea; al menos deberían tener wifi. Pero al acercarse a la cajera vio una cara conocida.

En realidad, familiar sería quedarse corta. Era Laura, que trabajaba tras el mostrador, haciendo malabarismos entre cuatro frappuccinos para los universitarios que estaban a punto de embarcar en sus vuelos a París y vivir su fantasía del "estilo europeo". Pero sólo si supieran lo decepcionados que se sentirían...

Laura también se fijó en Linda, y se produjo un silencio incómodo. Pero para sorpresa de Linda, Laura se quitó el delantal y corrió hacia ella, abrazando a Linda con lágrimas en los ojos.

"Lo siento...", tras un breve momento de silencio, Laura habló por fin. Sus compañeros le indicaron que se tomara un descanso.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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Caminaron por el exterior del aeropuerto; la gente iba y venía a su alrededor bajo el implacable sol abrasador que se alzaba directamente sobre ellas. Finalmente encontraron un banco cerca.

Se produjo otra larga pausa. Ninguna de las dos sabía cómo iniciar la conversación. Pero, por fin, Linda tomó la palabra. "¿Qué ha pasado? Pareces distinta", dijo.

"Han pasado muchas cosas, mamá", respondió Laura dócilmente. "Ni siquiera sé por dónde empezar".

"Tengo tiempo. Continúa", dijo Linda.

"Bueno, empecé a ir a la Iglesia", empezó Laura. "Conocí a un chico el año pasado -un chico muy dulce- y empezó a llevarme allí. Y entonces me di cuenta de lo que había hecho...". Ya no podía contener las lágrimas.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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"Todos cometemos errores, Laura, unos más que otros, pero aun así", respondió Linda. "A mí también me han pasado muchas cosas; he viajado bastante".

"¿En serio? ¿Adónde? ¿Encontraste trabajo en algún sitio?".

"Japón, China, India, Mongolia... diferentes lugares. Acabé enseñando inglés por Internet; también conocí a mucha gente, vidas diferentes, experiencias diferentes...".

Linda hizo entonces una breve pausa.

"La vida pasa, es lo que es. A veces mejora, a veces empeora... pero la vida sigue".

"Sé que no puedes perdonarme, mamá, y lo comprendo... Sólo quiero que sepas cuánto lo siento", respondió Laura mansamente.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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Linda volvió entonces los ojos hacia Laura, pudo ver los ojos de su hija, brillantes por las lágrimas que rodaban lentamente por sus mejillas. Le recordó aquella vez que se cayó en el parque. Aquellos ojos nunca cambiaban.

Entonces pensó en los momentos que se había perdido, en todos los que habían pasado sin que ella estuviera presente, sus clases, sus graduaciones, sus celebraciones de cumpleaños. Linda no pudo contener las lágrimas al pensar en lo mucho que echaba de menos.

Al cabo de un minuto, Linda rodeó a Laura con los brazos. Se inclinó hacia su hija y le dio un suave beso en la frente.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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"También es culpa mía... Debería haber estado ahí cuando me necesitaste. De verdad", dijo Linda, y Laura pudo oír el temblor en su voz. Las dos se abrazaron.

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"Por cierto, ¿qué le ha pasado a José?", preguntó por fin Linda; no quería hacer esa pregunta, pero la curiosidad pudo con ella.

"Oh, ese cabrón... empezó a tirarle los tejos a mi amiga", respondió Laura.

"Supongo que entonces las dos esquivamos una bala", dijo Linda.

Ambas compartieron una buena carcajada abrazadas, y todo quedó perdonado.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Todos cometemos errores, pero debemos perdonar a los demás para poder seguir adelante.
  • Si tienes un hijo, asegúrate de pasar más tiempo con él cuando crezca. Antes de que te des cuenta, habrán crecido y será demasiado tarde para presenciar los momentos importantes.

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Si te ha gustado esta historia, quizá te guste esta sobre un repartidor que deja un amable mensaje a una anciana en la cámara del timbre y recibe un ascenso a cambio.

Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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