Madre le ruega a su esposo que pague rescate de su hijastro secuestrado y él se niega - Historia del día
Un hombre desalmado se negó a pagar el rescate de su hijastro cuando fue secuestrado, pero ¿cambiaría de opinión si la vida del niño fuese amenazada por una enfermedad?
La vida de Lucía Dávila no había sido fácil. Se casó joven, y su esposo Raúl al poco tiempo cayó fue seducido por las drogas y el alcohol. Ni siquiera el nacimiento de su hijo Carlos pudo hacerlo cambiar.
Cuando Carlos tenía tres años, la rica familia de Raúl envió al hombre a un costoso centro de rehabilitación. Lucía no aguantó más y se divorció de él, se mudó a otra ciudad y comenzó una nueva vida. No volvió a verlo.
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Dos años después, Lucía conoció a Javier Cáceres, un apuesto y exitoso emprendedor que la trataba como si fuera una princesa. Al poco tiempo, se casaron, y ella sintió que por fin había encontrado la felicidad. Pero estaba equivocada.
Javier era un marido dulce y generoso, pero era muy frío y distante con Carlos. El pequeño, por su parte, veía a Javier como una figura paterna y lo adoraba.
A Lucía se le rompía el corazón al ver a Carlos hacer de todo por llamar la atención de Javier, solo para que el hombre respondiera con falta de interés y rechazo. Habló con su esposo al respecto varias veces, pero siempre en vano.
La situación era muy complicada. La sutil aversión de Javier hacia Carlos escondía algo más oscuro: celos. El hombre veía al niño como un recordatorio de que su esposa había amado a alguien más, y eso lo hacía sentir furioso.
Lucía convenció a Javier de ir a terapia, y el psicólogo le pidió al hombre que intentase hacerse cargo de algunas tareas relacionadas con Carlos. Javier accedió y comenzó a llevar al chico a sus prácticas de fútbol.
Eventualmente, empezó a llevarlo además a sus lecciones de violín y a sus citas médicas. Lucía estaba encantada. Javier parecía ser más paciente y amable con Carlos. ¡La terapia estaba funcionando!
Entonces, un día, Lucía fue a buscar a Carlos a la escuela, pero no estaba en ningún lado. Tomó su teléfono celular y llamó a su esposo. "Javier, ¿recogiste a Carlos de la escuela?"
Cuando su esposo le dijo que no lo había hecho, la madre entró en pánico. Comenzó a llamar a todas las mamás de los amigos de Carlos para ver si su hijo se había ido a casa de alguno de ellos.
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Poco después, recibió un mensaje de texto: "TENEMOS A CARLOS. SI QUIERES QUE VIVA QUEREMOS 200,000 DÓLARES. SI VAS A LA POLICÍA TU HIJO SE MUERE", decía el espeluznante mensaje.
El mensaje fue seguido por una foto de Carlos en una silla. Se veía aterrado y desorientado. Lucía llamó a Javier y le explicó lo que sucedía. "Amor, tenemos darles el dinero, o matarán a Carlitos", dijo Lucía.
"¿Estás loca?", preguntó Javier. "¿200.000 dólares, y sin garantía de que devolverán al niño? ¡De ninguna manera!".
"¡Javier!", exclamó Lucía. "¡Es mi HIJO! ¡Por favor!". Pero Javier no estaba dispuesto a ceder. "¡Puede que sea tu hijo, pero no es mío!", gritó. "¡Y estoy cansada de que lo pongas a ÉL primero! ¡Soy tu esposo!".
"Javier, es mi bebé. Está secuestrado. Por favor", dijo la mujer. Pero Javier se negó a ayudar, e incluso dijo que mejor llamaban a la policía para "terminar con esto".
Esa noche, mientras Javier dormía, Lucía se levantó, se vistió y bajó las escaleras sigilosamente. Fue directo hacia la caja fuerte donde Javier guardaba sus joyas y dinero en efectivo. Había más de 300.000 dólares. Lucía tomó los 200.000 del rescate.
Salió de la casa y envió un mensaje a los secuestradores: "Tengo el dinero". Respondieron rápidamente y le ordenaron que dejara el dinero en una bolsa de papel bajo una banca del parque cerca de la escuela de Carlos.
Le dijeron que se fuera a casa y que pronto le avisarían dónde estaba Carlos. Pasó horas ansiosa, esperando noticias, hasta que llegó otro mensaje de texto: "Ve al hospital de San Marcos".
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Lucía le dejó una nota a su esposo y se dirigió al hospital. Cuando preguntó por su hijo, le dijeron que lo iban a operar. "¿Operarlo?", exclamó sorprendida. "¿Está herido?", preguntó.
En ese momento, se acercó un hombre alto, un hombre que ella conocía muy bien. Era su ex, Raúl. "Lucía, a Carlitos le van a operar el corazón. Los médicos esperan que no sea demasiado tarde".
"¿Demasiado tarde? ¿Qué quieres decir?", preguntó Lucía, consternada.
"Hace seis meses le diagnosticaron un problema cardíaco congénito", dijo Raúl. "Mi hermano Cheo, ¿recuerdas a Cheo?, bueno, el doctor de Carlitos lo llamó para consultar el caso. Pero tu esposo nunca trajo a Carlos para la cirugía.
"¿Mi esposo?", preguntó Lucía, desconcertada. "Pero Javier...". Entonces, Lucía recordó que Javier había estado llevando a Carlitos a sus citas médicas. Le había dicho que todo estaba bien.
En ese momento llegó Javier al hospital. "¡Lucía! ¿Encontraste a Carlos?", preguntó.
"¡TÚ!", exclamó Lucía muy molesta. "¿Qué hiciste, Javier? ¿Por qué no me dijiste que Carlos necesitaba una cirugía? ¡SE PUDO HABER MUERTO MI HIJO!", gritó.
"Es que... el doctor dijo... ¡Eran 200.000 dólares para arreglar el problema, Lucía! ¡Como mínimo! No iba a pagar semejante cantidad de dinero. Ni loco", espetó.
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Un médico se acercó a Lucía y tomó su mano. "¿Señora Dávila? Me temo que no le tengo buenas noticias". "¿Carlitos? ¿Qué pasó? Ay doctor, no me diga que mi hijo se murió".
El médico negó con la cabeza. "No, Sra. Dávila, sigue vivo. Pero la cirugía falló, no llegamos a tiempo para reparar el daño. Necesitará un trasplante de corazón, y pronto".
Lucía rompió en llanto y se cubrió el rostro con las manos. "¡Le daré el mío!", gritó entre lágrimas. "No señora. Así no funciona. No podemos sacarle el corazón a un paciente vivo para salvar a otro. No sería ético".
Javier dio un paso adelante y puso una mano sobre el hombro de Lucía. "Además, no te puedes matar así como así. Soy tu marido. ¡Lo prohíbo!", dijo secamente.
"¿Lo prohíbes?", gritó Lucía, empujándolo lejos de ella. "Mi hijo se va a morir por tu culpa. ¡Él te adora, Javier! ¡Quería que fueras su padre! ¡Necesitaba un padre!", dijo la madre.
"Y tú, ¿que hiciste? Fuiste un mentiroso, un cobarde y un patán. ¡No me dijiste que necesitaba cirugía! Lo ibas a dejar morir como a un perro de la calle. Hasta te negaste a darme el dinero del rescate. ¡Dios mío!", agregó.
Raúl dio un paso adelante avergonzado. "Siento haberte asustado con eso del rescate, Lucía. No tenía el dinero para la operación de Carlitos, y sabía que tu esposo sí podía pagarla", dijo.
"Raúl, gracias. Sé que lo hiciste todo para tratar de salvar a Carlos. Cumpliste tu deber con él. Gracias", dijo Lucía, mientras Javier escuchaba con tristeza. Luego se alejó rápidamente.
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Lucía fue a casa sola y pasó la noche dando vueltas y vueltas, rezando para que apareciera un corazón para su hijo. Temprano por la mañana, recibió una llamada del hospital.
Habían recibido un corazón de un donante, y Carlitos estaba siendo operado en ese mismo instante. Lucía corrió al hospital y se encontró a Raúl y a Cheo allí, esperando ansiosos.
El cirujano salió, y al quitarse la mascarilla, Lucía vio que estaba sonriendo. "Señora Dávila, su hijo es un muchacho fuerte y valiente. ¡Creo que estará bien!", dijo. Lucía rompió en llanto.
"El corazón del donante fue un milagro", susurró. "¡Dios estaba cuidando a mi Carlitos!"
En ese momento, el cirujano le entregó una nota. "Encontramos esto entre las pertenencias del donante. Estaba dirigido a usted", le dijo. Lucía desdobló la nota con manos temblorosas y la leyó:
"Perdóname, Lucía. Nunca quise causarte dolor. Te amo más que a mi propia vida. Ojalá pudiera haber amado a Carlos como se merecía. No pude darle mi amor, así que le estoy dando mi corazón. Te amaré siempre, Javier".
Lucía lloró por Javier y por su noble sacrificio. Raúl estuvo ahí para apoyarla, y por suerte, Carlitos se recuperó del todo de su cirugía y pudo volver a la escuela y al fútbol.
Raúl se había recuperado de sus adicciones, aunque su familia había gastado su fortuna en centros de rehabilitación. Dos años después, Lucía y Raúl volvieron a casarse, y Carlitos recibió a un nuevo hermanito: el pequeño Javier.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- El amor que cruza la línea hacia la obsesión es tan peligroso como el odio. El amor de Javier por Lucía lo hizo sentir celos de Carlos hasta el punto de poner la vida del niño en peligro.
- La redención a veces requiere grandes sacrificios. Cuando Javier se dio cuenta de cuánto había herido a Lucía, sacrificó su propia vida para enmendar su error.
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