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Álex Lequio en su entrevista más honesta sobre el cáncer y cómo afrontaba su enfermedad

La muerte del hijo de Ana Obregón ha enlutado el corazón de la opinión pública en España y todos lo recuerdan como un hombre que luchó con optimismo contra la dura enfermedad.

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Álex Lequio, de 27 años, fue diagnosticado con un raro tipo de cáncer que tanto Obregón como él ocultaron de qué tipo era por mucho tiempo. Tras su muerte, diversos medios han informado que se trataba del sarcoma de Ewing, un raro tipo de cáncer que ataca los huesos y el tejido blando.

El empresario evitó hablar de su enfermedad hasta que se sintió listo. En cuanto se enteró, viajó a Nueva York para una primera fase de tratamiento y no fue sino hasta ocho meses después que habló con la revista ¡Hola! sobre su padecimiento.

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En lo que se puede leer en la páginas del medio de comunicación, el hijo de Alessandro Lecquio había tomado su diagnóstico con entereza, tranquilidad y esperanza.

Según él, su enfermedad le había hecho tomar consciencia de que debía aprovechar las oportunidades. Desde ese día, empezó a vivir de forma más consciente e intensa.

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Por otro lado, quería restarle drama y carga emocional a la palabra cáncer. Era objetivo y entendía que había posibilidades, pues si bien algunos mueren otros muchos también se salvan.

"Me gustaría llegar a normalizar, incluso vulgarizar la palabra cáncer, para que la gente lo vea como un simple diagnóstico médico. No es un sinónimo de fatalismo y muerte, es sinónimo de vida", dijo.

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El sentido del humor fue siempre una característica de su personalidad y la mantuvo intacta desde el primer momento de su diagnóstico. De hecho, en esa primera entrevista confesó que verse como un reptil en el espejo le daba risa.

Lequio solía usar sus redes sociales para liderar campañas a favor de las personas con cáncer y, por supuesto, para enviar ánimo a quienes estaban en una situación similar a la suya.

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Allí quedaron plasmadas muchas de sus bromas, hechas a pesar de no sentirse del todo bien. De hecho, su madre fue víctima de algunas de ellas también.

“Pobrecita mi madre, le he pegado unos sustos… Me ponía a temblar o a hacer cosas raras, de broma, para asustarla”, admitió.

Álex apeló al humor, a la compañía de su familia y a su trabajo, al que regresaba en cuanto podía. Además, intentó comprender y entender qué le sucedía para combatir el temor, que para él solo era sinónimo de incertidumbre.

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