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Una tienda de comestibles | Foto: Shutterstock
Una tienda de comestibles | Foto: Shutterstock

Dueño de supermercado finge ser un cliente ciego para evaluar a su nuevo empleado - Historia del día

Mayra Pérez
11 may 2022
18:00

El dueño de una gran tienda de comestibles decide averiguar quién está sacando dinero de la caja registradora y se hace pasar por ciego para atrapar al ladrón.

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Tomás García tenía 58 años y estaba pensando en jubilarse. Tenía un negocio muy exitoso, una tienda de comestibles, que esperaba mantener en la familia.

Sin embargo, su hijo mayor, Alan, quien se había graduado de la universidad con un título en negocios, no parecía muy interesado en trabajar en ella o en cualquier otro lugar.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

A él le gustaba sobre todo ir de fiesta y gastar el dinero de sus padres. Y aunque el hijo menor de Tomás era un estudiante serio y dedicado, su pasión era la medicina. Así que tenía que encontrar la manera de convertir a su hijo mayor en su sucesor.

Tomás llamó a su hijo. “Alan”, dijo. “Tomé una decisión. De ahora en adelante, tendrás que ganarte tu sustento. A menos que dediques ocho horas completas al día a la tienda, no obtendrás ni un centavo más de mí”.

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Alan no estaba contento, pero era lo suficientemente inteligente como para no demostrarlo. Empezó a ir a la tienda todos los días; llegaba tarde y se iba temprano.

Unas pocas semanas después de que comenzara a trabajar, el gerente descubrió que en la caja faltaban más de cien dólares.

“Lo siento, señor García”, dijo Gregorio, el gerente. “Pero creo que su hijo está tomando dinero de la caja…”.

Tomás suspiró. “Lo investigaré, Gregorio”, dijo y llamó a su hijo. “Alan, ¿has estado sacando dinero de la caja?”.

Alan pareció sorprendido. “¡Claro que no!”, dijo. “¿Por qué haría eso, si tú me das lo que quiero?”.

Tomás frunció el ceño. “¡Es que está faltando dinero en la caja!”, contestó su padre. “¿Me estás diciendo que no sabes nada de eso?”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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“¡Deberías preguntarle al empleado de noche!”, dijo Alan hoscamente. “¡Él es el único que siempre está solo en la tienda!”.

Tomás lo pensó. El empleado de noche había comenzado a trabajar aproximadamente al mismo tiempo que Alan. Según los informes, era un joven muy tranquilo y había venido muy recomendado por un viejo amigo.

¿Podría ser el ladrón? Tomás decidió que iba a atrapar a Henry Daza con las manos en la masa. Como Tomás nunca había estado en la tienda desde su contratación, sabía que no lo reconocería.

Se vistió con ropa vieja, se puso un par de anteojos oscuros, tomó un bastón y fue a la tienda a altas horas de la noche.

Estaba lloviendo mucho, y cuando Tomás entró en la tienda de comestibles, estaba empapado. “Disculpe, jovencito”, le dijo a Henry. “¿Te importaría si me refugio aquí por un rato? Está lloviendo muy fuerte”.

“¡No hay problema!”, dijo Henry. Un poco más tarde, se acercó a Tomás con una taza de té caliente. “¿Por qué no tomas un poco de té para calentarte? No querrás resfriarte”.

Tomás se sorprendió por el comportamiento de Henry. ¡No era lo que esperaría de una persona deshonesta! Observó al joven a través de sus lentes oscuros. Ciertamente, era muy callado y parecía ser tímido.

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A Tomás le gustaban las personas extrovertidas, que llevaban los sentimientos a flor de piel, ¡y Henry no parecía ser así! Todavía estaba bebiendo su té cuando entró una mujer mayor.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Recorrió la tienda, puso algunas cosas en su canasta, luego se acercó a la caja registradora. Tomás vio que estaba muy delgada y que sus viejas manos temblaban.

Henry comenzó a registrar sus escasas compras; luego exclamó: “¡Señora Pereira, se olvidó de los huevos, de la mantequilla y del jamón!”. Salió corriendo de detrás de la caja y fue a buscar los artículos.

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Tomás vio que también tomó un tarro de miel. Luego pagó la cuenta. “¡No puedo permitirme eso!”, gritó la anciana. “¡Son al menos 20 dólares más de lo que tengo conmigo!”.

“¡No se preocupe!”, le respondió Henry. “¡Le tienda cubre la diferencia!”.

“Pero, jovencito”, protestó la anciana. “Hoy son 23 dólares; la semana pasada fueron 48, y la semana anterior... ¡Terminarás despedido!”.

“Tranquila, señora Pereira”, dijo Henry. “Tan pronto como me paguen, devolveré el dinero. ¡No tiene que preocuparse por mí!”.

Henry empacó las compras de la anciana y ella se lo agradeció efusivamente. Tomás esperó hasta que se fuera y lo llamó: “Por favor, ¿puedes traerme una barra de chocolate?”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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Cuando Henry se acercó y puso el chocolate en la mano de Tomás, quien comentó: “¡Eres un chico amable! ¿De verdad vas a poner el dinero de las compras de la anciana en la caja?”.

“Por supuesto”, dijo Henry de inmediato. “Soy un hombre honesto”.

Tomás fingió buscar a tientas su billetera y le dio 20 dólares arrugados. “¡Aquí tienes 10 dólares! ​​¡Espero que sea suficiente!”.

Tomás esperó mientras Henry buscaba el cambio y se lo daba, luego se lo metió en el bolsillo y salió de la tienda. Afuera, rápidamente lo revisó. Henry le había dado cambio de 20, no de 10.

Tomás sonrió. “¡Un hombre honesto!”.

Una semana más tarde, cuando se pagaron los salarios, el gerente le dijo a Tomás que cada centavo del dinero que había faltado, estaba de vuelta en la caja. Él sonrió.

“¿Sabes qué?”, dijo. “No creo que me jubile después de todo. Voy a abrir nueva tienda y creo que acabo de encontrar a mi gerente: ¡Henry Daza!”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Ayuda a los más necesitados. Lo que para ti puede parecer una miseria, para otra persona puede significar la diferencia entre la vida o la muerte.
  • No juzgues a las personas por las primeras impresiones. A Tomás le parecía que Henry no era de fiar porque era demasiado callado, pero descubrió que tenía un corazón amable y generoso cuando se tomó el tiempo de conocerlo.

Comparte esta historia con tus amigos. Podría alegrarles el día e inspirarlos.

Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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