Niño estaba llorando solo en la tumba de su madre cuando una mujer mayor lo encontró - Historia del día
Un día, la Sra. Sierra fue al cementerio y notó que un niño sollozaba amargamente junto a la tumba de su madre. Se acercó al chico preocupada, pero quedó en shock cuando miró más de cerca su rostro.
La mujer estaba sentada en el parque con sus amigas. Después de que su hija Tina se mudó a una ciudad diferente y su esposo Jonás falleció, escapaba de su aburrimiento compartiendo con amigas.
Cuando las otras mujeres empezaban a hablar sobre sus hijos y cómo estaban, la Sra. Sierra guardaba silencio.
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Su hija había dejado su casa hacía mucho tiempo, pero no se había molestado en ver a su anciana madre ni una sola vez en los últimos años.
Ella llamó una vez y le dijo a su progenitora que se mudaría a una nueva ciudad, pero cuando le preguntó la dirección, solo le dijo que la llamaría pronto. Pasaron diez años y no llegó ni esa llamada ni ninguna otra.
La Sra. Sierra aceptó gradualmente su destino, creyendo que su hija la había abandonado a su avanzada edad. La anciana pasaba todas sus vacaciones sola o con la Sra. Arteaga, quien había sido su amiga durante más de 40 años.
Mientras todas estaban sentadas hablando de sus hijos, la Sra. Arteaga comprendía por qué su amiga estaba en silencio. “¿Qué pasó, Lidia?”, preguntó cuando notó la mirada triste de la Sra. Sierra en su rostro. “¿Tina tampoco te llamó este año?”.
“Bueno, ya sabes que han pasado diez años. No creo que venga a verme”, suspiró la mujer mayor. “Podría haberla visitado si hubiera sabido su dirección, pero si ella me excluye, realmente no quiero forzarla. Espero que regrese conmigo algún día”.
Para la Sra. Sierra, la felicidad era algo que se había perdido en el pasado y que nunca volvería a ella. Todos los días, la anciana seguía la misma rutina de recolectar huevos y alimentar a los animales.
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Luego se preparaba el desayuno y disfrutaba de una deliciosa taza de té. La rutina de la mañana era seguida por la limpieza de la casa por la noche y luego sentarse a relajarse frente al televisor.
En ocasiones, se tomaba un tiempo de su monótona agenda para reunirse con las otras damas del pueblo y pasar tiempo con ellas. Mientras ella estaba sentada hablando con la Sra. Arteaga, notó dos autos negros que se dirigían al cementerio.
La gente de las ciudades cercanas dejaba a sus seres queridos en el antiguo cementerio del pueblo porque era difícil encontrar un lugar tan bonito. También porque nunca hubo un problema con la documentación de las almas fallecidas allí.
“¿Quién crees que sea esta vez, Lidia?”, preguntó la Sra. Arteaga a su amiga para distraerla de sus tristes pensamientos.
“Debe ser alguien rico de la ciudad”, respondió la mujer mayor. “Iré al cementerio mañana y lo averiguaré. Es el cumpleaños de Jonás y planeo visitarlo”.
Al día siguiente, la Sra. Sierra estaba toda ataviada con el vestido que su esposo le había regalado en su último aniversario. A menudo lo visitaba en ocasiones especiales y ese día no era la excepción.
Mientras se acercaba a la tumba de su amado, colocó el ramo que le había comprado y se sentó allí un rato para hablarle. Luego, cuando el sol comenzó a ponerse, se levantó para irse, prometiendo regresar pronto.
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En ese momento, escuchó a alguien llorar. Por curiosidad, siguió el sonido de sollozos mirando alrededor del cementerio, tratando de encontrar el alma triste cuyo llanto despertó su curiosidad.
Después de caminar por el cementerio, se detuvo frente a una tumba recién cavada donde estaba un niño.
El pobre chico tenía la cabeza apoyada sobre la lápida y la abrazaba. Lloraba amargamente. Sintiéndose mal por el niño, la Sra. Sierra decidió acercarse a él.
“Hola cariño. ¿Qué haces aquí solo? Está oscureciendo y hace frío. ¿Dónde están tus padres?”, preguntó en voz baja.
“Ya no tengo padres”, dijo el niño. “Mi mama está aquí. ¡No quiero dejarla!”.
La señora miró el nuevo montículo de tierra cerca de los pies del niño. ¡Oh, pobre alma!
“¿Cuál es tu nombre, cariño? ¿Y dónde están tus parientes?”, preguntó ella gentilmente.
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“Mamá dijo que mi abuela vive en este pueblo”, dijo con voz temblorosa. “Aparte de ella, no tengo a nadie. Así que necesito encontrarla. Mi nombre es Atilio Castillo”.
"¿Sabes el nombre de tu abuela, Atilio?”, conozco a todas las mujeres de este pueblo, así que no tendremos problemas para encontrarla”.
“Bueno, no sé su nombre, pero mamá me dio este sobre cuando se enfermó”.
El corazón de la Sra. Sierra comenzó a latir con fuerza cuando abrió el sobre que Atilio le dio.
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Contenía el certificado de nacimiento del niño donde el nombre de su madre figuraba como Tina Castillo y el nombre de su padre figuraba como Kevin Castillo.
La mujer mayor miró más de cerca el rostro de Atilio, que era difícil de ver debido a la oscuridad, pero cuanto más lo miraba, más veía que el chico se parecía a su hija Tina.
“¿Es el hijo de Tina?”, la mente de la anciana pensó en las sospechas más desgarradoras, pero esperaba que todo fuera una coincidencia.
Ella le prometió al niño que lo ayudaría a encontrar a su abuela y se lo llevó a casa. Ella lo aseó y lo alimentó, y cuando él se fue a dormir, la mujer se sentó junto a su cama, mirando el sobre y su contenido una y otra vez.
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Dentro del envoltorio había una nota que contenía su dirección. Al día siguiente, la mujer mayor se fue a ese lugar para descubrir la verdad sobre Atilio. Le pidió a la Sra. Arteaga que cuidara al niño mientras ella estaba fuera.
Cuando llegó a la dirección, nadie abrió la puerta. Cansada de esperar allí, llamó a la puerta del vecino y respondió una mujer de mediana edad. “¿Qué desea?”, preguntó a la Sra. Sierra con voz ronca.
“Estoy buscando a Tina Castillo”, dijo la mujer. “Ella es su vecina de al lado, ¿cierto?”.
La mujer la miró con severidad. “Soy su casera. ¡Esa casa está vacía ahora porque está muerta! ¿Quién es usted y por qué pregunta por ella?”.
“Bueno, existe la posibilidad de que sea mi hija. ¿Reconoce a la mujer de esta foto? Esa es mi hija Tina”. Le mostró una foto de ella y su hija a la casera.
“Sí, esa mujer se parece a Tina. Pero, ¿qué clase de madre es usted? Su hija estaba muy enferma y no vino a verla ni una vez. ¿Sabe que su nieto está desaparecido?”.
“Tina quería ser enterrada en el pueblo, por lo que la gente de la ciudad condujo hasta allá. Su nieto estaba con ellos, pero luego no lo encontraron por ninguna parte cuando regresaron del cementerio”.
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“Bueno”, dijo la Sra. Sierra, con los ojos llorosos. “Es una larga historia. ¿Puedo, por favor, echar un vistazo a la casa de Tina?”.
“Sí, como quiera”, dijo la mujer, sin preocuparse por la expresión de tristeza de la anciana. Abrió la puerta del apartamento de Tina y dejó entrar a la mujer mayor.
La Sra. Sierra se derrumbó al ver las fotos de su hija por toda la sala de estar. Se veía tan dulce y feliz. ¡Ay cariño! ¡No puedo creerlo!”.
Pensó en su nieto y decidió que lo criaría sola. Entonces empacó la ropa y los juguetes del niño. Luego, mientras levantaba el marco de fotos de Tina y su nieto de la cama, una nota cayó al suelo. La mujer la abrió con manos temblorosas y empezó a leer.
“Querida mamá”, decía. “Por favor, perdóname por todo. Me alejé de ti, pero quiero que sepas que fue un error del que me arrepentí. Lo hice porque me enamoré de un hombre que era mucho mayor que yo”.
“Estaba demasiado avergonzada para confrontarte después de eso, así que me separé de ti. Cuando tuvimos a nuestro hijo, quería llamarte y decirte, pero luego mi esposo falleció. Apenas sobreviví para darle a mi hijo una infancia feliz”.
“Y luego me diagnosticaron cáncer. Atila me vio en el peor estado, y espero que no se sienta miserable después de mi muerte. Si encuentras esta nota, mamá, quiero decirte que te amo. Por favor, cuida a mi hijo. Con amor, Tina”.
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La Sra. Sierra rompió a llorar mientras leía la carta, y la casera entró corriendo en la habitación para consolarla. Cuando se calmó, la propietaria le pidió a su esposo que llevara a la mujer mayor al pueblo.
Llegó a casa a los brazos de Atila, quien corrió hacia ella y la abrazó. “Entonces, ¿encontró a mi abuela?”.
La anciana sollozó mientras lo abrazaba. “De hecho, Atila, lo hice. Tu abuela también está deseando conocerte y nunca te dejará”.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Todo en la vida sucede por una razón. La Sra. Sierra se topó con Atila en el cementerio, donde estaba destinada a conocer a su nieto.
- Nunca, nunca ocultes nada a tus padres. Ninguno de ellos habría sufrido si Tina le hubiera contado todo a la Sra. Sierra. La mujer mayor se habría preocupado por su hija y su nieto, y no habría pasado su vida en soledad.
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