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"Su hijo acaba de morir" dice nuera a su suegra mayor y luego la lleva a un hogar de ancianos - Historia del día

Una anciana se despertó en un asilo e hizo un descubrimiento desgarrador. Lo que había pensado que era su vida real había sido una fantasía, o una locura.

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Amanda Guevara no podía recordar cómo había comenzado la pesadilla. Recordaba que estaba en su casa y había sonado el teléfono, lo descolgó y la voz de su nuera al otro lado le había dicho: "Su hijo acaba de morir".

Después de eso, Amanda había caído inconsciente. Cuando se despertó todo estaba oscuro. Había ruidos extraños, gritos suaves y el áspero olor a lejía.

Anciano alimentando a una persona en una silla de ruedas. | Foto: Shutterstock

Anciano alimentando a una persona en una silla de ruedas. | Foto: Shutterstock

La anciana se había despertado en un hospital, aunque no sabía dónde se encontraba. Además, estaba segura de que la voz del teléfono le había mentido. Más tarde, cuando salió el sol, la gente comenzó a moverse y una cara amable se inclinó sobre ella.

“Entonces, ¿cómo se encuentra?”, preguntó una dulce voz. “Por favor”, susurró Amanda. “Mi hijo... ¿Qué le pasó a mi hijo?”. La enfermera revisó la vía intravenosa de la mujer y miró su historial.

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“Creo que será mejor que hable con el médico, querida, estará de ronda en un rato”. Acarició la mano de Amanda con incómoda simpatía y pasó a la siguiente cama.

Cuando llegó el médico, se sentó junto a la cama de la mujer, le comprobó el pulso y le preguntó cómo se sentía. “Mejor, gracias”, dijo. “Pero lo que realmente quiero es ver a mi hijo. Alguien dijo la cosa más horrible... y luego me caí...”.

“¿Qué estaba haciendo cuando esto sucedió, Sra. Guevara?”, preguntó el doctor.“Estaba en casa, preparando la cena para mi hijo y mi nuera”, dijo la mujer. “Estaba haciendo su estofado favorito”. El médico frunció el ceño y miró los exámenes que tenía en la mano.

Una mujer mayor mirando la pantalla de un teléfono celular. | Foto: Unsplash

Una mujer mayor mirando la pantalla de un teléfono celular. | Foto: Unsplash

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Dijo amablemente: “Tengo indicios de que la trajeron aquí desde el Hogar de Ancianos San José después de colapsar, Sra. Guevara. No hay indicios de ningún familiar en su historial”.

“¡Mi hijo!”, jadeó la anciana. “¡Llame a mi hijo, David! ¡Él se lo dirá! ¡Llame a mi hijo, quiero a mi hijo!”. Fue entonces cuando el médico le administró rápidamente un sedante a Amanda que la envió en espiral hacia la oscuridad.

La siguiente vez que hablaron, el médico le explicó a la anciana que ahora estaba bastante bien y que pronto sería trasladada de regreso al Hogar de Ancianos San José.

Esta vez Amanda mantuvo la paz y resolvió solucionar esta confusión en este lugar cuando regresara. Además, todo esto era una pesadilla, ¿no?

La terrible llamada telefónica que le decía que David había muerto, este hospital, la historia de un asilo de ancianos. Era como una de esas horribles películas de terror que su hijo había amado tanto cuando era adolescente, películas que Amanda había odiado.

La anciana estaba segura de que esta extraña confusión dentro de su mente pronto se aclararía, se despertaría y todo volvería a la normalidad.

Equipo para la administración de soluciones intravenosas. | Foto: Unsplash

Equipo para la administración de soluciones intravenosas. | Foto: Unsplash

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Una mujer amable con uniforme azul la trasladó a una silla de ruedas y la llevó al Hogar de Ancianos San José.

La llevaron a lo que le dijeron que era su “antigua habitación”. Allí había algunas fotografías de ella y de su esposo en su juventud, pero no había fotografías de David.

Amanda permitió que la metieran en la cama y le dieran una pastilla antes de preguntar: “¿Dónde están las fotos de mi hijo?”.

La auxiliar de enfermería negó con la cabeza con tristeza y dijo: “Pero usted no tiene hijos, Sra. Guevara. Su sobrina nos dijo que ese había sido su gran pesar”.

Amanda frunció el ceño. “¿Mi sobrina?”. No recordaba a una sobrina ni a esta asistente de enfermera de rostro amable que ahora la instaba a tomar su pastilla. Pero sí recordaba a David. Quizás una noche de sueño era todo lo que necesitaba.

A la mañana siguiente, la anciana se despertó renovada y lúcida. Sabía quién era y dónde se suponía que debía estar. Se levantó, se vistió con la ropa que encontró en su armario y se aventuró a salir a los pasillos.

Anciana mirando hacia un lado con lágrimas en sus ojos. | Foto: Pexels

Anciana mirando hacia un lado con lágrimas en sus ojos. | Foto: Pexels

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Caminó hasta que encontró una puerta que decía ADMINISTRADOR y llamó. Una mujer alta con lápiz labial muy rojo y lentes gruesos abrió la puerta. “Por favor”, dijo Amanda, “me gustaría hablar con el administrador”.

La mujer la condujo a una oficina interior donde un hombre mayor estaba sentado detrás de un enorme escritorio. “Sí”, dijo. “¿Cómo puedo ayudarte?”, preguntó.

Amanda se sentó y lo miró a los ojos. “Quiero saber qué estoy haciendo aquí y dónde está mi hijo”, dijo con firmeza. El hombre miró un archivo en su escritorio, luego volvió a mirar a la mujer.

“Ah, sí, señora Guevara, tuvo un episodio y la llevaron al hospital...”, dijo. “Bueno, me temo que su sobrina la ingresó aquí después de la muerte de su esposo. Dijo que estaba sufriendo delirios provocados por el dolor”.

“¿Mi sobrina?”, preguntó Amanda. “Pero ¿qué pasa con mi hijo David, David Guevara?”.

“Según sus registros, señora Guevara, no tiene hijos”, dijo amablemente el administrador. “Sus delirios parecen centrarse en toda una vida de fantasía que creó en la que tuvo un hijo...”.

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Mujer con dos píldoras oscuras en su mano. | Foto: Unsplash

Mujer con dos píldoras oscuras en su mano. | Foto: Unsplash

“¡Tuve un hijo!”, gritó la anciana enojada, y fue entonces cuando el administrador llamó a un hombre de uniforme azul que le dio otra inyección que la dejó mareada y confusa.

Durante los días siguientes, Amanda vivió en un mundo de voces distantes tarareando y un intento desesperado por recordar. Entonces, una tarde, una de las ayudantes más jóvenes la llevó a ducharse.

Ayudó a la mujer a entrar, abrió el cabezal de la ducha y fue entonces cuando sonó su teléfono. Se dio la vuelta y dejó a la señora bajo esa cálida lluvia. Amanda se pasó las manos por el pelo y luego por los lados de su cuerpo.

Luego tocó una cicatriz gruesa y retorcida en su vientre. Wanda miró hacia abajo. “¡Esa era la cicatriz de la cesárea de cuando nació David!”, se dijo a sí misma. “¡David es real, existe! ¡La prueba está aquí en mi cuerpo!”.

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La ayudante regresó riendo tontamente con su teléfono en la mano. “¿Está bien, Sra. Guevara?”, preguntó.

Ducha tipo cascada en un cuarto de baño con baldosas oscuras y banquillo. | Foto: Unsplash

Ducha tipo cascada en un cuarto de baño con baldosas oscuras y banquillo. | Foto: Unsplash

“Estoy genial, Salma”, dijo la anciana. “¿Pero podrías traerme ese gel de ducha con aroma a lavanda en mi tocador?”. La chica colocó el teléfono en el borde de un mesón y se alejó.

Amanda rápidamente se acercó y lo recogió con las manos temblorosas. Si llamaba a la policía pensarían que estaba loca... ¡Glenda! La mujer marcó el número de su abogado y le dejó un mensaje de voz.

“Glenda, soy Amanda Guevara, me tienen en un asilo de ancianos llamado San José. Dicen que estoy loca y que David no existe. ¡Ayúdame!”.

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Para cuando Salma regresó con el gel de ducha, Amanda ya había puesto el teléfono de nuevo en el borde del mesón. Se duchó y dejó que la joven la ayudara.

Ella fue cooperativa y dulce, pero cuando le dieron las pastillas, se las puso debajo de la lengua y las escupió más tarde.

Amanda oró para que Glenda escuchara su mensaje pronto, quería creer que la ayuda estaba en camino. Lo que ella nunca esperó fue la dramática llegada de su abogada y media docena de policías.

Persona desbloqueando la pantalla en un teléfono celular. | Foto: Pexels

Persona desbloqueando la pantalla en un teléfono celular. | Foto: Pexels

Glenda acusó al Hogar de Ancianos de encarcelamiento ilegal, con prueba de la identidad de su clienta y de la existencia de su hijo. Esto llevó al administrador a liberar a la anciana de inmediato.

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La sobrina que había dejado a Amanda en el asilo resultó ser su nuera, Sandra. “¿Sandra?”, jadeó la anciana, sorprendida. “¿Por qué haría eso? ¡No tenía nada que ganar!”.

“No”, dijo Glenda con tristeza. “Pero David sí. Su plan era que el psiquiatra del asilo emitiera un documento que la considerara incompetente, y su hijo pondría sus manos en su herencia, que es de 2 millones de dólares”.

“Así que David está vivo”, susurró Amanda. “¿Está vivo y me hizo esto?”. “Sí”, dijo la abogada gentilmente. “Y va a la cárcel por eso, Amanda”.

“Solo tenía que pedirlo”, susurró la anciana. “¡Le habría dado todo! ¿Por qué hizo esto?... Pensé que estaba muerto...”. A Amanda le tomó mucho tiempo aceptar lo que había hecho su hijo.

Mujer sosteniendo un vaso con agua mientras está sentada en una cama. | Foto: Pexels

Mujer sosteniendo un vaso con agua mientras está sentada en una cama. | Foto: Pexels

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Al final, como todas las madres, ella lo perdonó y lo visitó en la cárcel. Allí estaba cumpliendo su condena de cinco años. David estaba profundamente avergonzado de enfrentar a su madre, y cuando fue liberado, se fue a trabajar como voluntario en un hogar de ancianos.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

El dolor y el miedo pueden confundir nuestro sentido de la realidad. David y su esposa alteraron a Amanda diciéndole que él había muerto y aprovecharon su confusión para colocarla en un asilo.

La codicia a menudo lleva a las personas a su propia destrucción. David estaba tan ansioso por tener en sus manos el dinero de su madre que estaba dispuesto a cometer un crimen, y terminó pagándolo.

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Este relato está inspirado en la historia de un lector y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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