Tras muerte de esposo, viuda hereda colgante barato y una extraña es la heredera de sus propiedades - Historia del día
Cuando el marido de Ágatha, Ricardo, falleció, él le dejó todo a una hija ilegítima a la que ella nunca conoció. Todo lo que su viuda recibió de herencia fue un colgante sin valor.
La pareja se conoció en la universidad. Esperaban tener una familia numerosa, pero no fue así. Después de varios intentos fallidos para convertirse en padres, renunciaron a ese sueño y decidieron disfrutar de la compañía del otro.
Ágatha incluso había leído en el periódico que muchas mujeres estaban optando por no tener hijos y convertirse en mujeres de carrera. Ella y Ricardo tenían una gran granja con muchos animales y toneladas de trabajo.
"Eso suena a mí. Soy una mujer de carrera, no una madre", dijo Ágatha tras leer el artículo.
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Ricardo tampoco parecía sentirse triste por no tener hijos, aunque le encantaba ver a los pocos niños que se acercaban a su casa por Halloween. Vivían rodeados de otras granjas, y visitar a un vecino suponía un paseo considerable. Pero seguía siendo agradable que vinieran a pedirle dulces todos los años.
Pasaron los años y Ágatha nunca se arrepintió de no haber intentado la fecundación in vitro o de no haber adoptado un niño. Se querían mucho y tenían suficientes distracciones con la granja.
Por desgracia, la gente envejece y tuvieron que contratar a gente para trabajar en la granja. Después de un tiempo, decidieron trasladarse a una zona más tranquila y disfrutar del resto de sus años dorados.
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Vivieron en esa zona unos años más hasta que Ricardo sufrió un inesperado ataque al corazón. Lamentablemente, los médicos no pudieron hacer nada y murió. Ágatha lloró la pérdida de su marido, pero se alegró de que sus vidas hubieran sido tan extraordinarias.
Un día, su abogado la llamó y le pidió que se reuniera para leer su testamento. "¿Por qué, Sr. Pérez? No teníamos hijos ni familia extensa. ¿Por qué tenemos que leer el testamento?", le preguntó Ágatha, confundida.
"Por favor, señora Fernández. Quedemos mañana en mi despacho", insistió el señor Pérez. Ágatha aceptó de mala gana, preguntándose por qué su abogado era tan formal al respecto. Sin embargo, estaba a punto de descubrir algo impactante.
Había una mujer de mediana edad en el despacho del abogado cuando Ágatha llegó. No tenía ni idea de quién era esa señora, pero Pérez invitó a ambas a sentarse. Sacó el testamento de Ricardo y comenzó a leer.
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"Yo, Ricardo Fernández, en pleno uso de mis facultades mentales, entrego todos mis bienes y lo que queda en mis cuentas bancarias a Susana Ramírez... a mi esposa de muchos años, le doy el colgante de turquesa de mi madre", leyó el señor Pérez.
"No entiendo, Sr. Pérez. ¿Quién es Susana Ramírez? ¿Por qué no sabía nada de esto?", cuestionó Ágatha, indignada.
"Señora Fernández, su marido quería que conociera a Susana", explicó el señor Pérez, mientras dirigía su mirada a la otra mujer de la habitación. "Y por eso la he llamado aquí. Dejaré que tengan una charla" y salió de su despacho.
Ágatha se volvió hacia la mujer que estaba a su lado. "Supongo que usted es Susana Ramírez. ¿Por qué está recibiendo el dinero de mi marido?", le preguntó.
"Hace unos meses, descubrí a su marido en las redes sociales. Es mi padre. Nos hicimos una prueba de ADN para confirmarlo. Soy la hija de Sofía Ramírez", reveló Susana.
"Sofía Ramírez", susurró Ágatha. Ella sabía muy bien que Ricardo había salido con Sofía mucho antes de que Ágatha lo conociera. Le dijo que ella era su primer amor. "Pero no lo entiendo. Ricardo nunca habría abandonado a Sofía con un bebé".
"Esa es la cuestión. Mi madre nunca le dijo que estaba embarazada. Durante años, me dijo que yo era el resultado de una aventura de una noche. Pero hace un tiempo descubrí unas viejas cartas de amor. Me entró la curiosidad y bueno...".
"Le escribió a mi marido... No puedo creer que no me lo dijera", terminó Ágatha. No podía creer que Ricardo no se lo hubiera contado. Ella habría apoyado su encuentro. "Así que, te quedas con nuestra casa actual, nuestra granja y el dinero de sus cuentas".
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"Nunca le pedí nada. Pero tengo dos hijas y una casa pagada es algo que nunca podría soñar. Realmente quiero eso para mis hijas. Pero podemos dividirla. Me parece bien", negoció Susana.
"No. Ricardo te lo dejó todo, así que te quedas con todo excepto este colgante. Dame unos días para recoger mis cosas y salir de casa", añadió Ágatha con calma. Se levantó y salió del despacho del señor Pérez.
En su casa, se puso a trabajar y empacó todo. Por suerte, Ágatha había heredado un apartamento donde sus padres se habían jubilado. Este no formaba parte de los bienes del matrimonio y no podían quitárselo.
"Ya es hora de mudarme, como todos los demás ancianos de este país", murmuró sarcásticamente para sí misma y continuó empacando. Se cansó al cabo de un rato y se sentó a admirar el colgante que había pertenecido a la madre de Ricardo.
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Era de color turquesa, pero no tenía ningún valor. Miró con tristeza el retrato de Ricardo en su mesita de noche. "Después de todos estos años, considerabas a una niña extraña como tu familia, y yo no era nada", susurró Ágatha al retrato.
"Pah, ¡qué cosa fea!", gritó, y arrojó el colgante al suelo. Se abrió. Entonces, Ágatha se dio cuenta de que no era un simple colgante, sino un camafeo. Desde adentro salió una nota diminuta. Decía:
"Ágatha, mira en el estudio bajo la mesa". Ella arrugó el entrecejo y fue a la oficina. Adheridos con cinta bajo el escritorio descubrió una llave de una caja fuerte y una carta más larga.
"Ágatha, sé que probablemente me odias. Pero esta es la llave de la caja fuerte escondida bajo el cuadro de paisajes. Todo su contenido es tuyo. Sé que tener una hija probablemente sea chocante, pero no sabía cómo decírtelo".
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"Siempre soñamos con tener hijos, pero nos acomodamos maravillosamente a nuestras vidas sin ellos. No ayudé a criarla, y está pasando por dificultades económicas, por eso le dejé casi todo. Pero nuestros ahorros mutuos están en esa caja fuerte".
"No sabía si Susana tendría otras intenciones y trataría de quitarle esos ahorros si los dejaba en el banco. Así que cerré esa cuenta y cobré todo ese dinero. También compré algunos lingotes de oro. Todo eso es tuyo y no forma parte del testamento en absoluto. Espero que puedas perdonarme".
"Nuestra vida juntos fue maravillosa. Nunca me arrepentí de no haber tenido hijos. Pero me sentía culpable por no saber de Susana. Espero que puedas entenderlo. Pero déjame ser claro. Fuiste la mejor esposa que cualquiera podría haber pedido. Todo mi amor, Ricardo".
Ágatha tenía lágrimas en los ojos cuando terminó de leer. Qué tontería. El señor Pérez podría haber escrito algo sobre que Susana no podía tocar ese dinero, pensó. Pero, por desgracia, el señor Pérez no sabía nada del dinero extra cuando ella le preguntó.
"Todo lo que sé es lo que el Sr. Fernández quería que incluyera en su testamento. En cualquier caso, Susana no puede tocar nada de sus cuentas, señora Fernández, porque estaban a su nombre de todos modos", explicó el abogado. Eso la alivió.
Ágatha sacó de la caja fuerte el dinero, los lingotes de oro y los documentos pertinentes. Terminó de empacar y pagó a los de la mudanza en efectivo. ¡Barcelona, allá voy!, se alegró Ágatha mientras empezaba a conducir.
Al final, Barcelona no estaba tan mal. El clima era mucho mejor y la comunidad era muy amigable. Susana se hizo amiga de ella en Facebook y le envió fotos de sus hijas corriendo por la granja.
Ricardo tomó la decisión correcta, pensó Ágatha, mirando las fotos mientras estaba sentada en su balcón con vista a la playa.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Hay que tener un plan de respaldo: Ricardo se aseguró de que Ágatha estuviera atendida, aunque lo hizo a escondidas. Siempre es mejor planificar.
- No le mientas a tu cónyuge: Debes confiarle a tu pareja cualquier cosa, aunque sea algo chocante como la aparición de un hijo que no sabías que tenía.
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