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Niño que perdió la fe tras la muerte de sus padres va a iglesia en busca de ayuda por primera vez en años - Historia del día

Vanessa Guzmán
03 feb 2022
18:20

Oliver dejó de ir a la iglesia después de que sus padres murieron, cuando él era un niño. Su abuela trató de persuadirlo de que regresara, pero él se negó. Luego sucedió algo terrible, el chico se desesperó, volvió al templo en busca de ayuda y encontró algo más en su lugar.

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Oliver, de trece años, miraba fijamente la calle vacía mientras la ambulancia desaparecía de su vista. Su abuela sufrió un ataque tras una discusión entre ellos. Él le dijo que creer en Dios era una tontería y ella se desmayó.

No tenía idea de qué más hacer, sino llamar al 911, y se la llevaron. Los paramédicos le dijeron que viajara con ellos, pero él tenía miedo. Decidió quedarse en casa y visitarla a la mañana siguiente cuando todo se hubiera calmado.

Fachada de una iglesia. | Foto: Shutterstock

Fachada de una iglesia. | Foto: Shutterstock

Dio vueltas y vueltas en su cama, pero no pudo dormir ni un segundo, así que se levantó a las 5 a. m. y tomó el primer autobús al hospital. La enfermera tuvo la amabilidad de guiarlo a su habitación, y allí estaba ella, durmiendo y luciendo muy frágil. Nunca la había visto así antes.

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Su abuela, Marisa Gómez, era una de las personas más fuertes del mundo. Cuando sus padres tuvieron un terrible accidente automovilístico ella fue su apoyo.

Tenía solo seis años cuando todo eso ocurrió. Sus papás permanecieron en el hospital durante meses. Marisa siempre estuvo a su lado y cuidó muy bien a Oliver.

En ese entonces, él le preguntó por qué estaba tan segura de que todo estaría bien y ella dijo: “Fe”. Era una fiel feligresa, por eso le pidió a Oliver que orara y Dios ayudaría a sus padres.

Así que el pequeño acompañó en lo posible a su abuela. Le rogaba a ese ser celestial la pronta recuperación de sus progenitores. Pero seis meses después del accidente, su padre falleció.

Su madre lo siguió solo dos semanas más tarde, y la fe en Dios del niño de seis años desapareció en un instante. Se negó a ir a la iglesia, a pesar de la insistencia de Marisa.

Siempre tenía que dejarlo con una vecina los domingos por la mañana para poder ir a misa. Se negó a hablar de Dios o dar gracias en la mesa. Había terminado su relación con El Señor, la religión y todo lo demás.

Pero ahora, sentado junto a la mesita de noche de su abuela en la habitación del hospital, deseaba que existiera un ser superior. Esperaba que fuera real. Su abuela era su último pariente y no podría vivir sin ella. Oliver tenía 13 años, todavía era un niño por dentro.

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Pasó horas con ella y la mujer mayor se despertó varias veces. Con suerte, eso fue una buena señal. Pero él vino al día siguiente y el médico le explicó que necesitaría que la vigilaran durante algún tiempo.

Chico con suéter negro. | Foto: Pexels

Chico con suéter negro. | Foto: Pexels

“Tienes que volver a la escuela, Oliver”, dijo Marisa débilmente desde la cama.

“No, abuela. Todos entienden que tengo que estar aquí para ti”, respondió el niño.

“Pero tienes que volver a la normalidad. Voy a estar bien después de unos días más aquí, y tienes que estudiar mucho para mantener tus calificaciones. Vamos. Mañana volverás a la escuela y vendrás aquí por la tarde. ¿Cómo suena eso?", insistió Marisa y Oliver no pudo decir que no.

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Después de varios días de su rutina, comenzó a preocuparse de que su abuela no se recuperara del todo. Ella no se despertó en absoluto durante su visita ese día. Y el niño se sintió aún peor pensando en las cosas en casa.

La comida había comenzado a agotarse y no tenía dinero. No tenía idea de cómo acceder a las cuentas bancarias de su abuela ni comprar nada.

No había nadie a quien preguntar. Sin duda, algún vecino ayudaría, pero no quería decírselo a nadie. ¿Qué pasaría si alguien más fuera al hospital y preocupara a su abuela? O peor, ¿qué pasaría si alguien le dijera a Servicios Infantiles y se lo llevaran?, eran preguntas que se hacía Oliver.

Mientras caminaba a casa esa noche desde el hospital, las calles estaban vacías, pero de repente vio a varias personas saliendo de la iglesia local.

Solo había una iglesia en su pequeño pueblo y casi todos iban allí. Pero Oliver no reconoció a las personas que salían. Todos estaban comiendo y bebiendo en platos de plástico, y el chico frunció el ceño.

Se acercó y vio un letrero que invitaba a cualquiera que lo necesitara a tener una buena comida adentro de la iglesia. Sabía que su abuela era voluntaria algunas noches a la semana, pero no lo recordaba.

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Cúpula de una iglesia. | Foto: Pexels

Cúpula de una iglesia. | Foto: Pexels

Oliver frunció el ceño y se preguntó si debería entrar. No había comida en casa porque se suponía que su abuela iría a hacer las compras mensuales en algún momento y en su lugar fue hospitalizada.

Ahora, se había quedado sin alimentos. Pero no estaba tan necesitado como algunas de esas personas, por lo que estaría mal tomar algo de su comida.

Pero de repente, el niño escuchó una voz que lo llamaba por su nombre. “¡Oliver! ¡Oliver! Ven aquí". Era el padre Calderón, el mismo sacerdote que había conocido años atrás cuando acompañaba a su abuela a la mayoría de los servicios.

“Oh, buenas noches, padre”, dijo Oliver, poniendo sus manos en los bolsillos. "Voy camino a casa. Vengo del hospital".

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“Escuché sobre nuestra querida Marisa. Pensé en visitarla este fin de semana, pero hemos estado bastante ocupados. Escucha, ¿quieres venir a comer algo? Sé que te has estado quedando solo en casa”, ofreció el padre Calderón.

"Oh no. Este es alimento para los necesitados. Tengo comida en casa... creo...”, comentó Oliver y se detuvo, cerrando la boca con fuerza. Pensó en la nevera vacía y en su abuela en el hospital.

Temía perderla y las lágrimas se acumularon en sus ojos. Lloró frente al sacerdote ante la posibilidad de no poder tener a su abuela más nunca con él.

“Oye, oye. Ven aquí”, dijo el padre Calderón y lo envolvió en un abrazo. El chico respiró profundo y lamentó su vida por un rato.

Después, el padre Calderón lo llevó adentro y le ofreció un plato lleno de comida. El jovencito trató de resistirse, pero había sobrevivido con sándwiches durante unos días y la comida caliente era demasiado tentadora.

Sacerdote. | Foto: Pexels

Sacerdote. | Foto: Pexels

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El sacerdote le preguntó sobre su vida cuando tenía la barriga llena, y el chico descargó todas sus preocupaciones sobre él. El hombre escuchó todo sin interrupción y palmeó la espalda de Oliver.

“Y sí, bueno. Eso es. No sé qué voy a hacer si algo le pasa a la abuela. Ella no se despertó hoy”, finalizó el adolescente.

“No te preocupes por eso. Este es un pueblo pequeño, y nos ayudamos unos a otros. No estarás solo, pero tienes que pedir ayuda”, respondió el sacerdote.

"¿Puedo preguntarle algo?", indicó Oliver, y el padre asintió. “¿Por qué crees en todo esto? Recé mucho cuando era pequeño y aun así perdí a mis padres. Suceden cosas malas todo el tiempo en el mundo, y algunas personas todavía creen. ¿Por qué?".

“Esa es una pregunta complicada”, comenzó el sacerdote. “No hay una respuesta correcta, honestamente. Todo el mundo cree por diferentes razones. Pero para mí, creer es tan fácil como respirar aire. Es una parte necesaria de la vida”.

“Hay toneladas de cosas en este mundo que no podemos explicar, incluso con los avances de la ciencia, y es difícil explicar una creencia”.

Entonces Oliver expresó: “Pero si rezas y lo malo sigue pasando, ¿de qué sirve?”. El chico estaba curioso sobre el tema. Sabía que su abuela querría que orara por ella. Pero, ¿cómo podía hacer eso si no tenía fe?

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“¿Solo eres una buena persona para obtener algo a cambio? ¿O simplemente eres bueno?", le preguntó el padre Calderón. Oliver lo pensó y negó con la cabeza. “Bueno, es así. Dios no es Papá Noel. Y la vida necesita equilibrio. Mi fe me hace creer que todo sucede por una razón”.

“Entonces, ¿mis padres están en el cielo?”.

Cura conversando con alguien. | Foto: Pexels

Cura conversando con alguien. | Foto: Pexels

“Estoy seguro de que allí están, al igual que mis padres. Cuando oro, siento que estoy más cerca de ellos, no solo de Dios. Y cerca de todas las personas del mundo que necesitan un poco de consuelo. La fe es complicada, personal y profunda”.

“Solo tú puedes elegir en qué creer, pero pase lo que pase, Dios te ama”, finalizó el sacerdote, palmeando su espalda por última vez. Se fue poco después porque una monja lo había estado llamando.

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Oliver se sentó en uno de los bancos de atrás y comenzó a orar. No entendió del todo la conversación con el padre Calderón, pero por alguna razón le había traído consuelo. Tal vez, de eso se trata la fe. Así que oró por la recuperación de su abuela y sus padres, dondequiera que estuvieran.

El sacerdote les había dicho a varios vecinos que Oliver se había quedado sin alimentos y el pueblo se unió para llevarle algunos suministros. Y el vecino de al lado siempre se aseguraba de que tuviera algo caliente para comer por la noche.

Mientras tanto, Oliver comenzó a visitar la iglesia nuevamente. Acudía a orar varias veces a la semana. Afortunadamente, su abuela se recuperó y él comenzó a ir con ella a misa los domingos. Abrazó las enseñanzas del padre Calderón, incluso si todas estaban sujetas a interpretación.

En un momento, finalmente entendió por qué su abuela seguía tan ciegamente su fe. Fue reconfortante. Le trajo paz. Nunca más la juzgó.

Mujer mayor leyendo un libro. | Foto: Pexels

Mujer mayor leyendo un libro. | Foto: Pexels

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

No juzgues a nadie por seguir su fe: Hay una razón por la que todos creen en su propio dios o dioses.

La fe significa cosas diferentes para todos: Para Oliver, volver a la fe se trataba de encontrar la paz. Puede ser diferente para otros.

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Este relato está inspirado en la historia de un lector y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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