Hombre compra lirios para niña sin dinero en floristería y luego los ve en tumba de esposa - Historia del día
Un hombre de luto por su difunta esposa le compró un ramo de flores a una niña sin un centavo en una floristería. Su amable gesto terminó transformando su vida.
Para Richard Ramírez, los domingos eran lo peor. Ana y él solían pasar los domingos holgazaneando en cama por horas, hablando de todo y de nada, comiendo panqueques y dejando migajas sobre las sábanas.
Un domingo, Ana murió. Richard se despertó y la encontró aferrada a su brazo, con una mueca en su dulce rostro, y una mano sobre su vientre. Richard la llevó al hospital, pero no sirvió de nada. Ana y su bebé murieron ese domingo.
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Dos años después, la herida aún no había sanado para Richard. Sentía que no podía escapar de esa neblina de dolor. Echaba de menos a Ana todos los días, y su muerte dejó un vacío irreparable en la vida del hombre.
Camino al cementerio una mañana, Richard entró a su floristería favorita. El ramo de Ana estaba listo y esperando por él: lirio de los valles, velo de novia, y una ramita de jazmín para recordarle su perfume.
Pero cuando Richard iba a saludar al encargado, notó que había entrado a la tienda en medio de un conflicto. Una adolescente estaba de pie en medio del lugar, con los puños cerrados, voz trémula y ojos brillantes.
"Por favor. Sé que no tengo suficiente dinero, pero haré lo que necesite. Puedo trabajar en la tienda, barrer, limpiar, Ud. mande y yo lo hago", suplicó. Richard vio que el brillo de sus ojos eran lágrimas de frustración.
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El florista estaba sacudiendo la cabeza. "No puedo. Estos lirios son para un cliente frecuente, y no se los vendería incluso si tuviera el dinero completo", respondió.
"¡Pero no entiende!", exclamó la joven. "¡Los necesito, son para ELLA! Eran sus favoritos. Le puedo regalar mi teléfono, se lo puedo pedir de rodillas, dígame lo que quiera, pero, ¡por favor!", rogó.
Fue entonces cuando Richard intervino. Dio un paso adelante rápidamente y colocó su mano debajo de su codo. "No te humilles así ante nadie, ¿me escuchas?", le dijo a la chica. "Nunca, por nada!".
"Hola Carlos", le dijo Richard al florista. "¿Esos son mis lirios de los valles? Carlos asintió con la cabeza y Richard continuó: "En ese caso, dáselos, por favor. Yo lo pago", agregó.
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El florista le dio el ramo a la chica, que enterró su rostro en los fríos pétalos. "Vaya. Hasta huela igual que ella", dijo con una sonrisa. Le agradeció a Richard por su gesto y se fue corriendo del lugar.
El hombre sacó su billetera y pagó el ramo de flores. "Oye Carlos, a mí me das un ramo de esas rosas amarillas que tienes ahí atrás", dijo Richard. Al salir de la tienda, pensó de nuevo en la chica.
A Ana no le hubiese molestado que le diera las flores a la chica. Ana había dedicado su vida a trabajar cuidando a chicas como ella. Seguramente ella misma le habría dado las flores. Richard sonrió al recordar la pasión de Ana por su trabajo.
Su difunta esposa había sido trabajadora social con niñas en situaciones de riesgo. Las sacaba de pesadillas de carne y hueso y les encontraba hogares seguros y felices. "Ay, Ana. Había olvidado tu sonrisa al ayudar a los demás", susurró.
Caminó al cementerio con la cabeza lleno de gratos recuerdos. Al llegar a la tumba de Ana, se llevó tremenda sorpresa: la chica de la floristería estaba ahí, dejando el ramo sobre la lápida de su esposa.
Al oír los pasos de Richard sobre el césped, la chica se volteó y lo miró fijamente. Gruesas lágrimas corrían por sus mejillas. "¿Qué hace Ud. aquí? ¿También la conocía?", preguntó. "Ella me salvó la vida...", agregó.
Richard asintió y puso su propio ramo de flores junto al que había comprado la chica. "Ana era mi esposa. Y creo que podría decirse que también me salvó la vida".
"¡Oh! Yo no sabía que había muerto. Me dijeron ayer. No podía creerlo, ella siempre estaba tan llena de vida y tan feliz. No sé cómo hacía para ser tan feliz rodeada de gente tan infeliz como yo".
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Richard sonrió. "Llegué a hacerme la misma pregunta muchas veces. Pero así era mi Ana. ¿Eras una de las chicas con las que ella trabajaba?", preguntó.
"Sí", dijo la joven. "Soy Marta. Ana me tomó en serio cuando nadie en mi vida creía una palabra de lo que yo decía. Me llevó a un lugar seguro y me mantuvo a salvo. Le debo todo".
"Yo soy Richard", dijo el hombre, y dio un paso adelante para estrechar la mano de Marta. "¿Cómo supiste? Digo, que a Ana le gustaban los lirios de los valles".
Marta sonrió. "Ella siempre tenía un ramo fresco en su oficina. Una vez me dijo que su esposo siempre le traía flores... ¡supongo que era usted!", dijo con una sonrisa.
Richard asintió. "¡Sí, ese fui yo! Oye, ¿quieres tomar una taza de café por aquí cerca?", preguntó. Marta accedió. Pasaron horas sentados en una pequeña cafetería del vecindario, hablando sobre Ana.
Marta ya casi tenía 18 años, y estaba a punto de salir del sistema público. Por eso estaba buscando a Ana: quería pedirle consejos sobre cómo sobrevivir por su cuenta.
"Bueno", dijo Richard tras una pausa. "Tal vez no tengas que estar por tu cuenta. Tengo una casa grande, hay mucho espacio. Podrías quedarte allí. Eras una chica de Ana, así que supongo que también eres mi responsabilidad. ¿Qué dices?".
Richard y Marta se convirtieron en grandes amigos. Cuando ella cumplió 18, se mudó a la casa de Richard y Ana y comenzó a ir a la universidad. Un año después, Richard la adoptó legalmente, y por fin, él y Ana tuvieron la hija que siempre quisieron tener.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- La mejor manera de honrar el legado de un ser querido es continuar con su trabajo. Richard hizo lo que Ana hubiera hecho: en su lugar: cuidó a Marta, la adoptó y le dio lo que más necesitaba: una familia.
- El bien que hacemos perdura mucho después de la muerte. Ana se había ido, pero su amor siguió enriqueciendo las vidas de Richard y Marta.
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Este relato está inspirado en la historia de un lector y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.