El día en que le puse una trampa a la amante de mi esposo
Querido AmoMama:
Llevaba casi dieciséis años casada para el momento en el que me di cuenta de que mi esposo estaba teniendo una aventura.
Mentiría si dijera que éramos felices porque en realidad no era así. Me había casado a los 22, y mi esposo de 34 años ya era un exitoso hombre de negocios.
Al principio, era cariñoso, romántico… todo lo que una chica podía desear, pero después de que nació nuestro primer hijo, todo cambió.
Mi amoroso e indulgente esposo se convirtió en un tirano, gritándome cuando le provocaba por cualquier cosita que no fuera de su agrado.
Me dije a mí misma que él trabajaba demasiado duro para que viviéramos bien, por lo que hice un esfuerzo extra para poder complacerlo.
Me aseguré de que todo fuera perfecto cuando llegaba a casa todas las noches: la casa, la cena, los niños y yo, pero nada ayudó.
Con el paso de los años, se volvió cada vez más agresivo y exigente, incluso en el dormitorio. Bajo este abuso, mi determinación y fuerza comenzaron a desmoronarse y recurrí a una amiga en busca consejos y ayuda.
Ella era la segunda esposa (mucho más joven) de mi mejor amigo. Eran las únicas personas que mi esposo toleraba y con quien podía decirse que compartíamos nuestra vida social.
Hablé con ella y le confié mis problemas, mis dudas y mis miedos, y me brindó un gran apoyo y comprensión.
Hace un año, mi madre, que enviudó hace 30 años, sufrió un ataque al corazón y volé a su casa en Denver para pasar un mes ayudándola en su recuperación.
Mis dos hijos adolescentes suplicaron que se les permitiera quedarse con amigos, en lugar de en casa con su padre, ya que siempre estaba irritable.
Regresé luego del tiempo estipulado y noté que algo había cambiado. Mi esposo era cautelosamente comprensivo, incluso hasta podría decirse que amoroso. Volvía temprano a casa y me traía flores, aunque las dejaba en el mostrador de la cocina.
Incluso algo había cambiado en nuestra intimidad y lo noté cuando volvimos a tener sexo… yo simplemente lo SABÍA.
Llamé a mi amiga, quedamos en almorzar juntas, y comencé contarle lo que estaba pasando. Ella se rio y me dijo que seguro eran ideas mías, pero de repente me fijé en que no me estaba mirando a los ojos, y fue cuando recé para que no fuera cierto lo que estaba pensando.
Me fui a casa, pero no pude dejar de pensar en eso. Mi instinto me decía que tenía razón, pero necesitaba pruebas, y verlo con mis propios ojos.
Llamé a mi madre y le pedí su ayuda. Una semana después, el teléfono sonó en la mitad de la noche, y era el “médico” de mi madre, diciendo que había tenido una recaída y que me necesitaban urgentemente de regreso en Denver.
A la mañana siguiente dejé a mis hijos con sus amigos y mi esposo me llevó al aeropuerto, pero no abordé ese avión. Pasé varias horas sentada en el salón del aeropuerto preguntándome si estaba lista para la verdad, luego alquilé un automóvil y manejé a casa.
Estacioné frente a mi casa y vi el auto de mi amiga en el estacionamiento. Llamé a su esposo y le pedí que se reuniera conmigo.
Veinte minutos más tarde caminamos por la entrada de mi casa sin decir palabra y silenciosamente abrí la puerta. Subimos al segundo piso y encontramos a nuestras respectivas parejas en la habitación.
La escena fue indescriptiblemente terrible y dolorosa, pero de alguna manera liberadora. Salí de esa habitación e hice las maletas. Pedí el divorcio, vendí esa enorme y vistosa casa, me llevé a mis hijos y me mudé a Denver.
El esposo de mi "amiga" también se divorció, y gracias a los términos de su acuerdo prenupcial, ella no obtuvo absolutamente nada.
Mi ex quedó “atrapado” con la exesposa de su amigo, y mis hijos me dicen que él incluso es más abusivo con ella de lo que era conmigo, ya que la culpa por haber perdido todo.
Ahora he encontrado un hombre maravilloso que me ama, pero llevamos con cautela nuestra relación, para que el día en que lleguemos a comprometernos, sea algo verdadero.
Sufrí mucho y necesité mucho coraje para enfrentar la verdad, y aunque a veces preferimos no saber, si hubiese elegido esa opción, no estaría donde estoy ni sería la mujer en que me he convertido.
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