El día del cumpleaños de mi marido, encontré una caja de regalo en la puerta – Dentro había un test de embarazo usado

Amber cree que conoce a su marido, Oliver, hasta que su cumpleaños les trae un regalo inesperado: un test de embarazo usado. Cuando una sorprendente llamada telefónica se convierte en dos, Amber desenreda una red de engaños que va más allá de sus peores temores. Pero Oliver no es el único con secretos...

Es curioso cómo la vida puede dar un vuelco en un solo instante.

En un segundo, estaba disfrutando del cálido resplandor de la luz de las velas, con el aroma del pastel de vainilla flotando en el aire. Al siguiente, estaba mirando un test de embarazo usado, con los dedos agarrando el diminuto palito de plástico como si contuviera la respuesta a una cruel broma cósmica.

Pero déjame empezar por el principio.

Mi esposo, Oliver, acababa de cumplir 38 años. Llevábamos diez años casados. Diez largos años en los que creí que éramos un equipo, que a pesar de nuestras luchas, teníamos amor. Siempre había querido tener hijos, pero Oliver me había dicho, desgarradoramente, devastadoramente, que era estéril.

"Lo siento, Amber", me dijo. "Ojalá pudiera hacer algo. Pero... así es el mundo. El destino y todo eso...".

Había sido difícil de aceptar, pero se suponía que el amor era algo más que biología, ¿no?

Yo incluso había sugerido la adopción. Varias veces.

Me había pasado meses investigando agencias, enviándole fotos de bebés sonrientes que sólo necesitaban un hogar. Pero Oliver siempre dudaba.

"¿No quieres esto?", le preguntaba, sentada delante del portátil. "¿No quieres una familia conmigo, Oli?".

"No he dicho eso, Amber", respondió. "Pero éste es un gran compromiso. Dame tiempo. No digo que no. Sólo digo que... todavía no".

Tendría que haberlo visto entonces. La distancia. Las excusas. El hecho de que sus viajes de negocios se hicieran más frecuentes, sus llamadas cortas, su afecto... transaccional.

Pero el amor te vuelve ciega y blanda. Así que, en lugar de llamar la atención a Oliver, seguí ciega a todo ello.

Su cumpleaños debía ser sencillo. Debíamos estar los dos solos, pasar la mañana en la cama, abrazados, recordando nuestros primeros años. Luego, una tarde tranquila de postres en casa antes de ir a cenar a su restaurante favorito.

Estábamos demasiado llenos por los postres, pero Oliver iba a comer su pasta favorita por su cumpleaños. Lloviera o hiciera sol, así fue.

Todo fue perfecto. Llegamos a casa, le llevé su pastel de cumpleaños y sonreí mientras soplaba las velas.

Era perfecto.

O eso creía yo.

Hasta que llamaron a la puerta.

No esperaba a nadie. Para empezar, no quería tener cerca ni a la familia ni a los amigos.

"¿Has invitado a alguien?", pregunté, mirando a Oliver.

Levantó la vista de su vaso de whisky, con las cejas fruncidas.

"No", dijo bostezando.

Me levanté y me asomé por la ventana, pero el porche estaba vacío. Aun así, sobre la alfombra de bienvenida había una cajita envuelta en papel de regalo con un lazo dorado.

Confundida, la recogí y la llevé dentro.

"Parece que alguien ha venido a dejarte un regalo de cumpleaños", dije.

"Probablemente sea de mi hermano que me estaba tomando el pelo. O uno de los chicos, ya sabes cómo pueden ser, Amber", se rio Oliver, sacudiendo la cabeza.

"Pues adelante", dije. "¡Ábrelo!".

Puse la caja delante de él. La sonrisa de sus labios se desvaneció en cuanto levantó la tapa.

"¿Qué es? ¿Qué es?", pregunté, mirando por encima de su hombro.

Dentro, encajado en un lecho de papel de seda blanco, había un test de embarazo usado.

Un test de embarazo usado. Dos gruesas líneas rosas. Positivo.

"¿Qué demonios es esto, Oliver?", pregunté, con el estómago revuelto.

"No... no lo sé. Es una especie de broma, Amber. Tiene que serlo". Parpadeó, con la mandíbula tensa.

¿Una broma? ¿Cómo iba a ser una broma un test de embarazo positivo?

Llevaba casi diez años deseando que me ocurriera algo así. Había querido quedar embarazada. Había querido tener sus hijos.

Mi mente buscaba la lógica, alguna explicación razonable. Pero entonces lo vi, la forma en que le temblaban las manos al apartar la caja, la forma en que sus ojos se dirigían hacia la puerta como si quisiera huir.

"Oliver", dije lentamente. "¿Quién ha enviado esto realmente?".

Su boca se abrió y luego se cerró.

"Te juro que no tengo ni idea. Esto... esto tiene que ser una broma, nena. Te lo aseguro".

Quería creerle. Dios, de verdad que quería. Pero su reacción me erizó la piel.

Y entonces sonó su teléfono.

Sus ojos se abrieron de par en par cuando se encendió la pantalla. No se movió. No parpadeó. Algo se rompió en mi pecho. Antes de que pudiera contenerme, cogí su teléfono y contesté la llamada, sin hablar.

"¿Hola?".

Una voz suave. Una voz femenina. Dulce.

Y luego...

"¡Papi! ¡Enhorabuena, Oli! Estoy embarazada!".

La habitación se inclinó.

Me agarré al borde de la mesa, con el pulso rugiendo en mis oídos.

"¿Quién es?".

Silencio. Entonces, vacilante, habló.

"Espera, ¿quién eres?".

"Soy la esposa de Oliver. Amber".

Una inhalación aguda. Una pausa. Y entonces...

Mi mundo se vino abajo.

"¡Dios mío! Dijo que no estaba casado... Oliver dijo... ¡No tenía ni idea! Lo siento mucho".

"¿Quién eres?". Tragué saliva.

"Me llamo Casey. Llevo casi un año con Oliver. Me enteré de que estaba embarazada la semana pasada. Me dijo que estaba divorciado. Yo...".

Se le quebró la voz y estaba segura de que estaba llorando.

"No tenía ni idea, Amber. Oliver nunca mencionó a una esposa. Dijo que estaba divorciado y que su esposa se había ido hacía tiempo".

Algo en mi interior se hizo añicos.

Pero antes de que pudiera procesarlo, antes de que pudiera respirar siquiera, llamaron de nuevo a la puerta.

Y otro maldito paquete.

Me temblaron las manos al recogerlo, sabiendo ya lo que encontraría dentro.

Otra prueba de embarazo. Otro positivo.

Y entonces, como si nada, volvió a sonar el teléfono de Oliver.

Esta vez ni siquiera dudé. Quería saber exactamente hasta dónde llegaba esto. Contesté.

"¡Hola, cariño!", me dijo esta vez una voz diferente. "Soy yo, Mel. No podía esperar a verte este fin de semana. Tenía que decírtelo... que estoy embarazada".

El mundo se derrumbó finalmente a mi alrededor.

"¿Quién demonios eres?", susurré, con la voz ronca.

Hice una pausa.

"¿Espera? ¿Quién eres?", preguntó ella.

"Soy la esposa de Oliver", cerré los ojos y me sujeté la cabeza.

"¡¿Su esposa?!".

Apreté la mandíbula.

"Y no eres la única. Tiene esposa, sí. Pero acabo de descubrir que eres la amante número dos".

Hubo un instante de silencio.

"Oh... imagínate. Claro que hay más", dijo, pero no parecía sorprendida.

Apenas podía oírla. Todo a mi alrededor se desvanecía. Mi matrimonio. Mi confianza. El hombre al que había entregado mi vida. Me había mentido durante años. Había mentido claramente sobre su infertilidad.

Había mentido sobre los viajes de negocios. Había mentido sobre todo.

Me volví hacia él, con una voz inquietantemente calmada.

"Me dijiste que no podías tener hijos... ¿Qué demonios, Oliver?".

"Yo...". Levantó la cabeza, con ojos suplicantes.

"Ni te molestes", le corté. "¡No te atrevas a mentirme otra vez, Oliver!".

Entreabrió los labios, pero no salió ninguna palabra. Parecía no tener nada más que decir.

"He terminado. Quiero el divorcio. En realidad me enfermas".

Me puse en pie y me alejé, dejándole sentado entre los restos de sus propias mentiras.

Estaba haciendo las maletas cuando sonó mi teléfono.

Un mensaje. De un número desconocido.

"¿Y ahora qué?", murmuré para mis adentros.

Acabamos de enterarnos de tu existencia, Amber. Conseguí tu número en Facebook... No teníamos ni idea de que estabas en la vida de Oliver. Lo sentimos mucho. Supe que Oliver estaba saliendo con otra, así que Mel y yo sabíamos de la otra. Pero no de ti... En realidad no estamos embarazadas.

Sólo... teníamos que darle una lección. No podíamos dejar que se saliera con la suya. No esperábamos que fueras tú quien respondiera a las llamadas, y mucho menos que estuvieras allí. Pero es lo que se merecía.

Me quedé mirando la pantalla, con la respiración entrecortada.

No estaba embarazada.

No estaba embarazada.

Todo esto era un montaje. Un desmantelamiento maravillosamente elaborado y brillantemente ejecutado de un mentiroso en serie.

Y que Dios me ayude, sonreí.

Aquella noche dejé a Oliver. No por los falsos tests de embarazo. Ni por las llamadas telefónicas. Sino porque por fin vi quién era en realidad.

Era un cobarde. Un mentiroso. Un hombre que se había pasado años convenciéndome de que era yo la que tenía que transigir, la que tenía que esperar, la que tenía que suplicar por la vida que quería.

¿Y sabes qué?

No iba a suplicar más.

No sé por qué acepté reunirme con ellas. No estaba allí para hacer amigas. Estaba allí para oír la verdad en sus palabras y marcharme sabiendo que ninguna de nosotras volvería a caer en las mentiras de Oliver.

O tal vez necesitaba un cierre. Quizá quería ver los rostros de las mujeres cuyas vidas Oliver había destruido junto con la mía.

O quizá sólo quería mirarle a los ojos y confirmar que no se trataba de una broma elaborada y enfermiza.

La cafetería era pequeña y tranquila, escondida en un rincón de la ciudad que rara vez visitaba. Un lugar que Oliver probablemente nunca había pisado... Era un lugar impoluto por sus mentiras.

Las vi enseguida, sentadas en un reservado del fondo.

Casey, la primera voz al teléfono, parecía más joven de lo que esperaba. Tal vez unos veinte años. Llevaba el cabello largo y castaño recogido en una coleta desordenada y la cara desmaquillada, salvo por el rímel corrido.

A su lado estaba sentada la segunda mujer. Mel. Tenía rizos rubios y ojos azules cansados, con las manos alrededor de una taza de café humeante, como si intentara calentarse por dentro y por fuera.

Ambas levantaron la vista cuando me acerqué.

"¿Amber?", preguntó Casey vacilante.

Asentí y me senté en la mesa de enfrente. Ninguna de nosotras habló durante un momento.

Sólo éramos tres mujeres sentadas entre los restos del engaño de un hombre, intentando averiguar por dónde empezar.

Mel suspiró y dejó el café.

"Conocí a Oliver hace unos ocho meses. Yo... Me siento tan estúpida. Creía que íbamos en serio. Me dijo que estaba divorciado, pero que tenía una 'historia complicada' con su ex. Esa serías tú, ¿no?".

"Sí. Sería yo", dije, con un nudo en la garganta. "Pero no era una ex, por desgracia".

Casey exhaló bruscamente, mirando el donut cubierto de chocolate que tenía sobre la mesa.

"La misma historia para mí. Sólo que me dijo que su divorcio había finalizado el año pasado y que por fin estaba listo para empezar de cero. Por supuesto, le creí. ¿Por qué no iba a hacerlo? Era encantador, dulce y muy atento".

Dejó escapar una risa amarga.

"Ahora me doy cuenta de que es porque tenía una rotación de mujeres, así que ninguna de nosotras tuvo la oportunidad de ver las grietas...".

Se hizo un gran silencio en la mesa.

"Mel, no parecías sorprendida cuando te dije que eras la segunda amante. ¿Cómo se dieron cuenta?".

Casey y Mel intercambiaron una mirada.

"Fui yo", admitió Mel. "Estaba en mi casa la semana pasada cuando sonó su teléfono. Él estaba en la ducha, y yo... Normalmente no fisgoneo. Pero vi el nombre en la pantalla. Casey".

Casey se frotó las sienes.

"Me encontró en las redes sociales. Me envió un mensaje. Comparamos notas y cronologías. Y no tardamos en darnos cuenta de que estaba jugando con nosotras".

"¿Y las pruebas de embarazo?". Tragué saliva.

"Eso fue idea de Casey", dijo Mel, resoplando. "Queríamos darle donde más le dolía. Y queríamos que perdiera la cabeza".

"Nos mintió. Nos utilizó. Queríamos que supiera lo que se siente cuando todo su mundo se derrumba en un instante. Mi hermana está embarazada", dijo Casey. "Así que le pedimos que se encargara de esa parte".

Pensé en la cara de Oliver cuando abrió la caja. El pánico en sus ojos. La forma en que sus manos habían temblado, igual que las mías ahora.

Debería haberme enfurecido con ellas. Debería haberme enfadado con las mujeres sentadas frente a mí.

Pero no lo hice.

Ellas no eran las villanas. Eran como yo, víctimas del mismo hombre, de las mismas mentiras.

Todas habíamos sido traicionadas. Pero estábamos aquí. Juntas. ¿Y Oliver? Él era quien lo había perdido todo.

¿Qué habrías hecho tú?

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Esta obra está inspirada en hechos y personas reales, pero se ha ficcionalizado con fines creativos. Se han cambiado nombres, personajes y detalles para proteger la intimidad y mejorar la narración. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia y no es intención del autor.

El autor y el editor no garantizan la exactitud de los acontecimientos ni la representación de los personajes, y no se hacen responsables de ninguna interpretación errónea. Esta historia se proporciona "tal cual", y las opiniones expresadas son las de los personajes y no reflejan los puntos de vista del autor ni del editor.

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