Madre entrega a su hijo a la policía y les ruega que se lo lleven - Historia del día
Una mujer desesperada había entrado en una comisaría con su hijo adolescente y había dicho que quería entregarlo. Los agentes no sabían qué hacer porque nunca habían estado en una situación tan extraña.
Los oficiales de policía que estaban de guardia esa noche se sorprendieron cuando una mujer de aspecto enojado, de unos 30 años, entró arrastrando a un adolescente del brazo.
“Suéltame”, se quejó el chico de unos 14 años, pero ella lo arrastró hasta el escritorio del sargento. “Oficial”, dijo con voz temblorosa. “Tiene que ayudarme. Se lo ruego, por favor, tiene que quedárselo”.
El sargento estaba boquiabierto. Después de veinte años de carrera, creía que había escuchado todo, pero esto era algo nuevo. “Señora”, dijo, “no entiendo”.
El oficial se sentó tenso y esperó a que ella continuara hablando. Para él estaba claro que algo había sucedido, pero ¿qué?. “Mi hijo”, dijo la mujer con lágrimas en los ojos, “ya no puedo tenerlo en mi casa. Por favor, tiene que llevárselo”.
Jovencito mirando hacia arriba usando una chaquera con capucha. | Foto: Unsplash
“Señora”, protestó el sargento, “solo podemos ‘llevarnos’ a personas que hayan cometido delitos”. “Lo hará”, gritó desesperada la mujer. “¿No puede verlo?”. El chico, que había estado escuchando a su madre con una mueca de desprecio en su rostro, se rio.
“Eres un perdedor”, dijo. “¡No pueden hacerme NADA! Soy menor de edad”. “Ha estado robando”, dijo la madre. “Lo sé, y esta tarde... ¡Sacó un cuchillo!”. “¿Un cuchillo?”, preguntó el sargento. “¿Qué tipo de cuchillo?”.
“Un cuchillo grande, el K-Bar de mi esposo”, explicó la madre. “Le dije que limpiara su habitación y sacó el cuchillo”. “¡No hice nada!”, el chico se burló. “¡No la amenacé, solo le mostré lo que tenía en el bolsillo de mi chaqueta!”.
El sargento asintió. “Eso es diferente, señora”, dijo secamente. “Eso es portar un arma oculta, y ESO ES un crimen”. Al poco tiempo, la desesperada madre, María García, estaba sentada con un oficial de policía, contando su historia.
“Mi esposo falleció hace un año. Era un infante de marina”, explicó. “Y ahí fue cuando Samuel empezó a comportarse así. Comenzó a quedarse fuera hasta tarde, y salía con algunos chicos mayores.
“Luego comenzó a faltar a la escuela. Encontré algunas cosas caras en su habitación, cosas que nunca podríamos pagar y dijo que un amigo se las había dado”. María estaba llorando. “¡No sabía qué hacer!”.
“Probé aplicándole un toque de queda, pero él simplemente lo ignoró. Esta mañana sacó ese cuchillo. Mi hija Rita solo tiene ocho años y estaba asustada”.
Un cuchillo sobre una superficie oscura. | Foto: Unsplash
“Era un chico muy dulce, ¡pero ahora no sé qué hacer! Ahora tengo que trabajar en dos empleos, y sé que probablemente me necesite más, sé que está sufriendo, pero no puedo resolverlo”. El oficial de policía escuchó lo que María tenía que decir.
“Tengo una idea”, dijo. Luego se levantó e hizo una llamada telefónica. Dos horas más tarde, Samuel, de aspecto altanero, estaba sentado frente al oficial y un hombre que se había identificado como trabajador social.
“Ahora jovencito”, dijo el oficial con calma. “Hemos estado hablando con tu madre y tenemos una propuesta para ti”. “¿Ah sí?”, preguntó Samuel, recostándose y cruzando los brazos. “¿Y qué será?”.
“Bueno”, dijo el oficial con suavidad. “Podemos acusarte de portar un arma oculta y mandarte a la cárcel, o puedes cumplir con seis meses de servicio comunitario”. “¿Qué?”, espetó Samuel. “¡Estás loco!”.
“Lo que tenía en mente”, interrumpió el trabajador social, “es que trabajaras en un refugio para niños todos los días después de la escuela, ayudarías a los pequeños con la tarea, con sus quehaceres, lo que necesiten”.
Adolescente con esposas en sus muñecas. | Foto: Pexels
“¡De ninguna manera!”, dijo el adolescente. “¡A esa hora salgo con mis amigos!”. “Eso ya no pasará”, dijo el oficial de policía. “Ahora compartirás con los chiquillos y luego te irás a casa con tu madre y tu hermana, y las tratarás bien”.
“¡No me pueden OBLIGAR!”, gritó Samuel, en tono ya no tan mezquino y astuto. “¡No podrían hacerme eso si mi papá estuviera vivo!”. “Sé que estás sufriendo”, dijo el trabajador social con gentileza. “Pero quizás ayudar a otros también te ayude a ti”.
Al día siguiente, Samuel estaba en el refugio. ¡Los niños eran muy pequeños! La mayoría tenían ocho o nueve, y el menor solo seis. El niño más pequeño, Benito, no hablaba.
Casi siempre se sentaba en las esquinas y miraba a todos a su alrededor con ojos asustados. ¿A él qué le pasa?”, preguntó el joven a una de las trabajadoras del refugio.
La mujer negó con la cabeza con tristeza. “El padre de Benito murió y ha aprendido que el mundo es cruel. Tiene miedo de todo. Lo hemos intentado, pero no hemos podido comunicarnos con él. Todavía no”.
Dos niños jugando en un jardín. | Foto: Unsplash
Samuel empezó a observar al pequeño. Una tarde le llevó un camioncito de bomberos. “Oye”, dijo casualmente, “pensé que esto te podría gustar”. El niño tomó el juguete y miró al joven con sospecha.
“Está bien”, dijo el adolescente. “Puedes quedártelo. Mi papá me lo dio. ¿Yo solía tenerle mucho miedo a la oscuridad? Mi papá dijo que el camión era mágico y supongo que lo era, porque ahora no tengo miedo”.
El niño giró el brillante camión de bomberos con sus pequeños dedos y luego miró a Samuel de nuevo, pero no dijo una palabra.
Todas las tardes, el joven hablaba con Benito y le contaba historias sobre su infancia, sobre cómo iba a pescar con su padre y las cosas que hacían juntos.
El pequeño nunca decía nada, pero escuchaba. Un día habló. “¿Dónde está tu papá?”, le preguntó a Samuel en voz baja. Al joven se le hizo un nudo en la garganta.
Niño afligido mirando el mar. | Foto: Unsplash
“Mi padre era un soldado, un infante de marina. Se fue al cielo”. “Mi papá también”, dijo Benito. “Él no me quería. ¿Tu papá tampoco te quería?”.
El adolescente abrazó al niño. “Sí me quería. Nos quería a mí, a mi mamá y a mi hermana. Nos amaba. Pero a veces un papá tiene que irse, aunque no quiera y nosotros lo necesitemos”.
“Nunca volverá”, susurró Benito. “Les oí decir que nunca lo haría”. “Escucha”, dijo Samuel con la voz temblorosa, “nuestros papás no pueden volver, pero pueden vernos”. “¿De verdad?”, preguntó el pequeño. “¿En serio pueden?”.
“Sí, de verdad”, dijo el joven con firmeza. “Incluso si no podemos verlos, nos cuidan. Mi mamá me lo dijo”. “Tienes suerte”, dijo el niño. “Todavía tienes una mami...”.
Esa noche el adolescente se fue a casa y abrazó a su madre. No podía creer lo mal que se había estado comportando. La difícil situación de Benito le había hecho darse cuenta de la suerte que tenía.
Joven jugando con un niño. | Foto: Pexels
Habló con el gerente del refugio, luego con su mamá, y llevó al pequeño a casa para el almuerzo del domingo.
Una vez que terminó su período de “servicio comunitario” en el refugio, Samuel encontró un trabajo por la tarde en una tienda local para poder ayudar a su progenitora, y cada dos días visitaba a su nuevo amiguito.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
A veces, el dolor y la ira pueden afectar nuestro comportamiento y llevarnos a herir a quienes nos rodean. Samuel estaba tan enojado por perder a su padre que comenzó a descargar su dolor con su madre.
Mira más allá y ayuda a quienes lo necesitan. Samuel aprendió que podía usar los buenos recuerdos de su padre para lograr un vínculo con Benito y ayudar a alguien que estaba sufriendo tanto como él.
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