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Un bebé en una canasta en la puerta de una casa | Foto: Shutterstock
Un bebé en una canasta en la puerta de una casa | Foto: Shutterstock

Hombre rico echa a su hija malcriada, un año después encuentra un bebé en la puerta con una nota - Historia del día

Mayra Pérez
29 oct 2021
22:40

La hija malcriada de un hombre rico se mete en problemas por las drogas y los hombres inapropiados, por lo que su padre la echa. Un año después ella deja a un bebé en su puerta.

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Felicitas Lander estaba acostumbrada a salirse con la suya y su padre sabía que todo era su culpa. Ella era su única hija, y cuando su madre murió joven, Juan se había apegado a la niña y la consintió en demasía.

A medida que pasaban los años, el acaudalado Juan siguió malcriando a su pequeña Felicitas. Le daba todo lo que quería, desde juguetes hasta ropa, ponis y cachorros, pero nada la complacía durante mucho tiempo.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Lo que Juan no tuvo en cuenta fue que lejos de ser solo una fase, su hija fue empeorando con el tiempo debido a su estilo de crianza. Cuando llegó a los 15, andaba con un grupo de amigos alocados, bebía y salía con hombres mayores.

“Necesita ayuda”, pensó, así que la llevó a un terapeuta. Felicitas fue a terapia, pero no pareció hacerle ningún bien, y un rato después Juan comenzó a notar que desaparecían objetos valiosos de su casa.

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Un día, Felicitas fue arrestada por robar en una tienda y Juan se sintió horrorizado. El juez se mostró comprensivo y le ordenó a la joven que hiciera servicio comunitario y terapia.

Pero siguió empeorando. Poco después, Juan cayó en la cuenta de que su hija había empezado a consumir drogas. Llegó a pensar que Felicitas era así porque había crecido sin una madre.

“Felicitas”, dijo gentilmente. “Sabes que te amo y haría cualquier cosa por ti. Encontré un lugar en Barranquilla…”

“¿Barranquilla?”, preguntó Felicitas en tono de burla. “¡Ese clima me va a destruir el cabello!, ¡olvídalo!”

“Necesitas ayuda, hija”, dijo Juan. “Te estás acercando más y más al borde y eres tan joven; si no te echas atrás, se convertirá en una forma de vida”.

“¿Quién te crees?”, gritó Felicitas. “¿Un psiquiatra? ¡Simplemente haz lo que mejor sabes y escribe un cheque para que pueda conseguir lo que necesito!”

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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Juan estaba mortalmente pálido. “No querida, no habrá más dinero”, dijo. “Te has llevado de la casa todas las piezas de arte y equipos electrónicos que podrías empeñar. Tendrás comida y bebida, pero no dinero para bebidas o drogas”.

“No puedes hacerme esto. ¡TE ODIO!”, gritó la hija y trató de golpear a su padre. Juan le sostuvo los brazos.

“Si quieres vivir en esta casa, no puede haber bebidas ni drogas”, explicó. “Si no quieres eso, puedes irte ahora”.

“Entonces me voy”, respondió Felicitas. “Y te arrepentirás, viejo patético. ¡Te arrepentirás!” Y con esas palabras, la hija salió de la vida de Juan y él nunca volvió a verla, aunque ella le dejó un ‘regalo’ más tarde.

Aproximadamente 12 meses después de que se hubiera marchado, el ama de llaves de Juan corrió a su estudio. “¡Señor Lander, venga rápido!", lo urgió. Preocupado, Juan la siguió. Allí lo esperaba una imagen asombrosa.

Había un cesto frente a la puerta. Dentro había un bebé recién nacido, envuelto en una manta de hospital. Traía una nota enganchada en la manta que decía:

“¡Esto es tu culpa!, si no me hubieras echado, no hubiera quedado embarazada. No quiero a esta mocosa, así que llévala, si quieres, o métela en un orfanato, no me importa”.

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Juan estaba atónito. Siempre se había dicho a sí mismo que los problemas de Felicitas se debían a la bebida y las drogas, pero ahora veía quién era ella realmente. Miró al pequeño bebé y sonrió.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Getty Images

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Getty Images

“Quizás eres mi segunda oportunidad, y esta vez voy a hacerlo bien”, dijo Juan. Llamó a su nieta Esperanza y la amaba muchísimo. La pequeña creció cariñosa, amable, gentil y dedicada a su abuelo.

Ella era una chica brillante a la que le fue bien en la escuela y fue a la universidad, después de lo cual comenzó a trabajar con su abuelo y se unió a su empresa como vicepresidenta.

Lamentablemente, Juan falleció cuando Esperanza tenía solo 26 años. Cuando se leyó su testamento, se enteró de que le había dejado todo lo que tenía, su dinero, propiedades y empresas, y nada a su madre.

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La jovencita se hizo añicos por la pérdida de su único pariente, y fue entonces cuando Felicitas hizo su aparición. La llamó y pidió verla. “Por favor”, dijo con dulzura, “Ha pasado tanto tiempo… Seguro que ya me han castigado lo suficiente”.

“¿Castigado?”, preguntó Esperanza. “No entiendo”.

“Bueno, papá no me dejaba verte”, dijo Felicitas entre lágrimas. “Dijo que yo era una mala influencia, y lo admito, estaba en una vida loca, pero he cambiado…”

Con vacilación, la joven accedió a reunirse con su madre al día siguiente. Cuando llegó a casa, entró en el estudio de su abuelo y empezó a repasar algunos de los viejos álbumes familiares. ¡Allí estaba su madre cuando era niña!

Se veía tan feliz y muy parecida a ella. ¿Podría haber sido tan mala? ¿Su bondadoso y cariñoso abuelo realmente le había prohibido a Felicitas ver a su única hija? Eso simplemente no sonaba como él en absoluto.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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Luego se cayó un trozo de papel de uno de los álbumes. Esperanza lo recogió, lo desdobló y leyó la nota que Felicitas había dejado prendida a la manta de su bebé. “Aquí está”, susurró, “¡eso es lo que eres!”

A la mañana siguiente, cuando Felicitas entró en la oficina de su hija, estaba sonriendo. “¡Mi bebé!”, exclamó, abriendo los brazos, pero Esperanza dio un paso atrás y sonrió con igual encanto.

“Hola, Felicitas”, dijo. “¡Mucho gusto!”

Felicitas estaba un poco confundida, pero mantuvo la calma. “¡Eres tan bonita!”, dijo compungida y se sentó sin que nadie se lo pidiera. Miró a su alrededor. “Parece que a la empresa le está yendo muy bien…”

“Sí”, dijo Esperanza. “Seguimos obteniendo ganancias, lo que en la economía actual es un milagro”.

“Oh cariño”, suspiró Felicitas. “¡Mi vida ha sido dura, te lo puedo decir! Apenas puedo llegar a fin de mes…”, comentó mientras secaba algunas lágrimas. “Espero que seas amable con tu mamá…”

“Por supuesto”, respondió con frialdad. “El abuelo me lo dejó todo, pero creo que por derecho ESTO te pertenece”. Y le entregó un sobre.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Felicitas la abrió con entusiasmo, esperando encontrar un generoso cheque dentro. En cambio, encontró una vieja nota muy doblada. Lo abrió y leyó: “No quiero a esta mocosa, así que llévala si quieres…”

Ella levantó la cabeza y miró a su hija a los ojos. “No eres mi madre”, dijo Esperanza. “Nunca lo fuiste, así que toma lo que me diste y lárgate”. Felicitas nunca volvió a intentar contactar a su hija.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • No puedes ayudar a alguien que no quiere que lo ayuden. Juan trató de ayudar a Felicitas una y otra vez, pero todo lo que ella quería era que él le permitiera vivir como quería.
  • Ser madre es más que dar a luz. Felicitas quería reclamar el amor y la lealtad de Esperanza con fines de lucro, pero olvidó que lo que das es lo que recibes.
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