Mujer sueña que su marido fallecido le dice que abra el gavetero de su dormitorio - Historia del día
Una mujer que estaba de luto por su difunto esposo seguía soñando con él. En su sueño le decía que abriera el gavetero de su dormitorio. Lo que encontró cambió su vida.
“¡Los fantasmas no existen!”, gritó Graciela Soto viendo el espejo de su baño. Se había despertado en las primeras horas de la mañana de un sueño que la había desconcertado y, por alguna razón, le puso los nervios de punta.
La viuda había estado de luto por su difunto esposo, Roberto, durante dos meses y desde entonces había comenzado a soñar con él.
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Cuando comenzaron los sueños, pensó que era porque aún no lo había dejado ir, luego evolucionaron y comenzaron a sentirse reales.
El de la noche anterior había sido el sueño más vívido que jamás había tenido de su difunto esposo. Caminaba por la playa, algo que les encantaba hacer juntos.
Su esposo caminaba frente a ella, solo unos pasos más adelante. Pero no podía alcanzarlo por muy rápido que caminara o corriera.
Desesperadamente, ella lo llamaba, extendiendo los brazos y, como si él pudiera sentir su mano en su hombro, se detenía y luego le hablaba.
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“Abre el gavetero”, decía sin mirar atrás.
“¿El gavetero?”, preguntaba ella, y en ese momento despertaba.
De hecho, sí había un mueble así, pero estaba situado en el dormitorio principal, el mismo lugar en el que habían pasado mucho tiempo amándose.
Graciela temía entrar en la habitación para limpiar las cosas de su esposo, por lo que no las había tocado.
Se había mudado a la habitación de invitados la misma semana que había muerto su amado. Solo iba a la habitación cuando quería sentir la presencia que aún persistía de su esposo.
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“Los fantasmas no existen”, dijo de nuevo mientras se lavaba la cara y se miraba en el espejo una vez más. “No estás loca. Aun así, tiene que haber algo simbólico en ese cajón”, pensó.
Más tarde, ese mismo día, se armó de valor para entrar en su dormitorio e inmediatamente se dirigió al gavetero donde su difunto esposo solía poner sus cosas.
Tenía tres cajones. El primero contenía algunos artículos de papelería, mientras que el segundo contenía una mezcla de cosas al azar, incluida una duendecita que de alguna manera era satisfactorio ver.
“Ay Roberto”, murmuró Graciela mientras sostenía la figura contra su pecho.
A su esposo le gustaban los duendes, y podía recordar lo emocionado que había estado cuando un día se encontraron con la figurita en una venta de garaje.
Después de varios minutos de sollozos silenciosos, la viuda alcanzó el último cajón, pero no contenía nada más que un sobre marrón. Con manos temblorosas, lo tomó, sintiendo su ligereza.
Lo abrió y vio unos papeles dentro. La viuda no tenía idea de cómo estos documentos habían llegado al cajón, pero estaba completamente convencida de que estaba en el camino correcto.
“Los fantasmas pueden ser reales después de todo”, dijo.
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Junto con los documentos había una foto de un niño desconocido y una tarjeta de presentación con solo un nombre y un número.
La dejó a un lado para una inspección posterior. Luego tomó la foto y centró su atención en el niño. Al hacerlo, rápidamente notó que se parecía mucho a su difunto esposo.
Deberías detenerte ahora antes de descubrir algo de lo que podrías arrepentirte, dijo una voz en su cabeza. Sin embargo, era demasiado tarde. Graciela tenía que saberlo.
Rápidamente tomó los documentos y los examinó detenidamente, pero no había pistas que apuntaran a la identidad del pequeño.
“¿Quién es este chico?”, se preguntó. ¿O es simplemente una foto vieja de él? O me engañó”, pensó.
Con un impulso deliberado, la mujer desterró el pensamiento. Su marido le había sido más que fiel, y ella no le faltaría el respeto en la muerte.
Además, el niño parecía un pequeño de cinco años, casi el mismo tiempo que ella y Roberto llevaban de casados. “¿Había decidido adoptar sin decirme nada?”, se preguntó.
Mientras pensaba en eso, la tarjeta de presentación volvió a llamarle la atención, así que la tomó y marcó el número que aparecía en ella. “Esta es la Agencia Hurón, ¿en qué puedo ayudarle?”, preguntó una voz ronca.
“Um, hola, soy Graciela Soto y encontré su tarjeta de presentación en las cosas de mi difunto esposo”, dijo.
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“¿Cuál era su nombre?”, preguntó el hombre, con una voz un poco más dulce. “Roberto Soto”, respondió ella.
Ante eso, el hombre de repente vaciló y comenzó a dar respuestas vagas, lo que obligó a Graciela a cortar la llamada y decidir ir a verlo en persona.
Al día siguiente, fue a verlo, pero él no estaba de humor para hablar sobre su esposo y los negocios que tenían juntos. Se necesitaron muchas persuasiones y un montón de lágrimas para convencer al detective de que revelara su secreto.
Finalmente cedió y le contó todo cuando ya no pudo soportar verla llorar. Según él, el difunto había estado con una mujer antes de conocer a Graciela. Ya tenían varias semanas separados cuando Roberto conoció a su viuda.
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Cuando la mujer le reveló que estaba embarazada de él, Roberto tenía sentimientos encontrados. No quería renunciar a su hijo y no estaba preparado para afrontar la pérdida del amor de su vida.
“Por favor, lleva a este bebé a término, Mariela”, le suplicó a la mujer un día en su llamada telefónica secreta.
“¿Tanto así quieres convertirte en padre?”, ella preguntó.
“Sí, así es. Incluso estoy dispuesto a pagarte para que mantengas a este niño vivo y sano”, dijo.
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“¿De cuánto estamos hablando?”, Mariela dijo, lamiendo sus labios. Ambos arreglaron las cosas y luego él comenzó a enviarle dinero para la manutención, solo para asegurarse de que tuviera todo lo que necesitaba.
Su deseo de convertirse en padre se vio frustrado cuando le dijeron que el bebé había nacido muerto. Sin su conocimiento, Mariela había planeado con una de las enfermeras cambiar a su hijo por uno que ya no respiraba.
La mujer que se había quedado con el pequeño había estado desesperada por tener un hijo vivo, pero cuando se dio cuenta del defecto con el que había nacido lo abandonó.
Mariela también se había deshecho de él por la misma razón. Por esto, Roberto no tuvo la oportunidad de conocer a su chico. “Nos ahorraré a los dos el dolor de cabeza de tener que criar a un niño así”, se decía mientras mantenía a Roberto en la oscuridad.
Un día en que el hombre fue a un chequeo médico en el mismo hospital donde había nacido su hijo se enteró de lo que había hecho Mariela.
Otra enfermera que había sido parte del parto lo había visto y le preguntó por su “niño”, queriendo saber si el pequeño ahora podía comunicarse tras haber nacido sordo.
Roberto respondió que el niño había nacido muerto, pero la mujer lo apartó y le dijo que efectivamente el niño había nacido vivo, pero que era sordo.
“¿Qué pasó con el bebé?”, preguntó el hombre.
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“Yo no era la enfermera a cargo, solo la asistí, pero estoy muy segura, señor, de que su bebé nació vivo”.
Después de este descubrimiento, Roberto comenzó a buscar a su hijo. Incluso se comunicó con Mariela desesperado. Le dijo que había descubierto lo que había hecho y que deseaba conocer el paradero de su pequeño.
“Si sabes lo que pasó, entonces también deberías saber que no hay forma de que lo hubiera visto desde que lo abandoné”, le dijo la mujer antes de colgarle. Sin pistas, el hombre contrató a un investigador privado que encontró al niño después de un mes.
“Él quería contarle todo”, le dijo el detective, llamado Fernando Bracho, a Graciela.
“¿Por qué no lo hizo?”, susurró la mujer. “Pensaba que tenía tiempo para hacerlo”, dijo el hombre en voz baja.
El detective no necesitaba decir más. Su esposo había muerto en un accidente automovilístico cuando regresaba del trabajo poco después de saber dónde estaba su hijo.
Graciela solicitó los contactos del orfanato y pronto procedió a adoptar al niño que le recordaba mucho a su esposo. La primera noche que el pequeño pasó en la casa, la viuda soñó con su esposo.
Esta vez, en lugar de perseguirlo, ella caminaba a su lado, y cuando llegaron al final de la playa, él se giró hacia ella, le dio un beso en la frente y le dijo: “Gracias. Adiós”, y luego desapareció. Fue la última vez que tuvo el sueño, y en el fondo, ella sabía que había hecho lo correcto.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- No te definas por tus pensamientos. Cuando Graciela finalmente abrió el gavetero, fue asaltada por pensamientos negativos que podrían haberla llevado a tomar decisiones negativas. Pero también era consciente de que esos pensamientos no tenían que tener prioridad, por lo que los desterró de su mente.
- No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. Después puede ser demasiado tarde. Roberto se abstuvo de decirle a su esposa sobre su hijo pensando que tenía mucho tiempo hasta que de repente todo terminó. Debido a ese error, Graciela tuvo que averiguarlo por su cuenta y él tuvo que ayudarla incluso después de su muerte. Se podría decir que era su asunto pendiente.
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