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Le di mi último pedazo de pan a una extraña y quedé satisfecho para toda la vida - Historia del día

Diego Rivera Diaz
25 oct 2021
19:00

Le di mi último pedazo de comida a un extraño sin esperar nada a cambio, y fui recompensado de una manera que nunca hubiera imaginado.

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Me estaban rechazando otra vez. Era obvio. El hombre de rostro robusto sentado frente a mí había tomado su decisión en segundos. Para cuando había cerrado la puerta detrás y llegado a mi asiento, ya era muy tarde.

Lo vi en sus ojos. Y también en sus labios. Por eso no me sorprendí al oír las palabras: "Lo siento, simplemente no tienes el perfil que estamos buscando". Y ahí no podía hacer más que una salida elegante, y a veces medio torpe.

Hombre con camisa y corbata estresado. | Foto: Shutterstock

Hombre con camisa y corbata estresado. | Foto: Shutterstock

No siempre podemos tener las cosas que deseamos. Llevaba seis meses buscando trabajo, pero todas las empresas a las que postulé me ​​rechazaron. Ninguna me dijo nunca la razón. Ni una pista.

Cuando cerraba los ojos, podía ver claramente cada una de las veces que fui rechazado. Hasta me hice experto en darme cuenta del momento exacto en el cual los entrevistadores me rechazaban en su mente. Se les ve en los ojos.

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Cuando llegué a casa, subí rápidamente para evitar toparme con la casera. Mi alquiler estaba a punto de vencer, y no tenía un centavo para pagar.

Estaba sinceramente desesperado. Los únicos trabajos que podía conseguir eran los que requerían que me pusiera un disfraz asfixiante y bailara bajo el sol de medio día. Y pagaban poco y mal.

Entré a mi habitación y encendí una vela. No podía pagar el gas y la electricidad: tenía que escoger. Optaba por el gas, porque cocinar era más barato que comer afuera.

Al día siguiente, volví al trabajo y me topé con mi jefe, furioso. "¡Adán! ¡Ahí estás! Llegas tarde, recibirás una observación en cuanto llegue a mi oficina".

Hombre de negocios viendo la hora. | Foto: Shutterstock

Hombre de negocios viendo la hora. | Foto: Shutterstock

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"Buenos días, jefe", dije en voz baja. Por dentro, sentía la ira hervir. ¿Cómo podía acusarme de estar llegando tarde? Él ni siquiera entraba a su oficina antes de mediodía.

"Adán, sencillamente no estás atrayendo suficientes clientes con el disfraz", dijo el jefe, ya en su oficina. "Señor, yo...", comencé a defenderme, pero me cortó de inmediato.

"¡No me interrumpas!", gruñó. "No tienes suficiente entusiasmo por la oportunidad que te estamos dando aquí. Vamos a tener que dejarte ir", dijo.

Quedé impactado. Sabía que estaba teniendo problemas laborales, pero, ¿no poder retener siquiera un trabajo como este? ¿Disfrazarme de hamburguesa frente a un restaurante?

Fue una idea muy deprimente. Me fui con el corazón hecho pedazos, y los ánimos por el piso. Estaba tan triste y falto de dinero que caminé todo el camino a casa, para despejarme la mente un poco, y para no tener que pagar el autobús.

El camino fue bastante largo. Mis piernas comenzaron a doler a medio camino, y empecé a caminar arrastrando los pies. Todo me pesaba. Entonces, miré hacia arriba. Oscuros nubarrones cubrían el cielo.

Cielo nublado. | Foto: Shutterstock

Cielo nublado. | Foto: Shutterstock

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Pronto iba a llover. Caminé más rápido, y el último tramo comencé a correr. Iba con tanta prisa que no me di cuenta de que mi casera estaba ahí. Me detuvo en seco con su gran cartera. "Se vence el alquiler el lunes. Pague o múdese", me dijo.

"Eso haré, señora", le dije antes de escabullirme por las escaleras. Ya en mi cama, enterré la cabeza en la almohada para poder gritar libremente. Después fui a la cocina para prepararme un sandwich. Estaba lloviendo a cántaros.

En dos minutos ya había preparado algo parecido a un sandwich. Normalmente prepararía algo más suntuoso, pero esta vez simplemente no había más ingredientes.

Llevé el plato de mi sandwich a la mesita que tenía en un rincón de mi pequeña sala. Estaba por hincar el diente cuando alguien llamó a la puerta.

No estaba esperando visitas. Los robos en edificios en esta zona de la ciudad estaban a la orden del día, pero las viejas puertas de mi departamento podían resistir bastante forcejeo.

"¿Quién es?", grité, para hacerme oír sobre el murmullo de la lluvia. Otro golpe. Me llevó unos momentos decidirme a abrir la puerta.

Mano abriendo puerta. | Foto: Shutterstock

Mano abriendo puerta. | Foto: Shutterstock

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Al abrir la puerta, me encontré con una anciana de unos 60 años de edad, empapada de pies a cabeza. Sus labios temblaban de frío. No podía dejarla ahí. Le pedí que entrara.

Una vez adentro, le di un cambio de ropa y una toalla para secarse. Pude oír el ruido que hacía su estómago. Debía estar muerta de hambre. No tenía más nada, así que le di el resto de mi sandwich.

Esa noche dormí en el suelo. Dejé que la señora usara mi cama, no quería que sus huesos le estuviesen doliendo todo el día por dormir en el piso.

A la mañana siguiente, ella se había ido. Me dejó una nota de agradecimiento, diciendo que toda bondad es recompensada en esta vida. Sonreí. "Qué lindo pensamiento. Pero no siempre, señora", pensé.

Después de todo, difícilmente esa señora podría algún día recompensarme por lo que hice por ella. Claro, no lo hice buscando una recompensa. Pero estaba bastante seguro de que el mundo no iba a dármela así como así.

No quería terminar sin techo, como la señora, así que salí a buscar trabajo una vez más. Encontré un anuncio de una gran empresa, y conseguí una entrevista para el día siguiente. A mitad de la entrevista, supe que no iba bien.

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Candidato nervioso en entrevista de trabajo. | Foto: Shutterstock

Candidato nervioso en entrevista de trabajo. | Foto: Shutterstock

Cuando el entrevistador estaba a punto de abrir la boca, una anciana entró a la oficina. Era idéntica a la mujer empapada a la que había ayudado. No, no era idéntica. ¡Era la señora!

"¿Necesita un trabajo?", me preguntó directamente.

"Sí, yo...", comencé a responder.

"Está contratado", me interrumpió la señora.

"Pero jefa, él no tiene el perfil que estamos buscando en estos momentos", dijo el entrevistador. La mujer se dio la vuelta y miró al sujeto a la cara.

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"Si no necesitamos a un hombre dispuesto a ayudar a alguien que lo necesita, y compartir todo lo que tiene en este mundo, pues qué mal por nosotros", dijo la mujer.

Ahí terminó la conversación. Me contrataron ese mismo día. Mi suerte cambió de la noche a la mañana. Al poco tiempo tenía mi propia oficina, un nuevo departamento, y un vehículo de la empresa.

Hombre en automóvil. | Foto: Shutterstock

Hombre en automóvil. | Foto: Shutterstock

¿Qué podemos aprender de esta historia?

La persistencia vale la pena a largo plazo. A pesar de que Adán fue rechazado una y otra vez, no dejó de intentar cumplir su cometido. Al final todo su esfuerzo valió la pena.

La bondad siempre es muy útil. Si Adán no hubiese sido amable con la extraña mujer que invadió su privacidad esa noche, ella nunca le habría ofrecido el trabajo cuando se volvieran a encontrar. La amable acción de Adán le fue muy útil.

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