Novia está furiosa al ver a un mendigo en su boda, hasta que él comienza a hablar - Historia del día
Una novia se molesta cuando un hombre barbudo y de mal aspecto irrumpió en medio de la boda de sus sueños. Pero momentos después, descubre de quién se trataba.
Se suponía que era la boda de ensueño de Débora Joya, pero todo iba mal. Las flores llegaron del color incorrecto, y no combinaban con su corona de flores. Su cortejo tenía resaca, y los zapatos de pronto le quedaban muy pequeños.
Débora se dejó caer en el sofá y sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. "¡Abuelita, quisiera que estuvieras aquí! ¡Siempre sabías cómo hacerme sentir mejor!".
Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Shutterstock
La abuela de Débora había muerto un par de años antes de la boda. Su padre había desaparecido en la guerra, y su madre había muerto en el parto. Estaba realmente sola en este mundo.
En ese momento entró Raquel, su mejor amiga. "Ay, Débora, cariño. Siento que hayamos llegado tarde", dijo. "¡Pero estamos aquí ahora!", agregó, y le dio un gran abrazo.
La abuela de Débora la había abrazado así aquel día en el que dos hombres uniformados tocaron a su puerta. La joven pensó que era papá volviendo a casa, pero no era el caso. Los dos sujetos hablaron con su abuela durante mucho tiempo.
Eventualmente, la abuela los acompañó hasta la puerta, tambaleándose. Luego de que se marcharan, ella le dijo a Débora entre lágrimas que su papá no volvería a casa.
Lo peor de todo era que el Capitán Jaime Joya no estaba muerto, al menos no oficialmente. En vez de eso, fue designado "desaparecido en acción". No había cuerpo que enterrar, y Débora y la abuela nunca pudieron despedirse.
Nunca dejaron de esperar recibir noticias sobre él. En su lecho de muerte, la abuela tomó la mano de Débora con fuerza y le susurró: "No creo que tu papá esté muerto, lo siento en mi corazón. Mi Jaime va a volver a casa".
En ese momento, Débora respondió con un suave susurro que estaba segura de que su papá volvería. Besó a su abuela en la frente y optó por no quitarle esa última ilusión antes de morir.
Pero Débora sabía la amarga verdad. Una vez que su abuela pasó a mejor vida, la soledad colmó su corazón.
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Fue uno de los períodos más oscuros de su vida. Afortunadamente, durante su luto por la muerte de su abuela, conoció a David. Él era todo lo que ella siempre había esperado en un hombre: honorable, amable y cariñoso.
Poco a poco, David se convirtió en su familia. Ella le entregó su corazón. Cuando él le propuso matrimonio, ella aceptó dichosa. Pero ahora que había llegado el gran día, Débora se sentía más sola que nunca.
Durante la cena de ensayo, la joven dio un vistazo a los rostros de los seis hermanos de David, a sus padres, abuelos, tías, tíos y primos. De repente, volvió a sentirse completamente sola.
Por supuesto, Raquel estaba ahí, y sus viejos amigas de la escuela y la universidad. Pero nada de familia. Débora suspiró, se puso de pie y dejó que Raquel y las otras damas de honor, Sandra y Cecilia, la ayudaran a ponerse el vestido.
Sandra colocó con cuidado la corona de flores y el velo sobre su cabeza y dio dos pasos atrás, con lágrimas en los ojos. "¡Te ves perfecta!", exclamó. Cecilia le entregó su ramo (con las flores correctas).
Débora se vio en el espejo. No pudo evitar recordar las viejas fotos de la boda de su mamá y su papá. Las había visto alguna vez en algún polvoriento álbum familiar. "Papá, ¡ojalá tú, mamá y mi abuela pudieran verme ahora!", susurró.
Como no tenía padre ni otros parientes que tomaran su lugar, Débora tendría que caminar hasta el altar por su cuenta, sin nadie que la escoltara. Raquel, Sandra y Cecilia irían detrás de ella.
La organizadora de bodas la llevó al jardín, donde los invitados ya estaban esperando. El sacerdote, David y su padrino estaban de pie bajo un hermoso arco de flores. Los violines tocaron los primeros acordes de la marcha nupcial.
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Débora estaba a punto de dar el primer paso hacia el altar cuando un hombre apareció de repente frente a ella. "¡Débora!", gritó el sujeto.
Ella lo miró consternada. Era un hombre muy delgado, hasta el punto de la emaciación. Tenía una barba áspera y espesa que le cubría el rostro, y una chaqueta verde andrajosa.
"Débora... soy yo", dijo el hombre.
Débora se volteó hacia la organizadora de bodas. "¿Qué está pasando? ¿Dejan entrar a cualquier vagabundo?", preguntó, visiblemente molesta.
La organizadora de bodas parecía muy confundida. Comenzó a buscar a los oficiales de seguridad del evento. David notó el alboroto y corrió desde el altar hacia Débora.
"Amor, ¿qué está pasando?", preguntó.
Débora señaló al hombre que la estaba mirando. Gruesas lágrimas corrían de sus ojos hasta su barba. "¡Dejaron entrar a este vagabundo!", dijo la novia. "¡Por favor, David, está arruinando nuestra boda!", exclamó.
David dio un paso adelante y tomó al hombre del brazo. "¡Señor, por favor, le pido que se vaya!", dijo el joven. Pero el hombre no se movía, solo miraba a Débora. "Mi niña. Borita. ¿No me recuerdas?".
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De repente, Débora se puso pálida. Sintió que su corazón se detenía por un instante. "¿Borita? La única persona que me decía Borita era mi papá...".
En ese momento aparecieron dos fornidos agentes de seguridad vestidos de negro. Detrás de ellos venía un hombre alto, con uniforme militar y con muchas "rayas" en los hombros.
El hombre delgado y sucio volvió a susurrar: "Borita, papá nunca dejó de pensar en ti, soñando con volver a casa".
"¡Papá!", exclamó Débora. Ahora, bajo líneas que delataban años de dolor, sufrimiento y hambre, vio a su padre. "¡Eres tú, realmente eres tú!".
Ahora nada le importaba excepto sostenerlo en sus brazos. "La abuela lo sabía", le susurró al oído. "¡La abuela sabía que volverías a casa!".
El hombre con uniforme militar explicó la situación. "Lo siento, señorita Joya, pero el capitán Joya estaba ansioso de no perderse su boda. Se negó hasta a cambiarse de ropa. Su padre fue liberado hace dos días de una prisión en el Medio Oriente".
Débora ya había dejado de escucharlo. No le importaban los detalles. No podía parar de llorar y reír al mismo tiempo. "David. ¡Este es mi papá! ¡Volvió a casa!". Entonces, se volteó a ver a su padre. "Papá, ¿me acompañas al altar?", preguntó.
El hombre sonrió de oreja a oreja y le ofreció su brazo tembloroso. Lentamente, caminó con ella hasta el altar, hacia David. Y Débora en ese momento supo que no estaba sola, y que nunca volvería a estarlo.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Nunca pierdas la esperanza, porque los milagros ocurren. La abuela de Débora todavía creía que su hijo estaba vivo, y el tiempo le dio la razón.
- No juzgues a las personas por su apariencia porque no sabes por lo que han pasado. El padre de Débora parecía un vagabundo porque acababa de ser liberado de una prisión secreta.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.