Hombre sin hogar salva a chica de un robo: ella ve su foto en el escritorio de su padre esa noche - Historia del día
El bolso de Linda fue robado cuando salía de una cafetería, pero afortunadamente, un indigente se tropezó con el ladrón, recuperó el objeto y se lo devolvió a la joven.
“¡Chau a todos!”, dijo Linda, de 16 años, a sus amigos mientras salía de un café. Rebuscó en su bolso su teléfono para llamar a su conductor, aunque la idea de no poder conducir sola todavía la enojaba.
Su padre, Francisco, era sobreprotector y había contratado a un chofer en lugar de darle un auto. Pero antes de que la joven pudiera hacer esa llamada, un chico en bicicleta le arrebató el bolso y se dio a la fuga.
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“¡DETENGAN A ESE LADRÓN!”, dijo señalando con el dedo al individuo que le había arrebatado el bolso.
La gente volteó a ver al ladrón y, de repente, un hombre con ropa andrajosa se lanzó contra la bicicleta del delincuente. Chocaron en el piso y varios oficiales que habían estado en el mismo café atraparon al ladrón.
El hombre se acercó a Linda con el bolso que el ladrón le había robado y se lo dio con una sonrisa incómoda. Ella lo miró de arriba abajo, notando que era un indigente, y le agradeció por su valentía.
“Por favor, toma esto”, ofreció la joven, sacando un billete de $50 de su bolso. “¿Quieres algo de comer? Puedo comprarte algo”.
El hombre la miró fijamente durante un rato. La miraba a la cara como si la conociera. Sus ojos se entrecerraron y Linda sonrió, animándolo a aceptar su oferta. Pero luego él salió de sus pensamientos, sacudió la cabeza y rechazó la oferta de la chica.
“No, jovencita. No tengo lugar entre la gente rica”, murmuró y se alejó.
Linda lo llamó, pero él siguió caminando. Sin embargo, las palabras del hombre hicieron que la joven frunciera el ceño. “‘No tengo lugar entre la gente rica’. ¿Qué significa eso?”, se preguntó a sí misma, llevándose el teléfono a la oreja y llamando por fin a su conductor.
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Mientras el conductor la llevaba a casa, Linda reflexionó sobre las palabras del indigente y concluyó que debió haber sido tratado mal por personas adineradas.
Probablemente notó lo bien vestida que estaba y pensó que ella era así. La idea la puso triste, pero no había nada que pudiera hacer al respecto.
Decidió que lo encontraría algún día y le daría algo de comer como agradecimiento por devolverle el bolso. El carro llegó a su casa y ella se bajó, olvidándose por un rato de todo ese tema.
Esa noche, decidió entrar a la oficina de su padre y contarle lo sucedido. Tal vez tenía razón en ser sobreprotector. Tal vez, en lugar de solo un conductor, necesitaba un guardaespaldas. Su papá era un conocido hombre de negocios en la ciudad y su familia siempre había sido rica.
Francisco levantó la vista de su computadora y vio a Linda entrar a su oficina. “¡Querida!”, dijo él, levantándose de su escritorio y extendiendo sus brazos mientras se acercaba a ella para darle un fuerte abrazo.
Linda le devolvió el gesto y habló. “Padre, necesito decirte algo...”.
Cuando terminó de contar lo sucedido, su papá estaba caminando por la oficina, agitado. “¡Lo sabía! Sabía que era peligroso para ti salir sola. ¿Ves?”.
“Nunca más te quejes de ese conductor. Además, le voy a preguntar si quiere más responsabilidades. Podría ser un buen guardaespaldas para ti”.
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Linda se sentó en su escritorio y lo observó mientras continuaba caminando por su oficina. Seguía hablando de su seguridad.
Luego miró todos los papeles, y algo llamó su atención. Había varios portarretratos, pero ella agarró uno en particular.
“¡Padre! ¿Quién es él?”.
“¿Qué?”, preguntó, deteniendo su paseo y frunciendo el ceño.
“¿Quién es este?”, dijo Linda, girando el marco para que él pudiera verlo.
“Ah... ese es Simón, mi hermano. Te hablé de él... brevemente”, respondió Francisco, con dolor en su voz.
Linda frunció el ceño, giró el marco y miró intensamente la fotografía. Ella sabía que era él. “¡Papá, este es el hombre que recuperó mi bolso! ¡El indigente!”.
“Cariño, eso es imposible. Simón desapareció hace mucho tiempo. No puede ser él”, respondió el hombre, sacudiendo la cabeza.
“Te juro que es él, papá. Créeme. Mañana, puedes venir conmigo al café y, con suerte, él estará allí”, sugirió la joven, levantándose de su escritorio. “¡Por favor! Lo juro. Mi tío me salvó hoy. Tenemos que hacer algo”.
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Francisco miró a su hija y finalmente aceptó.
Al día siguiente, padre e hija estaban tomando café en la tienda local, esperando a ver si el hombre que la había salvado de un robo el día anterior pasaría en algún momento.
En un momento ella se giró hacia la entrada y vio la figura del hombre caminando por la acera. Entonces la chica se levantó rápidamente de su silla e instó a su padre a que la siguiera.
“¡Es él, papá! ¡Vamos!”, le dijo en voz alta mientras salía corriendo del local. Francisco la siguió tan rápido como pudo.
“¡Señor! ¡Señor! ¡Deténgase, por favor!”, dijo la joven llamando al hombre. Él se detuvo, se giró y la miró por un segundo. Luego sus ojos se desviaron hacia Francisco, y se abrieron en estado de shock.
“¿Simón?”, dijo Francisco casi sin aliento.
“¿Fran?”, preguntó el hombre, y sus ojos revelaron un dolor terrible. Linda se preguntaba qué había pasado hace muchos años. De repente, su padre hizo algo inesperado.
El hombre corrió hacia Simón y le dio un fuerte abrazo. “¡Hermano!”, dijo como si todavía fuera un niño, y el otro hombre también abrazó a su hermano mayor, aunque con dudas.
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Después de ese conmovedor reencuentro, Francisco le dijo a su hermano que lo llevaría a su casa, aunque él intentó negarse varias veces. Sin embargo, el papá de Linda insistió y fue imposible seguir negándose.
Acomodaron a Simón en una habitación, le dieron ropa limpia y se duchó antes de la cena. Todos ellos, incluida Laura, la esposa de Francisco, se sentaron a comer.
Al principio estuvo todo en silencio, pero Linda rompió el hielo. “Necesito saber qué pasó. La curiosidad me está matando. He oído algunas cosas al respecto, pero la historia es que desapareciste”, le dijo a su tío.
“Cariño”, su madre la regañó suavemente.
“No, tiene razón. Todos tenemos derecho a saber la verdad. ¿Qué pasó, Simón? ¿Dónde has estado todos estos años?”, preguntó Francisco, con curiosidad y miedo en su voz. No estaba seguro de si quería saber la respuesta.
Simón dejó sus cubiertos y los miró a todos. “Me fui a otra ciudad cuando ustedes dos comenzaron a salir”, respondió.
“¿Qué?”, soltó Francisco, casi escupiendo su comida.
“Estaba muy celoso de que comenzaras a salir con una mujer maravillosa como Laura, y no podía lidiar con eso. Tal vez también estaba celoso de que ella hiciera que nos distanciáramos”.
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“Pero esos sentimientos se mezclaron con el resentimiento porque el apellido familiar me había perseguido toda nuestra vida”.
“No quería esa carga. Quería abrirme camino en el mundo. Hacer algo por mí mismo. Así que me fui. No tuve éxito. Una cosa llevó a la otra, y terminé en las calles”, explicó Simón.
“¡Eso no tiene ningún sentido! No tenías que irte de casa por eso, y ¿por qué no regresaste cuando las cosas se pusieron difíciles?”, preguntó Francisco, sorprendido por la loca historia que su hermano les había contado.
“No sé. Creo que fue por orgullo. Estaba convencido de que ustedes me rechazarían después de que desaparecí sin decir una palabra. Fui estúpido”.
“Regresé a esta ciudad porque tenía un amigo aquí que me ofreció su sofá por un tiempo. Pero finalmente me echó”, continuó el hombre.
Linda tampoco podía creer esa historia. Su familia era rica, y él se había ido por muchos años. Podría haber regresado en cualquier momento, pero su orgullo se lo había impedido.
Francisco lo miró pensativo, como si sopesara sus próximas preguntas. “¿Estás listo para volver a casa ahora? ¿O vas a desaparecer de nuevo?”.
“Estoy listo”, respondió su hermano pequeño. “Lo siento mucho. Irme ha sido la cosa más estúpida que he hecho. No puedo creer que no volví a casa tan pronto como regresé a esta ciudad. No sé qué estaba pasando por mi cabeza”.
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Francisco le dio una palmada en el hombro, frunciendo los labios como si estuviera conteniendo las lágrimas. “Está bien, hermano. Todo está bien ahora”, lo consoló.
Después de eso, cambiaron de tema y continuaron comiendo. Linda estaba segura de que su padre probablemente le gritaría a su tío más tarde cuando estuvieran solos.
Toda su familia había pensado que estaba muerto o que había sido secuestrado. Por eso Francisco estaba tan paranoico con la seguridad de Linda.
Pero Simón había desaparecido cuando era adulto, y la policía nunca hizo mucho a pesar de lo influyente que podía ser su familia.
Ahora tenían las respuestas incluso si las acciones del hombre no tenían sentido. A veces, las personas son muy orgullosas y no saben cómo rectificar sus errores.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Es posible que te arrepientas de tus acciones impulsivas toda tu vida. Simón hizo algo estúpido y lo lamentó durante muchos años, pero no se atrevió a arreglar las cosas hasta que Francisco lo encontró.
- La seguridad de tu familia es una prioridad. Francisco creía que su hermano había sido secuestrado o algo peor, por lo que estaba muy preocupado por la seguridad de su hija. Pero cualquier padre piensa en el bienestar de su familia por encima de todo.
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