Mujer le exige a su esposo que se lleve sus cosas tras mantenerlo por 23 años - Historia del día
Una mujer pasa por un rudo despertar y toma decisiones drásticas. Lo primero que hizo fue en torno a su esposo, pero ¿se lo merecía?
Debra Suárez tenía 52 años, pero era muy joven de corazón. A su edad no se reconocía como una mujer cercana a la tercera edad. Sin embargo, no insistía mucho en el tema por falta de tiempo: tenía tres trabajos.
Era el sostén de su familia. Su esposo, Agustín, era un hombre que poco a poco se había convertido en una carga después de perder su empleo hace más de 20 años.
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Al principio buscó trabajo con todas sus fuerzas, pero no tuvo suerte. Después de un tiempo dejó de buscar. Se había enamorado de la vida como dependiente y, poco a poco, su pasatiempo se convirtió en acostarse en el sofá frente al televisor, beber cerveza y comer papas fritas.
Su cuerpo fue lo primero que cambió, seguido de todo lo demás. Estaba bien alimentado y vestido a pesar de que ya no trabajaba.
Era un sueño hecho realidad para un hombre que siempre fue vago de corazón. Todo era suficiente para él, gracias a que Debra trabajaba muchísimo. Pero eso algo de lo que él no se daba cuenta. O al menos eso fingía.
Se habían casado siendo muy jóvenes. Debra tenía 19 años mientras que él 20 y estaban completamente enamorados el uno del otro.
Ese amor era en lo que Debra pensaba mientras continuaba esperando que Austin una vez más comenzara a esforzarse por trabajar. Incluso siguió de su lado cuando su familia se unió para ridiculizarlo por no conseguir trabajo.
Se casaron antes de lo que imaginaron porque Debra salió embarazada de su hija Kayla. Pero a pesar de la premura, su amor era puro y no había sido una decisión forzada.
Su hija, como ellos, también se casó temprano y dio a luz a un niño que crecería sin su padre porque el hombre se divorció de Kayla.
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Por la necesidad de cuidar a su hijo, la hija de Debra y Agustín no podía ir a trabajar, así que requirió ayuda en varios sentidos.
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Su madre colaboró económicamente con ella. Le dio a Kayla una asignación fija para que cuidara a su niño y pudiera cubrir sus necesidades.
Ni una sola vez vaciló el suministro constante de dinero, y eso hizo que Kayla se sintiera cómoda y dejó de buscar su propia fuente de ingresos. Entonces se convirtió en dependiente de Debra con la asignación fija que su mamá le suministraba.
Continuó así durante mucho tiempo hasta que un día, Debra se sobresaltó y se dio cuenta de algo doloroso. Ese día había sido como cualquier otro; la mujer salió temprano de su casa y se detuvo en Starbucks para tomar un café.
Una vez en el café, se unió a una fila de tres personas y esperó pacientemente su turno mientras miraba su reloj.
"Gonzalo me comerá viva si llego tarde hoy", pensó para sí misma.
Su jefe sabía que tenía muchos trabajos, y por lo general, le daba un poco de tiempo, pero Debra sabía que había estado tentando a su suerte en los últimos días.
Mientras golpeaba con impaciencia sus pies, varios adolescentes entraron descaradamente en el café e hicieron fila justo cuando era su turno.
El cajero, un joven con cara de aburrimiento, no dijo nada y simplemente empezó a atenderlos. Debra no podía creer lo que veía.
"¿Disculpe?", dijo con los dientes apretados. "¿No me ves parada aquí? ¡Era mi turno!".
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"Lo siento, señora, los niños son primero, ¿verdad?". Dijo el hombre detrás del mostrador, ofreciendo una sonrisa incómoda.
"¿Cuál es tu problema de todos modos?", exclamó uno de los adolescentes.
"Sí, ¿Alguien te está esperando?", dijo otro con voz burlona.
"No creo que los jubilados tengan ningún lugar al que acudir, señora", dijo el tercer adolescente.
"Puedes hacer cola todo el día si quieres", dijeron a coro mientras se movían al otro extremo para recoger sus pedidos. Debra nunca antes se había encontrado con niños tan rebeldes y la sorprendió, pero no tanto como lo que dijeron.
Cuando regresó a su auto, se tomó un buen rato mirándose en el espejo. La mujer que vio parecía muy cansada. Muchas arrugas se habían hecho evidentes en su rostro, y su cabello oscuro estaba dando paso lentamente a gris.
Debra no podía recordar cuándo aparecieron por primera vez las canas, y le recordó cuánto se había estado descuidando a sí misma. "Ni siquiera puedo recordar la última vez que estuve en una peluquería", pensó desesperada.
El pensamiento la hizo preguntarse qué había estado haciendo todo ese tiempo, y de inmediato surgió una respuesta: esclavizarse.
La molestó mucho y se dio cuenta de que toda su vida, todo lo que había estado haciendo era tratar de complacer a su familia, a expensas de su propio bienestar. "Esto tiene que terminar", se dijo a sí misma.
Lo primero que hizo Debra fue llamar a su hija para informarle de su decisión.
"Hola mamá, justo te iba a llamar", dijo Kayla tan pronto como atendió la llamada. "¿Esperaba que pudieras enviarme mi asignación antes del viernes?".
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"No, Kayla, no haré eso", dijo Debra, molesta porque su hija ni siquiera la había dejado hablar.
"¿Qué? Mamá, ¿por qué?", se quejó su hija.
"Porque te has vuelto demasiado complaciente con tu suerte en la vida. Es hora de que despiertes".
"¿Qué estás diciendo mamá?"
"Estoy diciendo que, con efecto inmediato, tu asignación finaliza y ya no la recibirás. Si quiere dinero, sal a trabajar para conseguirlo".
Con eso, Debra colgó y fue en busca de un salón de belleza, donde se tiñó el cabello antes de hacerse un hermoso corte de cabello, manicura y muchos otros procedimientos.
Apagó su teléfono para disfrutar de lo que se había convertido en una experiencia novedosa, y después de eso, se dirigió a un centro comercial y se compró varios vestidos hermosos, uno de los cuales lo usó para irse a casa. Su ropa vieja no salió del centro comercial con ella.
Al llegar, su esposo, que había recibido una llamada de su jefe al teléfono de la casa, le preguntó dónde había estado.
"Dos de tus jefes dijeron que no te presentaste a tus turnos", dijo Austin desde su posición en el sofá. Cuando se dio la vuelta para mirar a Debra, tosió el trozo de papas fritas que acababa de tragar.
"Debra, ¿eres tú?", preguntó con los ojos muy abiertos.
"Sí, lo soy", respondió ella con rigidez.
"¿Fuiste a comprar ropa y todo eso cuando se suponía que debías estar trabajando?", le preguntó enojado.
Ella le dio una respuesta vaga, pero él comenzó a regañarla por la cantidad de dinero que desperdiciaba obsequiándose con todas esas cosas bonitas.
Estaban en medio de esa acalorada conversación cuando Kayla entró a la casa de muy mal humor y sintiéndose con derecho de hacer reclamos. "¿Por qué cortarás mi mesada?", preguntó sin detenerse a ver qué sucedía en la habitación.
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Después de un momento, se fijó en la nueva apariencia de su madre y señaló lo cómoda que estaba gastando tanto en sí misma mientras se negaba a ayudarla.
Debra tuvo que tomarse un momento para calmarse antes de responder explicando lo que le había pasado a su hija. La niña todavía estaba tratando de contener su sorpresa cuando su madre se volvió hacia su padre y le reveló su deseo de divorciarse.
"Me cansé de limpiar lo que ensucias, Agustín”, dijo. El hombre se sorprendió. No podía entender por qué su esposa estaba tan enojada, pero ella no retrocedió.
"Durante las últimas dos décadas, he asumido las cargas financieras de esta familia. Pero ahora estoy cansada y me gustaría concentrar esa energía en mí", dijo Debra entre lágrimas.
Era como admitir la derrota, pero ¿qué opción tenía? Aquellos por los que estaba luchando se habían rendido hace mucho tiempo.
"Quiero que recojas tus cosas y te vayas", dijo ella.
"¿Qué? No puedes decir eso", respondió Agustín.
"Sí", replicó ella, luego pasó junto a él para llegar a su habitación. Después de esa noche, el orgullo herido de Agustín hizo que se mudara de su casa sin tratar de pedir perdón, y Kayla dejó de pedirle dinero a Debra.
Un mes después, Debra renunció a sus trabajos duros y desagradables y se instaló en uno que realmente le apasionaba. Vivió su vida, viajó por el mundo y, cuando podía ayudaba a su hija a cuidar a su nieto.
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Debra nunca se arrepintió de su decisión de divorciarse de su esposo a pesar de que él le rogó que lo perdonara después de encontrar trabajo. "Voy a tener en cuenta tu oferta", le había dicho, y él no había dejado de intentar merecerla desde entonces.
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¿Qué podemos aprender con esta historia?
- El amor propio no es negociable: Debra se sacrificó por su familia sin pensar en sí misma hasta que los niños groseros señalaron cuánto la estaba afectando. Su despertar trajo un cambio y pudo comenzar a vivir una vez más.
- Nunca dejes de intentarlo: Kayla y Agustín se dieron por vencidos fácilmente porque estaban obteniendo todo lo que necesitaban a través de Debra, quien nunca se quejó. Se olvidaron de que la única forma de avanzar era intentándolo, por fortuna, Debra se los recordó.
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