Una anciana nos encontró durante nuestra luna de miel en la casa del lago - Sus primeras palabras desenmascararon la mentira que mi esposo había estado ocultando

Durante su luna de miel en la aislada casa del lago, Leah cree saberlo todo sobre su esposo, hasta que llega una anciana que dice ser su madre. Pero Luis le dijo que sus padres murieron hace años. A medida que se desvelan secretos enterrados, Leah se da cuenta de que no sólo está descubriendo una mentira... sino que está dejando entrar el peligro en su casa.

Vivía en un sueño.

Estaba casada con el amor de mi vida. Me envolvía el resplandor de nuestra luna de miel, y estábamos en una tranquila casa del lago sacada directamente de una película, con el agua golpeando suavemente contra el muelle y el aroma a pino flotando a través de las ventanas abiertas.

Luis me había hablado mucho de aquel lugar.

"Mis padres la compraron cuando yo era pequeña, Leah", me había dicho, con la nostalgia en los ojos. "Pasábamos aquí todos los veranos antes de que fallecieran. Y si pudiéramos escaparnos y venir aquí durante el resto del año, lo haríamos. Creo que es mi lugar favorito en todo el mundo".

Y yo estuve de acuerdo porque era perfecto.

Hasta la mañana en que abrí la puerta a una anciana que destrozó mi realidad.

Luis había ido a la ciudad a hacer las compras. Yo me quedé atrás, disfrutando del frío de la mañana y de una taza de café, cuyo calor me calentaba las manos.

"Quédate aquí", dijo mi esposo. "Hace demasiado frío fuera. Quédate en la cama hasta que vuelva, y luego podemos hacer unos bollos de canela, ¿vale?".

No discutí. No podía soportar el frío. Claro que era hermoso y me encantaba, pero lo amaba desde la distancia.

En lugar de eso, dejé la cama y me fui al salón. Me senté en un sillón y observé cómo el lago se extendía ante mí, tranquilo y quieto, reflexionando sobre nuestra boda y lo perfecta que había sido.

Entonces llamaron a la puerta.

Fruncí el ceño. La casa del lago estaba alejada, no había vecinos lo bastante cerca como para visitarnos. Y además, ¿quién iba a desafiar a la nieve para venir de visita? Luis tenía llave, así que no podía ser él.

Sabía que no debía abrir la puerta, pero sentía curiosidad. Así que lo hice.

Una mujer frágil estaba en el porche, envuelta en un abrigo andrajoso, con el pelo gris recogido en un moño suelto. Parecía exhausta, como si la vida misma la hubiera agotado.

"¿Es usted la esposa de mi hijo?", me preguntó.

Parpadeé, mientras mi cerebro se esforzaba por procesar sus palabras.

"Yo... lo siento, señora, creo que se ha equivocado de casa...".

Inclinó la cabeza y sus labios se curvaron en una leve sonrisa.

"Luis", dijo. "Ése es el nombre de tu marido, ¿no?".

Se me heló la sangre.

Dijo su nombre completo. Su fecha exacta de nacimiento. Su universidad. Incluso dónde tenía un pequeño lunar detrás de la oreja.

"Los padres de Luis... murieron cuando él era niño".

Una sombra pasó por su rostro.

"¿Eso es lo que te contó?", susurró. "Lo siento mucho, cariño. Pero Luis te mintió. ¿Cómo te llamas?"

"Me llamo Leah", contesté.

"Yo soy Matilda, Tilly para todos menos para mi padre", dijo ella. "Mira, Leah".

Y entonces sacó una fotografía.

Se me cortó la respiración.

Era Luis. Más joven, quizá unos ocho o nueve años. De pie en este mismo porche. A su lado estaba su padre, o supuse que era el padre de Luis. El hombre era alto, ancho de hombros, y tenía el mismo tipo de sonrisa fácil que me encantaba en Luis.

Y a su lado...

Ella.

Veinte años más joven, pero inconfundiblemente la misma mujer que tenía delante.

Me agarré al marco de la puerta, con el estómago retorcido.

"Déjame entrar, cariño", dijo suavemente. "Te contaré lo que ha pasado".

Todos mis instintos me gritaban que cerrara la puerta. Que la cerrara con llave.

Pero en lugar de eso, me aparté.

Y la dejé entrar.

Nos sentamos en el salón, con tazas de té humeantes entre las dos. La casa del lago estaba en silencio, salvo por el fuego y el sonido de la radio que emitía alguna que otra canción pop.

Acunó la taza entre sus frágiles manos, mirando fijamente el líquido como si buscara el pasado.

"Siempre fue un niño muy inteligente", murmuró. "Le encantaba el lago. Le encantaba correr por el muelle con su perro, Tucker. Ese perro lo adoraba".

Dio un sorbo a su té.

"Tucker y él solían perseguir palos durante horas. Dios mío, ese perro nunca se cansaba".

Forcé una sonrisa, aunque el malestar se me enroscaba en el estómago.

"Luis nunca me habló de un perro".

Su sonrisa vaciló.

"Claro que no".

Una extraña tristeza parpadeó en sus ojos.

"¿Por qué no lo haría?", susurré.

"Porque, hija mía, eso fue antes del accidente. Antes de que todo cambiara y nuestras vidas dieran un vuelco".

De repente, el aire me pareció más pesado. Sentí como si me oprimiera un peso que no sabía que existía.

"¿Qué accidente?", pregunté.

Vaciló, con los dedos apretados alrededor de la taza.

"Ocurrió hace quince años. Su padre y yo volvíamos en auto de una cena. Era tarde, la carretera estaba resbaladiza por la lluvia. Y... chocamos".

Tragó saliva.

"El impacto fue brutal, querida. El padre de Luis no sobrevivió. Y en ese momento, perdí a mi alma gemela".

Se me formó un nudo en la garganta. No podía imaginarme sobrevivir a un accidente, sólo para darme cuenta de que Luis no lo había conseguido. No creía que fuera capaz de vivir después de aquello.

"Sobreviví", continuó. "Pero no sin complicaciones. Estuve en el hospital durante meses. Luis se volvió distante después de aquello. Estaba enfadado. Como si una parte de él también hubiera muerto aquella noche".

Agarré la taza con más fuerza. Casi no me había dado cuenta de lo húmedas que tenía las manos.

"Entonces, ¿por qué me dijo Luis que había muerto? ¿Qué pasó?"

Suspiró, negando con la cabeza.

"Eso es lo que no entiendo, Leah. Intenté verlo. Intenté llegar a él. Pero me dejó fuera".

Entonces me miró, con ojos suplicantes.

"No me escucha. Pero tú... tú eres su esposa. Confía en ti. Te quiere. Puedes ayudarme. Tienes que hacerlo... por favor".

Había algo en la forma en que había dicho aquellas palabras. Parecían desatar una sensación de malestar en mi interior.

Necesitaba hablar con Luis sobre esto. Inmediatamente.

Me excusé, caminando rápidamente hacia el baño. Me temblaban las manos al marcar el número de Luis. Sonó una vez antes de que descolgara.

"Hola, cariño", dijo. "¿Qué pasa? ¿Quieres que te lleve algo?"

Su voz era cálida y desenfadada. No era consciente de que todo su mundo estaba a punto de resquebrajarse, revelando algo... feo en su interior.

Respiré hondo.

"Cariño, hay alguien en casa. Una anciana. Dice que es tu madre".

No hubo más que silencio.

Un silencio frío y muerto.

Entonces, Luis pareció encontrar su voz, que era aguda y urgente.

"¡Sácala de casa, ahora! ¡Ahora, Leah!"

Me estremecí.

"¿Qué? Luis, ¿qué pasa?", pregunté.

La conexión crepitó. Su voz era distante pero frenética.

"Escúchame con atención, Leah. Está mintiendo. Sea lo que sea lo que te ha dicho, es mentira. Sácala de ahí ahora mismo".

Entonces, la línea se cortó. No me sorprendió. Lo que me sorprendió fue lo mucho que había durado la llamada. La señal en la casa del lago era irregular y débil.

Me quedé mirando el teléfono. Por supuesto, no había señal.

Un escalofrío me recorrió la espalda. ¿Quién era la mujer de nuestra casa? Claro, estaba en la fotografía, y probablemente era la madre de Luis. Pero ¿por qué la había mantenido oculta? Conociendo a Luis, probablemente había una buena razón.

Pero yo no sabía esa razón. No sabía nada. Sólo que estaba aquí.

Salí del baño, forzando una sonrisa.

La madre de Luis, o quienquiera que fuese, levantó la vista.

"¿Todo bien, cariño?"

"Sí... en realidad, necesito... ¿Quiere comer algo?"

Me miró un momento, sosteniéndome la mirada. Luego sonrió.

"Sí, por favor", dijo.

Fui a la cocina y empecé a rallar un poco de queso para hacer sándwiches tostados.

Permanecimos en silencio unos instantes.

"¿Leah?", dijo ella, interrumpiendo el silencio. "Estoy necesitada, cariño. ¿Podrías darme 500 dólares? No hay nadie que cuide de mí. Ni siquiera tengo dinero para comprar comida...".

"Vale", asentí.

¿Qué eran 500 dólares cuando una anciana los necesitaba para alimentarse?

Me limpié las manos en el paño y casi eché mano al bolso, dispuesta a sacar la cartera.

Y entonces la puerta se abrió de golpe.

El sonido de las bolsas de papel de las compras moviéndose. Pasos pesados.

Y entonces, Luis.

Sus ojos se posaron en nosotras, y su rostro se quedó completamente sin color.

Las bolsas cayeron al suelo con un ruido sordo.

"No", exhaló. "Te lo he dicho un millón de veces... ¡No quiero verte! ¡Márchate! ¡Ahora!"

No podía creer que estuviera mirando a mi marido. Nunca había visto esta faceta suya. Nunca había oído tanta rabia en su voz. Pero aun así, ¡esta mujer era su madre! ¿Cómo podía hablarle así?

"Luis, no seas... cruel. Afuera hace un frío horrible. Deja que se siente y coma con nosotros. No puedo creer que hayas borrado a tu madre de tu vida... pero ahora, necesita cuidados..."

"¡No es mi madre, Leah!"

La habitación se quedó inmóvil.

Luis tenía la mandíbula tensa y las manos cerradas en puños. Su voz era gélida.

"Me dejó en una casa de acogida. Y nunca volvió por mi", dijo. "Se lo supliqué. Le recordé que solo nos teníamos el uno al otro. Mi padre había muerto. Pero nunca me aceptó de nuevo. Quería empezar de cero. Sin mi padre y sin mí".

Me volví hacia la mujer, con hielo en las venas.

"¿Es eso cierto?"

"Es complicado", dijo simplemente.

"No, no lo es", la voz de Luis cortó el aire como un cuchillo. "Abandonaste a tu hijo. Simple y llanamente".

Se sirvió un vaso de agua y se lo bebió de un trago.

"Leah, ella era la que conducía aquella noche. Había estado bebiendo, pero se negó a dejarlo conducir. Y luego infringió la ley y se saltó un semáforo en rojo. Por eso murió mi padre. Por eso ella se fue sin un rasguño".

Inspiré bruscamente, la cabeza me daba vueltas.

Me volví hacia ella.

"¿Había algo de verdad en sus palabras? ¿Alguna verdad?"

Abrió la boca, pero no salió nada. Ni una palabra, ni un sonido.

El peso de su silencio era condenatorio.

"Tiene que irse ya. No toleramos a la gente que descuida a sus hijos. No toleramos a la gente que no tiene corazón".

Sus ojos parpadearon. Luego suspiró.

"Tenía que intentarlo", dijo.

"¿Cómo sabías que estaba aquí?", le preguntó Luis.

"Thomas, el viejo de la gasolinera. Me llamó cuando te vio el otro día. Pensó que estábamos aquí juntos. Sabía que era mi única oportunidad de verte".

"Pues ya me has visto, mamá", le espetó. "Ahora, vete. No eres bienvenida en ningún sitio donde yo esté".

Se dirigió a la puerta y se dio la vuelta una última vez, como si esperara que volviéramos a llamarla. Cuando no lo hicimos, abrió la puerta y se marchó.

"Para mí está muerta, Leah. Desde hace años".

Me volví hacia mi marido, sintiéndome culpable por la forma en que le había hablado.

"Lo siento mucho, amor", le dije. "Debería haberte creído. Era sólo el hecho de que parecía tan... frágil y hambrienta. Y fría. Fui contra mi instinto y quise consolarla, ¿sabes?".

Suspiró y me estrechó entre sus brazos.

"No lo sabías, amor. Pero ahora lo sabes".

Y sin más, el fantasma de su pasado se desvaneció en el aire frío del exterior.

"Ahora vamos a hacer esos bollos de canela, Leah", dijo. "He estado pensando en ellos sin parar".

¿Qué habrías hecho tú?

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Esta obra está inspirada en hechos y personas reales, pero se ha ficcionalizado con fines creativos. Se han cambiado nombres, personajes y detalles para proteger la intimidad y mejorar la narración. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia y no es intención del autor.

El autor y el editor no garantizan la exactitud de los acontecimientos ni la representación de los personajes, y no se hacen responsables de ninguna interpretación errónea. Esta historia se proporciona "tal cual", y las opiniones expresadas son las de los personajes y no reflejan los puntos de vista del autor ni del editor.