Anciana pasa 10 años enferma hasta que los técnicos revisan su calentador - Historia del día
Betty estaba constantemente enferma y sus seres queridos pensaban que todo estaba en su cabeza, hasta que hicieron un descubrimiento horrible que se convirtió en una lección para ellos.
Cuando falleció el esposo de Betty Hidalgo, Tomás, pareció que junto a él se había ido su salud. Ella, que había sido una mujer bonita y enérgica de 54 años que parecía diez años más joven, simplemente se derrumbó.
La Betty que salió de la casa que ella y su esposo habían estado restaurando con tanto cariño después de que sus hijos se fueron, era un fantasma. Había perdido peso, se movía como una anciana y tosía constantemente.
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Al principio, todo el mundo se mostró comprensivo, pero luego se les acabó la paciencia. Su hija Karla, harta de las quejas de su madre, decidió llevarla al médico.
Tras una serie de pruebas, no encontraron respuestas; la sangre, la orina, e incluso la tomografía computarizada no mostraron nada.
El médico le dijo a Betty que estaba muy bien de salud y le sugirió que acudiera a un psiquiatra por su depresión. El especialista le recetó antidepresivos, pero nada lograba mejorar la terrible lasitud que la había embargado.
Desde el momento en que se despertaba, una fuerza extraña parecía minar su fuerza, se oscurecían sus pensamientos y su mente. La brillante y capaz Betty que Tomás había conocido se había ido.
Se arrastraba fuera de la cama, se obligaba a vestirse y bajar a tomar el desayuno y la medicación; luego se arrastraba hasta su sillón, encendía la televisión y se sentaba allí hasta que llegaba la hora del almuerzo.
Betty se negaba a salir de la casa, simplemente porque no tenía la energía para hacerlo. Karla no pudo sacarla de la casa para una excursión. También se perdió los cumpleaños de su hija y nietos.
En una oportunidad, cuando el marido de Karla insistió en que por una vez pasaran la Navidad con su familia, Betty prefirió quedarse sola en su casa, rechazando la invitación. Y lo peor de todo es que a ella nada parecía importarle en absoluto.
Cuando Karla y los niños estaban allí, Betty se sentaba en su sillón y se quedaba mirando al vacío, a menos que alguien se dirigiera a ella directamente. No parecía disfrutar de la compañía. Nada le daba placer.
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Diez años después de la muerte de su esposo, Betty era una sombra de lo que había sido antes. Arrastraba los pies como una mujer de noventa años, estaba apática. Karla comenzó a considerar llevarla a un geriátrico, cuando sucedió algo que lo cambió todo.
Una mañana, Betty entró a la ducha, agarrándose a las paredes para mantener el equilibrio, y abrió el grifo. Pero en lugar de una ráfaga de agua caliente, lo que cayó fue agua helada.
Betty gritó y empezó a temblar. Cogió su teléfono. “¿Karla?, ¿Karla? Es mami…”
“Mamá”, gritó Karla. “¿Estás bien? ¿Qué ocurre?”.
“El agua de la ducha sale fría, hija”, dijo Betty. “Odio bañarme con agua fría”. Karla escuchó con tristeza a su madre.
“Está bien mamá, enviaré a alguien para que lo revise”, dijo. Llamó al técnico que había instalado su calentador y le pidió que revisara el de la casa de su madre y averiguara qué pasaba.
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“¿Quiénes son estos hombres, Karla?”, preguntó Betty. “¿Y qué están haciendo aquí?”
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“Han venido a arreglar el calentador mamá”, explicó Karla con paciencia. “Por tu ducha”.
“¿La ducha?”, preguntó Betty, desconcertada. “¿Le pasa algo a la ducha?”. Karla estaba a punto de responder cuando se escuchó un grito desde el sótano, y minutos después el contratista y su asistente estaban empujándolas hacia la puerta.
“Necesitan salir ahora mismo”, dijo el contratista. “Y no pueden regresar hasta que hayamos reemplazado todo el sistema de calefacción”.
“Mi madre es una mujer enferma”, protestó Karla. “No puedo simplemente…”
“Señora, ¡la casa de su madre está llena de monóxido de carbono!”, exclamó el hombre. “¡Ella no está enferma, la casa está enferma!”
El hombre continuó explicando que quienquiera que hubiera instalado el calentador de agua había hecho un mal trabajo. Durante los últimos 10 años, había estado filtrando monóxido de carbono residual en la casa constantemente.
Karla recordaba ahora cómo siempre había tenido dolores de cabeza cada vez que pasaba largos períodos de tiempo en la casa de su madre.
Llevó a Betty al hospital y los médicos le recetaron una terapia hiperbárica, lo que significó que tuvo que permanecer en una cámara de oxígeno presurizado durante largos períodos. Pronto Betty estaba irreconocible.
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Los médicos afirmaron que había tenido una suerte increíble, ya que logró recuperarse casi por completo luego de los años y años de haber estado sometida a una intoxicación por monóxido de carbono.
Betty volvió a la normalidad, y ahora siempre está fuera de casa y su vida es una fiesta. Se ha convertido en parte de un grupo de concientización para alertar a las personas sobre los peligros del veneno invisible, silencioso e inodoro que es el monóxido de carbono.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- No juzgues a alguien como hipocondríaco a menos que se hayan descartado todas las posibles condiciones reales. Betty parecía sana y nadie pensó que pudiera estar envenenada.
- Siempre hay esperanza, no importa lo mal que se pongan las cosas. Betty se recuperó por completo después de años de vivir en un ambiente envenenado.
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