Millonario saca a hijas del testamento y deja su herencia a trillizas sin hogar - Historia del día
Daniel tuvo una infancia desafiante. Trabajó duro para mejorar su vida y esperaba sentirse cómodo tras cosechar los beneficios de su arduo trabajo. Cuando las cosas no salieron como planeó, encontró otra forma de marcar una diferencia en la vida de otra persona.
Daniel Contreras nació poco después de que comenzara la Segunda Guerra Mundial. Su padre murió en combate y su madre lo crio sola.
Ella trabajaba como empleada doméstica y sobrevivía a duras penas, pero se aseguró de que su hijo fuera sobresaliente en la escuela.
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Daniel se esforzó y se convirtió en médico. Cuando tenía 24 años, su madre murió de un infarto. A los 26 años conoció a una joven enfermera llamada María. Se casaron un año después de conocerse y ella dio a luz a su hijo Teodoro.
Un año después del nacimiento del pequeño, su madre murió de leucemia, lo que dejó a Daniel devastado. El médico decidió concentrar su energía en el trabajo y en su hijo, y se negó a considerar volver a enamorarse.
Cuando Teodoro tenía ocho años, la escuela donde estudiaba llamó a su padre. Se había producido un incendio incontrolable durante el horario escolar y diez niños, incluido Teodoro, murieron por inhalar humo.
Daniel estaba tan devastado que no sentía razón para vivir. Se hundió aún más en su trabajo y no estaba interesado en tener vida social.
Tres décadas después, una joven secretaria llamada Susan comenzó a trabajar para el hombre. Él se enamoró de ella y se casaron después de dos años de noviazgo.
No necesitaban verse fuera del trabajo para desarrollar una relación porque pasaban mucho tiempo en el hospital.
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Susan dio a luz a gemelas poco después de casarse. Para entonces, Daniel se había convertido en un especialista en su campo y ganaba mucho dinero.
La enfermera decidió dejar su trabajo y le dijo a su esposo que su dinero era más que suficiente para cuidar de toda la familia. A él no le molestó eso y continuó trabajando duro para mantener a sus seres queridos.
Tan pronto como Susan renunció a su trabajo, comenzó a prestarle menos atención a Daniel. Pasaba sus días de compras y viajaba a varios destinos sin él.
Sus hijas gemelas, Carla y Diana, crecieron mimadas por su madre. Su padre trató de inculcarles la misma disciplina que su madre le había inculcado a él, pero fue imposible porque Susan pasaba más tiempo con ellas y les dejaba hacer lo que quisieran.
Cuando Daniel tenía 76 años, contrajo una enfermedad terminal. Susan estuvo a su lado cuando le hicieron el diagnóstico, pero no se quedó mucho tiempo.
No tardó en organizar unas largas vacaciones en el extranjero a espaldas de su esposo y se llevó a las gemelas con ella. Un mes después, la enfermedad de Daniel había progresado tan rápidamente que él pasaba la mayor parte del tiempo en casa.
Entonces llamó a su esposa para que estuviera con él. “Susan, necesito que tú y las niñas estén conmigo. Estar solo me hace sentir aún peor de lo que ya me siento”, dijo.
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“Queremos volver, pero no hay boletos de primera clase disponibles para que regresemos”, dijo la mujer.
Daniel se sorprendió por esta excusa. No podía creer que Susan quisiera volar en primera clase en lugar de ponerlo a él primero y volver a casa lo antes posible.
Mientras pasaba todo este tiempo a solas, reflexionó sobre su relación con su esposa y se dio cuenta de que ella se preocupaba mucho más por los lujos que su dinero le compraba que por él. Él se sentía abatido y decidió dar un largo paseo por el vecindario.
Se encontró con una mujer joven acurrucada con tres niñas pequeñas. Daniel se preocupó y se acercó a ellas para averiguar por qué estaban en esa situación. El médico se presentó y descubrió que la joven se llamaba Marcela.
Ella era una madre soltera de 19 años con trillizas de tres años que habían estado viviendo en la calle durante meses. La joven había sido echada de casa por sus padres cuando se enteraron de que estaba embarazada.
Vivió con su novio hasta que él la echó después de conocer a otra persona. Desde entonces había estado en la calle con sus niñas.
“Por favor, ven y quédate conmigo por un tiempo, tengo mucho espacio y todas pueden estar cálidas y seguras”, le dijo Daniel a la madre.
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Marcela accedió a regañadientes y se sorprendió gratamente al descubrir que ella y sus hijas vivirían en una mansión con todo el espacio que pudieran desear.
El hombre llamó a Susan unos días después. “¿Planeas volver pronto a casa o vas a quedarte en tus vacaciones aún más?”.
“Daniel, te dije que no hay boletos de primera clase disponibles. ¿Cuál es tu problema?”, espetó la mujer.
“Está bien, mi querida esposa, puedes quedarte allí todo el tiempo que quieras”, dijo el hombre y colgó.
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Marcela no tardó en notar que Daniel estaba muy enfermo. Entonces se ofreció a cuidarlo. Eso hizo que él se sintiera muy agradecido.
Unas semanas después el hombre mayor quedó postrado en una cama y le pidió a Marcela y a sus hijas que se quedaran con él permanentemente.
La madre lo cuidaba y las niñas lo mantenían alegre con su energía. El hombre falleció tres meses después. Marcela y las trillizas se entristecieron por su partida.
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El abogado de Daniel, Javier, llegó cuando ellas estaban empacando para mudarse. “Marcela, la esposa de Daniel y sus mellizas llegarán en pocas horas. La llamé el día que murió su esposo y se subió al primer avión”, dijo el abogado.
“Pensé que no había boletos de primera clase disponibles”, bromeó Marcela.
“Bueno, supongo que la muerte de Daniel cambió todo eso”, respondió Javier.
Mientras hablaban, Susan entró dramáticamente. “¿Quién eres y por qué están estas niñas en mi casa?”, preguntó la mujer.
“Susan, esta es Marcela, estuvo viviendo con Daniel durante unos meses y necesita estar aquí mientras leo el testamento de tu esposo”, explicó Javier.
Javier leyó el testamento y explicó que Marcela y sus hijas eran las herederas de todas las propiedades de Daniel, mientras que Susan y las mellizas no heredaron nada.
“¡Esto es ridículo!”, gritó Susan, “¡Daniel nunca me haría esto!”.
“Acabo de leer el testamento de su esposo”, dijo el abogado con firmeza,
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“Merezco todo su dinero. ¡Soy su esposa! ¿Quiénes demonios son esas tres pequeñas bastardas?”, gritó Susan.
Antes de que la esposa de Daniel pudiera decir algo más, Javier le entregó una carta de su difunto esposo que respondería sus dudas.
“Mi querida esposa, cuando me di cuenta que a ti te importaba más el dinero que estar conmigo durante mi corto tiempo en esta tierra, decidí darle mi riqueza a alguien que me cuidó sin esperar nada a cambio. Sus trillizas me dieron más alegría en unos meses de lo que podrías haberme dado en todos los años que estuvimos casados. Entonces, te doy la oportunidad de ganar algo de dignidad e integridad con mi testamento. Que estés bien”.
Susan se derrumbó cuando se dio cuenta de que no obtenía nada de Daniel. Rápidamente la sacaron de la casa y ella y sus hijas tuvieron que trabajar muy duro para poder mantenerse. Nunca más volvieron a poder viajar en primera clase.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- El comportamiento egoísta nunca conduce a resultados positivos. Susan fue muy codiciosa cuando se fue de vacaciones tras descubrir que Daniel tenía una enfermedad terminal. Cosechó las consecuencias cuando él la eliminó de su testamento.
- Cuando damos bondad, podemos recibir más bondad a cambio. Daniel se ofreció a albergar a Marcela y sus trillizas cuando las vio en la calle. Obtuvo compasión y alegría de su parte durante sus últimos meses de vida.
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