Hijos se enteran de que su anciana madre dejó mansión de $3,7 millones a un joven que no es su hijo - Historia del día
Después de su muerte, una anciana deja en herencia una mansión de $3,7 millones. Pero hay un giro inesperado: ninguno de sus tres hijos es el beneficiario del testamento.
El esposo de Elisa Camacho, Andrés, era un rico hombre de negocios. Tras morir en un trágico accidente automovilístico, legó toda su fortuna a su amada esposa. A ella y sus tres hijos nunca les faltó nada.
Sin embargo, cuando se acercaba su vejez, deseaba que sus hijos estuvieran cerca de ella y la cuidaran. Elisa tenía empleados que cuidaban su casa y la atendían, pero nada podría compararse con una familia, reflexionaba a menudo.
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Cuando sus hijos crecieron y se mudaron, ella se quedó sola y eso la deprimió. Dejó de cuidar su salud, y finalmente recibió el peor diagnóstico: cáncer. Los médicos dijeron que era terminal y que le quedaba menos de un mes de vida.
Elisa no podía dejar de llorar y deseaba desesperadamente ver a sus hijos por última vez. Así que le pidió a Marilyn, su cuidadora, que invitara a sus tres hijos a cenar. Sus respuestas, sin embargo, no fueron las que ella esperaba.
“¿Una cena?”, preguntó Matías, el hijo mayor de Elisa. “Mira, Marilyn, mamá necesita entender que ya no somos estudiantes de secundaria que pueden hacer tiempo para ella cuando quiera. Tenemos trabajos y familias que cuidar. Consultaré con mi secretaria para ver si tengo tiempo el próximo mes, pero este no será posible”.
Elisa estaba allí, escuchando todas las excusas que daba su primogénito. Las lágrimas inundaron sus ojos.
“Matías, si pudieras hacer tiempo este mes, sería fantástico. La salud de tu madre no es buena y quiere verte”, insistió Marilyn, ocultando el hecho de que su madre posiblemente no estaría con vida el siguiente mes. Así se lo había pedido la misma Elisa. La respuesta del joven fue despiadada.
“¡Entonces llévala a un maldito hospital, Marilyn! ¿Por qué diablos me molestas? ¡No soy un doctor que puede tratar a la gente!”, dijo y colgó.
Las lágrimas de Elisa corrían por sus mejillas, pero inmediatamente las secó. “¡Oh, estos jóvenes siempre tan ocupados!”, dijo, forzando una sonrisa. “¡Ves, Marilyn, mi Matías es muy responsable! Está demasiado preocupado por su familia”.
“Así es, señora”, respondió Marilyn con tristeza, sabiendo en el fondo que las palabras de Matías habían herido profundamente a su madre y que nada podría consolarla. Respiró hondo y llamó a Tomás y Henry, pero eso empeoró la situación.
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Tomás no había querido contestar el teléfono, y Henry todo lo que dijo fue: “Lo siento, Marilyn, pero no podré ir porque estoy planificando un viaje a la India para reunirme con algunos inversionistas extranjeros. Sé que mamá es mayor y seguro causará un alboroto innecesario, así que por favor dile que no me siento bien y que la veré pronto”.
Y así, los tres declinaron la invitación. Elisa se fue a su habitación, cerró la puerta y lloró toda la noche, sosteniendo la foto de su esposo. “Lo siento mucho, Andrés. Creo que estábamos tan concentrados en satisfacer las necesidades de nuestros hijos que nos olvidamos de enseñarles el valor de la familia”.
Marilyn no pudo evitar sentir pena por la anciana en este momento. Se dio cuenta de que nada que dijera la podría consolar. Pero en ese momento, tuvo una idea. Decidió llamar a su gran amiga, la Sra. Olivera.
La Sra. Clara Olivera era una viuda pobre que vivía en la cuadra adyacente con su hijo Daniel. Él era un joven de 25 años que se había lastimado la espalda mientras trabajaba en una obra de construcción. Estaba confinado a una silla de ruedas y trabajaba en un supermercado local como cajero.
Vivía en una cabaña cómoda y modesta con su madre. Había más amor y paz en esa pequeña casa que en la lujosa villa de Elisa, diseñada por un arquitecto de fama mundial y que albergaba algunos de los artefactos más raros e invaluables del mundo. Y ambas mujeres habían desarrollado una entrañable amistad.
“¿Qué? ¿Dijeron que no iban a venir?”, se sorprendió la Sra. Olivera por la indolencia de los hijos de Elisa.
“No debí haberlos llamado delante de ella. Eso fue muy doloroso, porque escuchó cada palabra que dijeron”.
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“Qué bueno que me llamaste, Marilyn. ¡Esos muchachos se merecían que alguien les hubiera dado una lección! Si hubiera estado allí…”. La Sra. Olivera apenas había comenzado a hablar cuando Marilyn la interrumpió.
“Hay una cosa más que quería decirle. En realidad…”, y prosiguió a contarle que a Elisa solo le quedaba un mes de vida y por eso quería ver a sus hijos por última vez antes de partir hacia su hogar celestial.
La Sra. Olivera se tapó la boca en estado de shock. “¿Qué estás diciendo?”, preguntó, preocupada.
“Apenas nos enteramos hoy, señora. Sus hijos aún no lo saben”.
Hubo una breve pausa. Entonces habló la señora Olivera. “Sé lo que voy a hacer para animar a Elisa, Marilyn. Ella significa mucho para mí y haré todo lo posible para hacerla feliz en sus últimos días”.
Ese mismo día, le contó todo a su hijo Daniel y le hizo una petición especial: “Cariño, durante el próximo mes, te voy a pedir que cuides a Elisa como lo harías conmigo, como a una madre ¿Podrás hacerlo?”. Y sin dudarlo, Daniel aceptó.
Elisa quedó gratamente sorprendida cuando la Sra. Olivera comenzó a visitarla con frecuencia. Ella le preparaba deliciosas comidas, la acompañaba a ver películas antiguas de los años 50 y 60 e iban juntas de compras. Eso la había hecho feliz y muy acompañada.
Mientras tanto, Daniel compraba sus medicamentos, la llevaba a sus citas médicas y una vez la sorprendió con una fiesta después de contactar a todos sus amigos. “Es mi cumpleaños, Elisa”, mintió. “Y como el doctor dijo que no puedes viajar, decidí celebrarlo en tu casa. ¡Así podrás acompañarnos!”.
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Ante eso, los ojos de la mujer mayor se llenaron de lágrimas y abrazó a Daniel. “¡Feliz cumpleaños, querido! ¡Y gracias por incluirme! ¡Mis hijos nunca hicieron algo así por mí!”.
“Está bien, Elisa. Eres como una segunda madre para mí, así que soy como tu hijo”, dijo Daniel, sonriendo, y eso resultó muy significativo para ella.
Así pasó casi un mes y el estado de Elisa empeoró. En sus últimos días, Daniel, la Sra. Olivera y Marilyn se ocuparon mucho de ella, por lo que la anciana decidió modificar su testamento, sin notificarlo a sus hijos.
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Elisa falleció mientras dormía y Marilyn llamó a sus hijos para notificarles, e invitarlos al funeral. Esta vez se apresuraron a hacer un tiempo para asistir, ante la expectativa de reunirse con su abogado y ver cuánto heredarían.
“Recibiremos mucho dinero”, pensaban. Pero les esperaba una sorpresa.
“Miren, chicos”, dijo el Sr. Trujillo. “Su madre cambió su testamento hace unos días, y su mansión de $3,7 millones ahora pertenece a Daniel Olivera”. El abogado estaba a punto de terminar cuando uno de los hijos de la anciana lo interrumpió.
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“¡¿Qué?! ¿Dejó su mansión a alguien llamado Daniel? ¿Quién diablos es él?”, explotó Matías.
“Bueno, no he terminado…”, continuó el abogado
“¿Sabes cuántos millones de dólares vale la mansión? ¿Y mamá se la entregó a un imbécil que nunca hemos conocido?”.
“Bueno", continuó el abogado. "Todavía no he terminado. La mansión va al Sr. Daniel Olivera, mientras que las otras posesiones se dividirán entre la Sra. Clara Olivera, la Srta. Marilyn Juárez y la organización benéfica que encabezaba su madre. Lamento decir esto, pero no les dejó nada a ustedes tres”.
“¿Qué le pasaba a mamá? ¿Estaba loca? ¿Cómo pudo…?”, comenzó a decir Henry cuando una voz lo interrumpió.
“¡Tomó la decisión correcta! ¡Ustedes se comportaron muy mal con ella!”.
Cuando los tres se dieron la vuelta, vieron a Marilyn y la Sra. Olivera de pie allí. “Ustedes fueron muy indiferentes con ella en sus últimos días. No vinieron a verla, ¿y ahora quieren todo su dinero? ¿Sabían que estaba muriendo de cáncer?”, gritó Marilyn.
“Pero mamá... nunca nos dijo nada…”, protestó Matías.
“¡Porque nunca tuvieron tiempo para ella, muchachos! Los llamó porque quería verlos una última vez porque estaba enferma, y ¿qué hicieron? ¡Pusieron excusas para no venir!”, replicó la Sra. Olivera.
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“¡No les vamos a entregar nuestro dinero! ¿Lo entienden? ¡Los veremos en la corte!”, gritó Matías y salió. Sus hermanos lo siguieron, dirigiendo a Marilyn y a la Sra. Olivera una mirada severa. Pero todo fue en vano. Eventualmente, perdieron el caso
Con la ayuda de su madre y Marilyn, Daniel fundó una organización benéfica que daba hogar y cuidados a personas mayores que estaban solas y que habían sido abandonadas por sus familias.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Las personas mayores necesitan amor y cuidados, y merecen que la familia sé los dé. Elisa deseaba que sus hijos estuvieran cerca de ella en su vejez, pero nunca se ocuparon por cuidarla.
- La bondad con la que actúas vuelve a ti de una forma u otra. La Sra. Olivera, Daniel y Marilyn cuidaron de Elisa en sus últimos días sin esperar nada a cambio y fueron recompensados generosamente.
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